domingo, 27 de enero de 2019

EN EL ARTE COMO EN LA VIDA


EN EL ARTE COMO EN LA VIDA
     MARÍA TERESA DE VEGA 
El editor Ánghel Morales me invitó a presentar este libro de la escritora grancanaria Isabel Guerra. Había leído su “El pulso de la calle” e inmediatamente acepté. Ese poemario tiene algo que ver con este que hoy presentamos. Así, en el poema del mismo nombre, leemos: El pulso de la calle/ se descubre en sus versos/ de graffitis que renacen/ de las esquinas rotas/… Y que coincide con uno de los aspectos de nuestra sociedad incorporado en el poemario “Art Disidente”.
Nos vamos a referir en primer lugar al título. Con el arte disidente se refiere la poeta a un arte que va contra lo aceptado por la tradición, que complace a una mayoría, a los que se acomodan a una sociedad reencantada por el consumo.  Ese arte que mira de otra manera y huye de lo convencional. Tantas veces solo usa la palabra pintada, vehículo  de la preocupación social por la ecología, por los marginados. Ese “Des-Art”, así  lo llama la poeta en un poema del principio, y que se refiere, en este caso, a las pintadas en la calle (de ahí su relación con el anterior poemario), a su condición subversiva, a su voz a contracorriente, y que por ello subraya su actualidad. La poeta invita a ser cómplice  de su palabra –disidente- como ese arte, incómoda, como aquellas pintadas. “Subversión” es el título de un poema sobre esta idea de rebelión, si bien con una nota que acentúa lo gozoso de esos momentos de plena libertad en compañía de lo que la naturaleza y el buen hacer del humano nos proporciona.
En este pórtico del comentario, señalo los temas que –si lo he captado bien- son principalmente tres: la fugacidad de la vida, la solidaridad con los agraviados, silenciados del mundo, y la incertidumbre que pesa sobre los mortales acerca de tantos asuntos que le atañen.
El tiempo pasa. En principio podríamos decir que algunos poemas están inmersos en el sistema cultural que llamamos Barroco. Pero los poemas de Isa Guerra no tienen un tratamiento ascético y desvalorizador de la vida, sino que, al contrario, hay una celebración de esta, y de las maravillas del mundo. No hay pesimismo como en la corriente aludida, sino impulso vitalista.
En “Matemáticas de la caducidad”, título muy expresivo, se pregunta: ¿cuánto tiempo me queda? Un poema donde el tema de la fugacidad y el de la incertidumbre confluyen, dos temas universales y que tanto nos conciernen. Contra esa incertidumbre, me permito añadir, la gran certidumbre –en contrapunto brutal- acerca de que un día se acabarán las mañanas. Y sí, nos vamos de esta vida, pero con la conciencia, como la de la poeta, de haberla amado, de haberla vivido, y el propósito de seguir acompañados de las alegrías de cada jornada, como si no existiera la muerte.
Un asunto que también ocupa un lugar notable en su poemario es el del amor por los otros (aparte de aquel que le impulsa a la solidaridad con los agraviados y desamparados de la sociedad), un poco más allá del amor romántico, que también, ese que por un cierto tiempo excluye el mundo exterior, y nos transporta a un mundo arcádico. Un amor que abraza todo. Y donde el rojo es la bandera, el emblema, la llama que ondula. En sus palabras: la vida vivida con ardor, con pasión, el grito por la libertad, y por todo lo que la recuerda, por ejemplo, el vuelo de los pájaros. Como en el poema “Plenitud de infinito”, donde hay conciencia de la plenitud de lo vivido. Ahora bien, también es consciente de esa ley que rige para todos, ese todos presente en la desinencia del verbo caer, conjugado en el presente intemporal: “Caemos”. Título de un poema que nos remite, como si no pudiera ser de otro modo, a ese mito de la antigüedad griega – esos mitos que se esforzaron en dar sentido a nuestro mundo- al joven Ícaro. Mientras tanto, repito, lugares, paisajes, la arena, las olas, un mar con el que, cuando está sosegado, quiere fundirse, ese paisaje tranquilo y cálido, querido, porque no siempre estamos a salvo de la hostilidad, de los nubarrones que nos miran a la cara. Para eso y para las mil y una desgracias que ocurren en nuestra sociedad, tenemos el “pecho”, una palabra relevante en el poemario. Repito, el pecho, esa parte de la anatomía que se expande. Que henchido se enfrenta; que es la avanzadilla de la lucha. Ese pecho grande en el que, nos dice la poeta, encuentran su refugio los corazones.
Porque los corazones lo necesitan, aparte de en los desasosiegos, en la incertidumbre en que vive el mortal. Esta aparece en títulos significativos, como “Ya veremos”, “sin saber”, por ejemplo, que aluden al desconocimiento sobre el tiempo y el espacio de lo que nos afecta. Se trata de ese vivir incierto, de las circunstancias de las personas amadas, de la duración de nuestro viaje en la tierra. Creo que también se refiere Isa Guerra a la incertidumbre de la que somos presa sobre lo oculto en las palabras, en los gestos, su espina dorsal subterránea, y que nos es desconocido. Que forma parte de la vida de todos y cada uno, y sobre lo cual no podemos pronunciarnos.
Por supuesto, una incertidumbre fundamental, (qué será de nuestro planeta) y que  preocupa a la autora es la del vandalismo ecológico. Se refiere a este en el poema “Lágrimas de nube”, en el que compara el volcán que expele piedras, cenizas, toda su constitución destructora –aparte de con el odio que revienta y se aplica a silenciar las voces disidentes con las balas-, ese volcán que vuelve yermos los lugares por donde pasa, con la acción del hombre en la naturaleza.
Para terminar, quiero hablar de lo que podría ser una su posible poética. En “Desnudar el verso” escribe sobre la necesidad de despojar el verso de sus adornos y artificios, hasta llegar al silencio. Quizás nos encontraríamos con la buscada esencia.
A este respecto, puedo decir que la lengua de la poeta en este poemario es sobria y sencilla. Sin embargo, no está exento de imágenes, como la hermosa que se aplica a los frutos de la higuera –que puede arrastrar consigo esa destrucción de la naturaleza de la que hablábamos- y su relación con la miel que luego subirá a la mirada. Nos encontramos también, con la arena que viene y va y semeja la vida, con el “parpadear” de nuestro vivir incierto, y con otras que el lector se encontrará en la lectura de los poemas.
Por otro lado, y perdóneseme esta intrusión, en mi opinión sobre la poesía –y lo digo para que comprendan mi juicio- esta debe tener un punto de halago verbal, de aproximación sensorial, de palabras en la que resuene la belleza del mundo, percibida por uno o varios sentidos. Así, el paisaje es un decorado significativo en gran medida o quiere serlo, diríamos que se trata de un tributo debido a la Creación. Por eso, inevitablemente aparece en la poesía de tantos poetas (no podemos dejar el mundo fuera), como así ocurre también en la poesía de Isa Guerra: montaña, mar, azul, estrellas, rojos ocasos, luz, palabra esta última a la que acude con frecuencia y que hemos de interpretar  en un sentido físico y espiritual.
Y nos vamos de este poemario con la clara sensación de habernos sumergido en un orbe de preocupaciones muy actuales, de sentimientos que muchos compartimos, y que quizá, convertidos en acciones, salven nuestras almas. Todo ello escrito con serena compostura y acierto.

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