jueves, 24 de junio de 2021

LOS MACHOTES DE LA UEFA

 

LOS MACHOTES DE LA UEFA

DAVID TORRES

Jugadores de la selección de Hungría durante un entrenamiento.- EFE

A estas alturas del milenio el fútbol está quedando como el armario más grande del planeta, un armario con césped, gradas, focos, muchedumbres y muchas, muchas pelotas. Tan tremenda es la homofobia en el deporte rey que la UEFA rechazó la propuesta de iluminación arcoiris del Allianz Arena durante el encuentro entre las selecciones de Alemania y Hungría a petición del alcalde de Munich, Dieter Reiter. Los directivos de la UEFA se escudan en que el mensaje de los colorines podría molestar a los jugadores y seguidores húngaros, ya que en Hungría la homofobia está tan extendida que hasta han prohibido que se hable de homosexualidad en los colegios. En Hungría (y en la UEFA) siguen a rajatabla el dictado de aquel mexicano que bramaba: "¡En mi pueblo somos todos muy machos!" Y entonces otro mexicano le respondía: "Ah, pues en mi pueblo somos la mitad machos y la mitad hembras y no vea lo bien que lo pasamos".

 

Resulta casi admirable la cabezonería y la carcundia que siguen imperando hoy día en el fútbol, incluso dentro del ámbito del deporte profesional, la sección internacional de Ikea dedicada a los armarios. No hay muchos ejemplos de deportistas que hayan declarado abiertamente su homosexualidad, pero futbolistas se pueden contar con los dedos de una mano y sobran dedos. Mucho antes de que los púgiles Orlando Cruz o Yusaf Mack salieran del armario, en la década de los veinte, Panamá Al Brown fue campeón del mundo del peso gallo siete años seguidos bebiendo una botella de champán diaria, escribiendo poemas, enviando a planchar sus camisas a Londres, saliendo de juerga del brazo de Jean Cocteau y bailando claqué. La homosexualidad era lo de menos para un hijo de esclavos de raza negra, opiómano, ludópata, sifilítico y tuberculoso, que murió igual que vino al mundo: sin un céntimo en el bolsillo.

 

En deportes harto más bravíos y duros que el fútbol, el boxeo, el rugby o el fútbol americano, hay casos de jugadores que se han atrevido a proclamar su sexualidad. Keegan Hirst, un pilier de rugby inglés, aseguraba cumplir todos los tópicos del macho -esposo, albañil, portero, obrero industrial- hasta que decidió confesar la verdad. Dan Palmer, un jugador de la selección de rugby australiana, dijo que había fantaseado con el suicidio antes de hacer pública su condición. Los futbolistas Liam Davis y Thomas Hitlzsperger se convirtieron en estandartes del outing, aunque el alemán lo hizo tras abandonar la cancha de juego, quizá recordando el martirio de Justin Fashanu, el primer jugador negro cuyo traspaso al Notthingam Forest alcanzó el millón de libras en la Premier League. Cuando en 1990, en una entrevista en The Sun, admitió que era gay y que había tenido un romance con un parlamentario conservador, sus compañeros le hicieron el vacío, su hermano lo repudió y los entrenadores se negaban a dejarle jugar. Fashanu acabó por retirarse del fútbol y la campaña de desprestigio culminó con su ahorcamiento en un garaje abandonado en Londres y una carta en la que pedía perdón.

 

De una organización tan ridícula como la UEFA, con altos directivos implicados en interminables casos de corrupción, escándalos y sobornos, puede esperarse cualquier cosa excepto un poco de sensatez. Hace sólo dos días saltó la noticia de que estaban estudiando aplicar una posible sanción al guardameta alemán Manuel Neuer por lucir un brazalete arcoiris durante un partido en defensa de la comunidad LGTBI. En Munich, a pesar de la prohibición de la UEFA de bañar el estadio Allianz Arena con los colores de la bandera gay, el alcalde ha decidido subir las apuestas alumbrando con el mismo símbolo luminoso el ayuntamiento, una noria y la torre de comunicaciones, una iniciativa que será secundada por varios estadios de fútbol en todo el territorio alemán. Hasta en Hungría se van a enterar.


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