MUJERES, RAZA, CLASE Y ROCÍO MONASTERIO
MARGA FERRÉ
Angela Davis, en una imagen de archivo. WIKIPEDIA
"¡Lo vamos a deportar!", atronó la voz de Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid, amenazando al diputado de Unidas Podemos Serigne Mbayé. Oigo a la diputada de Vox y sé que está yendo más allá de las violencias simbólicas (esas que señalan, estereotipan, amenazan y anticipan la violencia real), ya que detecto también en su voz una violencia silenciadora, es decir, una orden, que en forma de eco, de reminiscencia, actúa en mi cerebro como la magdalena de Proust y me transporta a otro sitio, a una hacienda azucarera de la costa sur de Cuba, propiedad de la familia Monasterio antes de que Fidel mandara parar. En el tono de su señoría me resuena el eco de la voz del capataz.
Lo único bueno de
la extrema derecha es que desvelan sin tapujos su racismo, machismo y su
profundo clasismo y creo que lo hacen porque ellos sí que entienden, y por lo
tanto sintetizan fácilmente, que racismo, patriarcado y clasismo son, en el
fondo, lo mismo. O al menos tienen una misma causa: son formas de
discriminación, constructos culturales, que pretenden degradar a un grupo de
seres humanos para explotarlos más y con menos resistencias.
Me resulta tan
obvio que a veces me sigue sorprendiendo la naturalidad con la que se acepta la
intencionada separación de estas tres esferas de dominación. No pretendo dar
lecciones, pero sí recomendar lecturas a aquellos que creen que el feminismo,
el antirracismo y defender a la clase trabajadora son espacios en competencia.
A mi juicio, un error fatal en tiempos en que el capitalismo se está
reinventando y refinando formas de acumulación y lo está haciendo sobre las
partes más vulnerables de la cadena: mujeres, jóvenes precarios y personas racializadas.
Puede que me
equivoque, pero no me parece casual que en los últimos años las olas de
protesta más importantes y masivas en occidente sean el movimiento feminista
(desde Argentina a Polonia) y el antirracista Black Lives Matter y su enorme
ola de simpatía, a pesar de haber protagonizado los mayores disturbios raciales
en EEUU desde los años 60. No es casual. El capitalismo sale de esta crisis con
más precarización de las vidas con menos derechos y, como es lógico, éstas se
rebelan, hartas, de muy distintas formas.
Por eso rescato un
libro escrito hace 40 años, Mujeres, raza y clase, de Angela Davis, que, desde
un análisis de las luchas del pasado en su país (EEUU), parece anticipar el
presente y darnos una pista para el futuro. Davis analiza la historia de las
luchas abolicionistas contra la esclavitud, la sufragista por el derecho al
voto de las mujeres y las de la clase obrera estadounidense, en un momento en
que confluyeron en el tiempo. Extraigo y comparto dos lecciones hermosas que
encuentro en el texto, por si les son útiles:
A pesar de los
desencuentros e incluso firmes oposiciones entre sí (sufragistas que creían que
la causa abolicionista era secundaria, abolicionistas de la esclavitud firmes
defensores de la explotación capitalista del trabajo o trabajadores que creían
que la lucha de las mujeres debilitaban sus posiciones), Angela Davis se
encarga de encontrar y destacar las muchas veces que esto no fue así,
rescatando y volviendo audibles las voces de los y las que nunca "cayeron en
la trampa ideológica de insistir en que una causa era absolutamente más
importante que la otra".
De los muchos
ejemplos de esta trasversalidad de acciones, Davis concluye con un "pudo
haber sido", no basado en un deseo, sino en la posibilidad real de haber
sido más fuertes si se hubiera cimentado: "Una alianza que englobara a las
fuerzas del trabajo, a las personas negras y a las mujeres. Si, como dijo Karl
Marx, la fuerza del trabajo en una piel blanca nunca podrá ser libre mientras
la fuerza del trabajo en una piel negra esté marcada con hierro candente, las
luchas democráticas de aquella época -especialmente la lucha por la igualdad de
las mujeres- podían haberse librado más efectivamente asociándose a la lucha
por la liberación negra". Tomemos nota.
Pero quizá la más
bella lección del análisis histórico de Angela Davis sea algo que sabe
cualquier activista, que trabajar en alianza con otros es, ante todo, un
aprendizaje que nos mejora: "El hecho de trabajar dentro del movimiento
abolicionista hizo que las mujeres blancas conocieran la naturaleza de la
opresión de los seres humanos y este proceso de aprendizaje también les
permitió extraer importantes lecciones acerca de su propia subyugación".
Defender la
interseccionalidad, la mezcla, la alianza, la mirada compartida nos hará más
útiles y, sobre todo, nos puede ayudar a entender por qué la narrativa
neoliberal contemporánea se empeña, con bastante éxito, en hacernos creer que
basta con una correcta actitud moral individual para no sentirnos apelados como
sociedad racista, machista y explotadora. Vuelvo a Monasterio para
ejemplificarlo: el problema del racismo en nuestra civilizada Europa no son las
peroratas de la extrema derecha, el problema es la Frontex.
No se confundan,
aplaudo la diversidad de luchas y que cada uno y cada una elija la que más le
afecte o más le indigne -la profusión de luchas es increíblemente diversa,
tanto como las injusticias que combaten-. En lo que insisto, utilizando a
Davis, es en miradas integradoras y actitudes solidarias. ¿Por bondad? No,
porque nos hace más fuertes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario