SEDICIOSOS POPULARES
NERE BASABE
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo,
junto a la presidenta del PP de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado 24 de
octubre en Madrid. JUAN CARLOS HIDALGO (EFE)
En los tiempos del proceso al Procés, confieso que durante meses hice guardia frente al televisor solo por escuchar al entonces presidente Mariano Rajoy pronunciar, al más puro estilo del Pijus Magnificus de los Monty Python, aquello de los "sesenta y seis sediciosos de Cesarea". Sea porque hasta él mismo dudaba de semejante imputación o por miedo a dislocarse la lengua, me quedé con las ganas de oírle llamar "sezidiosoz" al prófugo Puigdemont.
Ahora que, años
después, al fin se tramita en el Parlamento la reforma del delito de sedición,
ese artículo decimonónico de nuestro Código Penal ante cuya derogación los
populares se rasgan las vestiduras de Armani, caigo en la cuenta sin embargo de
que ellos son los principales beneficiados. Cómo si no puede ser calificada su
contumaz negativa a renovar los altos cargos del poder judicial según mandato
constitucional, sus constantes desafíos a la Ley de Memoria Democrática o su
insistencia en negar, por activa y por pasiva, la legitimidad del Gobierno
surgido de las urnas, sino como actos de sedición.
La vaporosa y
caduca redacción del artículo 544 dice, textualmente: "Son reos de
sedición los que, sin estar comprendidos en el delito de rebelión, se alcen
pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías
legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación
oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el
cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o
judiciales".
Vamos, que a nada
que te descuides eres reo de sedición, lo mismo si entras en el Congreso
disparando al techo y gritando "¡se sienten, coño!" que si te opones
al desahucio de tu vecina Encarna, o das por culo en clase impidiendo que la
maestra (funcionaria pública) acabe su explicación (el legítimo ejercicio de
sus funciones). Y por eso, hasta ayer, te podían encarcelar entre ocho y diez
años. A Oriol Junqueras que, ante los jueces y abogados de la acusación y
Ortega Smith togado, esgrimía consternado "¡Pero si soy católico!",
le cayeron trece años por una mascarada plebiscitaria una noche de farra con
los colegas: una rebelión con la puntita nada más. Y cuando no te salva ni
Dios, te salva el Diablo, o séase, Pedro Sánchez.
La inclusión de
este delito en el Código Penal data de 1822, año en el que nuestro primer
régimen constitucional agonizaba entre las amenazas de las revueltas
absolutistas y la radicalización de las sociedades secretas. Por entonces se
sucedían los pronunciamientos militares y golpes de Estado, las invasiones
francesas, las guerras civiles, las revoluciones y contrarrevoluciones o las
homilías de curas fanáticos que te amotinaban al populacho armado con
rastrillos frente a un nuevo orden constitucional más frágil que una figurita
de Lladró, así que más valía precaverse. Y ahí nos legaron el fantasma de ese
"alzamiento tumultuario", ¡Uhhh! Porque, ¿qué demonios significa
tumultuario?
La RAE, que fija,
limpia y da esplendor pero no aclara mucho, se limita a definirlo como
"tumultuoso", y tumultuoso es el "que causa tumultos".
Elemental, querido Watson. "Tumulto", ahora sí, es un "alboroto
producido por una multitud": el botellón con altavoces que se está
celebrando debajo de mi ventana por ejemplo, culpable del insomnio que me lleva
a escribir estas líneas, es un tumulto. Los derechos fundamentales
constitucionalmente reconocidos de reunión, manifestación y huelga, tumultos
todos. La final de la Europa League o las rebajas de enero en el Primark, más
tumultos. Se libra el vagón de metro en hora punta porque, más que alborotados,
casi todo el mundo va medio dormido.
En cuanto a su
segunda acepción, "confusión agitada o desorden ruidoso", no se me
ocurre mejor ejemplo que el de Isabel Díaz Ayuso cada vez que hace una
declaración pública. Ella en sí misma es tumultuaria, que cuando no te monta un
dumping fiscal o te niega el cambio climático, otorga contratos públicos a su
hermano mientras deja morir a los ancianos en las residencias. O acusa al
Gobierno de pretender instaurar una dictadura a la nicaragüense (bolivariana ya
no, que como se ha visto en la cumbre del clima de Sharm El-Sheikh, ese nuevo
Foro de Davos con sol en vez de nieve y a cuenta de las cosas del petróleo,
Maduro es el nuevo amigo americano). O impide a los médicos (funcionarios
públicos, comunistas todos) el legítimo ejercicio de sus funciones con acuerdo
a su juramento hipocrático, cuya observancia de las buenas prácticas médicas no
incluye el diagnóstico por videoconferencia. Por algo será que tumultuaria rima
con tabernaria.
Tras el anuncio la
pasada noche de Pedro Sánchez en la entrevista de La Sexta a Ferreras, adelanto
en exclusiva y muy bien orquestado, de la tramitación al día siguiente en el
Congreso de una propuesta de ley para la derogación del delito de sedición y su
sustitución por el de "desórdenes públicos agravados" (algo más
acorde con las jurisdicciones penales de nuestro entorno europeo, donde no
existe tal delito y sus equivalentes son castigados con penas mucho más
reducidas), me fui a tomarle el pulso no a la calle, que no eran horas, sino a
las hacendosas abejas obreras de Elon Musk, esa bandada de pajarracos siempre
de guardia a la que ha quedado reducida hoy aquello que se dio en llamar la
esfera pública. Y lo que allí me encontré no fue ninguna sorpresa.
De manera
fulgurante, los tuiteros, con la boca hecha espumarajos, habían elevado el
término de "traidor" a trending topic (consigna voxera de contagio
inmediato). En honor a la verdad, la palabra "traidor" figuraba en lo
más alto del ranking porque, si media España acusaba al presidente Sánchez del delito
de alta traición y pedían su encarcelación, medio México hacía lo propio con su
presidente López Obrador. Por una vez, preferí no enterarme de qué había hecho
ahora el bueno de AMLO, no fuera a ser que me saliera otra columna distinta a
esta.
La derecha
mediática carga las tintas sobre el hecho de que para su tramitación el
Gobierno ha optado por la vía de la proposición de ley desde el Congreso y no
desde el Consejo de Ministros para saltarse el procedimiento del informe
consultivo previo del Consejo General del Poder Judicial. El mismo CGPJ que
ejerce en funciones su mandato caducado desde hace cuatro años porque el
Partido Popular se niega a renovarlo, qué casualidad. Y no acuerdan su
renovación, dicen ahora, porque el Gobierno reforma el delito de sedición. Como
argumentación tautológica o monólogo de Cantinflas tiene un pase, y sin embargo
les va a salir un I have a dream.
Antes adujeron que
si la despolitización de la justicia, argumento inexistente cuando ellos
ostentaban mayorías. En 2018, una plataforma de más de 350 juristas y
académicos de Derecho Penal criticó la acusación por delito de sedición de la
Abogacía del Estado a los líderes del Procés tachándolo de "peligrosa
banalización de la ley" y "potencial atentado contra derechos
fundamentales", mientras destacaba la ambigua y deficiente redacción del
tipo delictivo, penado además de forma desproporcional y por tanto contraria a
derecho.
En aquel mismo año,
recién estrenado en la Moncloa, Pedro Sánchez ya anunció su voluntad de derogar
el delito de sedición, aunque ahora le llamen, además de traidor, mentiroso.
Antes ya lo tildaron de "felón" o "insensato sin
escrúpulos": los insultos que le dirigen están a la altura de su pasado
baloncestista. Aunque fuese Cuca Gamarra quien desvinculase un día las
negociaciones para el acuerdo del CGPJ de la reforma del delito de sedición, y
al día siguiente dijese donde digo Diego.
Todos se jactan de
que esta reforma de la ley se ha gestado en los despachos de ERC, aunque donde
deberían estar descorchando botellas de cava catalán es en la sede de Génova.
De entre los miles de tuits que acusaban a Sánchez de traidor (porque los
verdaderos patriotas son como Millán-Astray: tuertos), hubo uno que llamó
particularmente mi atención porque no relacionaba la traición con la reforma
del Código Penal, sino con la rendición del Sahara Occidental al Reino de
Marruecos. Su autora parecía conocer los motivos ocultos y tenía las pruebas:
Begoña Gómez, esposa del presidente, no solo sería transexual, sino una
peligrosa capo del narcotráfico internacional detenida en Marruecos: la arena
del desierto del Sahara a cambio de tapar el escándalo, barato le salió.
El mundo de la
conspiranoia, entre el terror y el ridículo, resulta fascinante: empiezas con
cosas como esta e inexorablemente acabas en la conjura de los necios de los
chemtrails. Había uno incluso que insistía en que los vuelos comerciales no
existían, y toda esa gente tirada que vemos en la T4 son actores contratados.
Si usted, amigo lector de este diario, cree haber subido a un avión alguna vez
para irse de vacaciones, sepa que aquello no ocurrió y fue solo el efecto
lisérgico tras escuchar cualquier comparecencia de Ayuso.
Por el camino
también aprendí que el logo de las latas de Coca Cola esconde el perfil de Belcebú,
con cuernos de carnero y todo: calcadito a Sánchez. Soy inmenso y contengo
multitudes, escribió el poeta Walt Whitman. Multitudes tumultuarias, en el caso
del PP. Si la presidenta de Madrid tuviese algo de razón y este Gobierno
quisiera encarcelar a la oposición, este es sin duda el momento, antes de que
se deroguen las penas por sedición. Lástima que la justicia de este país sea
tan lenta, y su órgano rector, el tercer poder del Estado, lleve ya una
legislatura secuestrado por los sesenta y seis sediciosos de Génova.
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