EL HILO NEGRO DE ROCÍO MONASTERIO
ANTONIO MAESTRE
No tenía una granja en África al pie de las colinas del Ngong, pero su familia era dueña de ingenios azucareros en una época en la que en Cuba las grandes fortunas se forjaban con esclavos, explotación o favores de un dictador. Un pasado colonial que añoran los de su estirpe y que les proporcionaba réditos incontables hasta que llegó Fidel Castro en 1959 y mandó parar. El rencor de clase aún le dura a Rocío Monasterio. Aquel ático amplio y lujoso de La Habana en Calzada y 13 en el que se daban fiestas de pompa en una calle que desembocaba en el Malecón y donde soñaba con emular a su abuelo como latifundista ya no es de su familia. Nunca lo pudo disfrutar. Se lo expropiaron tras el triunfo de la Revolución de los barbudos tras tantos años de enriquecimiento creyendo que podrían también enriquecerse con los nuevos gobernantes como hicieron con los anteriores. Pobre Rocío, les quitaron sus privilegios y aún no lo ha digerido. Ese pensamiento colonial no se le ha quitado aún de la cabeza y teje su red negra de prejuicios contra las minorías anclada en aquel odio de clase que aspira a convertir nuevamente en hegemonía y poder.
La saga de los
Monasterio y los Gutiérrez Falla eran unos terratenientes de Cienfuegos que
poseían la central Manuelita lograda, forjada y afianzada durante las
dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. Les quitaron sus colonias y
fuerza humana de enriquecimiento y eso no lo perdonan aquellos acostumbrados a
tejer esa tupida red de intereses y explotación. Por eso se reconocen entre
ellos y acaban sumando fuerzas allá donde anidan expulsados por los que se
atrevieron para intentar devolverles el golpe. De los Monasterio a los Tertsch
rumiando la ira por haber probado las mieles de la derrota por una vez en la
historia, una sensación a la que las de su clase no están acostumbradas y no
van a perdonar a los nadie.
Los Tertsch saben
también lo que es tener el pensamiento colonialista anclado en la conformación
familiar y en el legado de un pensamiento reaccionario que considera a los
inmigrantes poco más que legatarios de la fuerza de obra esclava. Los Valle de
Lersundi, familia materna del eurodiputado de Vox, tenían vínculos de labor con
los Monasterio y los Falla en la Cuba que explotaba a los traídos encadenados
de África. La marquesa de Guaimaro, madre de Hermann Tertstch, era la
depositaria de un título proveniente de los Del Valle Lersundi e Iznaga, una
familia rica criolla de la región central de Cuba en los siglos XVIII y XIX,
propietarios de una importante industria azucarera. En la Ruta del Esclavo en
el Valle de los Ingenios aún puede visitarse el Ingenio Guaimaro, que fuera
propiedad de los antepasados de Tertsch, y que en el año 1830 tenía a su
disposición unos 300 esclavos para los que se construyó un poblado de Bohios.
En la misma ruta para turistas puede visitarse la Torre Manaca-Iznaga, de 43 m
de altura, que servía para llamar a los esclavos a la labor y como punto de
vigía de su correcto proceder.
El hilo negro que
teje la trampa para los que consideran solo fuerza de trabajo y ciudadanos de
segunda a los inmigrantes no solo se construye con relaciones de interés, sino
también con palabras, discursos, relatos, odio y actuaciones. Una madeja que va
deshilachándose a través del rencor y el odio al diferente y que acaba
concretándose en acciones más allá de sus directas responsabilidades, pero a
las que contribuyen estableciendo un clima de opinión propicio para la
legitimación de actuaciones violentas. Una visita a un centro de menores no
acompañados para señalarlos, un cartel criminalizándolos, una granada que vuela
sobre la valla que rodea el centro... son diferentes responsabilidades pero el
mismo problema. El exmilitar que asesina a Youssef al grito de ''aquí no queremos
moros'' y el paseo voxiano por Ceuta están unidos por ese hilo negro que se
tejió en Cuba con trabajo esclavo. Forman parte del mismo telar, un tejido
cosido con el mismo patrón de pensamiento intolerante y supremacista que
considera que Serigne Mbaye solo es un negro que tendría que servir sin
levantar la voz.
Rocío Monasterio
odia a Serigne Mbaye precisamente por eso. Porque le recuerda el privilegio
perdido y le hace rememorar el momento en el que sus familias claudicaron. La
dama de azúcar no soporta que se perdiera el orden natural racista en el que
los negros recogían caña para forjar fardos con los que construir sus áticos en
el Malecón. Su presencia en la Asamblea es un elogio de la resistencia que hace
rechiñar los dientes de los herederos del dulce elixir caribeño. Porque su puño
senegalés en alto es un símbolo de todo aquello que los terratenientes
azucareros perdieron al llegar el anhelo de justicia e igualdad. Serigne Mbaye
es la memoria presente del África expoliada, alma resiliente de los negros que
llegaron a Cuba para ser esclavizados y que con su sangre construyeron las
fortunas de los herederos que ahora rabian al ver su tez morena, curtida y
valiente gritándoles con su presencia para decirles que también aquí se les
acabará la diversión y les harán parar.
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