ERRORES PARA HACERSE PERDONAR (DE LAS CONSECUENCIAS NO DESEADAS DE LA ACCIÓN)
Juan
Carlos Monedero
Para M., que se le está poniendo el mundo un poco cuesta arriba
En 1856, Ema Bovary, enamorada del amor, midió mal la fuerza del patriarcado, envenenada de literatura y aburrimiento. Su diagnóstico defectuoso, al que contribuyó en buena manera su deseo, chocaba con el orden social y la egoísta tranquilidad masculina, expresada, entre otros, en el tedioso Charles Bovary. La cobardía de todos los que participaron de esa tragedia pueblerina impedía finalmente otro resultado que no fuera el suicidio. Obviamente, no podía ser sino Madame Bovary quien buscó la puerta de salida.
Moraleja: si te vas a enfrentar a un poder de verdad, ármate antes de autoestima que de argumentos.
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Las jóvenes
ecologistas que han lanzado una sopa Campbell -probablemente de tomate por el
contraste marrón encima de la acuarela amarilla- sobre Los girasoles de Van
Gogh, aunque no hayan dañado el cuadro, lejos de alertar sobre el problema del
consumo suicida de combustibles fósiles en el mundo, sólo han conseguido que se
hable de ellas y no del calentamiento global. Mal pensado. Tu reivindicación no
puede quedar oculta por tus actos.
La relación entre
Van Gogh, Los girasoles y las emisiones de CO2 no son evidentes para casi
nadie. No se ha hablado de Exxon, Shell, Petrochina, Chevron o British
Petroleum, sino del ataque innecesario al cuadro. No es sencillo justificar que
para señalar la maldad de las empresas petroleras haya que mancillar algo cuya
belleza convoca a la armonía y la esperanza.
A las obras de arte
las golpean perturbados con un cuchillo y ricachones con talonarios cuando las
convierten en mercancías especulativas equiparables al caché de los
futbolistas. No es extraño que quienes se han hecho eco de las razones de la
protesta hayan concluido que es un error, como no podía ser de otra manera, que
hacer una acción que tiene como objetivo que la gente se enfade por la
irracionalidad de la faena, en vez de ayudar a la causa reivindicada lo que
logra es dar alas a sus enemigos, enfríar a los tibios y dejar estupefactos a
los convencidos.
Moraleja: antes de
hacer algo que puede ser entendido como una memez, haz una consulta fuera de tu
entorno más íntimo.
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Pedro Sánchez,
creyendo que se había levantado esa mañana estratega mundial, entregó el Sáhara
a Marruecos -previa petición norteamericana-, pese a que la legalidad
internacional, Naciones Unidas, la tradición española, el derecho de los
pueblos y el sentido común geopolítico indicaban que había que hacer lo
contrario. El PSOE pensó que con ese regalo al sátrapa Mohamed VI iba a
solventar el problema de la migración ilegal, cerraba definitivamente el
reconocimiento marroquí de Ceuta y Melilla y España se iba a convertir en un
eje esencial del suministro de gas desde Argelia a Europa. Traicionar al pueblo
saharaui le pareció al presidente Pedro Sánchez y a su ministro de Asuntos
Exteriores, José Manuel Albares, un precio razonable, argumentando que el
conflicto con el Sáhara lleva decenios estancado y que las reivindicaciones
saharauis no son sino las reivindicaciones de un pueblo sin dinero, sin armas y
sin grandes apoyos más allá de la compasión que levantan los ojos de desierto
de sus niños sin casa y sin patria.
La realidad es que
Argelia se enfadó con España por el maltrato al pueblo saharaui, quebrando con
ruido de elefante en cacharrería el sueño del hub gasístico que iba a hacer de
España un espacio esencial en la reconfiguración de la Unión Europea; como no
podía ser de otra manera, Macron sigue poniendo todas las dificultades posibles
para que España no sea relevante en temas energéticos; muchos Gobiernos del
mundo han empezado a ver a España como un socio poco fiable porque toma
decisiones contrarias al derecho y al buen sentido. Es decir, porque han hecho
lo que no puede hacer la diplomacia, que es quebrar la continuidad de su
política exterior, como ya había pasado con el reconocimiento de Juan Guaidó,
un tipo que se autoproclamó presidente encargado de Venezuela en una plaza, en
un acto formalmente bastante más desguarnecido que la anexión colonial de zonas
de Ucrania realizadas por Putin, donde, por eso de las formas, hicieron un
paripé de referéndum.
Para cerrar el
desatino, Mohamed VI acaba de volver a reivindicar Ceuta y Melilla, al tiempo
que ha insultado a la jurisdicción española sobre las plazas –Marruecos "no
tiene fronteras terrestres con España" y Melilla "es un presidio
ocupado"-. Todo a la espera de que, envalentonado, el dictadorzuelo, ya
famoso por sus correrías en París y su ausencia de su país, vuelva a decir a
sus gendarmes mafiosos que dejen pasar a todos los marroquíes que quieran
entrar en Europa, igual que antes les invitó a asesinar a medio centenar de
subsaharianos cuando, por delegación española, tocaba impedirles saltar la
valla.
Moraleja: las
cesiones a los que carecen de límites solo debilitan tu posición; no quiebres
tu política exterior pretendiendo convencer a alguien que no permite la
democracia en su país porque terminará contaminando la democracia en el tuyo.
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Putin, como ya
había hecho en su día Sadam Hussein con Kuwait, pisó el palito que alguien le
puso. Pensó entonces que acabar con los ucranianos era como acabar con los
secesionistas chechenos. Un mal día decidió invadir Ucrania, no solo la parte
rusófona del este, sino que quiso llegar
hasta Kiev como una forma de decirle a su vecino y al mundo que son una
potencia militar a la que no se le puede desafiar.
Putin contaba con
la legitimidad de los errores de Ucrania y de la OTAN. Una, porque en 2014 se
dejó seducir por los cantos de sirena del Maidán y derribó al presidente
prorruso Víktor Yanukóvich jaleado por la Unión Europea. Desde 2014, Ucrania
está bombardeando civiles en el Donbás, mientras la hipócrita Europa no decía
nada. El otro gran error viene de la OTAN, la que bombardeó Yugoslavia tras la
caída de la URSS en 1991, y que, pese a las huecas promesas a Gorbachov, ha ido
extendiéndose al este con el fin de acorralar a Rusia, romper la continuidad
geográfica de Europa y preparar un probable conflicto norteamericano con China.
Ni Putin -ni casi
nadie- contaba con que Ucrania, ayudada por la UE y por los EEUU, iba a
aguantar la invasión, especialmente gracias al suministro inagotable de armas
por parte de los que jalearon en 2014 el Maidan. Tras algunos tímidos intentos,
nadie ha movido un dedo para buscar una solución diplomática y entre los dos
países rige una escalada donde a una barbaridad de uno le sigue una barbaridad
del otro. Que, por lo común, la pagan civiles.
Da igual que la
invasión sea un acto criminal y contrario a la legalidad internacional por
parte de Putin y da igual que el Gobierno de Ucrania haya cometido brutalidades
desde antes de la invasión. Da igual también que la OTAN quiera hacer con Rusia
lo que no permitió en Cuba en 1962. Lo relevante es que hay una escalada bélica
donde en los dos bandos hay armas nucleares. En los dos. Uno porque las tiene y
otro porque la OTAN responderá llegado el caso. Y solo se oyen tambores de
guerra y necios preocupados por ver si tus opiniones ameritan que estés con todos
los honores en alguno de los dos bandos.
Moraleja: la guerra
solo beneficia a los que venden armas, a los que tienen problemas internos y a
los que desprecian la democracia, de manera que todos los que defienden la
guerra en nombre de la democracia mienten y todos los que defienden la
democracia tienen que hacer todo lo que esté en su mano antes de autorizar
ninguna guerra.
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Funes tenía una
capacidad tan prodigiosa de recordar todo lo que pasaba que los que le conocían le llamaban, sin un
gran esfuerzo poético, Funes el Memorioso. Esa obsesión instantánea de recordar
lo que veía empezaba a ocuparle el cerebro con la repetición exacta en su
cabeza de todo lo que captaban sus sentidos, de manera que su inteligencia
empezó a habitar infinitos mundos donde se renovaban sucesos, matices,
movimientos, parones, ángulos y dimensiones. Ese cerebro memorialístico estaba
condenado al fragmento total, rememorando el detalle infinitesimal de una hoja
que crecía, el atardecer de un sol exhausto en el reflejo exacto de un tejado,
una ropa tendida que se mecía al viento del oeste; el quejido cadencioso de un
acto de amor quizá desatendido más allá del Atlántico...
Funes no pudo
aguantar tanta memoria y terminó tumbado en un jergón mirando al infinito.
Tanto recuerdo -esa gota de sudor empezando a brotar del poro, la lágrima
recorriendo la mejilla y estallando en el suelo dejando sobre él dibujos y
figuras imposibles, aquella nube cambiando su dibujo, el río en cada instante
diferente- le impedía atender a la cotidianeidad vulgar de la vida.
Moraleja: vivir es
aprender a olvidar sólo aquello que permita hacer de la existencia una vida que
merezca la pena ser vivida y a recordar justo aquello que camine hacia una vida
que merezca la pena ser vivida. Un buen diagnóstico que evite los errores
imperdonables, las consecuencias no deseadas de la acción, en un mundo donde la
gente decente está empezando a sentirse atenazada por tanta insensatez y corre
el riesgo de que se le paralice el sentir, el pensar y el hacer sin que venga
en su socorro ningún bálsamo.
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