SEÑOR BORREGO
Feijóo
intuye que el abandono de la sanidad pública puede dañar de verdad a Díaz
Ayuso. Su silencio está siendo entendido desde el trumpismo hegemónico como lo
que es: un pulso
GERARDO TECÉ
Alberto Núñez Feijoo, en una imagen tras la
muerte de
Manuel Fraga en enero de 2012.
Feijóo llegó a Madrid como el Señor Lobo llegó a aquel garaje de Pulp Fiction: a toda hostia y preguntando qué cojones había pasado. Pues mire usted, que tenemos en el maletero el fiambre de Pablo Casado, un tiro mal dado en la cabeza, cosas que pasan, y como comprenderá no podemos ir por ahí con sesos pegados a los cristales a un año de las elecciones. Tranquilidad, que para eso estoy yo aquí, dijo el Señor Lobo gallego, pero, al contrario de lo que sucedía en la peli de Tarantino, no se puso al ordeno y mando café en mano, sino a plena y entera disposición –un amigo, un esclavo, un siervo– de los responsables del disparo. Fue al Señor Lobo en este caso a quien le tocó cambiarse de vestuario y echar rodilla a tierra mientras la rama político mediática del trumpismo español le indicaba con el dedito dónde y cómo frotar para quitar los restos de sangre. ¿Ha dicho Señor Lobo o Señor Borrego?
Desde el mismo
momento en que Feijóo puso un pie en Madrid, aquella maleta supuestamente
repleta de moderación se demostró vacía. Porque moderación, en el argot de los
grandes medios españoles, es decir, de los grandes medios madrileños, quiere
decir que el tipo no grita demasiado. Un concepto político tan estéril que
podríamos llamar moderado a Tomás Roncero si un día se levanta con afonía y
llega sin voz a El Chiringuito. Feijóo, cuya carta de presentación –eso quería
él– era la de gestor serio y centrista, tuvo que ir, una a una, haciendo suya
cada nueva tesis marciana lanzada por Ayuso y su brazo militar, los medios de
comunicación a su disposición. Pacto con los ultras en Castilla y León,
ridículos en política energética y climática, vuelta al comodín de ETA y
Cataluña o bloqueo del Gobierno de los jueces, el hombre llamado a liderar la
nueva etapa post Casado lleva meses siendo liderado por los autores del
asesinato político de su antecesor. Un plan sin fisuras.
Es signo de este
tiempo que la derecha trumpista devore cualquier resto de derecha democrática y
que esta última se deje devorar. En España parece estar sucediendo de forma
acelerada ante la cercanía de las elecciones y ante el atento pasotismo de la
ciudadanía. Es normal cuando para esta batalla interna –lo poco que el Señor
Borrego puede permitirse batallar– no hay tiempo en las tertulias televisivas
que andan enganchadas al serial Yolanda y Pablo. Total, ¿qué interés podría
tener que en España la ultraderecha sustituya a la derecha cuando podemos
analizar cada gesto de Iglesias en su podcast? Feijóo tiene la batalla perdida.
Mira lo que le pasó a Casado, le recuerdan en cada desayuno los editoriales que
se lo tienen que recordar. Ayuso y sus medios –es decir, el trumpismo español–
son ya hegemónicos. Como prueba, Ciudadanos, ese canario colocado en la mina
con la función de tragar grisú dando pistas de qué tipo de gases hay en el
ambiente de la caverna. Que el canario esté muriendo al tratar de imitar a
Ayuso es síntoma de que los gases imperantes son los de la lideresa madrileña.
Atado de pies y manos, al flamante líder del Partido Popular –eso pone en la
Wikipedia– sólo le queda obedecer y cruzar los dedos para que a la lideresa
real Díaz Ayuso le vengan mal dadas. Y esta semana está sucediendo.
Tras la
manifestación multitudinaria en defensa de la sanidad pública en Madrid, Ayuso
vive su momento más delicado desde su arrollador triunfo en 2021. La prueba son
las declaraciones de la presidenta madrileña, los tuits del PP de Madrid y,
valga la redundancia, los editoriales de El Mundo o las tertulias de Jiménez
Losantos. No piensen en el ambulatorio sin médicos, piensen en que Pedro
Sánchez quiere convertir España en una “República Federal Laica” –no caerá esa
breva– de la mano de la ETA, los comunistas y el malo de Harry Potter. Una
tesis a la que, y aquí viene la novedad en esta batalla silenciada por los
grandes medios, de momento no se ha unido Núñez Feijóo a pesar de que estamos
ya bien entrados en la semana. Que no se haya unido a la nueva ocurrencia no
significa que, como en los casos anteriores, no acabe uniéndose tarde y mal
porque no le quede otra que obedecer las consignas de quienes mandan en su
partido. Pero que no se haya unido aún, sí significa que Feijóo, como gran
parte de la ciudadanía, intuye que el asunto del abandono de la sanidad pública
pueda ser el primero en dañar de verdad a Díaz Ayuso. Su silencio, por
supuesto, está siendo entendido desde el trumpismo hegemónico como lo que es:
un pulso. Así que veremos el castigo. Veremos aumentar el tono, porque Ayuso lo
necesita para tapar sus vergüenzas y, sobre todo, porque debe recordarle a
Feijóo quién manda. Ante la ausencia de tertulias –a quién le importa la
llegada del trumpismo– toca estar atentos a los gestos de los próximos días. Si
próximamente ven al Señor Lobo gallego dejar de hablar de coches eléctricos para
apuntarse a la fiesta de que Sánchez quiere convertir España en su Cuba
privada, se habrá consolidado de forma oficial el papel de Feijóo: ser la
careta amable de una ultraderecha que ya manda en el PP. Si guarda silencio, el
próximo editorial de El Mundo y la próxima cabeza de caballo aparecerá en su
cama. Saquen palomitas.
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