UN MINISTERIO PARA EL FUTURO
En
la novela de Kim Stanley Robinson, Lula regresa a la presidencia de Brasil y se
compromete a proteger la Amazonía. Realidad y ficción pueden darse la mano si
el candidato del PT gana y crea el Ministerio de los Pueblos Originarios, como
ha prometido
BERNARDO GUTIÉRREZ
Juegos Indígenas en la ciudad
de Palmas Tocantins.
Después de una brutal ola de calor que deja decenas de miles de muertos en la India, el nuevo partido Avasthana crece de forma fulminante. Avasthana, que significa “supervivencia” en sánscrito, conquista el poder y pone en práctica agresivas políticas para defender al país del cambio climático. El gobierno indio toma medidas radicales, como bombardear el cielo con productos químicos desde avionetas para producir lluvia artificialmente. Por su parte, la organización Los Hijos de Kali se toma la justicia por su cuenta: comete actos terroristas contra los grandes responsables del calentamiento global. En 2025, el desvío indio fuerza el nacimiento de un organismo internacional, el Ministerio del Futuro, para intentar evitar el inminente colapso planetario.
La novela El
ministerio del futuro, del estadounidense Kim Stanley Robinson, cabalgando
entre la ciencia ficción, el ensayo y la ficción utópica, abre como pocas un
horizonte de acciones posibles. Publicada en 2020, anticipó la pandemia, la
devastadora sequía del pasado verano y algunos de los problemas que fustigan el
planeta. “Hay un centenar de personas en el mundo que si las juzgas desde la
perspectiva del futuro son genocidas”, afirma el narrador. Stanley Robinson,
amalgamando imaginación y conocimiento científico, aporta algunas soluciones
concretas, como intervenir en el desplazamiento de glaciares del Ártico para
devolver hielo a su base con sofisticados mecanismos. La gran apuesta de la
ministra del Futuro –Mary Murphy, exministra de Asuntos Exteriores de Irlanda–
es la creación de una criptomoneda llamada carboncoin, cuyo valor equivale a
una cantidad de dióxido de carbono no emitida en la atmósfera. Quien deje de
emitir CO2, acumula riqueza. En la novela, la travesía hacía ese futuro en el
que la sostenibilidad pauta el mercado financiero no es un camino de rosas. Los
refugiados climáticos invaden Europa. Las multinacionales se resisten a cambiar
su método productivo. Murphy descubre que su número dos activó en su propio
ministerio una especie de terrorismo de Estado para fustigar a los grandes
contaminadores. A pesar del recelo inicial de los principales bancos centrales
del mundo, Mary Murphy consigue que la carboncoin sea una de las principales
monedas de un mundo. El planeta se salva.
El Ministerio para
la Transición Ecológica y el Reto Demográfico español, comparado al Ministerio
del Futuro, parece un inofensivo juguete. El Acuerdo de París, que está lejos
de cumplir sus objetivos, también.
De la receta sueca al plan Lula
Lo más similar que
ha existido a un Ministerio del Futuro fue el Ministerio para el Desarrollo
Estratégico y la Cooperación Nórdica de Suecia. En manos de Kristina Persson,
denominada la ministra del futuro, duró apenas catorce meses (de febrero de
2015 a abril de 2016). Bajo el lema Misión: El Futuro, el ministerio sueco
intentó lanzar propuestas de largo plazo. A cargo del ministerio, como apuntó
el gurú tecnológico Marc Vidal en un entusiasta texto, estaba “el diseño de las
respuestas estratégicas a las tensiones económicas y sociales vinculadas a los
avances tecnológicos, la globalización, la irrupción de una sociedad que no
necesita trabajar para vivir o cómo integrar la ética del desarrollo en la
forma de vida escandinava”. Vidal recomienda la incorporación de un Ministerio
del Futuro a cualquier ejecutivo para afrontar un “futuro líquido, flexible y
cambiante como el que nos espera”. Su receta: el Ministerio del Futuro debería
tener secretarías de Estado al más alto nivel, liderar la investigación basada
en la evidencia y coordinar la planificación de escenarios transversales a
otros ministerios.
La pandemia alteró
el presente. El optimismo inicial de los tiempos del confinamiento quedó atrás.
La postpandemia alejó futuros sostenibles. Anticipó futuros distópicos. Los
desajustes climáticos fustigan el planeta. La desigualdad aumenta. Los
refugiados climáticos ya son una realidad. Altos cargos europeos como Josep
Borrell, afirmando que Europa es un jardín y el resto del mundo es una jungla,
ponen en evidencia el colonialismo más tosco. La Amazonia desaparece devorada
por garimpeiros, ganaderos y multinacionales de la soja transgénica. Las
grandes potencias, en lugar de buscar soluciones, están volcadas en una absurda
guerra contra Rusia. El orden global estalló. Inflación. Escasez de alimentos.
¿Existe alguna salida al caos y colapso crecientes?
Nada más parecido a
un Ministerio del Futuro que un posible ministerio indígena brasileño
En El ministerio
del futuro, Stanley Robinson consigue dibujar horizontes, soluciones, mundos.
Las carboncoins provocan la casi extinción de los viajes en avión. Tatiana, una
alta diplomática del ministerio, está volcada en la creación de una nueva
religión de la Tierra en la que todos los habitantes sean familia y hermanos
universales. Una de las profecías del libro es el regreso de Lula al Gobierno
de Brasil. La izquierda lulista empuja un nuevo movimiento llamado Brasil
Limpio que abandona la exportación de petróleo y se compromete a la protección
de la Amazonia. “Los grupos indígenas de la Amazonia que habían contribuido
durante siglos a que la selva tropical neutralizara el dióxido de carbono” son
compensados con ingentes cantidades de carboncoins.
Hace unos meses,
Lula, que podría convertirse de nuevo en los próximos días en presidente de
Brasil, se comprometió a crear un ministerio de pueblos originarios. Y es en
este punto donde la ficción de El ministerio del futuro y la realidad mundial
pueden darse la mano más rápidamente. Nada más parecido a un Ministerio del
Futuro que un posible ministerio indígena brasileño. El futuro, excesivamente
asociado a innovaciones tecnológicas y gadgets, puede ser muy diferente a cómo
la humanidad lo ha imaginado. El futuro podría tener que ver con tecnologías y
saberes ancestrales. Con formas sostenibles de habitar el planeta. Con
cosmovisiones no productivistas. Con otra relación con el resto de especies
vegetales y animales.
Si existe un
candidato a ser ministro de los pueblos indígenas del gobierno Lula, ese no es
otro que Ailton Krenak. Transformado en un autor best seller gracias a títulos
como Ideas para adiar o fim do mundo (traducido al castellano por Prometeo
Libros), Krenak anima a que mantengamos “nuestras subjetividades, nuestras
visiones, nuestras poéticas de nuestra existencia”. Y acusa a cierta humanidad
zombi de ser incapaz de bailar, de cantar, de experimentar el placer de estar
vivo. “Pregonan el fin del mundo para que desistamos de nuestros propios
sueños”, escribe. La provocación de Krenak sobre atrasar el fin del mundo tiene
que ver con poder contar siempre otra historia: “Es una especie de tai chi.
Cuando sientas que el cielo está demasiado bajo, basta empujarlo y respirar”.
Después, llega una historia de otro futuro. De otro mundo, como el invocado por
Stanley Robinson, en el que “tener petróleo se convierte en una maldición de la
que hay librarse mediante un exorcismo”.
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