SOBRE MANOLO DÍAZ GARCÍA Y SU NOSTALGIA DEL OLVIDO
ANTONIO ARROYO SILVA
Y PIENSA HOY
Y
piensa hoy
qué
mirarán los ojos
que
él ya no mira, dónde
la
pupila
vivísima,
tanto
amor que había,
la
diáfana feria del vivir
de
aquellos días,
Qué
gran panadería, tahona,
qué
útil molleta:
mejor
no vimos nunca.
Todo
se amasa aquí:
humilde
panadero, la levadura
corre,
finge
deshacerse
entre
sus manos, se va y traiciona.
el viejo fruto del rescoldo.
Aún queda. Probad.
No está en sazón
pero probad.
Será su propia sangre
la masilla y robaréis
con él
lo que anda lejos, aquello del principio.
Baltasar
Espinosa.
Poesía
Canaria Última
Ediciones
El Museo Canario, col. Mafasca.
Las
Palmas 1966.
Permítaseme la licencia de partir de esta maravilla poética de
un autor galdense muy joven entonces, en 1966, ahora ya en el recuerdo y casi
en el olvido. Permítasele al que escribe que también tenga nostalgia de un
olvido, ya que poetas como Baltasar Espinosa deberían estar no solo en los
libros, sino en la memoria colectiva del pueblo que los vio nacer y, por ende,
de toda la humanidad.
No obstante, la licencia que les pido no es gratuita, pues en
ella veo claramente reflejada la vida de Manuel Díaz García y, cómo no, de su
libro de poemas que acaba de salir a la luz, Nostalgia del olvido.
Es bien sabido por todos ustedes el oficio de Manolo: panadero.
El pan, las panaderías, los panaderos son temas muy recurrentes en la poesía
contemporánea. Recuerden aquella enorme antología de Juan Carlos Mestre, La bicicleta del panadero, aparte del
poema que vengo citando.
Manolo, al menos en su libro que le conozco, también anda en
bicicleta y no precisamente en el sentido peyorativo o erótico de tal
expresión, sino, al contrario, haciendo referencia a algo muy necesario para el
oficio de panadero y el de poeta: la humildad y la honestidad.
En lo que se refiere a Nostalgia
del olvido: «Todo se amasa aquí:/ humilde panadero, la levadura/corre, finge / deshacerse/
entre sus manos, se va y traiciona – dice el joven poeta del pasado
Baltasar Espinosa al poeta recién estrenado del presente–. Ciertamente, aquí
nuestro panadero-poeta todo lo amasa en este libro con la levadura traicionera
de su dolor por la pérdida de un amigo, de cuyo nombre no quiere acordarse o
pretende que nosotros, los lectores, no nos acordemos, pues a Manolo le es
imposible nombrar el vacío que le ha dejado en su interior. Y esa nostalgia de
querer olvidar es el puente que lo une a ese recuerdo, como Miguel Hernández
cuya «Elegía a Ramón Sijé» une al poeta a su amigo Ramón, a pesar de todo lo
que los separaba: el espacio, el tiempo, la muerte, la vida, las ideas
contrarias que llevaron a la confrontación y el magnicidio a todo un país.
Pero no es la guerra el tema central de Nostalgia del olvido, donde Manuel Díaz García no se atreve ni a
pronunciar la palabra elegía, sino se
trata de una voz que: «Susurra, tímido,
el olvido al recuerdo, / este sonríe con malicia:/ se sabe victorioso…// Está
lleno de dolor». O aquello del poema IV: «Nos separó la vida, / paciente espero a la siguiente/ quizás seas tú,
entonces, / quien clave en mi espalda un puñal». Aquí apreciamos ese tono
hernandiano que aparece en la elegía citada, aunque las causas de esa
separación y posterior muerte de Ramón Sijé y del amigo de Manuel Díaz García
sean bien distintas: aquí está la muerte como lugar de imposible encuentro para
ambos poetas.
No sería arriesgado decir que Nostalgia del olvido es un solo poema dividido en cien fragmentos. Manuel
apuesta por el fragmentarismo no por seguir una moda poética o intelectual,
sino porque la vida es así, añicos. Y, cómo no, la memoria (y el olvido) son
fragmentos que vienen y van, se esconden en el silencio e irrumpen en la
llanura de una página en blanco, pero nunca en forma de respuestas o
aseveraciones, sino como manifestaciones de una duda o de un desasosiego.
La poesía contemporánea siempre parte de esa duda que en Nostalgia del olvido, felizmente cobra
cuerpo en forma de nostalgia. Nostalgia por la pérdida de una habitación, de
una pieza oscura de la infancia, como diría el poeta chileno Enrique Lihn;
pero, sobre todo, nostalgia por ese olvido. Ese hecho perdido en lo más hondo
del pozo de la conciencia del poeta. El peor dolor que podemos sentir (seguimos
ahora el poema «Lo Fatal» de Rubén Darío) es no saber la causa de esa herida («Dichoso el árbol que es apenas
sensitivo,/y más la piedra dura, porque esa ya no siente,/pues no hay dolor más
grande que el dolor de ser vivo,/ni mayor pesadumbre que la vida consciente»),
pues afecta a la psiqué del sujeto lírico, como una suerte de esquizofrenia no
psicosomática, sino, en este caso, fundada en el centro del poema.
«Pero mirad el pan, / el viejo
fruto del rescoldo. / Aún queda. Probad. / No está en sazón/ pero probad. /
Será su propia sangre/la masilla y robaréis/ con él/ lo que anda lejos, aquello
del principio». Vuelvo al poema de Baltasar
Espinosa que nos sirve de lazarillo por estos meandros que serpentean por las
páginas entre la memoria y el olvido, entre las distintas maneras, distintos
registros que Manuel Díaz adopta, concibe y admira en la creación poética:
desde lo analítico a lo sintético, desde el paralelismo al cubismo y la poesía
visual. Aquí también están presentes los otros poetas, como Federico García
Lorca, Miguel Hernández, Neruda… También la memoria histórica y prehistórica,
el pasado cercano de los represaliados del franquismo y el lejano de la cultura
guanche que aún bulle en ese Juncalillo de las Medianías donde Manuel vive y se
gana el pan. No me detengo más en estos aspectos ya magistralmente analizados
por Ángel Sánchez. en el prólogo de Nostalgia
del olvido. Me quedo con el pan de los poemas de Manolo y con el pan
nuestro de cada día, ambos recién salidos del horno. Los probamos y, unas
veces, nos resultan amargos y otras veces con él robaremos lo que anda lejos,
aquello del principio.
Y ahora, para terminar, qué mejor manera que las palabras de
Manuel Díaz García: «Te esperé/ detrás de
las horas y los días, / detrás de los meses y los años, / detrás de las
montañas y los daños, / hasta que un día de espera/ que prometía/ llegó hasta
mí una voz extraña/ y me dijo: ALEA IACTA EST».
La suerte está echada; pero la suerte no es el azar, amigos
lectores.
Antonio
Arroyo Silva
Gáldar,
12-12-2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario