POR QUÉ JUAN GUAIDÓ NO ES EL PRESIDENTE LEGÍTIMO DE VENEZUELA
POR SERGIO CASAL
España –o al menos parte del espectro político
español– tiene un terrible complejo de superioridad con respecto a las naciones
de América Latina.
Los líderes de la
derecha le arrogan al “reino español” un paternalismo frente a las naciones
soberanas del otro lado del Atlántico a las que considera menores de edad que
recuerda a la época colonial. Es una actitud que contrasta con la idea del
Estado como sujeto de derecho internacional público, dominante en las
relaciones internacionales contemporánea.
Por si alguien hoy
no se ha dado cuenta, Venezuela vive la mayor crisis de gobernabilidad de los
últimos 17 años. ¿Qué está pasando en Venezuela y por qué hay dos presidentes
de la República? Sencilla respuesta a un problema público complejo en todos los
ámbitos: porque hay una crisis de legitimidad amparada por una crisis económica
sin parangón. Esa legitimidad se ha ido desvinculando del marco legal para
trasladarse a las calles e incluso a otros países que están tratando de
establecer la agenda y el rumbo político de Venezuela, convirtiéndola para el
mundo en un estado fallido sin gobierno que pueda enderezar esta situación.
Pero para comprender por qué se está produciendo esta ruptura en la
gobernabilidad, debemos comprender a grandes rasgos cómo funcionan los poderes
en Venezuela, qué está pasando y por qué.
Este martes 23 de
enero, el presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó, se ha autoproclamado
“presidente encargado de Venezuela”. Y no lo ha hecho en una fecha sin
significado. Ha aprovechado el día exacto del 61 aniversario del derrocamiento
del último líder militar de Venezuela y, para muchos, el momento fundacional de
la democracia venezolana. Poco después de su autoproclamación han sido varias
las potencias internacionales que han respaldado la legitimidad de esta
declaración. Esta es la noticia. Bien. ¿Pero cuál es el marco y por qué España
no debería hacerlo? Vayamos por partes.
Vivimos en una
sociedad internacional en la cual los sujetos principales de derecho
internacional público, mal que le pese al imperialismo, son los Estados. Esto
quiere decir que Venezuela, como estado soberano cuenta con un ordenamiento
jurídico propio para comandar su vida pública y ordenar su funcionamiento
institucional, valga la redundancia. Ni España, ni Estados Unidos, ni Canadá,
ni Francia, por mucho que apoyen públicamente a un persona que se ha declarado
a sí misma “presidente encargado de Venezuela” pueden convertirlo en presidente
legal.
La Constitución
tiene sus mecanismos para escoger al líder del Ejecutivo a través de un proceso
democrático y, al contrario de lo que proclama Guaidó cuando hace referencia al
artículo 233, el presidente de la Asamblea no puede autoproclamarse presidente
de la República excepto que se den las siguiente circunstancias: “la muerte, su
renuncia, la destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de
Justicia, la incapacidad física o mental permanente certificada por una junta
médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la
Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado éste por la Asamblea
Nacional, así como la revocatoria popular de su mandato”. Ya que en ningún caso
se han producido estas situaciones, las aspiraciones de Juan Guaidó quedan
deslegitimadas y lo convierten en un diputado que ha faltado a la Constitución
que juró cumplir cuando tomó posesión de su cargo en la Asamblea Nacional.
La Constitución
establece mecanismos de elección tanto para la Asamblea Nacional (que ostenta
el Poder Legislativo y preside el opositor Juan Guaidó) como para el presidente
de la República (que se encarga del Ejecutivo y está en manos de Nicolás
Maduro). Juan Guaidó es el actual presidente de una Asamblea Nacional que fue escogida
democráticamente por el pueblo venezolano con el mismo marco jurídico (con
diferente mecanismo) que el Consejo Nacional Electoral brinda para la elección
del presidente Maduro. ¿Por qué la oposición da legitimidad a la elección de la
Asamblea y no a la del presidente? Es una cuestión de intereses. Intereses que
por desgracia traspasan las fronteras venezolanas.
Y es aquí donde nos
encontramos con esa tremenda crisis de legitimidad: parte del pueblo venezolano
reconoce al Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela y una buena
parte de las grandes potencias también lo hace (Estados Unidos solo tardo 29
minutos en proclamar oficialmente su apoyo a Guaidó), mientras que las urnas y
la Constitución establecen otra cosa.
Es un problema de
suma cero que se está saldando con un choque entre venezolanos. Tal y como
sucedió en el año 2002. La historia se repite: Una situación de supuesto “vacío
presidencial” es aprovechada por la oposición para invocar interesadamente el
artículo 223 de la Constitución. En 2002 fue una supuesta renuncia de Chávez a
la presidencia y en 2019, la falta de validez que la oposición, que actualmente
controla el poder legislativo a través de la Asamblea Nacional, y varias
potencias internacionales dieron a las elecciones presidenciales de mayo de
2018 en las que Maduro aseguró su segundo mandato (2019-2025) con casi un 70 %
de los sufragios (más de 6 millones de votos) avalados por el Consejo Nacional
Electoral de Venezuela. El 10 de enero de 2019 Maduro tomó posesión de su segundo
mandato ante el Tribunal Supremo (que ostenta el Poder Judicial) tras vencer en
las elecciones presidenciales de mayo y el aislamiento internacional y la
presión mediática y opositora echaron a los venezolanos a las calles: a unos
para apoyar a su presidente democráticamente elegido, y a otros para protestar
contra la legitimidad del mismo. Y el 23 de enero, en un marco histórico y
político incomparable por el paralelismo que la oposición trata de establecer
con la situación vivida durante la caída del general Pérez Jiménez, un diputado
opositor decide erigirse como auténtico presidente de la República “ante Dios
todopoderoso, ante los diputados y ante Venezuela”.
Venezuela está rota
y, con ella, el monopolio de la violencia física legítima del Estado en su
concepción mas webberiana. Es en esta situación precisamente donde el derecho
venezolano non está siendo capaz de generar ese contexto de monopolio de la
violencia física legítima de las instituciones que caracteriza a los estados
modernos y la legitimidad de uno u otro bando queda en manos de un actor que,
en los estados democráticos, tendría que jugar un papel residual: Las fuerzas
armadas. La FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana) es el único agente
interno que actualmente puede asegurar a cualquiera de los dos bandos el
monopolio de esa legitimidad que caracteriza al estado weberiano y que las
instituciones y los poderes Legislativo y Ejecutivo no están logrando. Y estas
ya se han posicionado. Del lado del presidente Maduro.
A las 5:25 de la tarde
(hora venezolana) del 23 de enero, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino
López envió un mensaje en su cuenta de Twitter asegurando: “El desespero y la
intolerancia atentan contra la paz de la Nación. Los soldados de la Patria no
aceptamos a un presidente impuesto a la sombra de oscuros intereses ni
autoproclamado al margen de la Ley. La FANB defiende nuestra Constitución y es
garante de la soberanía nacional”, expuso.
Por esta situación
es por la cual los líderes de la oposición venezolana llaman a una
“intervención internacional que asegure una transición política en Venezuela”.
Es decir: la intervención de potencias extranjeras para decantar el monopolio
de esa violencia física hacia el lado que les interesa, estableciendo así un
Gobierno que cumpla con sus expectativas y volando por los aires todos los
principios jurídicos venezolanos y de los estados como sujetos de derecho
internacional público. No hace falta recordar lo que supuso a nivel político y
social la intervención militar en Libia y en Siria para darse cuenta de que en
Venezuela operan los mismos intereses internacionales que buscaron derrocar a
los gobiernos de aquellos países.
La presión de las
organizaciones multilaterales apéndices de los Estados Unidos, tales como la
OEA y el Grupo de Lima, con un propósito de desestabilización del gobierno
venezolano, puede hacer que la crisis diplomática derive en un conflicto
militar similar al de Libia o Siria con las características de un territorio
latinoamericano. Hasta ahí llega la irresponsabilidad de reconocer al
presidente de la Asamblea Nacional como legítimo presidente de Venezuela.
Actualmente Juan Guaidó ha sobrepasado su función como diputado y se ha saltado
la Constitución.
Resulta curioso ver
cómo los líderes de la derecha española, que tanto se apresuran en querer
aplicar el artículo 155 en Cataluña para suprimir sus competencias, braman para
que el presidente Pedro Sánchez proclame como legítimo presidente de Venezuela
a un miembro de la Asamblea Nacional que ha incumplido de forma grotesca la
Constitución de su país autoproclamándose presidente al margen del mandato de
las urnas y de la legalidad.
Hay dos salidas,
ambas tendrán terribles consecuencias: o el Gobierno destituye al presidente de
la Asamblea Nacional y disuelve la Cámara para convocar nuevas elecciones, o el
país colapsará mediante una intervención extranjera que deponga al régimen de
Maduro e imponga a un títere del Gobierno de Trump. Ambas son malos escenarios
para una Venezuela estrangulada.
*Sergio Casal es
periodista magíster en Comunicación Política por la Universidad Complutense de
Madrid. Especializado en conflictos y periodismo social.
(@SergioCasal15)
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