. EL SÍNDROME DEL MOSTACHO VACÍO
JUAN LOSA
José María Aznar, en el acto organizado por el Instituto Atlántico de
Gobierno.
La ciudad torrefacta no da tregua. Villa-libre de Madrid devino en una suerte de hornillo y sus moradores, siempre tan sufridos, deambulan a la caza de alguna sombra donde sudar plácidamente sus bebidas bajas en sodio. O sus zumos de papaya, o lo que puñetas fuera aquel líquido parduzco que un exahusto y transpirante runner, entregado a la épica, tuvo a bien rociarse sobre el pelamen para, posteriormente, sacudir la cabesa a la manera de un perrete mojado, desencadenando lo que viene siendo un infausto chirimiri isotónico en rededor. Siendo la señora del caniche y servidor, cada uno en sus quehaceres pero ambos bajo la misma sombra del mismo platanero, los principales destinatarios del azaroso chorrete atlético.
Escribió Cortázar
que el azar y la poesía (que vienen a ser lo mismo) velan siempre por nosotros.
Como si en el misterio que entrañan anidara una suerte de salvación. Me acordé
de la frase tras el salpicón. También de los parientes cercanos del corredor.
Lo hice casi en silencio, como lo haría Aznar, con rostro hierático, musitando
un odio legendario sin apenas mover los labios, sepultados bajo el peso de su
mostacho castellano, un mostacho que ya no está ni se le espera pero que
permanece indeleble en nuestro imaginario; el síndrome del mostacho vacío, creo
que le llaman. No así la señora del caniche, que tuvo a bien blasfemar de viva
voz con ánimo recobrado tras año y pico de bozal, recreándose en cada
fricativa, percutiendo las palatales hasta articular un rotundo hi-jo-de-pu-ta.
El caso es que han
vuelto las bocas. Con o sin mostacho. Han vuelto. Ahora ya depende de lo que
cada usuario considere hacer con ellas. Puede usted blasfemar con solvencia.
Puede silbar, morder o bostezar. Puede abjurar de sus errores o suplicar un
poco de afecto. Puede también besar, siempre que disponga de un beneficiario,
porque besar el vacío es tontería o pura lascivia. Puede declamar movidas
subido a una silla o entregarse al gargarismo. Puede chuparse un meñique,
mamarse sin motivo o llevar a cabo intrincados ejercicios retóricos. Puede
incluso convertir el elogio a una presidenta en un escupidero de rencor y
ponzoña. Puede también mantenerla cerrada si lo que usted barrunta es insalubre
o se encuentra en mal estado. No lo descarte.
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