LAS HOMILÍAS DEL PADRE JULIANA
Y EL ANTISEMITISMO
RAÚL
SÁNCHEZ CEDILLO
Es preciso salir
del marco del “antisemitismo” y colocarse en la realidad histórica del odio
contra los judíos y sus distintas geografías y ocurrencias históricas
Como cabía esperar, el grito de la humanidad contra la limpieza étnica y el genocidio que están siendo perpetrados por Israel en Gaza y Cisjordania se ha encontrado con la acusación de antisemitismo por parte de… ¿quiénes? Hace ya mucho tiempo que la cuestión del antisemitismo se ha convertido en un condensado de las transformaciones del significado y de los contextos prácticos, esencialmente políticos y éticos, en los que se forman frases que hablan de “antisemitismo”. Sabemos que el vocablo tiene la particularidad de haber sido inventado antes que su versión positiva: de Ernest Renan al verdadero padre del antisemitismo, el proto-nazi Friedrich Wilhelm Adolph Marr, el “semitismo” no es más que un artificio para construir un enemigo absoluto de las supuestas razas dominantes, las improbables razas arias y/o germánicas. El laboratorio de la filología de la escuela histórica de Göttingen, a quien debemos la acuñación de los “pueblos y las lenguas semíticas”, preparó el camino para el exterminio de los judíos europeos por parte del régimen nazi. Por eso caemos en una trampa cuando adoptamos las palabras formadas en el contexto del racismo moderno y decimos, por ejemplo, que “no somos antisemitas porque los árabes también son semitas”, que es un argumento defensivo que abunda en estos días de terror, también discursivo.
Hay hechos que
resultan indiscutibles: por un lado, los “antisemitas” históricos, europeos y
americanos, son hoy los abanderados de la lucha contra el “antisemitismo”. Por
otro lado, la lucha del pueblo palestino contra la limpieza étnica y ahora el
genocidio es asimilada a una variante del “antisemitismo” de las derechas
occidentales, a su nueva manifestación, que además se extiende, como una
especie de tara genética, a todo el universo político y cultural árabe e
islámico. Por otra parte, en una evolución desde su fundación hasta nuestros
días, el estado de Israel ha llevado el proyecto sionista a la perfecta
expresión del colonialismo europeo sobre los “pueblos primitivos”, los
“Untermenschen”; ha replicado las formas fascistas y nazis de nacionalismo,
racismo, segregación y voluntad de exterminio. Hay quienes ven en esta tragedia
una especie de perverso decreto divino, una paradoja de una dialéctica
histórica transcendente, una venganza bíblica de las víctimas que se tornan en
victimarias. Cualquier cosa vale, menos un análisis preciso de la gestión y
realización del proyecto sionista antes y después de la creación del estado de
Israel el 14 de mayo de 1948.
Es preciso salir
del marco del “antisemitismo” y colocarse en la realidad histórica del odio
contra los judíos y sus distintas geografías y ocurrencias históricas. No es
precisamente lo que ha llevado a cabo recientemente Enric Juliana, que el
pasado martes 30 de octubre dedicaba su boletín “Penínsulas” al “Antijudaísmo
en España”. El encabezado es bastante
prometedor: “España asiste al drama de Gaza sin haber interiorizado el drama
judío”. Quizás sea esta asociación lo que resulta más inquietante de su
intervención. El “drama”, es decir, el genocidio y la limpieza étnica que
Juliana ni siquiera se atreve a nombrar —y Juliana no deja nada al azar: si no
lo hace es porque “no conviene”— no le lleva a escribir sobre la tragedia
palestina, sin duda alguna el pueblo más martirizado, despreciado y desamparado
desde la segunda mitad del siglo XX y que hoy se enfrenta a un genocidio
anunciado, planificado y ejecutado con premeditación y precisión. En una
maniobra que caracteriza al último Juliana, prefiere dedicarse a ejercer de
censor y confesor de los pecados ocultos que yacerían en toda expresión de
rabia, indignación y rebelión contra las expresiones más terribles del poder
militar capitalista. El hecho de que nuestra humanidad se marchite y se pudra
mientras asistimos impotentes a un genocidio, mientras vemos que se lleva a
cabo con la complicidad activa de los estados occidentales que dicen matar e
invadir en defensa de la civilización democrática occidental, mientras “la
vergüenza de ser humanos” que marcó la vida de Primo Levi se nos hace más y más
insoportable: todo esto no ha merecido ni una línea para Juliana. Salvo el
“drama”, como si habláramos de “¿Quién teme a Virginia Wolf?” o “La fuerza del
cariño”. En su último boletín, no exento de valor e interés histórico, Juliana
recuerda la publicación del documento vaticano “Nosotros recordamos: una
reflexión sobre la Shoah”, redactado bajo los auspicios del ex soldado de la
Wehrmacht, ex miembro de la Juventudes Hitlerianas y luego Papa, Joseph
Ratzinger. El acontecimiento le sirve para señalar el contraste entre la
supuesta expiación y expurgación del antisemitismo de las derechas y las
iglesias centroeuropeas y el reconocimiento tardío de los crímenes contra el
pueblo judío por parte de las derechas y la Iglesia católica españolas. Pero el
objetivo fundamental del texto se resume en los últimos parágrafos:
«Los hijos y nietos
de los izquierdistas que en los años sesenta soñaban con pasar una temporada en
un kibbutz israelí hoy no saben distinguir entre Hamas y la OLP. La gente
dedica más tiempo a las terribles imágenes (verdaderas o falsas) que difunde la
red X, que a estudiar la complejidad del conflicto de Oriente Medio. El furor
religioso en una sociedad sin religión regresa por la vía de las imágenes
transmitidas por los teléfonos móviles. Impulsos neuronales que crean adicción.
Las redes sociales exhiben la muerte y la tortura en las guerras de Ucrania y
Gaza y alrededor de esas imágenes se organiza la furia del mundo».
Aquí Juliana se
transmuta por un instante en Byung-Chul Han, el filósofo más rápido y prolífico
del oeste. Sin dejar por ello de adoptar el papel que lleva interpretando desde
hace unos años y que supone un cambio sensible respecto a aquel Juliana al que
se atribuye la redacción de “La dignidad de Cataluña”, el editorial conjunto de
la prensa catalana contra la sentencia del TC sobre el Estatut, publicado el 26
de noviembre de 2009; o al Juliana que pugnó por introducir en el sistema
político los efectos del 15M, desde el municipalismo a Podemos y que, aun
recientemente, no se ha cortado en denunciar como una auténtica chapuza la
operación política llamada Sumar. En vez de caer en la mala psicología, es
preferible que atendamos al Juliana director adjunto de La Vanguardia,
representante destacado en Madrid del Consejo asesor del Grupo Godó, un grupo
de presión, influencia y negocios de la familia Godó, que accedió a la nobleza
por la gracia de Alfonso XIII. En esa doble condición de analista e intelectual
estrella del grupo empresarial y al mismo tiempo operador destacado de los intereses
del grupo en la capital del Reino, no podemos dejar de advertir las resonancias
con otro personaje clave en la historia del periodismo catalán, Agustí Calvet
Gaziel, cronista y editorialista decisivo de La Vanguardia desde la Primera
Guerra Mundial al golpe de estado fascista del 18 de julio de 1936, y que pese
a su catalanismo fue capaz de servir a los Godó mientras ejercía de consejero y
mediador del político y empresario Francesc Cambó, fundador de la Liga,
diputado en las cortes republicanas y partidario y financiador del fascismo
franquista, uno de aquellos “catalanes de Burgos” que prefirieron la
destrucción del autogobierno catalán a la posibilidad comunista y anarquista.
Gaziel escribió una Historia de La Vanguardia que se publicó en 1971 y que es
un ajuste de cuentas con los Godó, que le dejaron abandonado y le forzaron a
emprender el exilio tras el estallido de la guerra civil. En ella resume los
principios implícitos del diario barcelonés y de sus propietarios, principios
que en cierto modo siguen estando plenamente vigentes: “Máquinas modernas x
toneladas de papel impreso = Millones de pesetas; Acatamiento automático de las
instituciones triunfantes; Defensa, sin discusión posible, del orden
establecido”. Pero las semejanzas con Gaziel terminan aquí, porque Enric
Juliana es un hijo de la clase obrera de Badalona y fue desde su tierna
juventud miembro del PSUC. Mi mal ojo clínico me llevó a pensar en cierto
momento que la parábola de Juliana era muy similar a la de tantos miembros de
Bandera Roja, aquella organización del maoísmo y de los obreros imaginarios que
luego dio tantos cuadros al sistema político y cultural de la monarquía
parlamentaria, tanto en la izquierda como en la derecha: de Jordi Solé Tura a
Celia Villalobos; de Carmen Alborch a Josep Piqué; de Xavier Vila Foch a
Federico Jiménez Losantos; de Ferran Mascarell a Pilar del Castillo… la lista
es abultadísima. Craso error: recientemente Juliana ha contado su propia
educación sentimental y política en Aquí no hemos venido a estudiar, un libro
notable cuyo título evoca una frase de Ramón Ormazábal, militante fundador del
Partido Comunista de Euskadi y que fue uno de los jefes de la comuna de presos
comunistas de la prisión de Burgos, en la que estuvo ocho años. La frase la
pronunció contra el que es el protagonista de la crónica de Juliana, Manuel
Moreno Mauricio, que pasó la friolera de 17 años en el penal de Burgos y que,
ante la perspectiva improbable de una caída del franquismo, pugnaba por
convertir la comuna de presos en un lugar de crecimiento, estudio y reflexión
estratégica. Manuel Moreno Mauricio es el hilo conductor del libro: badaloní
como Juliana, es el héroe y daimon terrenal del compromiso político del autor,
fue mecánico y ajustador pero sobre todo un ejemplo de virtud y resistencia
inquebrantable contra el franquismo, una de esas biografías a las que el PCE
debe toda su grandeza. Pero Aquí no hemos venido a estudiar es también un
relato de la desilusión y del fin de la esperanza comunista tal y como la había
encarnado el PCE y sobre todo el PSUC, el principal partido de la izquierda
catalana durante el tardofranquismo y la primera etapa de la transición
monárquica. Lo interesante y en cierto modo revelador de la crónica de Juliana
es que el declive del PSUC y por añadidura del PCE es un efecto de la victoria
fundamental del franquismo en el proceso de modernización del capitalismo
español. En cierto modo, el acceso del Reino de España al mercado mundial y el
ajuste competitivo que supuso el primer Plan de estabilización de 1959 sentaron
las bases de la Transición. Y aquí aparece otro de los catalanes ilustres y
ambiguos que tienen un papel destacado en el libro: se trata de Joan Sardá i
Dexeus, que pasó de experto de la Generalitat durante la Segunda República a
director del servicio de estudios del Banco de España. No fue el primer
economista catalán y catalanista que se ocupó de las finanzas del estado:
recordemos a Jaume Carner, uno de los fundadores de ERC que se ocupó del ajuste
presupuestario del primer gobierno de la República bajo Manuel Azaña.
De manera no
demasiado indirecta, Juliana abunda en la cuestión de la necesaria contribución
catalana a la vertebración y gobernación de España y al mismo tiempo a sus
peligros: la reacción de las derechas españolistas, siempre incapaces de tener
un proyecto de país, y la contrarreacción independentista, fruto de la rauxa,
el emprenyament y la falta de realismo político. Estas son invariantes de la
historia española que en el libro parecen justificar el propio tarannàde Juliana.
Sin duda, las páginas más decepcionantes del libro son las que dedica a la
explicación de la transformación económica y política del Reino de España
durante el tardofranquismo y al peso y los resultados de las luchas obreras y
populares antes de y durante la Transición. Con su propio aliño, Juliana compra
la narración canónica sobre el paso del franquismo a la monarquía parlamentaria
como el efecto de dos factores fundamentales: por un lado, la programación del
proceso de modernización desde el interior del propio franquismo y en
coordinación con el hegemon estadounidense (entre los tecnócratas, no pocos de
ellos catalanes como Sardá i Dexeus o López Rodó, la corona, el SECED y los
“reformistas”, de Fraga a Areilza, pasando por Juan Luis Cebrián) y, por otro
lado, la debilidad de la oposición de izquierdas, correlativa de una profunda
despolitización de la población. “Nadie quería la revolución, salvo cuatro
gatos”. No estamos lejos de la “correlación de debilidades” de Vázquez
Montalbán, pero sí de la insatisfacción de este con el resultado. En cambio, en
Juliana se advierte más bien una resignación triste, como si la derrota de la
ruptura republicana y revolucionaria dentro del estado español hubiera sido al
mismo tiempo una maduración, un paso a la edad de la razón. El claroscuro se
compone de la yuxtaposición de la experiencia personal del fin de una época,
con motivo de la muerte y el entierro de Manuel Moreno Mauricio, que marca para
Juliana el final de su “época militante”, y de los efectos avanzados de la
modernización capitalista, en particular en Cataluña y en su capital, donde el
neoliberalismo y la financiarización de las rentas populares a través del
endeudamiento, el consumismo desaforado y la transformación de Barcelona en un
polo del extractivismo turístico y los grandes eventos sepultan la historia de
la alternativa antifranquista.
El producto
estrella del grupo Godó parece superado por la realidad, quizás asustado por la
radicalidad de las alternativas, por la reactualización de la necesidad de
comunismo en el mundo. Quizás sea hora de volver a estudiar.
En esta
justificación retrospectiva, Juliana nos ofrece muchas claves de su
comportamiento como analista y como operador del grupo Godó y de lo que hay que
calificar como un giro conservador de su acercamiento a la realidad. Quizás
haya sido la guerra en Ucrania un punto de inflexión en este reajuste. Hoy, en
pleno genocidio del pueblo palestino en la franja de Gaza, las retóricas se
funden como la carne bajo el fósforo blanco. El Juliana que decía no creer una
palabra de la oposición de la izquierda a la guerra en Ucrania hasta que no se
manifestara ante la embajada rusa; el que argumentaba que la guerra podía ser
una buena ocasión para la vertebración de España en torno al gasoducto Midcat,
tema estrella juliano a la par con el Corredor Mediterráneo; o el elogio del
pacto de rentas que Sánchez propuso en marzo de 2022 y que Juliana comparó con
la altura de miras de los Pactos de la Moncloa. Y ahora la prédica de sensatez
entre las partes en Palestina ante lo que es otro punto de inflexión en la
recomposición global entre poder de mando capitalista y fascismos coloniales.
El producto estrella del grupo Godó parece superado por la realidad, quizás
asustado por la radicalidad de las alternativas, por la reactualización de la
necesidad de comunismo en el mundo. Quizás sea hora de volver a estudiar.
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