EN EL ARTE COMO EN LA VIDA
MARÍA
TERESA DE VEGA
El editor Ánghel
Morales me invitó a presentar este libro de la escritora grancanaria Isabel
Guerra. Había leído su “El pulso de la calle” e inmediatamente acepté. Ese
poemario tiene algo que ver con este que hoy presentamos. Así, en el poema del
mismo nombre, leemos: El pulso de la calle/ se descubre en sus versos/ de
graffitis que renacen/ de las esquinas rotas/… Y que coincide con uno de los
aspectos de nuestra sociedad incorporado en el poemario “Art Disidente”.
Nos vamos a referir
en primer lugar al título. Con el arte disidente se refiere la poeta a un arte
que va contra lo aceptado por la tradición, que complace a una mayoría, a los
que se acomodan a una sociedad reencantada por el consumo. Ese arte que mira de otra manera y huye de lo
convencional. Tantas veces solo usa la palabra pintada, vehículo de la preocupación social por la ecología,
por los marginados. Ese “Des-Art”, así
lo llama la poeta en un poema del principio, y que se refiere, en este
caso, a las pintadas en la calle (de ahí su relación con el anterior poemario),
a su condición subversiva, a su voz a contracorriente, y que por ello subraya
su actualidad. La poeta invita a ser cómplice
de su palabra –disidente- como ese arte, incómoda, como aquellas
pintadas. “Subversión” es el título de un poema sobre esta idea de rebelión, si
bien con una nota que acentúa lo gozoso de esos momentos de plena libertad en
compañía de lo que la naturaleza y el buen hacer del humano nos proporciona.
En este pórtico del
comentario, señalo los temas que –si lo he captado bien- son principalmente
tres: la fugacidad de la vida, la solidaridad con los agraviados, silenciados
del mundo, y la incertidumbre que pesa sobre los mortales acerca de tantos
asuntos que le atañen.
El tiempo pasa. En
principio podríamos decir que algunos poemas están inmersos en el sistema
cultural que llamamos Barroco. Pero los poemas de Isa Guerra no tienen un
tratamiento ascético y desvalorizador de la vida, sino que, al contrario, hay
una celebración de esta, y de las maravillas del mundo. No hay pesimismo como
en la corriente aludida, sino impulso vitalista.
En “Matemáticas de
la caducidad”, título muy expresivo, se pregunta: ¿cuánto tiempo me queda? Un
poema donde el tema de la fugacidad y el de la incertidumbre confluyen, dos
temas universales y que tanto nos conciernen. Contra esa incertidumbre, me
permito añadir, la gran certidumbre –en contrapunto brutal- acerca de que un
día se acabarán las mañanas. Y sí, nos vamos de esta vida, pero con la
conciencia, como la de la poeta, de haberla amado, de haberla vivido, y el
propósito de seguir acompañados de las alegrías de cada jornada, como si no
existiera la muerte.
Un asunto que
también ocupa un lugar notable en su poemario es el del amor por los otros
(aparte de aquel que le impulsa a la solidaridad con los agraviados y
desamparados de la sociedad), un poco más allá del amor romántico, que también,
ese que por un cierto tiempo excluye el mundo exterior, y nos transporta a un
mundo arcádico. Un amor que abraza todo. Y donde el rojo es la bandera, el emblema,
la llama que ondula. En sus palabras: la vida vivida con ardor, con pasión, el
grito por la libertad, y por todo lo que la recuerda, por ejemplo, el vuelo de
los pájaros. Como en el poema “Plenitud de infinito”, donde hay conciencia de
la plenitud de lo vivido. Ahora bien, también es consciente de esa ley que rige
para todos, ese todos presente en la desinencia del verbo caer, conjugado en el
presente intemporal: “Caemos”. Título de un poema que nos remite, como si no
pudiera ser de otro modo, a ese mito de la antigüedad griega – esos mitos que
se esforzaron en dar sentido a nuestro mundo- al joven Ícaro. Mientras tanto,
repito, lugares, paisajes, la arena, las olas, un mar con el que, cuando está
sosegado, quiere fundirse, ese paisaje tranquilo y cálido, querido, porque no
siempre estamos a salvo de la hostilidad, de los nubarrones que nos miran a la
cara. Para eso y para las mil y una desgracias que ocurren en nuestra sociedad,
tenemos el “pecho”, una palabra relevante en el poemario. Repito, el pecho, esa
parte de la anatomía que se expande. Que henchido se enfrenta; que es la
avanzadilla de la lucha. Ese pecho grande en el que, nos dice la poeta,
encuentran su refugio los corazones.
Porque los
corazones lo necesitan, aparte de en los desasosiegos, en la incertidumbre en
que vive el mortal. Esta aparece en títulos significativos, como “Ya veremos”,
“sin saber”, por ejemplo, que aluden al desconocimiento sobre el tiempo y el
espacio de lo que nos afecta. Se trata de ese vivir incierto, de las circunstancias
de las personas amadas, de la duración de nuestro viaje en la tierra. Creo que
también se refiere Isa Guerra a la incertidumbre de la que somos presa sobre lo
oculto en las palabras, en los gestos, su espina dorsal subterránea, y que nos
es desconocido. Que forma parte de la vida de todos y cada uno, y sobre lo cual
no podemos pronunciarnos.
Por supuesto, una
incertidumbre fundamental, (qué será de nuestro planeta) y que preocupa a la autora es la del vandalismo
ecológico. Se refiere a este en el poema “Lágrimas de nube”, en el que compara
el volcán que expele piedras, cenizas, toda su constitución destructora –aparte
de con el odio que revienta y se aplica a silenciar las voces disidentes con
las balas-, ese volcán que vuelve yermos los lugares por donde pasa, con la
acción del hombre en la naturaleza.
Para terminar,
quiero hablar de lo que podría ser una su posible poética. En “Desnudar el
verso” escribe sobre la necesidad de despojar el verso de sus adornos y
artificios, hasta llegar al silencio. Quizás nos encontraríamos con la buscada
esencia.
A este respecto,
puedo decir que la lengua de la poeta en este poemario es sobria y sencilla.
Sin embargo, no está exento de imágenes, como la hermosa que se aplica a los
frutos de la higuera –que puede arrastrar consigo esa destrucción de la
naturaleza de la que hablábamos- y su relación con la miel que luego subirá a
la mirada. Nos encontramos también, con la arena que viene y va y semeja la
vida, con el “parpadear” de nuestro vivir incierto, y con otras que el lector
se encontrará en la lectura de los poemas.
Por otro lado, y
perdóneseme esta intrusión, en mi opinión sobre la poesía –y lo digo para que
comprendan mi juicio- esta debe tener un punto de halago verbal, de
aproximación sensorial, de palabras en la que resuene la belleza del mundo,
percibida por uno o varios sentidos. Así, el paisaje es un decorado
significativo en gran medida o quiere serlo, diríamos que se trata de un
tributo debido a la Creación. Por eso, inevitablemente aparece en la poesía de
tantos poetas (no podemos dejar el mundo fuera), como así ocurre también en la
poesía de Isa Guerra: montaña, mar, azul, estrellas, rojos ocasos, luz, palabra
esta última a la que acude con frecuencia y que hemos de interpretar en un sentido físico y espiritual.
Y nos vamos de este
poemario con la clara sensación de habernos sumergido en un orbe de
preocupaciones muy actuales, de sentimientos que muchos compartimos, y que
quizá, convertidos en acciones, salven nuestras almas. Todo ello escrito con
serena compostura y acierto.
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