VEINTICUATRO AÑOS SIENDO UN
NÚMERO EN INDITEX
POR MARINA LOBO
: Protesta contra Inditex en
Galicia en 2013 (Luis
Miguel Bugallo Sánchez
/Lmbuga)]
Un recorrido
por la vida y desdichas laborales de una dependienta en el imperio de Amancio
Ortega.
Suena el despertador a las 6:30 a.m. en mi piso de Daganzo, un pueblecito de 10.000 habitantes situado al este de Madrid. Una vez lista, cojo el coche para llegar en 20 minutos si todo va bien y no hay atasco –cosa que a veces ocurre, especialmente en el tramo que lleva a Madrid– hasta mi trabajo, un lugar por donde también pasan miles de personas al día, aunque por motivos diferentes: el centro comercial Plaza Norte de Madrid. Me llamo Esther, soy una de las más de 165.000 trabajadoras de Inditex y probablemente una de las dependientas que más lleva en Zara: en 24 años como trabajadora de la firma principal de Amancio Ortega he pasado por cuatro tiendas diferentes. Cuando llegué no tenía ni 20 años, cursé algunos estudios de enfermería y empecé a hacer prácticas, pero quería tener una nómina y así fue como me decidí a entrar en Inditex.
Ahora, para entrar en este
gigante textil te hacen entrevistas en grupo, te mandan llevar un dibujo que te
represente, contar tu experiencia, tus aspiraciones en la vida, tus puntos
fuertes y tus debilidades frente a un montón de compañeras que probablemente no
vuelvas a ver cuando salgas por la puerta. Cuando yo llegué la cosa era mucho
más simple: te llamaba la encargada de la tienda y te preguntaba tu experiencia
y disponibilidad. Yo había trabajado anteriormente en una tienda de ropa en mi
barrio, y a la pregunta de la disponibilidad respondí “toda”, algo que
finalmente se tomaron al pie de la letra. Pero mejor empezar por el principio.
Con veintipocos la trayectoria en
la tienda pintaba muy bien: me hicieron encargada de tienda, me casé, nos
compramos un piso y me quedé embarazada; venían mellizos. En ese momento yo
tenía 23 años y con mis mellizos en camino le planteé un horario a la empresa
que me permitiera conciliar. Entonces me dijeron una frase que todavía resuena
en mi memoria: “O tu vida personal o tu vida profesional”. No me arrepiento de
la decisión que tomé, y pude hacerlo gracias a que mi marido tenía un trabajo
mucho más estable y mejor pagado, pero aún recuerdo la frustración que sentí
entonces y cómo todo el esfuerzo que había puesto por dar pasos dentro de la
empresa se derrumbó.
Una de las trampas de Inditex es
que parece que todas las dependientas y dependientes cobran 1.100 euros o 1.200
euros al mes. Una cantidad que, por otra parte, no es mucho si tenemos en
cuenta que el alquiler de un piso normal en mi pueblo (a 45 minutos del centro
de Madrid) cuesta ahora mismo 900 euros mensuales, y el sueldo de mil y pico
que hemos mencionado es de alguien que tiene contrato de 40 horas. Desde fuera
alguien pensaría que en Zara hay muchas personas con un contrato de esas
características, pero nada más lejos de la realidad: habitualmente los
contratos de 40 horas los tienen encargados o encargadas de tienda y poco más.
La realidad vista desde dentro es muy distinta: la mayoría de contratos en esta
empresa no solo no llegan a 40 horas semanales sino que se quedan muy lejos:
son de 16 o 20 horas, sin incentivos por ventas, los domingos pagados a precio
de día normal y sin plus por antigüedad.
Así, con mis niños en camino, fue
como pasé de echar 40 horas a trabajar solo los fines de semana con un contrato
de 15 horas, que, traducido para que lo entendáis, no llega a 600 euros al mes.
Dejar a los niños en la guardería suponía en aquel entonces todo mi sueldo y,
por supuesto, la conciliación era tarea imposible. De hecho, incluso con ese
tipo de contrato me veo obligada a trabajar algunos días entre semana, por no
hablar de que las empleadas que son madres no libran los sábados y tienen que
hacer dos cierres entre semana: esa es la realidad detrás de los alardes por su
política de conciliación.
Procuro no pensarlo, pero después
de 24 años en esta empresa, lo cierto es que con este sueldo no me daría para
nada si estuviera sola. A mí me hace mucha gracia cuando Marta Ortega dice que
Inditex somos personas. No es cierto; Inditex somos números, puros y duros.
Durante estos años he visto con mis propios ojos cómo se han cerrado
establecimientos y cómo mujeres y hombres que llevaban años trabajando se han
ido a la calle mientras en mi tienda, en la de Serrano, en la de Gran vía y en
tantas otras contrataban a gente nueva. En mi memoria llevo a las compañeras
que he visto salir llorando cuando las echaban después de trabajar durante años
mientras decían: “Sí, me dan una indemnización de 30.000 euros, ¿y qué? Si
tengo 50 años, dos hijos y una hipoteca que pagar”.
Pienso, también, en todos estos
fines de semana de mi vida en los que, mientras mi familia y mis amigos
disfrutaban de su tiempo libre, yo me he dedicado a ordenar el almacén, hacer
pedidos online, colgar ropa y ponerme en caja sin cobrar por estas tareas ni un
euro extra. El trabajo físico del almacén ya es duro para una persona de 20
años, imaginaos cómo es con otros 20. Mientras aquí muchas no cobramos ni 600
euros, mi tienda puede facturar en un buen día desde 70.000 a 100.000 euros, y
hemos superado ventas respecto al año pasado. Sin embargo, yo he cobrado 50
euros menos que en 2021.
Por suerte todo tiene un límite,
y algunas han alzado la voz. Las compañeras de Galicia consiguieron, tras un
mes de movilizaciones, que les subieran 382 euros de sueldo. Pedían 500. En
Madrid lo estamos peleando ahora, hay tiendas que han cerrado algunos días, y
sin embargo la última mesa de negociación que hemos tenido se ha saldado con
una subida de 30 euros para las personas con contrato de 40 horas. Yo no estoy
diciendo que me tengan que hacer rica, hace tiempo que aprendí que nadie se
hace rico trabajando. Quiero que mi empresa gane millones de euros y que mi
jefe recorra el mundo en su yate, pero yo quiero poder pagar mi luz, o llegar a
mi casa y poder poner la calefacción. En mi casa no salimos a tomar algo,
ponemos menos la calefacción de lo que nos gustaría y aún así hemos pagado 200
euros de luz. Lo que más me duele es que todavía hay gente que dice “haber
estudiado”, cuando lo cierto es que muchas de mis compañeras tienen carrera, y
que yo no quería renunciar a unas tareas que sí me gustan, porque a mí sí me
gusta ser dependienta. Lo que ya no me gusta es Inditex.
En mi cabeza procuro guardar los
momentos buenos. Me han llegado a llevar cajas de bombones en agradecimiento
por mi trabajo, y durante el confinamiento algunos clientes habituales me
llamaban para saber qué tal estaba, y eso es lo que me llevo. Eso y a mis
compañeras. Ahora mismo hay gente que son parte de mi familia e incluso más que
mi familia, aunque siempre hay encargadas que se piensan que van a estar en la
herencia de Amancio Ortega y, lejos de ayudarte cuando tu niño está malo, te lo
ponen aún más difícil. Algunas, como Marta Ortega, también creen que somos
números.
Tristemente, si ahora mismo me
hicieran una entrevista y me preguntaran dónde me veo dentro de 10 años, no
diría Inditex. Ahora que mis hijos ya tienen 19 y están opositando, he decidido
estudiar ADE mientras sigo trabajando en Zara para buscar otra salida. Ya no
quiero trabajar los fines de semana y, sobre todo, ya no quiero perderme más
momentos.
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Así es cómo, después de 24 años,
Esther se cansó de ser solo un número.
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