AL ESTE DEL EDÉN ESTÁ BORRELL
Juan Carlos Monedero
Desde el jardín (Being there), la novela de Jerzy Kosinski llevada al cine por Hal Ashby y protagonizada por Peter Sellers, fue leída como una sátira de un mundo al que se veía falto de rumbo. Un jardinero sin muchas luces -no sabe leer ni escribir y su única actividad, además de la floral, es ver la televisión-, es expulsado de la casa donde siempre ha vivido. La muerte del anciano dueño de la casa donde había permanecido toda su vida le deja sin techo y sin horizonte. Ahí afuera está perdido: el mundo no es lo mismo que la televisión. Los abogados, fríos como los balances de una empresa, le invitan a marcharse. Él no es "su problema". Armado con un elegante traje, un bombín, un paragua y una maleta sale, sin destino e ingenuamente, a una ciudad falta de compasión. Un niño grande a la intemperie.
Si Don Quijote
desafiaba a un incipiente capitalismo desde su locura, Chance, el cuidador de
un jardín olvidado, desafiaba a la maldad desde su inteligencia de niño
pequeño. Si el hidalgo manchego terminaba conquistando a las fuerzas vivas de
su entorno con su honestidad, el jardinero de su propio jardín terminaría en
las más altas esferas de la política norteamericana prácticamente sin abrir la
boca. A los mandos podían estar los menos capacitados. Chance, al menos, era
honesto. Los demás forzaban el espejo para reflejar en él sus propias
necesidades. Inquietante. Al Este del Edén había un paraíso. Pero nos
expulsaron.
Cuando se publicó
esta novela corría el año 1970 (en la estela del mayo del 68) y la política
empezaba a dar muestras de que no era mucho más sofisticada que veinticinco
años antes, cuando el mundo salía de una guerra mundial con más de cincuenta
millones de cadáveres. La famosa pregunta de Chomsky (¿hay algún adulto en la
sala?) no ha dejado de resonar en nuestros oídos y el jardín de la política,
pese a vestirse como un campo versallesco, cada vez emerge más como un
devastado campo de batalla poblado por generales idiotas y estadistas de opereta.
Cuando se estrenó la película, en 1979 ya estaban entre nosotros Juan Pablo II
y Margaret Thatcher.
Igual que Woody
Allen siempre ha gustado más en París que en Ohio, la política europea siempre
ha creído tener un punto de circunspección de la que carecía el norteamericano
medio. Aunque al final Almodovar triunfó en Nueva York y la Obamamanía cautivó
el corazón europeo de los que no tenían corazón para Palestina, Afganistán o
Libia. Al final, el agua caliente y el agua fría se convirtieron en agua tibia.
Y llegó el Presidente del pelo naranja. Si en Estados Unidos puede haber
Presidentes payasos ¿por qué un Alto Representante de la Unión Europea no puede
ser igualmente un payaso? Con la elección de Ronald Reagan el mundo supo que un
actor de tercera podía ser Presidente. ¿Pero no fue ese Presidente de opereta
el que le dobló el brazo a la Unión Soviética? A repensarlo casi todo.
De aquellos polvos
estos lodos. Donald Trump no ha hecho sino seguir la estela de Reagan, de
George W. Bush, de Sarah Palin y el Tea Party. De la misma manera que Liz Truss
es la historia repetida como farsa (ha estado en la más alta magistratura
británica durante apenas 65 días, suficientes para dejar al país en barbecho).
Una gestión tan nefasta que algunos han empezado a echar de menos al histrión
Boris Johnson. Todo con tal de no entrar a fondo en la gran mentira que ha
significado el Brexit. Grandes liderazgos para un gran tiempo.
La Unión Europea ha
dejado de ser soberana. Apenas Alemania era capaz de tomar sus propias decisiones,
aunque pusiera de rodillas a Grecia -y después, a toda Europa- con sus maneras
neoimperiales. Pero ya no. EEUU le ha obligado a cerrar los gasoductos con
Rusia, y cuando han visto que a lo mejor no lo estaba haciendo del todo, han
volado directamente el NordStream 1 y 2. La misma Europa sumisa que reconoció a
Guaidó por exigencias norteamericanas. Un mediocre autoproclamado en una plaza
que lo único que ha hecho ha sido robarse el dinero de todos los venezolanos,
especialmente de CITGO, la red de gasolineras en los EEUU. Ya no le reconocen
ni los suyos, pero Europa sigue esperando a ver qué le ordena Washington.
Borrell el obediente.
Esta Europa sin
rumbo, que está en guerra en Ucrania en un conflicto que solo le interesa a los
EEUU, necesita una caricatura como la que representa Josep Borrell como Alto
Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y
vicepresidente de la Comisión Europea, para acompañar todo este sinsentido.
Viene el invierno
del descontento y la proporción de gente en Europa que no entiende la guerra en
Ucrania crece. Queremos más diálogo, más diplomacia y gastar menos en
armamento. Una industria de la guerra que solo beneficia a los halcones y al
capitalismo del Pentágono. Borrell se ha
creído obligado a explicarnos que debemos ir por el buen camino:
"Sí. Europa es
un jardín (...) Nosotros hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor
combinación de libertades políticas, prosperidad económica y cohesión social
que la humanidad haya construido nunca (...) La mayor parte del resto del mundo
es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín (...) la jungla tiene una
fuerte capacidad de crecimiento y el muro no será lo bastante alto como para
proteger el jardín".
A Borrell le
preocupa la influencia de Rusia y China en África y Asia. Y para hacerse
entender hace metáforas propias de Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI. Y vuelve
a difamar a Bartolomé de las casas. Luego que si la leyenda negra es un
infundio... Lo que algunos llaman "cooperación sur-sur", para la
Unión Europea es "jungla sobre jungla". Luego ha querido explicarse
Borrell, pero como dicen en el país donde Guaidó es Presidente Encargado
-aunque Biden solvente los asuntos con el Presidente Maduro-, "no aclares
que oscureces". La arrogancia europea está a la altura de su capacidad
histórica de saquear. La Modernidad europea siempre ha sido eurocéntrica y ha
mirado con desprecio a cualquier cultura que no fuera "calco y copia"
de la tradición griega, romana, española, portuguesa, francesa, alemana,
holandesa, belga o británica. Hasta Marx metió la pata analizando la
independencia latinoamericana o el colonialismo británico. En su obra madura
rebobinó, pero esa parte se lee menos. Toda la reflexión decolonial (Fanon,
Boaventura de Sousa Santos, Mignolo, Dussell, Segato, Bell, Shiva) debiera
haber hecho alguna mella en la más alta representación de la Unión Europea
fuera de sus fronteras. Borrell cada vez parece más un instructor de Full Metal
Jacket.
Los rusos no han
tardado en rematar en esa pelota que Borrell ha dejado botando: "Europa
construyó su 'jardín' a través del bárbaro saqueo de la 'jungla'". China,
Rusia, India, Pakistán, Indonesia van construyendo sus propias asociaciones al
margen de Europa. Los EEUU llevan a Australia a su lógica militar, igualmente
alejados de París, Berlín, Roma y Madrid. Mr. Chance, el jardinero sensato de
la novela, le hablaba a políticos obtusos como el socialista catalán: "Un
jardín necesita muchos cuidados y amor. Y si das a tu jardín mucho amor, las
cosas crecen. Pero primero algunas cosas deben marchitarse". Y Borrell ha
entendido que tiene que marchitarse el mundo para que el resecado jardín
europeo parezca más cuidado.
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