LA CLOACA PERMANENTE
Es
urgente una ley sobre publicidad institucional. Ese es el debate, y mientras no
se afronte, la izquierda seguirá dividida y en guerra abierta por las migajas
que deje caer la derecha propietaria de los medios
GERARDO TECÉ
Más periodismo
Cuando el pasado mes de julio estalló el Ferrerasgate, no sólo saltó por los aires la credibilidad del presentador de Al Rojo Vivo y directivo de La Sexta. También lo hizo la propia izquierda española. La izquierda española es ese organismo vivo capaz de partirse en dos un sábado cualquiera, incluso si ese sábado de verano la realidad le pone por delante una alfombra roja en forma de audios de Ferreras en pelota picada. A un lado, la indignación de quienes veían cómo la conspiración mediática, política, empresarial y policial contra Pablo Iglesias quedaba más que probada. Al otro, un silencio atronador, que duró días y solo fue roto de forma discretísima, el de Yolanda Díaz. Desde entonces hasta ahora las dos orillas
generadas tras el corrimiento de tierras provocado por el
Ferrerasgate no han hecho más que alejarse. En mitad del río se suceden las
escaramuzas, que se extienden de la política a los medios. Es habitual ver en
los últimos tiempos desde el bando de los más pablistas que Pablo señalamientos
contra la cloaca que van más allá de la cloaca. Así, cualquier periodista
rozado en una ocasión en un ascensor por el hombro de Ferreras, o aquel que no
se indigna con la intensidad deseable, será considerado cómplice de la pura mafia.
Un juego desquiciado que difumina la gravedad de lo sucedido. Si todo es
cloaca, la cloaca acaba por ser algo confuso, es decir, por no ser nada. Un
error teniendo en cuenta que la cloaca mediática que conspiró para frenar el
ascenso de Podemos intoxicando a la población con informaciones falsas tiene
sus nombres y apellidos: Antonio García Ferreras, Ana Rosa Quintana, Eduardo
Inda, Ana Terradillos, José María Olmo, Esteban Urreztieta, José Antonio
Hernández, José Manuel Romero, Manuel Cerdán… No es poco teniendo en cuenta las
posiciones que los implicados ocupaban y, en muchos casos, siguen ocupando en
sus medios. Si es que alguno no ha sido premiado con algún ascenso por los
servicios prestados.
Es urgente una
nueva ley sobre publicidad institucional que garantice que existan altavoces
que no estén en manos exclusivas de los dueños de la cloaca
También es habitual
ver en los últimos tiempos cómo los periodistas y medios que sienten rechazo o
tienen cuentas que ajustar con Podemos o el que fuera su líder participan de
esas escaramuzas en mitad del río obviando interesadamente dos cosas
importantes. La primera, que lo sucedido no fue un capítulo desagradable, no
fue una jugarreta político-mediática, sino un atentado democrático con todas
sus letras en mayúscula, digno de que presidentes y líderes mundiales se
pronunciasen escandalizados. La segunda y quizá más grave, porque es constante
y no necesita de oscuras reuniones ni audios filtrados, es que en este país ir
contra Iglesias y Podemos da réditos laborales en el oficio del periodismo.
Negarlo o hacer como que esto no sucede es negar la máxima de este oficio:
respetar mínimamente la realidad. Hagan un repaso por las tertulias encargadas
de generar ambientes sociales. No se trata de una trampa, no son periodistas
comprados, ni son corruptos, ni tampoco cloaqueros. Es algo natural. Es el
mercado, amigo. Si la línea periodística del profesional es contraria a Podemos
o, especialmente, al que fuera su líder, no necesita haber sido colaborador
habitual de Villarejo, ni haber intoxicado con informaciones falsas a la
población, para que las grandes televisiones de este país le ofrezcan un
asiento preferente. Sea usted de izquierdas, defienda usted las políticas
sociales que le dé la gana, hágalo en riguroso directo que aquí hay libertad y
pluralidad, pero odie a quien hay que odiar, que es quien nos retó. No hay un
complot detrás de esto, como se señala desde el bando de la indignación. No hay
complot porque no es necesario que lo haya. Es sistémico. En un sistema
mediático acaparado por aquellos grandes grupos a los que Iglesias señaló como
manipuladores, basta con tener ojos y orejas para saber qué conviene opinar
desde el periodismo para que la carrera de uno vaya a mejor. Basta con tener
ojos y orejas para saber que la pieza más valorada, de un tiempo a esta parte,
ya no es el ultraderechista Eduardo Inda difundiendo bulos espectaculares, sino
el periodista de izquierdas dispuesto a participar del debate que el Ferreras
de turno propone. Porque los Ferreras de los grandes medios nunca te dijeron
qué tenías que pensar, sino de qué tenías que hablar. Si son sus medios, ¿por
qué no van a decidir de qué se habla en sus medios?
No es cloaca. Es la
concentración mediática en España y es un sistema perverso. Tan perverso que
genera compañeros de viaje indeseables. Periodistas y políticos honestos que,
con toda la legitimidad del mundo, hablan mal de Podemos o Pablo Iglesias y a
los que su discurso legítimo les acaba llevando a agarrar un altavoz propiedad
de quien no es tan honesto ni tan legítimo. A participar de debates dirigidos a
un objetivo claro que transciende a esos periodistas y tertulianos. Es urgente
una nueva ley sobre publicidad institucional que garantice que existan
altavoces que no estén en manos exclusivas de los dueños de la cloaca. Ese es
el debate, y mientras no se afronte, la izquierda seguirá dividida y en guerra
abierta por las migajas que deje caer la derecha propietaria de los medios. El reportaje
de El Mundo lanzándose a la yugular del nuevo proyecto de televisión por
Internet anunciado por Pablo Iglesias demuestra la importancia que esto tiene.
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