GOLPE DE ESTADO: TRUMP ELIGE
PRESIDENTE EN VENEZUELA
DAVID BOLLERO
Lo sucedido en
Venezuela sólo tiene un nombre: Golpe de Estado. Quienes lo defienden, ni
siquiera entran a considerar si es un golpe justificado o no, sencillamente lo
niegan. Esa manipulación de los hechos, esa calurosa bienvenida que le dan a la
injerencia en su política interior de países como EEUU o Brasil -que hicieron
público su pacto para ello a principios de año-, hacen saltar las alarmas sobre
si la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente es la mejor salida para
el aparente callejón sin salida de Venezuela.
Un golpe de Estado,
por definición, es una “actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas
militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta
apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las
autoridades existentes“. A falta de que el ejército se pronuncie -la cúpula
militar ya se sabe que mayoritariamente apoya a Maduro-, eso es lo que ha
sucedido en Venezuela, tal y como prueban los enfrentamientos que ya se
producen en las calles.
Negar la miseria
que vive el país, con hiperinflación y un PIB en constante caída libre sin que,
además, Nicolás Maduro haya sabido poner soluciones encima de la mesa, sería
absurdo. Venezuela no está bien y, como vengo sosteniendo desde hace años,
Maduro nunca ha sido un digno sucesor de Hugo Chávez -que tuvo sus sombras y
sus luces-. Dicho esto, el año pasado se celebraron unas elecciones. ¿Qué pasó
entonces?
Sencillo: el grupo
opositor más importante, bajo el paraguas de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD),
optó por no participar en las elecciones del 20 de mayo. Hoy, ni siquiera
existe la MUD. Es cierto que hubo diversas trabas técnicas para la presentación
de candidatos, incluso arbitrariedad, pero que Maduro no tuviera competencia en
las urnas no fue responsabilidad suya, sino una estrategia de la oposición. Una
oposición, por otro lado, que es tan indigna del pueblo venezolano como Maduro
lo es en términos de sucesor de Chávez.
La apuesta de la
oposición de no acudir al sufragio hizo que con un 67% de los votos (aunque
sólo con un 32% del total de electores), Maduro se asegurara un segundo mandato
por seis años, controlando 20 de las 24 gobernaciones y 310 de las 335
alcaldías .
La oposición
venezolana, no sólo ha estado fragmentada, sino desunida. Ha tenido que ser la
injerencia de Trump y Bolsonaro, con el respaldo de un Grupo de Lima
(Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Chile, Guatemala, Guyana,
Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía ), cuyo bloqueo al país no ha
beneficiado en absoluto al pueblo venezolano, quienes consoliden a los
detractores de Maduro, pero con un pegamento que nada tiene que ver con los
Derechos Humanos, sino con oscuros intereses económicos y geoestratégicos.
Desde hace una
semana, Guaidó viene autoproclamándose presidente. No ha sido elegido por el
pueblo en ninguna elección (transparente o no), no cuenta con el respaldo de la
soberanía popular y, sin embargo, asegura: “hay alguien usurpando el poder, hay
alguien que rompió la cadena de mando y ustedes lo saben”. Esa afirmación, que
bien se podría aplicar a él, la dirige contra el actual presidente de
Venezuela, Maduro.
Guaidó ha sido
elegido por Trump, no por Venezuela. EEUU ha promovido el golpe de Estado, como
ya hiciera Bush en 2002 (con el apoyo de Aznar, como ahora de Casado) y
fracasara. Esa no puede ser la solución al país y a su agotamiento de
alternativas socio-económicas para garantizar el bienestar de su
ciudadanía. Abre la puerta a las
injerencias extranjeras e imperialistas de EEUU que, si algo han demostrado
allá dónde han metido la cabeza, es que no benefician a los pueblos. Esa,
definitivamente, no es la solución.
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