LA FUERZA DE VOLUNTAD
ILKA
OLIVA CORADO
Corría mediados de
la década del noventa en Ciudad Peronia cuando llegó a vivir a la cuadra un
matrimonio procedente de la Bethania, otro arrabal guatemalteco. Para ese
entonces Ciudad Peronia ya estaba poblada, atrás habían quedado los tierreros
de terrenos sin medición y los sitios baldíos que circundaban el mercado, la
parada de buses, El Gran Mirador, La Surtidora y La Cuchilla.
Don Luis y su
esposa, llegaron a comprar una casa que antes pertenecía a una familia que se
dedicaba a tapizar muebles, era habitual ver esqueletos de amueblados de sala y
comedor por doquier. Su casa quedaba al principio de la cuadra, subiendo por el
bulevar principal, pero al final si se agarraba de La Arada para abajo.
Un matrimonio muy
particular, lleno de energía que en cuestión de días se familiarizó con los vecinos de la cuadra, para ese entonces
los patojos de la primera camada estábamos entrando a la adolescencia y
soñábamos con cosas inalcanzables, como
por ejemplo tener postes de luz eléctrica en la calle que alumbraran la
oscurana. Pero Ciudad Peronia era una arrabal perdido entre tierreros,
barrancos y aldeas, ¿quién por los arrabales?
Un arrabal sin
parque, sin áreas recreacionales, inhóspito a donde las ambulancias llegaban
tres días después de la emergencia y la policía nunca. Porque ahí se decía que
puyaban con tortilla tiesa.
Don Luis había
tenido polio de niño y tenía dificultad
para mover una de sus piernas, siempre se movilizaba en moto, pero nunca dejó
que el polio lo detuviera y le arrancara la fuerza de la voluntad. Pronto don
Luis andaba echando porras en las chamuscas e invitando a las aguas al equipo
ganador, visitando vecinos y organizando a los adultos de la cuadra para que
fueran a Villa Nueva (municipio al que pertenece Ciudad Peronia) a exigir a la
alcaldía la instalación de dos postes de luz eléctrica en la cuadra.
Una tarde nos
escuchó a los patojos hablar del anhelo de los postes de luz y nos dijo sin
titubear:¡lo vamos a hacer! Fue el inicio de dos años de vueltas, de ir y venir
de la alcaldía. Solo conseguimos el trato de comprar los dos postes nosotros y
la alcaldía enviar al personal para la instalación de los cables y la energía
eléctrica; pero logramos los dos postes de luz.
Para los 15 de
septiembre, (día de la independencia de Guatemala) con la inocencia propia de
quien desconoce su historia, nosotros desde temprano barríamos la cuadra y
pintábamos con cal las orillas y los dos postes de luz, colocábamos adornos en los
techos de las casas y por la tarde nos íbamos a traer la antorcha quienes
estudiábamos en las escuelas y colegios del arrabal.
Hasta que se nos
ocurrió que era tiempo de ir a traer nuestra propia antorcha desde la cuadra,
se lo comentamos a don Luis que se convirtió en alero de la juventud y dijo:¡lo
vamos a hacer! Y cuando sentimos ya teníamos alquilado un bus y estábamos
encaramados con nuestras antorchas listos para ir a San Lucas Sacatepéquez a
encenderla y regresar corriendo desde allá. Para el alquiler del bus hicimos
rifas. Nunca ningún adulto de la cuadra nos había motivado así. Aquel 15 de
septiembre de 1998 fuimos a traer la
antorcha y realizamos un pequeño acto cívico enfrente de su casa, que subiendo
del bulevar quedaba al inicio de la cuadra, pero bajando de La Arada quedaba al
final.
Ciudad Peronia para
finales de década del ochenta y primeros años de la década del noventa, eran un
champerío, covachas por todos lados: de lepa, de nailon, de canceles de telas,
de lámina, eran raras las casas construidas de bloques o adobe. Aquel arrabal
era una revoltura de etnias recién llegadas del interior del país, gente de
otros arrabales que llegaban con la esperanza de poder invadir un terreno
baldío y quedarse a vivir ahí.
Para finales de la
década se lograban avistar más casas de bloques y poco a poco fueron
desapareciendo del área central de la colonia, las covachas y las champas.
Nuestra cuadra fue una de las primeras de la colonia, y algunos vecinos ya
habían logrado ahorrar para el lujo de una banqueta de cemento, otros apenas
tenían los cuadros de talpetate bien apelmazado que regaban con panadas de agua
para que las polvaredas no se levantaran con los chiflones.
Pero faltaba algo
en la cuadra, faltaban árboles. Nos
reunimos con los patojos de la cuadra y don Luis que nunca faltaba entre la
molotera, y cuando hablamos de la idea de sembrar árboles en las banquetas don
Luis, como siempre dijo:¡lo vamos a hacer!
Pero, ¿de dónde
íbamos a sacar esos árboles? Don Luis entonces dijo que tenía contactos en una
empresa que vendía árboles, que de eso no nos preocupáramos, que contáramos con
los árboles y que solo nos encargáramos de hablar con los vecinos para que
autorizaran que sembráramos dos árboles por casa. Una tarde me dijo que me subiera en la moto y
lo acompañara a la empresa a donde iba
ir a traer los árboles, lo acompañé. Cuál fue mi sorpresa, que no conocía a
nadie, el hombre llegó, tocó la puerta y se presentó y pidió hablar con el
encargado a quien le presentó el proyecto como si le estuviera hablando del
mejor proyecto de inversión de su vida.
Fue cosa de 15
minutos para que el encargado de la empresa le donara los árboles, totalmente
convencido del propósito de aquel proyecto del que le habló ese
desconocido. Y nos regresamos a Ciudad
Peronia a conseguir un carro de palangana para irlos a traer y ese fin de
semana llenamos de árboles la cuadra.
Para ese mismo año,
llevamos a cabo nuestra obra maestra: crear la primera liga de fútbol femenino
de Ciudad Peronia, lo que había sido un imposible hasta que llegó don Luis y
dijo como siempre:¡lo vamos a hacer! El único campo de fútbol era ocupado los
fines de semana por los pilotos de los autobuses que tenían una liga, así que a
los demás nos tocaba cachusquear en nuestras cuadras.
En La Arada, un
zacatal que con los años convirtieron en la colonia Jerusalén, a punta de
pelotazos y rapones de rodilla hicimos un campo de talpetate que sirvió como la
cancha oficial de la liga. Mismo campo que sigue siendo la cancha a donde los
patojos de las cuadras vecinas van a
jugar sus chamuscas.
Al recordar estas
hazañas, porque han sido hazañas dadas las condiciones de pobreza de nuestro
arrabal y de nuestra cuadra, me queda la seguridad absoluta que en la vida, lo
único que necesita un ser humano para lograr lo inalcanzable es la fuerza de
voluntad. En nuestra cuadra esa fuerza la despertó en nosotros don Luis, con su
irrebatible:¡lo vamos a hacer!
No es inalcanzable
y nos es imposible lograr que florezcan las primaveras…
Necesitamos la fuerza
que mueve el mundo: necesitamos voluntad y una voz dentro de nosotros mismos
que nos diciéndonos: ¡lo vamos a hacer! Pequeños cambios son grandes cambios.
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