LOS 14 SÍNTOMAS DEL
FASCISMO ETERNO
POR UMBERTO ECO
El Ur-Fascismo
puede volver con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es
desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas,
cada día, en cada parte del mundo. Libertad y liberación son una tarea que no
acaba nunca
El término
«fascismo» se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista
uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. Quítenle al
fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o Salazar; quítenle el
colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico. Añádanle al fascismo italiano
un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra
Pound. Añádanle el culto la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente
ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más
respetados, Julius Evola. A pesar de esta confusión, considero que es posible
indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar
«Ur-Fascismo», o «fascismo eterno». Tales características no pueden quedar
encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de
otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté
presente para hacer coagular una nebulosa fascista.
1. La primera
característica de un Ur-Fascismo es el culto de la tradición. El
tradicionalismo es más antiguo que el fascismo. No fue típico sólo del
pensamiento contrarrevolucionario católico posterior a la Revolución Francesa,
sino que nació en la edad helenística tardía como reacción al racionalismo
griego clásico. En la cuenca del Mediterráneo, los pueblos de religiones
diferentes (aceptadas todas con indulgencia por el Olimpo romano) empezaron a
soñar con una revelación recibida en el alba de la historia humana. Esta
revelación había permanecido durante mucho tiempo bajo el velo de lenguas ya
olvidadas. Estaba encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los
celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas.
Esta nueva cultura había de ser sincrética. «Sincretismo» no es sólo, como
indican los diccionarios, la combinación de formas diferentes de creencias o
prácticas. Una combinación de ese tipo debe tolerar las contradicciones. Todos
los mensajes originales condenen un germen de sabiduría y, cuando parecen decir
cosas diferentes o incompatibles, lo hacen sólo porque todos aluden,
alegóricamente, a alguna verdad primitiva. Como consecuencia, ya no puede haber
avance del saber. La verdad ya ha sido anunciada de una vez por todas, y lo
único que podemos hacer nosotros es seguir interpretando su oscuro mensaje. Es
suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a
los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de
elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más
importante de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Grial con
los Protocolos de los Ancianos de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio
Romano. El hecho mismo de que, para demostrar su apertura mental, una parte de
la derecha italiana haya ampliado recientemente su cartilla juntando a De
Maistre, Guénon y Gramsci es una prueba fehaciente de sincretismo. Si curiosean
ustedes en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación
New Age, encontrarán incluso a San Agustín, el cual, por lo que me parece, no
era fascista. Pero el hecho mismo de juntar a San Agustín con Stonehenge, esto
es un síntoma de Ur-Fascismo.
2. El
tradicionalismo implica el rechazo del modernismo. Tanto los fascistas como los
nazis adoraban la tecnología, mientras que los pensadores tradicionalistas
suelen rechazar la tecnología como negación de los valores espirituales
tradicionales. Sin embargo, a pesar de que el nazismo estuviera orgulloso de
sus logros industriales, su aplauso a la modernidad era sólo el aspecto
superficial de una ideología basada en la «sangre» y la «tierra» (Blut und
Boden). El rechazo del mundo moderno se camuflaba como condena de la forma de
vida capitalista, pero concernía principalmente a la repulsa del espíritu del
1789 (o del 1776, obviamente). La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como
el principio de la depravación moderna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede
definirse como «irracionalismo».
3. El
irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción
es bella de por sí, y, por lo tanto, debe actuarse antes de y sin reflexión
alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en
la medida en que se la identifica con actitudes críticas. Desde la declaración
atribuida a Goebbels («cuando oigo la palabra cultura, echo la mano a la
pistola») hasta el uso frecuente expresiones como «cerdos intelectuales»,
«estudiante cabrón, trabaja de peón», «muera la inteligencia», «universidad,
guarida de comunistas», la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre
un síntoma de Ur-Fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas
oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal
de haber abandonado los valores tradicionales.
4. Ninguna forma de
sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera
distinciones, y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la
comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento de progreso de los
conocimientos. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.
5. El desacuerdo
es, además, un signo de diversidad. El Ur-Fascismo crece y busca el consenso
explotando y exacerbando el natural miedo de la diferencia. El primer
llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los
intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista por definición.
6. El Ur-Fascismo
surge de la frustración individual o social. Lo cual explica por qué una de las
características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a
las clases medias frustradas, desazonadas, por alguna crisis económica o
humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales
subalternos. En nuestra época, en la que los antiguos «proletarios» se están
convirtiendo en pequeña burguesía (y los lumpen se autoexcluyen de la escena
política), el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.
7. A los que
carecen de una identidad social cualquiera, el Ur-Fascismo les dice que su
único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Es
éste el origen del «nacionalismo». Además, los únicos que pueden ofrecer una
identidad a la nación son los enemigos. De esta forma, en la raíz de la psicología
Ur-Fascista está la obsesión por el complot, posiblemente internacional. Los
secuaces deben sentirse asediados. La manera más fácil para hacer que asome un
complot es apelar a la xenofobia. Ahora bien, el complot debe surgir también
del interior: los judíos suelen ser el objetivo mejor, puesto que presentan la
ventaja de estar al mismo tiempo dentro y fuera. En América, el último ejemplo
de la obsesión del complot está representado por el libro The New World Order
de Pat Robertson.
8. Los secuaces deben
sentirse humillados por la riqueza ostentada y por la fuerza de los enemigos.
Cuando era niño, me enseñaban que los ingleses eran el «pueblo de las cinco
comidas»: comían más a menudo que los italianos, pobres pero sobrios. Los
judíos son ricos y se ayudan mutuamente gracias a una red secreta de recíproca
asistencia. Los secuaces, con todo, deben estar convencidos de que pueden
derrotar a los enemigos. De este modo, gracias a un continuo salto de registro
retórico, los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado
débiles. Los fascismos están condenados a perder sus guerras, porque son
incapaces constitucionalmente de valorar con objetividad la fuerza del enemigo.
9. Para el
Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien, «vida para la lucha». El
pacifismo es entonces colusión con el enemigo; el pacifismo es malo porque la
vida es una guerra permanente. Esto, sin embargo, lleva consigo un complejo de
Harmaguedón: puesto que los enemigos deben y pueden ser derrotados, tendrá que
haber una batalla final, de resultas de la cual el movimiento obtendrá el
control del mundo. Una solución final de ese tipo implica una sucesiva era de
paz, una Edad de Oro que contradice el principio de la guerra permanente.
Ningún líder fascista ha conseguido resolver jamás esta contradicción.
10. El elitismo es
un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, en cuanto fundamentalmente
aristocrático. En el curso de la historia, todos los elitismos aristocráticos y
militaristas han implicado el desprecio por los débiles. El Ur-Fascismo no
puede evitar predicar un «elitismo popular». Cada ciudadano pertenece al mejor
pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada
ciudadano puede (o debería) convertirse en miembro del partido pero no puede
haber patricios sin plebeyos. El líder, que sabe perfectamente que su poder no
lo ha obtenido por mandato, sino que lo ha conquistado con la fuerza, sabe
también que su fuerza se basa en la debilidad de las masas, tan débiles que
necesitan y se merecen un «dominador». Puesto que el grupo está organizado
jerárquicamente (según un modelo militar), todo líder subordinado desprecia a
sus subalternos, y cada uno de ellos desprecia a sus inferiores. Todo ello
refuerza el sentido de un elitismo de masa.
11. En esta
perspectiva, cada uno está educado para convertirse en un héroe. En todas las
mitologías, el «héroe» es un ser excepcional, pero en la ideología Ur-Fascista
el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está vinculado estrechamente
con el culto a la muerte: no es una coincidencia que el lema de los falangistas
fuera «¡Viva la muerte!». A la gente normal se le dice que la muerte es
enojosa, pero que hay que encararla con dignidad; a los creyentes se les dice
que es una forma dolorosa de alcanzar una felicidad sobrenatural. El héroe
Ur-Fascista, en cambio, aspira a la muerte, anunciada como la mejor recompensa
de una vida heroica. El héroe Ur-Fascista está impaciente por morir, y en su
impaciencia, todo hay que decirlo, más a menudo consigue hacer que mueran los
demás.
12. Puesto que
tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el
Ur-Fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Éste es el
origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena
intolerante de costumbres sexuales no conformistas, desde la castidad hasta la
homosexualidad). Y puesto que también el sexo es un juego difícil de jugar, el
héroe Ur-Fascista juega con las armas, que son su Ersatz fálico: sus juegos de
guerra se deben a una invidia penispermanente.
13. El Ur-Fascismo
se basa en un «populismo cualitativo». En una democracia los ciudadanos gozan
de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado
de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo (se siguen las
decisiones de la mayoría). Para el Ur-Fascismo los individuos en cuanto
individuos no tienen derechos, y el «pueblo» se concibe como una cualidad, una
entidad monolítica que expresa la «voluntad común». Puesto que ninguna cantidad
de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder pretende ser su
intérprete. Habiendo perdido su poder de mandato, los ciudadanos no actúan, son
llamados sólo pars pro toto a desempeñar el papel de pueblo. El pueblo, de esta
manera, es sólo una ficción teatral. Para poner un buen ejemplo de populismo
cualitativo, ya no necesitamos Piazza Venezia o el estadio de Nuremberg. En
nuestro futuro se perfila un populismo cualitativo Televisión o Internet, en el
que la respuesta emotiva de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser
presentada o aceptada como la «voz del pueblo». En razón de su populismo cualitativo,
el Ur-Fascismo debe oponerse a los «podridos» gobiernos parlamentarios. Una de
las primeras frases pronunciadas por Mussolini en el parlamento italiano fue:
«Hubiera podido transformar esta aula sorda y gris en un xivac para mis
manipulas». De hecho, encontró inmediatamente un alojamiento mejor para sus
manípulos, pero poco después liquidó el parlamento. Cada vez que un político
arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la
«voz del pueblo», podemos percibir olor de Ur-Fascismo.
14. El Ur-Fascismo
habla la «neolengua». La «neolengua» fue inventada por Orwell en 1984, como
lengua oficial del Ingsoc, el socialismo inglés, pero elementos de Ur-Fascismo
son comunes a formas diversas de dictadura. Todos los textos escolares nazis o
fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la
finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico.
Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua,
incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality-show.
Después de haber
indicado los posibles arquetipos del Ur-Fascismo, concédanme que concluya. La
mañana del 27 de julio de 1943 me dijeron que, según los partes leídos por
radio, el fascismo había caído y Mussolini había sido arrestado. Mi madre me
mandó a comprar el periódico. Fui al quiosco más cercano y vi que los
periódicos estaban, pero los nombres eran diferentes. Además, después de una
breve ojeada a los títulos, me di cuenta de que cada periódico decía cosas
diferentes y compré uno al azar, y leí un mensaje impreso en la primera página
firmado por cinco o seis partidos políticos, como Democracia Cristiana, Partido
Comunista, Partido Socialista, Partido de Acción, Partido Liberal. Hasta aquel
momento yo creía que había un solo partido por cada país, y que en Italia sólo
existía el Partido Nacional Fascista. Estaba descubriendo que en mi país podía
haber diferentes partidos al mismo tiempo. No sólo esto: puesto que era un
chico listo, me di cuenta enseguida de que era imposible que tantos partidos
hubieran surgido de un día para otro. Comprendí, así, que ya existían como
organizaciones clandestinas. El mensaje celebraba el final de la dictadura y el
regreso de la libertad: libertad de palabra, de prensa, de asociación política.
Estas palabras, «libertad», «dictadura» —Dios mío— era la primera vez en mi
vida que las leía. En virtud de estas nuevas palabras yo había renacido hombre
libre occidental. Debemos prestar atención a que el sentido de estas palabras no
se vuelva a olvidar. El Ur-Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con
trajes de civil. Sería muy cómodo, para nosotros, que alguien se asomara a la
escena del mundo y dijera: «¡Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las
camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!». Por
desgracia, la vida no es tan fácil. El Ur-Fascismo puede volver todavía con las
apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el
índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.
Vuelvo a darle la palabra a Roosevelt: «Me atrevo a afirmar que si la
democracia americana deja de progresar como una fuerza viva, intentando mejorar
día y noche con medios pacíficos las condiciones de nuestros ciudadanos, la
fuerza del fascismo crecerá en nuestro país» (4 de noviembre de 1938).
Libertad y
liberación son una tarea que no acaba nunca. Que éste sea nuestro lema: «No
olvidemos». Y permítanme que acabe con una poesía de Franco Forfini:
En el pretil del
puente
las cabezas de los
ahorcados.
En el agua de la
fuente
las babas de los
ahorcados.
En el enlosado del
mercado
las uñas de los
fusilados.
En la hierba seca
del prado
los dientes de los
fusilados.
Morder el aire
morder las piedras
nuestra carne no es
ya de hombres.
Morder el aire
morder las piedras
nuestro corazón no
es ya de hombres.
Pero nosotros lo
leímos en los ojos de los muertos
y en la tierra
haremos libertad
pero apretaron los
puños de los muertos
la justicia que se
hará.
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Discurso
pronunciado por Umberto Eco el 24 de abril de 1995 en la Universidad de
Columbia, Nueva York, recogido después en Cinco escritos morales (Penguin
Random House, 2010) y en Contra el fascismo (Lumen, 2018).
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