LA DERECHA COMO EJÉRCITO DE OCUPACIÓN (LA RESISTENCIA FRENTE A LA
SOBERBIA)
Juan Carlos Monedero
Las crisis económicas y las paranoias identitarias -la patria en peligro y la nación ultrajada- son el caldo de cultivo para el auge del autoritarismo. Las minorías que ven perder sus privilegios azuzan, con el látigo mediático, a sectores de clases medias y sectores populares para que sientan como ellos. Puede parecer estúpido que un trabajador piense igual que un gran empresario en asuntos donde está en juego mantener el privilegio de las minorías o mejorar la vida de las mayorías, pero en los momentos de crisis, cuando lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, surgen los monstruos. Sin embargo, la derecha termina por dejarse vencer por la soberbia.
Son esos momentos
en donde la derecha se empeña en volvernos a aclarar en que consiste eso de la
lucha de clases. La idea no es tan complicada, aunque lo es un poco más de cómo
lo contaron Marx y Engels cuando dividían el mundo entre burgueses y
proletarios.
La cosa hoy es que
en el mundo hay ricos que viven de las rentas, asalariados con sueldos tan
altos que coinciden en los restaurantes, los colegios y las urbanizaciones con
los ricos; hay clases medias que se van de vacaciones, se compran una casa,
tienen un par de suscripciones a canalaes de televisión e incluso pueden ayudar
a sus hijos. Hay, claro, sectores populares que oscilan entre una supervivencia
que aunque no es holgada tampoco asfixia, y otro borde donde mal llegan a fin
de mes. Y, por supuesto, hay pobres, gente que no tiene vivienda en propiedad,
que no puede pagar la luz, el gas, el teléfono, comprarse una Tablet, irse de
vacaciones, tener internet y, por supuesto, darle a sus hijos una mejor vida.
En este mundo de
crisis, cuando el sistema ya no reproduce el contrato social, esto es, cuando
ya no permite que la mayoría este incluida en las ventajas de la vida en sociedad,
cuando, por ese malestar, puede crecer la oposición al sistema, la derecha
despierta y actúa como un ejército de ocupación en nuestros países. Es entonces
que consideran que el territorio y sus gentes son suyos, como sucede en una
invasión de un país por otro. Con el derecho que les da ser los ocupantes,
toman lo que les apetece e incluso fuerzan los símbolos para hacerlos suyos en
exclusiva. Por eso son tan importantes las banderas para los ejércitos de
ocupación.
Deciden por tanto
qué es ser patriota en ese territorio ocupado y castigan a los tibios tanto
como a los enemigos, al tiempo que aplican reglas diferentes para ellos mismos
y para los demás. La ocupación tiene un fondo evidente de ilegitimidad que
aunque se oculte, emerge. Por eso necesitan reforzar la decisión con toda la
ferocidad posible. No puede haber fisuras ni dudas porque por ahí se escaparía
la razón de ser y los beneficios de ser una fuerza de ocupación. A lo sumo,
buscas colaboradores entre los ocupados y les entregas algunos beneficios por
defender al ejército y al gobierno ocupantes.
Son viriles porque
la violencia es la que justifica su comportamiento de fuerza ocupante. Por eso
el feminismo es su enemigo. La lógica de ejército de ocupación se ceba en las
mujeres. Son parte del botín y un espacio de reafirmación sencilla de la
virilidad. La más sencilla. Es más fácil reafirmar la idea de poder y fuerza
sobre el cuerpo y la mente de las mujeres, debilitadas ya por la estructura
social del patriarcado, que hacerlo en el deporte, en la política o en el mundo
empresarial. Cualquier frustrado en los negocios, en el futbol, en el ascenso
social, en la política, siempre sabrá, aun siendo soldado raso del ejército de
ocupación, que podrá abusar de palabra u obra de una mujer con aplauso de sus
pares. Si hay un sitio donde los hombres pueden volver no solo sin castigo sino
con aprobación a la condición de gorilas es en un ejército de ocupación.
Los generales del
ejército de ocupación son la junta de gobierno real y le dicen a los soldados que
tienen derecho a cobrarse el botín y, quizá, incluso entrar a formar parte de
los que mandan si son leales. Los verdugos más sangrientos son los conversos,
pues exageran su represión para que no haya dudas de su conversión. Ese
ejército de ocupación no tolera que nadie les responda, que nadie les muestre
sus contradicciones. Su legitimidad es siempre la de alguna victoria (o una
derrota convertida en algo épico) y en nombre de esa legitimidad niegan la
democracia. Porque por encima de la democracia está la patria que están
creando, siempre en peligro, amenazada. Sin miedo, los ejércitos de ocupación son transitorios.
La legitimidad de
1936 en España, la de Pinochet en Chile, la de la Junta Militar en Argentina,
la de la Primera Guerra Mundial o luego Abisinia en la Italia de Mussolini, la
de los sudistas o la victoria sobre los nazis en los Estados Unidos. Aunque
también les vale esa victoria tradicional y repetida que marca una enorme
diferencia: la victoria de los ricos sobre los pobres. Los pobres siempre están
conspirando para quitarle a los ricos lo que creen que es suyo. Los faraones
siempre pensaron que las pirámides las levantaron ellos, igual que los
ejércitos de ocupación creen que es gracias a ellos que producen los campos y
los mares, se alzan grandes edificios y monumentos de victoria o las fábricas
sueltan humos por sus chimeneas.
En una país
ocupado, las tropas de ocupación no dan explicaciones y quien cuestione sus
órdenes es visto -y si se puede, será tratado-, como ejército rebelde o como
terroristas. La derecha se mueve desde esa comodidad: somos los que mandamos y
los demás no tenéis lugar en nuestro país. Porque el país es nuestro. Antes de
los fusilamientos intentarán tomar la calle con volencia para ir haciéndola
suya y siempre tienen una quinta columna -gente de los suyos trabajando para la
ocupación antes de que ésta ocurra- preparando el terreno para cuando se hagan
con el poder.
Por eso puede el
consejero de sanidad de Madrid decir que las 8000 familias de los ancianos
fallecidos en residencias no tienen ningún dolor y que hay que pasar página;
por eso puede la policía nacional de Paterna, en Valencia, y con presencia del
alcalde, condecorar a un empresario de extrema derecha fundador de un partido
de ideología ultra que ha participado en agresiones violentas e imputado por
xenofobia y odio; por eso puede el portavoz de VOX pedir que no sean los que
tienen empleadas domésticas quienes les paguen un sueldo justo, sino que lo
haga el Estado con dinero de todos.
Por eso han arreciado
los ataques a figuras de Podemos mientras se aprobaba una ley que subía los
impuestos a los ricos, a las eléctricas y a la banca; por eso puede decir
alguien que se supone que es de izquierda que la culpa de la droga en zonas
abandonadas por el Estado la tienen los que hacen menudeo y no los que degradan
los barrios.
Por eso Toni Cantó,
un vividor que ha ordeñado con maneras de tahur a UPYD, a Ciudadanos, al PP y a
VOX, un galán machirulín que se negó a reconocer a su hija hasta que le obligó
un juez, puede celebrar las agresiones machistas, puede mentir impunemente
propagando bulos en las redes o vivir de un chiringuito donde no ha aportado
absolutamente nada a lo público al tiempo que insulta a lo público.
Por eso un
hostelero fascista puede ofrecer dinero a quien entre ilegalmente en la casa de
unos dirigentes de Podemos. Por eso un colegio mayor universitario regido por
religiosos puede vejar a las mujeres de los colegios mayores de enfrente,
porque los gritos intimidan, expresan una voluntad de violación, generan miedo
y paralizan. Y logran que el ejército de ocupación pueda ejercer su violencia
con menor resistencia. Y por eso las mujeres vejadas intentan justificar a los
vejadores. Porque esas estudiantes o han sido dominadas por el juego o la
intimidación o saben que esa vejación es parte del precio para que ellas
también sean con otra parte de ese ejército de ocupación.
Por eso los ricos y
sus mayordomos de la política usan a los jueces, a los periodistas, a sus curas
y a sus comisarios para que hagan valer su derecho como ejército de ocupación.
Y como decía Elias Canett, por eso muchos terminan aullando con los lobos para
que no les devoren.
Ante los ejércitos
de ocupación, la gente decente sólo tiene un sitio en donde estar: en la resistencia.
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