QUE LA IZQUIERDA NO OLVIDE
LA RAZÓN
ANTONIO MAESTRE
El ser humano está
predispuesto fisiológicamente para aceptar las mentiras que se adaptan a su
código de valores, creencias e ideas. Puedes luchar contra ese impulso humano
asumiendo que el pensamiento crítico es el único camino para el conocimiento,
pero esa pulsión siempre aparecerá en algún momento en el que estés con la
guardia baja. Entonces tocará enmendarte y rectificar, disculparte y reconocer
que estabas equivocado. Ese ejercicio de manera continuada es agotador, una
revisión constante de tus ideas y opiniones –porque nos equivocamos
continuamente– no hay ego que lo soporte.
El cerebro humano
para aguantar esta continua tensión creó lo que denominamos mecanismos de
defensas del ego. Una solución que plantea nuestra fisiología para superar la
ansiedad que nos provoca vernos continuamente enfrentados a hechos que
contradicen nuestros valores e ideas. Los sesgos de confirmación, la
conformidad social o la disonancia cognitiva son algunos de los tipos de
mecanismos de defensa que nos ayudan a discrecionar la verdad para adaptarla a
nuestras necesidades.
Todos creemos que
nuestra manera de comprender el mundo es la mejor, nuestra ideología, valores y
creencias. En la izquierda, que la razón forma parte sistémica de su ideología
–o debiera si atendemos al materialismo–, es más difícil asumir las
equivocaciones porque no existe el colchón de la fe. Repito que es lo que
debería ocurrir. Pero cada vez existen más indicios para ver que los hechos y
la realidad no son una variable en la ecuación política de la izquierda.
Decía Francisco
Umbral, que si es un referente en algo es en el uso de la palabra, lo
siguiente: “Ser de izquierdas no es instalarse en la izquierda, sino la
desinstalación permanente, que nos entrega a la corriente de las ideas y los
meteoros, a la renovación continua”. Entender la ideología progresista como un
continuo perpetuo en el que los hechos y las realidades complementan un núcleo
férreo que sustente el pensamiento es algo consustancial a la izquierda. Pero,
cada vez más, los hechos son un impedimento para la conformación del ideario y
las actuaciones.
La realidad
molesta, los análisis se hacen mediante prejuicios que pueden adaptarse al
ideario preformado y se meten con calzador hasta desvirtuar los hechos que
pervierten un diagnóstico imprescindible para llevar a cabo políticas
efectivas. Si en Francia los antiguos votantes de las cuencas mineras se
decantaron por Marine Le Pen, y los mineros del Rust Belt apoyaron a Donald
Trump, los barrios españoles están llenos de votantes de VOX. Aunque los datos
dicen que los votantes de VOX ahora mismo están en Las Rozas, Pozuelo,
Majadahonda, y en el barrio de Salamanca, Retiro y Chamberí, en Madrid, al
menos a día de hoy.
Se ha olvidado que
uno de los conceptos fundamentales del pensamiento marxista es el análisis
concreto de la situación concreta y que no se pueden extrapolar marcos extraños
para comprender realidades cercanas. Esa manera de enfrentarse a los hechos no
acepta la disensión, porque no hay espacio para la razón y la izquierda se
convierte en una especie de religión que irremisiblemente lleva a los autos de
fe. A la búsqueda de herejes entre los propios compañeros y compañeras que
quemar en la hoguera pública para confirmar nuestros sesgos.
Las redes sociales
se han convertido en un acelerador de ese pensamiento. Se le otorga una
importancia que no tiene en el debate público para convertirse en un método de
presión a todas aquellas personas que no comparten la fe mayoritaria. En estas
redes se presiona, acosa, insulta y desprecia de manera sistemática a todos los
que pueden compartir ideas pero no las asumen de manera completa, solo se
acepta la adhesión inquebrantable. Es una paradoja que las personas enfrentadas
con mayor virulencia son aquellas que comparten espectro ideológico pero que
osan contrarrestar nuestra manera de ver el mundo. Los mayores enemigos son los
propios, la crítica desde la carcunda es fácilmente caricaturizable. Pero desde
la izquierda hace más daño porque quiebra la unidad de acción de aquellos que
solo conciben dicha unidad como la asunción de sus postulados.
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