HISTORIA NEGRA DE LA FIFA
MARCOS PEREDA
El joven Albert se pone de portero porque su abuela le tiene prohibido jugar al fútbol y revisa cada noche con meticulosidad las suelas de sus zapatos. Si están gastadas le da una paliza, no van las cosas como para derrochar en calzado. El joven Albert es portero, y años después escribirá :"Todo lo que sé de la moral se lo debo al fútbol”. El joven Albert, el guardameta de la Universidad de Argel, el existencialista Camus, no pensaba en la FIFA cuando pronunció esta frase.
Seguramente durante
los últimos días ustedes han podido leer y escuchar historias sobre la FIFA que
darían para llenar una novela. Una negra, negrísima, con poderosos corruptos y
países adinerados rompiendo las reglas del juego. No se lleven las manos a la
cabeza, era vox populi que el máximo organismo del fútbol mundial funcionaba de
manera poco clara. Opaca, más bien. Y es que la FIFA es una asociación de
asociaciones, un mastodonte con poder casi infinito que aprovecha sus
prerrogativas para, entre otras cosas, poseer una justicia propia, unas normas
endogámicas que ellos mismos se encargan de aplicar y que destacan por su
arbitrariedad. Un sistema que lleva funcionando igual desde hace décadas…
Sin embargo,
analizar la historia de la institución puede hacer que relativicemos la importancia
de los últimos hechos. Sobornos, tráfico de influencias y nepotismos quedan
empañados por los pasados pecados de la FIFA. Y es que esta federación de
sueños en el campo carga sobre sus espaldas con un pasado truculento y
vergonzante. Un pasado que bien puede quedar definido por algunos de sus hitos
menos dignos. Dictaduras militares, xenofobia, sexismo… Bienvenidos a la
Historia negra de la FIFA.
Existe la tentación
de pensar que el fútbol, y con ello su máximo organismo, se pudrió con la
profesionalización excesiva, con la mercantilización de lo que ahora es un
producto y solo lejanamente parece deporte. Pero la idea es falsa. Ya en 1933
el uruguayo Petrone abandona la Fiorentina italiana, cansado del histrionismo
creciente de un fascismo que combinaba, cada vez con mayor efectividad, la
opereta y la violencia más cruel. A Petrone, uno de los mejores jugadores de la
época, le empezaban a mirar raro por ser extranjero, comenzaba a no sentirse a
gusto en un régimen que cada mañana reprimía una nueva libertad a golpe de ley.
Y se fue, claro, porque sobre todo era un ser humano. La respuesta de la FIFA,
en 1933, es fulminante. Después de un proceso que dura casi un año, le prohíbe
seguir jugando al fútbol, abocándole a la retirada. La causa era incumplimiento
de contrato. Petrone, autoridad mediante, debe abandonar el juego antes de
cumplir los treinta años. Años después la FIFA sanciona con un año de
suspensión a los húngaros Puskas, Czibor o Kócsis. ¿Su delito? No querer
regresar a un Budapest ocupado por las tropas soviéticas, que habían sofocado
la revolución de 1956 mientras los futbolistas estaban jugando un partido de
Copa de Europa en Bilbao. Años antes Kubala había perdido dos años de su vida
deportiva por protagonizar una acción parecida. Los acuerdos están para
cumplirse, el orden está para ser respetado. Aunque vuelen las balas, aunque el
orden sea opresión. Cuando en 1968 los deportistas franceses se suman a las
barricadas (con Raymond Kopa a la cabeza) para protestar por un sistema de
contratación que roza el régimen feudal, la FIFA vuelve a amenazar con
represalias. Era sistema viejo, conocido. Pero efectivo para imponer el orden.
Claro que la
Asociación, el tótem supremo del fútbol mundial, siempre tuvo más amistades
entre los poderosos que entre los pobres, siempre gustó más de los despachos
que del propio terreno de juego. Puede que el momento del gran cambio sea el
año 1974, cuando Jean-Marie Faustin de Godefroid Havelange, conocido como Joao,
conquistaba la presidencia de la FIFA, con sus ideas de mundializar el fútbol
y, sobre todo, atraer a nuevos inversores. Un hombre recto, autoritario, buen
amigo de Castelo Branco, de Garrastazu Médici, de Geisel. Van comprendiendo,
¿verdad? Un hombre que al ser preguntado por aquello que más placer le daba en
el fútbol respondió, impertérrito, que la disciplina.
Por supuesto, no
puede extrañar que semejante personaje celebrase alborozado el “éxito” del
Mundial de 1978, el de Videla, el que tanto recordaba a los Juegos Olímpicos de
Berlín. Como no puede extrañar que a ninguno de los mandatarios de la FIFA
desplazados a Buenos Aires se les pasase por la cabeza denunciar algunas de las
atrocidades que allí se estaban cometiendo, a pocos metros del Estadio
Monumental. Las pocas voces que se alzaron en contra (una de ellas la de Johan
Cruyff, que se negó a acudir a la cita) eran tachadas de racistas. “Ustedes
desde Europa juzgan las cosas sin saber”. La FIFA, desde el mundo, sabía. Pero
callaba, aun sabiendo.
Un año antes de ser
elegido presidente Havelange, en 1973, la FIFA autoriza y promueve otra de esas
astracanadas que serían bufonescas de no resultar trágicas. En aquel año la
URSS debe de enfrentarse a Chile por una plaza para jugar el Mundial del año
siguiente, el de Alemania Federal donde los anfitriones perdieron su histórico
duelo frente a los vecinos Orientales. Después de conocerse este emparejamiento
se produce el golpe de Estado del 11 de septiembre (sí, hubo un 11 de
septiembre antes del 11 de Septiembre) y los soviéticos se niegan a jugar frente
a la selección chilena, como protesta simbólica contra Pinochet. Qué importaba.
Al Estadio Nacional de Santiago saltaron los jugadores chilenos, que
gambetearon un rato como si jugasen contra un rival que realmente estaba en
Moscú, llegando incluso a marcar goles bien celebrados por su alborozada
hinchada. Por supuesto, Chile fue al Mundial. Por supuesto, la URSS fue
sancionada. Huelga decirlo, Havelange estaba complacido.
Curioso mundo este
del fútbol, que parece atraer a dictadores como moscas a la miel. La sensación
de poder, de victoria, el uso de los sentimientos para domeñar, o al menos
calmar, a las masas. Y es que ya se sabe que las ideas irracionales solamente
se pueden defender apelando al corazón, porque la misma razón es incapaz de
sostenerlas. Seguramente fue por eso por lo que Pinochet se hizo presidente de
Colo-Colo, el club con más aficionados de su país, y García Meza hizo lo propio
con el Wilstermann boliviano. Y hasta el mismo Médici posaba contento con los
jugadores brasileños tras la conquista del Mundial de 1970. “El fútbol es bueno
para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas”, dijo Vicente
Calderón, sempiterno presidente del Atlético de Madrid. “No he visto presos
políticos en Argentina, solo un país donde reina el orden”, dijo Berti Vogts,
capitán de Alemania, sobre la Copa del Mundo de 1978…
Tampoco se ha
contado la FIFA entre los más fervorosos defensores de la igualdad en el
deporte. En 1921 Epitácio Pessoa, presidente de Brasil, prohibió que la
selección alineara jugadores negros, y nadie dijo nada. En aquellos años Carlos
Alberto se blanqueaba la cara con polvos de arroz antes de saltar al campo,
mientras que otro brasileño, Friedenreich, se planchaba su rizado cabello de
ascendencia africana para intentar pasar desapercibido. No importaba, la FIFA
calla. Son problemas internos, justificaban. Algo que, vimos, no importaba para
intervenir en otras situaciones.
El fútbol femenino
también ha sido un olvidado para la FIFA, al menos hasta los últimos años, en
los que se ha procurado potenciar el Mundial con una venta conjunta de derechos
televisivos. Sin embargo, queda aún mucho camino hasta conseguir solamente un
mínimo reconocimiento. Algo que no debe de extrañar, si tenemos en cuenta que
Jules Rimet, el padre de la Copa del Mundo, el más longevo presidente de la
FIFA, era totalmente contrario a la incorporación de la mujer al deporte del
balón. “Ellas tienen otros deportes más recomendables, menos violentos”. El
Mundial femenino habría de nacer 71 años después que su homónimo de hombres.
Así que cuando lean
que la FIFA está salpicada de casos de corrupción, que algunos de sus miembros
aceptan sobornos para escoger tal o cual país en el que se ha de celebrar tal o
cual torneo, reflexionen sobre la historia de la institución. Y podrán darse
cuenta de quiénes son, realmente, los dueños del fútbol.
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