ANNIE ERNAUX: LA MEMORIA DE UNA MUJER
La
ganadora del Prix Formentor 2019 recupera su tiempo perdido para devolvérnoslo
en forma de recuerdos únicos que resumen una época que también es la nuestra
ANDREU GOMILA
Annie Ernaux, en una imagen promocional.
“Todas las imágenes desaparecerán”. Así empieza Annie Ernaux Los años, la novela que, a pesar de haberse publicado en Francia en 2008, aparece ahora entre nosotros como la imagen esplendorosa de una manera de escribir, de narrar, que esta frase condensa de manera tan descarnada. Porque Ernaux es así: te cuenta su vida con el simple objetivo de que su estar en el mundo, su punto de vista, no caigan definitivamente en el olvido. Un universo que es único y a la vez de todos los que compartimos con ella su tiempo. Pero además tiene la singularidad de ser femenino. Cuando habitamos un planeta donde la historia siempre la han protagonizado los hombres y, en consecuencia, son ellos quienes la han contado.
Ernaux pone un
espejo ante ella, abre la caja de las fotos, la de las cartas, se abalanza
sobre el folio en blanco y todo explota
No sé si era
Katherine Mansfiled quien decía que ella, de la Primera Guerra Mundial, no
podía decir muchas cosas, a excepción de que había perdido a un hermano. Ernaux
tampoco nos puede narrar qué pensaba François Mitterrand cuando fue elegido
presidente de Francia en 1981, ni qué pasó en las asambleas universitarias de
Mayo del 68, ni en las expediciones de castigo de las tropas francesas en
Argelia de los años 50, pero sí puede decirnos dónde estaba ella en 1958, aquel
año que lo cambió todo entre niños y monitores en un campamento juvenil
normando. Nos lo relata en Memoria de chica, una novela espléndida que congela
un momento crucial de su vida en el cual pasa de ser una niña de quien nadie se
acordará, ni ella misma, a una mujer ansiosa por retener cada instante. Aquí
todo pivota alrededor de su primera noche con un hombre para expandirse hacia
una cosa aún más esencial como es la educación sentimental de una mujer de su
tiempo.
En Memoria de chica
nos dice que ese año, ese verano, es como un “agujero” en su vida, que había
evitado siempre. Tardó casi sesenta años en regresar (la novela se publicó en
2016) a esa noche en que perdió la virginidad, a lo qué pasó antes, durante y
después, dos años en los que quedó casi lobotimizada, perdió el hambre, su
infancia, el contacto con la vida y al cabo de los cuales la “salvó” un viaje a
Inglaterra como au pair. Entró de nuevo en el mundo cuando volvió la sangre, la
regla, y –narr– tuvo conciencia de ser virgen de nuevo. Casi al final del libro
recupera una carta que escribió en 1961 a su amiga Marie-Claude, en la cual
cita a Nietzsche: “Tenemos el Arte para no morir de la Verdad”. Y ella,
proustiana hasta la médula, aplica esta frase a conciencia, reescribiendo su
verdad, una vida que no tiene nada de extraordinario y que a la vez lo tiene
todo porque es ella quien nos la describe en su feroz batalla contra la
amnesia.
En el discurso de
aceptación del premio Nobel de literatura 2014, Patrick Modiano, contemporáneo
de Ernaux (nació en 1945, cinco años después que nuestra escritora), el autor
de Calle de las Tiendas Oscuras, habla de “la auténtica vocación del
novelista”: “Devolver a la luz algunas palabras a medio borrar, como si fueran
eso icebergs perdidos que van a la deriva por la superficie del océano”. Justo
antes, Modiano asegura que ve la memoria de los seres humanos actuales mucho
menos segura en sí misma, obligada a “luchar continuamente contra la amnesia y
contra el olvido”. Él, también proustiano avant la lettre, ha levantado una
obra que va sobre esto, siempre a partir de la fragilidad de la memoria, pero
ha emprendido caminos muy diferentes a los de Ernaux.
Modiano es un
hombre y eso lo cambia todo. En primer lugar, porque la vida de los hombres, en
primera persona, se nos ha detallado por activa y por pasiva, desde la vida
sexual del marqués de Sade a la desesperación del hombre extraño de Camus, sin
olvidar experiencias más dolorosas como la de Fiódor Dostoyevski o la de Primo
Levi. ¿Qué sabemos de la vida de las mujeres? Antes de George Sand, las
hermanas Brönte y compañía, poca cosa. Después, algo más, pero nada exagerado.
Últimamente, bastante, pero, ya me perdonarán, entre el Como ser mujer de
Caitlin Moran y Memoria de chica de Ernaux hay un océano más grande que el
Pacifico, el mismo que hay entre Pedro Salinas y Luis Cernuda. Y en segundo
lugar, a consecuencia de la primera, Modiano opta por la ficción, aunque
también haya flirteado con la autoficción.
Ernaux pone un
espejo ante ella, abre la caja de las fotos, la de las cartas, se abalanza
sobre el folio en blanco y todo explota. A veces, nos lo suelta sin más, como
en Pasión simple, el relato de la relación que tuvo con un hombre de Europa del
Este a mediados de los 80, a quien esperaba devotamente y de quien conocía muy
pocas cosas. También se recrea en el imprescindible El lugar, allí donde nos
descubre su infancia en Yvetot (Normandía), el terruño de donde proviene, clase
obrera, de padres que trabajaban de sol a sol regentando un café-colmado
mientras su hija soñaba con salir de ahí en el sillín de atrás de la bici de su
padre camino del colegio. En estos dos libros no hay trauma, no hay historia,
dirían algunos, nada más que una sucesión de hechos personales que, pasados por
el cedazo de la autora, se convierten en literatura. Literatura servida cruda.
Gran literatura.
Ernaux te habla
como una amiga que está ansiosa por relatarte su historia. Sus decepciones, sus
éxitos (a menudo menguados), sus pasiones, sus odios
Cuando da una
vuelta de tuerca, como en Los años, todo ese magma salta por los aires. Como
cuando nos dice que, de niña, vivía “con la proximidad de la mierda”, cosa que
le provocaba mucha risa. O cuando nos relata que nacer tonto no impresionaba,
sino que lo que provocaba pavor era la locura, porque llegaba de golpe y
afectaba a “la gente normal”. O cuando confiesa que no piensa casi nunca en su
primer marido, aunque lleve encima la huella de su vida, que sintetiza en el
gusto por Bach, la música sacra y el zumo de naranja matutino. Entonces, va a
parar a su primera Navidad con un hijo de por medio, en Annecy, y se pregunta
si le gustaría volver atrás. Y responde ella misma, en tercera persona: “Tiene
ganas de decir no, pero sabe que la pregunta no tiene sentido, que ninguna
pregunta tiene sentido cuando se refiere a las cosas del pasado”. Ernaux no
hace preguntas, formula respuestas. No se lamenta. Escarba y expone.
En estos libros, en
las grandes novelas, es como si ampliara el campo, pero me atrevería a afirmar
que, sin los detalles anteriores, el paisaje pierde grandeza. O, mejor dicho,
el goce de su lectura no es tan impresionante. Porque, al final, Ernaux te
habla como una amiga que está ansiosa por relatarte su historia. Sus
decepciones, sus éxitos (a menudo menguados), sus pasiones, sus odios. Y tiene
esa capacidad de seducirte con una prosa que te atrapa, que te dan ganas de
saber más. Mucho más. Porque, repito, ¿qué sabemos de la existencia de las
mujeres “normales” de nuestro mundo? No les resulte extraño acabar uno de sus
libros e ir corriendo a la librería de confianza a pedir más carnaza. Ernaux
provoca adicción, como esas series tan de moda de las que somos capaces de
tragarnos cuatro temporadas en un fin de semana. Con la autora francesa, a
diferencia de estas, tendrán la sensación de haber conocido a alguien de
verdad, una mujer que les ha contado algo que no habían escuchado antes.
Cioran decía que
“para ser ‘feliz’ se tendría que tener siempre presente la imagen de las desgracias que no han ocurrido”. Que
esto “sería para la memoria una manera
de redimirse, ya que, al no retener por lo general sino las desgracias ocurridas, se empeña en sabotear,
la felicidad con un éxito maravilloso”.
No sé si Ernaux ha sido feliz. Supongo, leyéndola, que a veces lo ha sido y a
veces no, como cualquier persona nacida después de 1940. Ella, profesora
durante toda su vida, sí ha sido una mujer normal que, como todas las mujeres
de esta parte del mundo, ha luchado, a menudo sin hacer mucho ruido, para salir
adelante con dignidad, abandonar el silencio y no ser víctimas del terrible
olvido. Su obra es testigo de esto.
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