DUNIA
SÁNCHEZ
No se madre en lo
que terminará todo esto, te digo lo cierto. La alambrada, hombres y mujeres
armados vigilantes de cada uno de nuestros movimientos. Los focos. Sí tienen
luz algo de lo que carecemos nosotros. Yo los miro. Sí, los miro fijamente
porfiando, preguntando ¿Qué pasa? Por qué no nos dejáis pasar. Ellos, ellas son
inmutables, yerto en lo estático de sus expresiones, de sus ojos neutros. No sé
madre cuantos meses llevamos aquí, el terrible invierno parece que se va, las
heladas se desvanecen y en este desierto humano amanecen las flores de los
prados. Ni ganas de mirarlas pero sabemos que el frío cortante se va. Aun así,
seguimos igual, detrás de la alambrada a que nos den paso. A veces en este
extenso campamento, caravana hay pesadas secuencias de rabia, de violencia. Eso
lo veo normal, la desesperación se aprieta el pecho y estalla. Ya ni rezo, para
qué…qué Dios permite estas escenas terroríficas, lamentables de la existencia.
No madre, no estoy triste. Solo, un poco cansada. Me unido a los que nos ayudan
para ser olvido en el trabajo que me mandan de todo esta condena. Ello a veces
me hace dudar. Sí, dudo. Me entero de muchas cosas, de muchas cosas no gratas a
mis sentidos. Ello me produce temblor. Y este niño que sigue a mi lado, que no
me deja sigo con el cuento. No sé qué años tendrá pero se ha encariñado conmigo
yo también con él ¿Qué será de su familia? Si la tiene. Lo protesto en mis
entrañas, huérfanos en el infierno. El me sonríe, pero avisto cierta tristeza.
Es como si yo fuera su protectora. Si paso alambrada diré que es mi hijo, mi
hijo pequeño. Verdad que no te importa madre. Qué más da. Te dejo, la noche se
aproxima y con ella las luces detrás de la alambrada.
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