PERIODISMO CARROÑERO
DAVID TORRES
Decía Poe que el
tema poético por excelencia era la muerte de una mujer hermosa, una creencia
que le llevó a escribir El cuervo y una buena cantidad de relatos con
abundancia de muchachas asesinadas, torturadas y enterradas vivas. Las
aficiones necrófilas de Poe prosperaron especialmente en el campo de la novela
negra donde, quizá por imitación de la realidad, abundan las mujeres muertas
casi tanto como en las estadísticas policiales, aunque por motivos bastante más
rocambolescos que los que llenan las páginas de sucesos. Una señora le preguntó
una vez al novelista John Banville (quien escribe novelas policíacas bajo el
seudónimo de Benjamin Black, aunque todo el mundo sabe que en realidad es John
Banville) cuándo iba a dejar de escribir libros sobre mujeres asesinadas y él
respondió: “En cuanto me salga bien, dejaré de hacerlo”.
A lo mejor Poe
tenía razón en cuanto al tema poético, sin embargo, hoy día sabemos que el tema
periodístico por excelencia es la muerte de un niño. Marta del Castillo, las
niñas de Alcàsser, o más recientemente, Julen, el niño caído en un pozo, han
movilizado y siguen movilizando docenas de informativos, acaparado cientos de
portadas de periódicos y dando de comer a miles de colegas. Ignoro las razones
últimas de este interés, más allá del morbo, de las ganas de vender más
periódicos y del intento de colar más anuncios en las pausas publicitarias,
pero la psicopatología podría explicarnos muchas cosas al respecto.
Ana Rosa Quintana,
una de las musas del teletomate, llegó a criticar el exceso de protagonismo de
Juan José Cortés, el padre de Mari Luz, en los boletines informativos. Por una
vez a Quintana no le faltaba razón, aunque no menos gratuita que la presencia
de Cortés en los informativos era la suya propia. ¿Qué pintaba el padre de una
niña onubense asesinada una década atrás por un pederasta en las labores de
rescate? Muy poca cosa, aunque al menos Cortés podía dar ánimos a los
familiares mediante su experiencia de haber perdido a un hijo en primera
persona, mientras que la experiencia en sufrimientos públicos de Quintana se
limita a haber plagiado una novela en vivo y en directo, y a que su marido
fuese detenido en medio de la investigación del caso Villarejo.
Por sus resonancias
con el pozo fatal, el rescate contrarreloj y el circo mediático levantado en
torno es inevitable recordar una vez más a Chuck Tatum, el periodista encarnado
por Kirk Douglas en El gran carnaval, de Billy Wilder. El credo periodístico de
Tatum dice así: “Conozco los periódicos de arriba abajo. Los he escrito,
editado, impreso, doblado y vendido. Hago noticias grandes y pequeñas. Y si no
hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro”. La película mostraba el
lado canalla de la prensa y la indiferencia morbosa del público con tanta
precisión que por poco acaba con la carrera cinematográfica de Wilder. Ahora
bastaría con preguntarnos por qué la tragedia de Julen ha tenido en vilo a
España durante casi dos semanas, movilizando efectivos millonarios de búsqueda
y reservas inagotables de buena voluntad, mientras los niños, hombres y mujeres
que sucumben a docenas en el Mediterráneo cada día apenas merecen un minuto en
los telediarios. Si el periodismo se ocupara de esas tragedias sin nombres ni
apellidos con una centésima parte del entusiasmo carroñero que han puesto sobre
la muerte de Julen, a lo mejor los periódicos servían para algo más que para
limpiarse el culo.
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