LA VENGANZA DE LOS HOMBRES CON MIEDO
BEATRIZ GIMENO
Plácido Domingo durante la ovación recibida
hace unos días.
Se preguntaba el
otro día retóricamente la Ministra de Igualdad: "¿Por qué hay quienes necesitan aplaudir con estruendo
a un hombre que ha confesado haber abusado sexualmente de varias
mujeres?". La respuesta la sabemos todas: por venganza, ansiedad, miedo, ira.
Dice Marcela Lagarde que cuando el género se mueve todo se mueve y es una frase perfecta para explicar el efecto disruptor del feminismo. El feminismo lo mueve todo pero, especialmente, mueve lo profundo; mueve el cimiento de las subjetividades, mueve el suelo sobre el que pisamos, mueve lo que somos. Pero no lo hace de la misma manera para las mujeres y para los hombres. Son las mujeres las que mueven ese suelo para ser iguales, para cambiarlo todo: el imaginario simbólico, el lenguaje, el trabajo, la cultura, los comportamientos, las leyes, la manera en que nos relacionamos y la manera en que nos vemos y vemos a las otras/los otros. Y los hombres llevan siglos viéndose más grandes que las mujeres, y más importantes, y con derechos (privilegios) sobre nosotras.
Las mujeres
llevamos ya cientos de años luchando por ser iguales, pero en esta larga lucha
hay momentos de mayor efervescencia y momentos de asentar lo conquistado,
también hay momentos de reacción. Estamos en medio de un choque de trenes. Por
un lado una de las olas feministas más potentes; una que ha conseguido visibilizar la
enormidad de la violencia sexual que padecemos. Porque todas las mujeres la
padecemos: en casa, en el metro, en la calle, en la clase, en la familia, en un
parque, en la oficina…en todos esos sitios, en varios a la vez, en uno de
ellos. La posibilidad de imponer a las mujeres el propio deseo sexual en forma
de tocamientos, chantajes, piropos, violaciones, chistes, sexualización no
deseada…es uno de los privilegios masculinos más extendidos y muchos hombres
continúan haciendo uso de él. El feminismo ha puesto un freno a ese privilegio
cuando las mujeres tomaron la palabra y lo contaron públicamente.
Ningún grupo social
renuncia voluntariamente a un privilegio y menos aun cuando es un privilegio
justificado históricamente por la ciencia y la cultura. Muchos hombres están
enfadados por la fuerza del feminismo y sienten miedo y rabia y de esos hombres
surgen los "hombres blancos enfadados" de los que habla el sociólogo
Kimmel y que son una parte importante de la base social de la extrema derecha
en los últimos tiempos. Los hombres seguirán ejerciendo ese privilegio pero
puede que ya no puedan hacerlo impunemente; puede que estemos consiguiendo que
tengan que pagar un peaje, puede que estemos consiguiendo que tengan miedo a
ejercer lo que viven muchos de ellos casi como un derecho.
Lo que está en
disputa es el secular derecho masculino a imponer a las mujeres su propio deseo
de distintas maneras: mediante el piropo no deseado que nos llena de vergüenza,
mediante tocamientos que nos asquean, mediante la violencia sexual que nos
rompe por la mitad, mediante el abuso de poder que nos obliga a elegir contra
nuestro deseo, contra nosotras mismas. Para nosotras vergüenza, culpabilidad,
inseguridad, asco. Asco.
Estamos abatiendo
el privilegio. Estamos imponiendo la libertad de nuestros cuerpos y de nuestros
deseos. Aplaudir el otro día al abusador
no es más que un gesto ridículo de venganza contra las mujeres que lo quieren
cambiar todo; tratar de marcar territorio, aferrarse al privilegio, gritar que
no va a ser tan fácil. Es un gesto para convertir al abusador en un héroe y
así, en manada, poder sentirse fuertes. El patriarcado no va a caer de un día
para otro y la desigualdad sigue siendo inabarcable pero uno de sus más
importantes privilegios está tocado. Imponernos su deseo no les hace grandes y
ya tiene consecuencias sociales y penales. Puede que Plácido Domingo escuchara
una ovación el otro día, pero que no se engañe; para la historia siempre será
un hombre que se aprovechó del poder que tenía para chantajear y violentar a
mujeres que no sentían por él más que asco. Nunca será un gran hombre por mucho
que otros, asustados, le aplaudan. Los aplausos duran lo que un suspiro, pero
la historia es muy larga.
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