TOMA EL DINERO Y VUELA
Los
parques eólicos, la pantalla verde para el
negocio
del expolio de siempre
XOSÉ MANUEL PEREIRO
Primero, en los años 50 y 60, fueron los valles. Aquellos pantanos que inauguraba Franco, en cuya construcción todavía se emplearon presos políticos como mano de obra. Las aguas embalsadas cubrieron decenas de miles de hectáreas de la tierra más fértil, pagada a precios de desierto, y hasta pueblos enteros. Millares de personas tuvieron que mudarse. Mientras las grandes turbinas producían energía, en su entorno cientos de aldeas carecían de luz eléctrica. A finales de los 70 fue el turno de los enormes yacimientos de lignito. Más gente sin casa y con sus tierras convertidas en un enorme cráter. La de los 90 fue la década de sacarle rendimiento a los ríos menores y la oportunidad de hacer una pequeña fortuna de los no-tan-ricos (alcaldes, altos cargos, empresarios medianos tirando a grandes, primos y cuñados de todos ellos) a base de construir minicentrales. En marzo de este año, el Registro de Instalaciones de Producción de Energía Eléctrica contabilizaba en Galicia dos plantas térmicas (ya condenadas), 40 grandes centrales y 94 minis. Pero ahora el dinero, como el amor en la canción que cantaba Tom Jones, está en el aire. En los molinos de viento.
La ventaja de los
parques eólicos es que la construcción es más económica, no hay que respetar
caudales ecológicos para que los ríos sigan siendo, en lo posible, ríos y,
sobre todo, evitan esas escenas de señoras de luto enfrentándose a la guardia
civil a paraguazos. No hay que echar a nadie. Los indígenas pueden seguir en
sus casas, aunque con la sensación auditiva de tener por ahí en algún sitio una
lavadora centrifugando y la presencia visual de un ventilador de hasta 200
metros de alto (la Torre Eiffel tiene 300) a tan solo 300 metros de casa.
Galicia es, después
de Castilla y León, la comunidad más generadora de energía eólica: entre las
dos aportan casi la mitad de los 55 Gigavatios hora que se produjeron en España
en 2020
Galicia fue de las
comunidades pioneras en aprovechamiento eólico y es una de las zonas con más
potencial, ya que no deja de ser un rompeolas en el Atlántico. Los primeros
molinos se instalaron en Estaca de Bares en 1988. Hasta 1995 no hubo normativa
alguna e incluso después los parques siguieron instalándose por el mismo
sistema que los buscadores de oro en el Oeste: presentando una solicitud
indicando en qué sitio querían plantar los molinos y qué potencia pretendían
obtener. El primer plan sectorial (Plan Sectorial Eólico de Galicia, PSEG), que
se aprobó en 1997, permitía el aprovechamiento del 21% del territorio gallego,
más de 600.000 hectáreas. Pero ya estaban “plantadas” casi 500.000. Una
modificación del PSEG que hizo en 2002 el Gobierno de Manuel Fraga permitía las
instalaciones en tierras de la Red Natura, porque se consideraba que los
valores ambientales no se veían afectados. Una modificación posterior ampliaba
los cotos de caza a los lugares de alto valor paisajístico. Los ventiladores no
solo eran compatibles con aquellos marcos incomparables que vendía Fraga cuando
era el responsable franquista de Turismo, sino “una seña de identidad de la
Galicia del futuro”, rezaba el decreto.
Aunque la
proliferación de macroaerogeneradores no es precisamente específica de Galicia
y amenaza a toda la cornisa cantábrica, lo de la “seña de identidad” que decía
el exministro convertido en presidente autonómico ha resultado ser una profecía
que sus sucesores se han encargado de cumplir. Con creces. En 2019, se
contabilizaban 4.026 aerogeneradores, agrupados en 180 parques, según el
Observatorio Eólico de Galicia, (OEGA, dependiente de la Universidad de Vigo).
Galicia es, después de Castilla y León (la web de Red Eléctrica de España no me
dejará mentir), la comunidad más generadora de energía eólica: entre las dos
aportan casi la mitad de los 55 Gigavatios hora (GWh) que se produjeron en
España en 2020, una cantidad similar a la de origen nuclear. En lo que llevamos
de año, el viento gana por goleada al átomo. Las fuentes de energía renovables
tienden en el sistema nacional o peninsular a converger con las no renovables:
el 46% frente al 54% el año pasado. En Galicia esa era la proporción en 2017.
En 2020 fue de 75,6% de origen renovable (aquí se incluye la hidráulica, por
cierto) y el 24,4% no renovable. Esa es la otra enorme ventaja de la eólica:
tiene buena imagen, es renovable y “verde”. Incluso dicen que contribuye a
fijar población en la traída y llevada España vaciada, esa que todos añoran,
pero a la que nadie se muda. Parece algo casi diseñado para cumplir todos los
criterios para la obtención de los fondos Next Generation.
Fuente: Red Eléctrica
de España
Entonces, ¿por qué
decenas y decenas de colectivos vecinales, las grandes organizaciones
ecologistas y las que se montan exprofeso, grupos de montañeros y asociaciones
culturales de distintas zonas del rural están en guerra contra el despliegue de
parques? La explicación corta es, por una parte, porque se avecina un futuro
inmediato con un ventilador en todos y cada uno de los montes y, por otra y,
sobre todo, porque es, simple y llanamente, un expolio.
Un monte, un molino
En cuanto al número
de aerogeneradores previstos, como dijo aquella autoridad hablando del petróleo
derramado por el Prestige (autoridad hoy sentada en el Consejo de
Administración de Red Eléctrica), hay una cifra clara, y es que la cantidad no
se sabe. “No lo sabe ni la Administración. De hecho, creo que están pensando
crear una comisión conjunta entre el Ministerio y la Consellería de Industria
para echar las cuentas. Porque todo pasa en el oscurantismo más absoluto”, dice
Leandro del Río, un arquitecto miembro de la plataforma Salvemos a Comarca de
Ordes. Sobre esta zona, a medio camino de los 60 kilómetros que separan A
Coruña de Santiago (y en la que se ubica una central térmica y uno de los
principales nodos de energía eléctrica del norte de Galicia) planea un rosario
de parques que sumarían casi medio centenar de kilómetros. En la Costa da
Morte, que en la actualidad cuenta con 34 parques activos (600
aerogeneradores), están en fase de tramitación otros 24 y hay 15 solicitudes
pendientes más. Al lado, en la comarca de Bergantiños, una de las de mayor
producción forestal, hay dos parques que suman 59 km.
En el mapa del
Rexistro Eólico de Galicia, los puntos que indican proyectos o solicitudes
configuran una imagen que parece un rostro adolescente con acné severo
No solo son esos, ni mucho menos. En el mapa del Rexistro Eólico de Galicia, los puntos que indican proyectos o solicitudes configuran una imagen que parece un rostro adolescente con acné severo. Y tan solo aparecen los que dependen de la Administración autonómica, los que tienen menos de 50 Megawatios. Claro que, si tienen más de 50, y no conviene que el proyecto pase a la jurisdicción del Ministerio, al parecer más estricta, siempre queda el recurso de presentar los proyectos fraccionados, como las urbanizaciones de adosados. Ya hay sentencias del Tribunal Superior de Galicia declarando ilegal el método.
Aunque hay quien
afirma que la norma sobre la que se sostiene todo el sistema, la de 2008 que
desarrollaba aquel Plan Sectorial de 1997, es de hecho ilegal. “Además de que
va contra la Ley de Medio Ambiente de 2013, el Plan Sectorial nunca fue
publicado en el Diario Oficial de Galicia. Se publicaron las sucesivas
modificaciones normativas, pero no el plan. Hoy en día, un ciudadano no tiene
forma de saber cuántos parques eólicos están previstos para su municipio, o
para su parroquia”, asegura Ana Varela, abogada de la asociación ecologista
Petón do Lobo. “Se entera cuando aparecen por casa los agentes de las empresas,
esgrimiendo la expropiación como arma, gracias a que los parques eólicos han
sido declarados de utilidad pública”, según Varela.
Los sucesivos
cambios en la norma “han reducido la distancia mínima entre aerogeneradores y
viviendas desde los 500 a los 300 metros, también han simplificación el proceso
de tramitación e incluso se admite el silencio administrativo positivo en
algunos pasos”, dice Del Río.
Hay otros cambios.
Los montes comunales (ni públicos, ni privados: propiedad de la comunidad de
vecinos que reside habitualmente en la zona) constituyen la cuarta parte de
toda la superficie de Galicia. 700.000 hectáreas que gestionan 2.800
comunidades de montes. La página web de la Xunta asegura que “esta figura no
solo tiene importancia como una señal de identidad y de la cultura de nuestro País,
sino también como un claro indicador económico y productivo […] el Gobierno
gallego quiere ser un aliado de las comunidades de montes a la hora de valorar
el monte como elemento de generación de riqueza […] aprovechamiento forestal,
ganadero, frutos del bosque, zonas recreativas …”. Sin embargo, hasta la
promulgación de la Ley de fomento de la implantación de iniciativas
empresariales de 2017 (conocida como Ley de Depredación, por sus medidas
desregularizadoras), “el monte comunal era prevalente, desde entonces
prevalecen los proyectos eólicos”, lamenta Del Río.
A la hora de situar
los parques, las empresas promotoras no parecen tener más consideraciones que
la cantidad y frecuencia del viento. La multinacional Greenalia (que ha tenido
el acierto de incorporar como directora de Desarrollo Corporativo y
Sostenibilidad a la ex conselleira de Medio Ambiente, Beatriz Mato, y la acaba
de sentar en su consejo de administración) proyectó seis parques eólicos con 40
aerogeneradores en la zona de Betanzos, pero no reparó que allí donde pretendía
levantarlos, en el Monte do Gato, existe un castillo de la Edad Media, la Torre
de Teodomiro, que está catalogado como bien de interés cultural (BIC) e incluso
figura en el PGOM del ayuntamiento de Aranga. El proyecto de Green Capital
Power (una de las sociedades más activas, propiedad de Jesús Martí Buezas,
exyerno de Florentino Pérez) de instalar 20 aerogeneradores de 125 metros en
los montes de Lalín mencionaba de pasada la “aldea deshabitada” de Santón, lo
que constituyó, cuando se enteraron, toda una sorpresa para los vecinos de
Santón, que no son muchos –poco más de una docena– pero son y están.
Que el mirador de A
Gurita, en Ponteceso sea, como dice el percebeiro y escritor Suso Lista, “el
único desde el que se ven todos los faros de la Costa da Morte, desde la Torre
de Hércules hasta Cabo Vilán” no impidió que allí plantaran una de las torres
de los macrogeneradores. O el monte Iribio. Está en la entrada a Galicia del
Camino de Santiago y es una atalaya desde la que se ve todo el sur de la
provincia de Lugo. “Es, por supuesto, zona Red Natura, de protección del oso
pardo y de águila real y allí están localizados desde monumentos megalíticos a
‘neveiros’, construcciones de la época romana que se utilizaban para conservar
la nieve”, detalla Nery Díaz, que se enteró en mayo de 2019 de que iban a
convertir aquello en un parque eólico. “Empezamos a organizar caminatas para
dar a conocer la zona, y cada vez se implicó más gente. Imprimimos carteles,
repartíamos folletos a los peregrinos. El logotipo de ‘Salvemos o Iribio’
estaba por todas partes”. Además de la presión social, los argumentos legales
consiguieron, en octubre de 2019, que el Tribunal Superior decretase la
paralización cautelar de las obras. “Y aun así, siguieron, y tuvimos que pedir
que se ejecutara la sentencia”, recuerda Nery Díaz.
Salvemos o Iribio
es uno más de las decenas de colectivos que surgen en contra de los parques.
Tantos que hay tres coordinadoras: la Plataforma por un Rural Vivo (diez
asociaciones), Rede Galega Stop Eólicos (treinta) y la Coordinadora Bergantiñá
pola Defensa da Terra (ocho). “Trabajamos en cooperación, como una bandada de
estorninos. Todo lo que se hace se pone en común a todas las plataformas”, dice
Leandro del Río. Por ejemplo, un contencioso presentado contra la exposición
pública de la Xunta de Galicia de 975 proyectos con tramitación ambiental
simultánea, el 4 de mayo de 2020, que presentaron 103 colectivos. O lo que
llaman “talleres de ciudadanía activa” para saber qué hacer desde el momento en
que se tiene conocimiento de que existe una solicitud de parque, “aunque yo los
llamo ‘talleres de habilidades para la vida’, porque son cosas que necesitamos
saber para defender nuestros derechos”, dice Ana Valera, la encargada de impartirlos.
El expolio
Aun con todo a
favor, las empresas eléctricas necesitan llegar a acuerdos con los propietarios
de los terrenos, sea para alquilarlos (caso de los montes comunales) o
comprarlos (si son privados), le planteo a los opositores. “La amenaza de la
expropiación si no venden es muy poderosa, y así consiguen tierras a un euro el
metro cuadrado o menos”, contesta Del Río. “En las aldeas, la mayor parte de
los propietarios son gente mayor, que lo que quiere es tranquilidad. No afecta
tanto a ellos, que ya han visto cómo el mundo que conocían se muere, sino a la
gente joven que pretende desarrollar proyectos de agricultura, ganadería o
turismo rural. Y la mayoría de los políticos locales están a favor,
abiertamente o no, porque el dinero de las licencias de obra les vendrá muy
bien en las elecciones para realizar esos proyectos que dan votos”, afirma
Varela.
También están los
sistemas de negociación. O lo que Del Río llama directamente piratería: “Hace
tres semanas me llamaron de un parque de Greenalia en el que pretendían pagar
solo la superficie que ocupaba la plataforma, ni los polígonos de afección, ni
los taludes para allanar el terreno ni la madera que necesitaron talar, y que
encima pretendían llevarse”. El arquitecto cuestiona que la implantación de
eólicos suponga algún tipo de retorno para los vecinos. “Hay estudios que
establecen que donde se implanta un parque eólico, el valor del suelo desciende
entre un 30% y un 40%. Si coges la suma de todas las áreas que contempla el
Plan Eólico de Galicia, y si todas fuesen suelo rústico, el más más básico, con
los precios oficiales del jurado gallego de expropiación y le aplicas una
depreciación del 30%, el valor de todos esos terrenos sería de 12.000 millones
de euros. Y ahí no contamos casas, granjas, núcleos rurales, solo la tierra.
¿Han recibido los propietarios ese dinero, lo han desembolsado las
eléctricas?". Según un cálculo del OEGA, Enel Green Power España (100%
Endesa) paga 750 euros al año por las tierras agrarias que ocupa en Serra das
Penas (Paradela, Lugo). Cada turbina produce 227.742,80 euros. El negocio es
tan redondo que el propio OEGA ha observado otra práctica que remite a la
conquista del Oeste: “intermediarios buscadores de rentas que, sin tener
proyecto eólico, pretenden firmar contratos con condiciones inaceptables para
las comunidades rurales: precios tan bajos que se pueden calificar de
ridículos; derechos exclusivos sobre todas las tierras del propietario, y no
solo sobre las que conforman el parque eólico; períodos de carencia que llegan
a los 10 años…”.
“En aquellas zonas
donde se implantaron parques no se ha revertido la caída demográfica, ni sus
habitantes han aumentado sus ingresos. Al contrario, se siguen abandonando los
sistemas productivos tradicionales y continúa el envejecimiento”, considera
Fins Eirexas, secretario técnico de ADEGA. La afirmación del representante de
la asociación ecologista decana en Galicia se puede constatar en el norte de
Lugo, en Muras, el ayuntamiento que ostenta
el récord de aerogeneradores instalados, 381, para una población de 648
vecinos, que eran más del doble en 1994, cuando se empezaron a instalar los
molinos. Cuando Manuel Requeijo (BNG) llegó a la alcaldía en 2015, todavía
había aldeas sin luz eléctrica. Requeijo al menos puede arañar en impuestos
66.000 euros anuales, que destina a subvencionar el recibo de la luz de los
vecinos, total o parcialmente. “Los cantos de sirena prometiendo empleo local
son falsos, porque los puestos de trabajo directos son casi inexistentes,
excepto en la instalación, los beneficios netos no se reinvierten en la
localidad –y menos en el país–, y la riqueza que se crea marcha a la velocidad
de la luz hacia paraísos fiscales”, escribió el pasado mes en la revista Luzes.
“El monte gallego
es una fuente de descarbonización, contribuye a mitigar el cambio climático, y
cumplía ya en 2012 con los objetivos de Kioto. Es además el sustento de 80.000
familias y podría serlo de más. Los eólicos arrasan hectáreas y hectáreas”, se
encrespa Ana Varela. “Si son tan necesarios, no lo son aquí. Que los pongan en
la sierra de Madrid, entre los chalés de los ministros y de los miembros de los
consejos de administración de las eléctricas. Allí es donde hay consumo”.
Flashback
Hay una única
empresa pública que participa en la rebatiña eólica en Galicia. Es noruega,
Statkraft (el nombre no es muy imaginativo: Energía Estatal). Pero a finales de
2008, la parte nacionalista del gobierno autonómico bipartito PSdeG-BNG sacó a
concurso la concesión de cerca de 2.300 MW de energía eólica, y los candidatos
a obtener concesiones debían ceder a la Xunta parte de los beneficios al
capital público, y a la vez presentar planes de inversión ligados a la creación
de industrias y empleo en las zonas en las que se presentaban las solicitudes.
Los primeros en desmarcarse públicamente fueron los socios de gobierno y la
oposición, que entonces lideraba Alberto Núñez Feijóo, no perdió la oportunidad
de sembrar dudas sobre la legalidad de la medida y la imparcialidad del
concurso.
Pero, sobre todo,
el mar de fondo estaba en los grandes grupos eléctricos. “Tuve entrevistas con
gente de Fenosa, de Endesa, de Iberdrola…”, recordaba Anxo Quintana, el
entonces vicepresidente y líder del BNG, en una entrevista en 2018. “Me decían
que ellos no estaban de acuerdo, que no se iban a quedar parados, que ese era
su mundo. Y yo siempre les respondía que no estaban excluidos del concurso, que
si querían tener concesiones, que se leyesen bien las bases porque sería la
mesa de contratación y no yo quien las adjudicaría. No se lo creían”. Quintana
prefiere no volver sobre aquello, pero en su Facebook, en marzo de 2016,
describió la reunión que mantuvo con el editor de La Voz de Galicia. “Me
quisieron hacer ver ‘que las cosas no se hacen así’. Se afirmó delante de mí,
como si yo no estuviera delante, que ‘un enfermero de Allariz no puede venir a
cambiar el marco económico de Galicia’. Me avisaron de que tendría que atenerme
a las consecuencias. Mi respuesta fue ‘no’ y mi réplica una recomendación:
quien quiera mandar en Galicia que se presente a las elecciones”.
Nunca se han
desmentido estas afirmaciones (por otra parte apenas difundidas). A partir de
ahí, surgían noticias como que en las guarderías dependientes de vicepresidencia,
a los niños de un año se les enseñaba el himno antes que a hablar. “Todavía,
trece años después, me produce urticaria recordar aquello. Las veces que oía:
‘esto lo podemos arreglar en una comida’. Y cada mañana te levantabas sabiendo
que te esperaba en los medios alguna salvajada”, recuerda el entonces
responsable de Industria, Fernando Blanco. Ni él ni Quintana siguen en la
política activa. El BNG perdió 30.000 votos, un diputado, y la coalición
progresista la mayoría absoluta. Feijóo tardó tres meses en anular la
adjudicación del concurso, invocando “irregularidades” y convocó uno nuevo, sin
los requisitos del anterior. El Tribunal Superior primero y el Supremo después
respaldaron la legalidad del primer reparto, y poco después anularon el que hizo
a continuación el gobierno del PP. Pero Alberto Núñez ya había tomado posesión.
En el acto multitudinario en la Plaza del Obradoiro, pese a la efusión general,
llamó la atención el entusiasmo con el que un caballero de traje se abrazaba al
nuevo presidente. Era Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola. Los dos
aseguraron que no se conocían de antemano, pero aquello fue sin duda el
comienzo de una buena amistad.
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Puede consultarse
aquí el mapa del Rexistro Eólico de Galicia.
Nota: Este sábado 5
de junio varias organizaciones ambientalistas han convocado una manifestación
en Santiago y una concentración en Ponferrada por un nuevo modelo de energía
eólica.
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