LOS MACHOTES DE LA UEFA
DAVID TORRES
Jugadores de la selección de Hungría durante un entrenamiento.- EFE
A estas alturas del milenio el fútbol está quedando como el armario más grande del planeta, un armario con césped, gradas, focos, muchedumbres y muchas, muchas pelotas. Tan tremenda es la homofobia en el deporte rey que la UEFA rechazó la propuesta de iluminación arcoiris del Allianz Arena durante el encuentro entre las selecciones de Alemania y Hungría a petición del alcalde de Munich, Dieter Reiter. Los directivos de la UEFA se escudan en que el mensaje de los colorines podría molestar a los jugadores y seguidores húngaros, ya que en Hungría la homofobia está tan extendida que hasta han prohibido que se hable de homosexualidad en los colegios. En Hungría (y en la UEFA) siguen a rajatabla el dictado de aquel mexicano que bramaba: "¡En mi pueblo somos todos muy machos!" Y entonces otro mexicano le respondía: "Ah, pues en mi pueblo somos la mitad machos y la mitad hembras y no vea lo bien que lo pasamos".
Resulta casi
admirable la cabezonería y la carcundia que siguen imperando hoy día en el
fútbol, incluso dentro del ámbito del deporte profesional, la sección
internacional de Ikea dedicada a los armarios. No hay muchos ejemplos de
deportistas que hayan declarado abiertamente su homosexualidad, pero
futbolistas se pueden contar con los dedos de una mano y sobran dedos. Mucho
antes de que los púgiles Orlando Cruz o Yusaf Mack salieran del armario, en la
década de los veinte, Panamá Al Brown fue campeón del mundo del peso gallo
siete años seguidos bebiendo una botella de champán diaria, escribiendo poemas,
enviando a planchar sus camisas a Londres, saliendo de juerga del brazo de Jean
Cocteau y bailando claqué. La homosexualidad era lo de menos para un hijo de
esclavos de raza negra, opiómano, ludópata, sifilítico y tuberculoso, que murió
igual que vino al mundo: sin un céntimo en el bolsillo.
En deportes harto
más bravíos y duros que el fútbol, el boxeo, el rugby o el fútbol americano,
hay casos de jugadores que se han atrevido a proclamar su sexualidad. Keegan
Hirst, un pilier de rugby inglés, aseguraba cumplir todos los tópicos del macho
-esposo, albañil, portero, obrero industrial- hasta que decidió confesar la
verdad. Dan Palmer, un jugador de la selección de rugby australiana, dijo que
había fantaseado con el suicidio antes de hacer pública su condición. Los futbolistas
Liam Davis y Thomas Hitlzsperger se convirtieron en estandartes del outing,
aunque el alemán lo hizo tras abandonar la cancha de juego, quizá recordando el
martirio de Justin Fashanu, el primer jugador negro cuyo traspaso al Notthingam
Forest alcanzó el millón de libras en la Premier League. Cuando en 1990, en una
entrevista en The Sun, admitió que era gay y que había tenido un romance con un
parlamentario conservador, sus compañeros le hicieron el vacío, su hermano lo
repudió y los entrenadores se negaban a dejarle jugar. Fashanu acabó por
retirarse del fútbol y la campaña de desprestigio culminó con su ahorcamiento
en un garaje abandonado en Londres y una carta en la que pedía perdón.
De una organización
tan ridícula como la UEFA, con altos directivos implicados en interminables
casos de corrupción, escándalos y sobornos, puede esperarse cualquier cosa
excepto un poco de sensatez. Hace sólo dos días saltó la noticia de que estaban
estudiando aplicar una posible sanción al guardameta alemán Manuel Neuer por
lucir un brazalete arcoiris durante un partido en defensa de la comunidad
LGTBI. En Munich, a pesar de la prohibición de la UEFA de bañar el estadio
Allianz Arena con los colores de la bandera gay, el alcalde ha decidido subir
las apuestas alumbrando con el mismo símbolo luminoso el ayuntamiento, una
noria y la torre de comunicaciones, una iniciativa que será secundada por
varios estadios de fútbol en todo el territorio alemán. Hasta en Hungría se van
a enterar.
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