miércoles, 8 de abril de 2020

LA MARGINALIDAD: TEXTO Y PRETEXTO EN "NOS DEJARON EL MUERTO"


LA MARGINALIDAD: TEXTO Y PRETEXTO EN 
"NOS DEJARON EL MUERTO"
POR ANGELES MATEO DEL PINO
La narrativa de Víctor Ramírez se erige como alternativa al modelo básico de la cultura literaria. Entendiendo por cultura literaria la «literatura ilustrada», tal como la define Nelson Osorio (1), a partir de la cual se establecen los valores éticos, estéticos, artisticos, que funcionan como paradigma inconsciente que permite herir a los otros.

         Así, pues, la narrativa de Víctor Ramírez surge de la experiencia, de la realidad. Es una literatura popular, no ilustrada, producida por sectores marginados que cuentan relatos, hacen coplas, formas de cultura muy pragmáticas. y se instauran en el centro de la escena para adquirir carta de verdadera naturaleza.

Y el centro es ahora la periferia, el mundo popular urbano, que agrede al mundo de valores de la literatura ilustrada. Se nos presenta como sujeto el mundo de la cultura popular, de la mujer, el homosexual, el niño, el adolescente, etc... con unos códigos propios, unos valores propios y unos canales especificos de comunicación; es la otra cultura.

         La cultura de los puntos cubanos, de las coplas tristes, de los corridos mejicanos, de las peleas de gallos y de perros, de los botes, del subastado, de Corin Tellado y Lafuente Estefania, de las putas, de los barrios. Es una «diferencia» con respecto al modelo de la eultura tradicional.

Es éste un mundo de predominante oralidad y gesticulación, que no es más que una manera de organizar el hombre su relación con el medio. Así dirá Nelson Osorio «que una búsqueda consecuente que trata de asumir la periferia desde sí misma como perspectiva de valores sólo se puede lograr si se logra romper y superar el principio de la escritura como modelo básico y territorio sagrado del discurso literario». (2)
         La oralidad, en cuanto escritura, no pretende ser mera transcripción fIdedigna y testimonial, sino que adquiere rango de verdadera literatura. Se busca incorporar al discurso literario el modelo discursivo de la oralidad como forma de expresión de este mundo de valores de la marginalidad, que se quiere proyectar desde sí mismo. Se habla de acuerdo con la modalidad oral de nuestra región, y a partir de aquí se elabora la novela.

Pero -en tanto que esta narrativa de la que hablamos se escribe, no es oral- se trata de una oralidad ficticia o «fIcción de oralidad» (3)  que se nos presenta guiada por un personaje narrador (niño) inserto en la periferia, narrando desde el interior de este mundo usando sus propios valores como marco referencial.
         Este mundo incorporado enriquece la perspectiva desde la cual se narra, se incorpora, un mundo de discurso que se separa de la narrativa escrita; no es meramente testimonial, es un discurso literario que pretende incorporar una nueva perspectiva del mundo insular. Pero no es contraria al mundo, ni inferior ni superior, es diferente.

Así el acierto de Víctor Ramírez es que, asumiendo la perspectiva de la marginalídad, su proyecto literario no se reduce a un símple cambio en las preferencias temáticas, sino que va constituyéndose en un cambio de la propia manera de resolverse como discurso, y se eleva como nueva propuesta, y a la vez protesta, naciendo todo un sistema literario.
         En «Nos dejaron el muerto» es la cultura popular la que da la pauta, agrediendo de una manera consciente el mundo de valores de la literatura ilustrada, cuyo léxico está marcado por el paradigma de lo culto, lo urbano, lo masculino (heterosexual), lo adulto. Trataremos, pues, de justificar y ejemplificar cómo se atenta contra estos valores en la obra que nos ocupa.
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LO CULTO

Frente a este mundo ilustrado se alza el mundo de la cultura popular. Es el orbe de las parrandas, de los puntos cubanos, de las coplas, de los corridos mejicanos, de los tangos, de las milongas.
         Así la tienda de Ferrninito Neca es el lugar de reunión de guitarras y puntos cubanos. Cenicita Cameja despide a la vida cantando un corrido mejicano. El párroco Bibiano Segura, medio borracho, sorprenderia a todos cantando dos tangos de amor maltrecho.
         El canto es, pues, manifestación de un estado anímico que nos revela un mundo de ansiedad, de indolencia, de cariño familiar, de amores maltrechos, - y sobre todo de solidaridad- de un barrio.

Esta cultura popular refleja de forma real y evidente lo insular como conciencia colectiva, con unas señas de identidad que se manifiestan a través de los personajes, de los ambientes, pero también de las diversiones y de la gastronomía.
         Así, la manifestación lúdica se nos ofrece en las referencias a las peleas de gallos, las peleas de perros, las luchas entre bobos de Pueblos y barrios, el juego subastado, la pega de botes, la tángana, o los partidos de futbolistas en chapas de botellas.

La tradición culinaria presenta un papel importante en esta obra. Numerosos son los platos regionales que se mencionan.
         Isabel Cirila estaba empezando a preparar el sancocho con cherne de todos los sábados cuando le dejaron el muerto. En la tienda de Ferminito Ñeca se echan los pizcos de ron, se come pejines y pan bizcochado y aceitunas y trocitos de aguacates con sal y azúcar morena, manises o avellanas.

Curiosa resulta la presencia de ritos paganos y brujerias, mezclándose con la tradición cristiana. Gundelinita Déniz, que no hacía más de un mes había vuelto de Venezuela, conocía de santos y brujerías como nadie.
         Sinforosita Puente, una de las santurronas, había puesto al cuello de don Lucio Falcón una medallita de San Sebastián Flechado "y en evitación del mal de amores erróneos, peor en los muertos que en los vivos".

Pero, sin lugar a dudas, es el lenguaje el aspecto que más atenta contra la cultura ilustrada. de lo culto. Los personajes emplean un lenguaje coloquial que les es propio.
         El léxico, las voces, los giros, el tono, ponen de manifiesto un habla regional determinada, lo que podriamos denominar el habla «portonera». Y frente a este lenguaje de oralidad, se narra desde el habla, se nos presenta el habla «ilustrada», «el peninsular».      
         Don Lucio Falcón se esforzaba en hablar peninsular para que lo respetáramos todavía más. "Los hijos del gobernador eran muy peninsulares, y chillaban más que nadie". Eloisita Peralta sólo manifiesta su procedencia peninsular al hablar enojada.

La literatura no culta, llamada subliteratura o literatura marginal, también tiene cabida en "Nos dejaron el muerto". Altamiro Benito solía leer novelas del Oeste, eran las de Lafuente Estefanía sus preferidas. Petrita Jesús leía novelas de amores rosas, principalmente las de Corín Tellado. El narrador leía a oscuras los tebeos del pequeño Sheriff y los de Suchai, «eran los que mejor le entretenían».
         Con todo ello, creo que hemos demostrado que esta obra de Víctor Ramírez se erige como portadora de una cultura popular, que atenta contra lo culto, sin caer por ello en el «folklorismo» (en su sentido peyorativo).
         "Es -como dice Angel- Sánchez-, el reflejo de una cultura perteneciente a un «espacio social que ve la vida en negro" (4).
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LO URBANO

El medio social que aparece en esta obra es el mundo de un barrio periférico, de lomas, de peñas y de cuevas.
Pero existe en dicho medio una coexistencia casi familiar entre los vecinos, quienes parecen habitar una misma casa, pero en habitaciones diferentes. Es la zona del portón.
         Todos los vecinos conforman una gran familia, aunados por unas condiciones semejantes. Es la lucha por la vida, la necesidad de ir tirando, y no importa que uno sea marinero, estercolero, panadero, tendero, contable, tapicero, repartidor de pan y huevos, sirvienta o mayordomo, basurera o párroco.

Es el mundo de la marginalidad, un mundo de pobres que se contrapone a la otra «galaxia» (5), al mundo de lo urbano y rico, representado en la zona de Vegueta. Es éste un mundo público que se opone al mundo privado.
         El mismo narrador nos relata que estudió con los jesuitas. "Pero estudió en la parte baja, la parte gratis, la parte de los pobres". "Nos prohibían mezclarnos con la otra parte, la parte de arriba, la de los que podían pagar".

Sólo unos cuantos escapan a este medio; es el caso de los que emigran. Rogelio Rapadura y Lile Palangana embarcaron a Venezuela. Zoilo Bernardo emigró a Buenos Aires. El cura Ródano Alción, amante de Guadalupita Leonora, se va a Nicaragua.
         América se convierte así en la posibilidad de transformar los sueños en realidad, de escapar de la marginalidad e ingresar en el mundo de privilegios que sólo ostentan aquellos que presentan una superioridad social. Es la quimera del dinero fácil.

Frente a los personajes urbanos de nombres y apellidos, se nos muestran unos individuos caracterizados por los apodos que presentan. Así desfilan por la novela Rogelio Rapadura, Lile Pa1angana, Eufemiano el Cagalera, Ferminito Ñeca, Andresín el Mocoso, Juanito Migeneral...
         Nombretes que siguen funcionando con el paso de las generaciones, hasta convertirse en un mero rasgo pertinente, despojado con el tiempo de toda la carga peyorativa primera.
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LO MASCULINO Y HETEROSEXUAL

Quizá sea en esta parcela donde se ponga de manifiesto, de una manera más visible, toda una gama de realizaciones sexuales que, por lo «atrevido» del tema, no aparecen nunca como sujeto de lo enunciado en esa otra literatura que hemos quedado en llamar «ilustrada».        Aparece, pues, el mundo de las putas, de los burdeles, de las madamas, de los palanganeros, de los homosexuales y mariquitas. El orbe de la masturbación, de la felación, del incesto, de la bigamia, del estupro, de la zoorastia, del morbo, de los arrejuntamientos y amores prohibidos.

Perico Socorro habla de las prostitutas como de mujeres decentes que se alquilan a domicilio: "Se comportan como esposas ejemplares: cocinan, friegan, lavan, cosen, te reciben cariñosamente cuando vuelves del trabajo, te despiertan con el cafelito en la bandeja, hacen remilgos de pudor en los juegos de cama. Son la última modalidad, cuestan bastante carillo pero valen la pena: algunas hasta se alquilan con niño o niña para hacerte la ilusión de ser padre durante un par de días".
         En el barrio se conocía lo de los supuestos amores fisicos del párroco Bibiano Segura y Salvador Patricio, el hijo del sacristán. "Años después - cuando se dedicó a la vida abierta sin tapujos- Salvador Patricio asombraría con su exótica hermosura gatuna y un cuerpo de mujer muy femenina integral y casi perfecta".

Isidora Marta se masturbaba con una botella, "la botella cogió aire y chupó para afuera, se le salieron las madres" -nos relatará Rogelio Rapadura. Alfredín el Tetono "era de los que mandaban a uno de su pandilla a que molestara a un chiquillo escogido, para luego aparecer él a defender al molestado y exigir de éste recompensa forzosa a cambio de haberle defendido, casi siempre chuparle la cuca si no tenia dinero".
         Adolfina del Coral, «puta de prestigio», mantenía relaciones con su propio padre Vicentito Mendoza, con su tío Salustio Lorenzo, con su abuelo materno Pedrito Macarena Lorenzo, con tres de sus cinco hermanos y dos de sus cuatro cuñados.
         Don Régulo Alcántara regresó de América con una mujerona «casi negra retinta», y con una ristra de hijos e hijas mulatos a pesar de tener mujer e hijos en el barrio.
         Ferminito Ñeca mantenia relaciones con Escolástica Ramos, la Tetona chica, en una .pocilga de los chiqueros de Juanito Migeneral. El abuelo Ignacio Perpetuo se montaba a las baifas.
         Mientras velan al muerto, Cuaresma de . Concepción le da besos al miembro viril de su novio: "aprovechó cualquier oportunídad. Tuvo él tiempo para dos orgasmos cabales y muy bien controlados"'.
         Petrita Jesús anduvo enamorada salvajemente durante un tiempo de don Viviano Segura, el párroco. Y no podemos olvidar al «gigoló» Macario Damián, quien trabajaba en una residencia. "Parte de su trabajo consistía en follar a viejas turistas de la residencia, la principal parte de su trabajo, la mejor pagada".
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LO ADULTO

Junto a la etapa de la madurez, sobresale el mundo de la infancia y la adolescencia. Épocas estas que se caracterizan por el descubrimiento del sexo, el despertar de la conciencia, el mundo de la ingenuidad y la diversión.
         Así, no resulta curioso que el narrador sea un niño-adolescente que retrate desde el interior de su mundo, poniendo de manifiesto sus preocupaciones y sus propios valores como marco referencia.
         Unos niños que se fugan del colegio, que juegan a las chapas, mientras ven pasar el tiempo ante sus ojos, y se van incorporando a la dinámica que les marca la vida del barrio.
         Por ello, los que hoy son niños buenos o malos serán más tarde buenos, aunque asumiendo sus propios valores, como es el caso de Benigna Lucía, que se convertirá en una puta finísima, pero una puta decente. O peores, como ocurre con Pablo Montelongo, quien se metió a policía armada, destacando en el abuso legal.
         Hay quienes cambian de rumbo, tal es el caso de Escolástica Ramos, que se casa y vive una vida «decentemente tradicional». Y por último, hay otros que se difuminan con el tiempo y nada sabemos de ellos; esto ocurre con Lile Palangana y Rogelio Rapadura. Pero la época de la juventud es la etapa de la efervescencia, de los amores que dejan huella (Máximo Florián), o de los que no quieren sufrir 'mal de amores' (Benigna Lucía).
         Es la etapa de la visita de novios, de amores escondidos, de sexo bajo la mesa. Y también del compromiso social; Juan de Dios Casiano el Cosido pasará de ser poeta bucólico a la poesía social, independentista, aunque al final todo acabe en locura.

La actitud que domina en la novela es el humor, la ironía, el sarcasmo. A veces las anécdotas se resuelven con giros inesperados, donde el ingenio influye más que la lógica y la crueldad. se convierte en una burla. Una crueldad que no nos eriza las entrañas, sino que nos planta una sonrisa en la comisura de los labios.
Y es que ante tanto mundo de sombras, de vidas en blanco y negro, el humor, la ironía es la nota colorista que resta importancia a los sucesos más graves.
         ¡¿Y qué otra cosa le queda a este espacio marginal de carencias, de penas y tristezas, sino tomarse la vida con humor y resignación?! ¡¿Qué otra cosa pueden hacer si después de todo hasta les hemos cargado con el muerto?!

Por todo esto, Víctor Rarnirez se pone sus mejores galas en esta novela. Se hace portador de una especial sensibilidad social, de un realismo teleológico, y sale a la loma a empaparse de vida, pero de vida marginal, periférica.
         Y se pone su mejor traje, la escritura, y se nos presenta arregladito, como hiciera Perico Socorro para asistir al responso del muerto. "Perico Socorro se había puesto la chaqueta azul marino que se encontró tirada y nuevita en la salida sur del estadio y la corbata amarilla con siete maripositas verdes que por Navidad le regaló Valeriana Perera para que no la olvidase".


NOTAS

(1) Investigador de Literatura Hispanoamericana y profesor en la actualidad de la Universidad Central de Venezuela. Domina con amplitud la expresión de la “Marginalidad” y las culturas “Periféricas” en la mayor parte de la narrativa actual.
(2) Conferencia “Ficción de la oralidad y cultura de la periferia en la narrativa hispanoamericana actual”, celebrada en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria el 21 de febrero de 1990.
(3)Término utilizado por Nelson Osorio en la conferencia antes citada.
(4)Sánchez, Ángel: en Introducción a “Cada cual arrastra su sombra”, de Biblioteca Básica Canaria, 1988.
(5)Franquelo, Rafael: en en Epílogo a “Nos dejaron el muerto”, Ayuntamiento de Teguise, Lanzarote, 1990

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