LA PATRONAL LLEVA RAZÓN: SI HABLAMOS DE RICOS Y POBRES SE VA A LIAR
JUAN TORRES LÓPEZ
El rey Felipe y la reina Letizia saludan al
presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, a su llegada a la tradicional
recepción en el Palacio Real de Madrid por el Día de la Fiesta Nacional. EFE/
Chema Moya
Acaba de decir el presidente la patronal de las grandes empresas, Antonio Garamendi, que no conviene hablar de ricos y pobres porque así se radicaliza a la sociedad.
No me cuesta reconocerlo: Garamendi lleva toda la razón.
¿Se imaginan lo que ocurriría si en las televisiones y radios se hablara constantemente de las diferencias que hay en España entre los ricos y los pobres y, sobre todo, si se explicaran las causas que las producen?
¿Creen que a la
gente le daría igual si se le informara un día tras otro de que los 38.770
españoles que tienen un patrimonio superior a 4,5 millones de euros (el 0,08%
de la población) acumulan más riqueza que el 50% de todos los españoles más
pobres (los datos aquí)?
¿Se quedarían los
españoles tan tranquilos en su sillón si los medios nos recordaran a cada rato
que la población española más pobre vive, de media, cuatros años menos que los
ricos, u once y siete, si viven en Madrid o Barcelona, respectivamente? ¿O si
se hablara diariamente en los telediarios, tertulias o documentales de que los
españoles más pobres pagan, en proporción, más impuestos que los ricos, reciben
menos ayudas, tienen más dificultades para encontrar trabajo, peor salud, más
inseguridad, y muchas menos probabilidades de estudiar o tener buen rendimiento
académico que los ricos?
¿Quedarían
indiferentes los españoles si se les hicieran las cuentas todas las noches en
los programas y emisiones de más audiencia para mostrarles que, según la
revista Forbes, los 100 españoles más ricos aumentaron su patrimonio en 20.620
millones de euros en 2021, una cantidad 8.429 veces mayor que el sueldo medio
de ese año? ¿O si se explicara la relación que hay entre haber alcanzado un
crecimiento récord del número de millonarios en España en 2020 y el aumento de
un millón de personas pobres, que ya son más de 11 millones?
¿Qué pasaría si
cada dos por tres se hablara en los medios del efecto tan diferente que tienen
los impuestos y los servicios públicos para los españoles pobres y para los
ricos, y de por qué estos últimos quieren que el Estado gaste menos y que cada
uno se busque la vida como pueda?
Hace unos años se
hizo una encuesta internacional en la que se preguntaba en diferentes países
cuál creía la población que era la diferencia que existía entre el sueldo más
alto de las empresas y el mediano, y cuál pensaba que sería la diferencia
ideal. En España, se creía que la
diferencia existente era de 8,5 a 1 y que lo ideal sería de 3 a 1. La realidad
en aquel momento era una diferencia de 127 a 1; es decir, 42,3 veces mayor de
la que los españoles consideraban justificada. ¿Qué sucedería si, en lugar de
estar equivocados, los españoles supieran la diferencia real y tan grande que
hay entre los sueldos de nuestras empresas, entre los de arriba y los de abajo?
¿Y qué pasaría en
España, o en cualquier otro país, si se hablara constantemente de por qué se
producen estas diferencias tan grandes entre los derechos, posibilidades y
oportunidades de las que disfrutan los ricos y los pobres? ¿o de cómo se han
hecho las grandes fortunas? ¿Se imaginan si se informara y hablara con rigor y
claridad sobre cómo funciona la corrupción, sobre quién la impulsa y se
beneficia de ella y quién la paga? ¿Se imaginan si se hablara de cómo tantos ricos
evaden impuestos y se escapan de la cárcel y de cómo compran a jueces y
políticos, o de cómo pueden influir en la redacción de las leyes?
A base de hacer
todo lo posible, en la academia, los medios, la política y la cultura, para que
no se hablara de ricos y pobres, en los últimos decenios parecía que se había
conseguido el sueño de obviar la existencia de diferencias de clase en las
sociedades. No solo por el esfuerzo incansable de la intelectualidad más
conservadora (por llamarla de alguna manera) y ligada de una u otra forma al
gran poder económico; también por la irrupción de movimientos progresistas (por
llamarlos también de alguna forma) que dieron prioridad a otras manifestaciones
de la desigualdad, como el feminismo.
Pareciera una gran
paradoja: cuando más grandes son las diferencias entre los ricos y los pobres
menos se habla de clases sociales que son, justamente, la expresión
paradigmática y material de esa diferencia. Pero no es una paradoja, es una
estrategia de poder, justamente, de los ricos contra los pobres, porque para
seguir disfrutando de los privilegios que da la riqueza no hay otro camino que
el de evitar que los pobres se den cuenta de que se consigue a su costa. Por
eso han procurado que no se hable de las diferencias entre ricos y pobres, de
cómo y de dónde vienen y qué se hace para aumentarlas sin cesar.
Algo debe estar
pasando, sin embargo, cuando se vuelve a hablar de pobres y ricos, cuando eso
molesta y preocupa y los de más arriba tienen que decirle a sus empleados, como
Garamendi, que adviertan de que no es conveniente hablar de eso.
Llevan razón, como
he dicho, cuando temen que hablar de pobres y ricos levante las piedras y se
dejen ver los gusanos. Pero se equivocan de plano en lo fundamental: mientras
los del gallinero tengan que limitarse a aplaudir y a los de los palcos les
baste con hacer sonar sus joyas, recordando lo que dijo John Lennon a los
asistentes al Royal Variety Performance de la Reina de 1963, les va a costar
mucho trabajo evitar que la gente vaya enterándose de lo que pasa, que hable de
la desigualdad y que termine exigiendo justicia.
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