RUSIA-UCRANIA: UNA TRAGEDIA EVITABLE
ATILIO BORON
Ninguno de los gobiernos que hoy se rasgan las vestiduras ante la defensa de Donetsk y Lugansk se quejó ante la carnicería que la OTAN practicó en los Balcanes o Libia
El primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas dice textualmente que el propósito de esa organización es “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz.”
La experiencia
demuestra que la Alianza Atlántica (EEUU más los 29 países europeos que
integran el bloque) ha violado permanentemente lo establecido en dicho
artículo.
El caso de la ex
Yugoslavia, bombardeada por la OTAN sin la autorización del Consejo de
Seguridad es uno de los más flagrantes, siendo presidente de EEUU Bill Clinton.
Producto final de ésta y una anterior campaña militar Yugoslavia quedó
desintegrada, dando nacimiento a siete nuevos países: Bosnia y Herzegovina,
Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte, Montenegro, Serbia y Kosovo.
Ninguno de los
gobiernos que hoy se rasgan las vestiduras ante el reconocimiento hecho por
Vladímir Putin de Donetsk y Lugansk -dos repúblicas que, referendo popular
mediante decidieron separarse de Ucrania- emitió sonido alguno ante la
carnicería que la OTAN practicó en los Balcanes.
Tampoco lo hizo
cuando esa misma organización bombardeó durante meses a la Libia de Muammar el
Gadafi, acabó con su gobierno y facilitó que una turba movilizada por agentes
de la CIA infiltrados en la muchedumbre linchara con inaudita crueldad al líder
libio.
En el 2003 esa
organización había colaborado con EEUU en la invasión y destrucción de Irak y
sus tesoros culturales. Tiempo después la emprendió con Siria, procurando un
“cambio de régimen” en ese país. Tarea ardua para un Obama impaciente de
mostrar algún éxito internacional. En su desesperación buscó la colaboración
del Estado Islámico y su banda de fundamentalistas aficionados a la decapitación
de infieles que operaron con financiamiento, protección mediática y política de
los líderes del “mundo libre.”
La situación se
tornó tan insostenible a causa de que, como dijera Hillary Clinton en sus
memorias, “en Siria nos equivocamos al elegir nuestros amigos”, que sólo logró
estabilizarse cuando Putin envió tropas rusas que pusieron en fuga a aquellos
fanáticos “contratistas” de Washington.
Mientras con la
aprobación de las “democracias europeas” EEUU escalaba sus sanciones a Irán y
profundizaba el criminal bloqueo a Cuba y Venezuela proseguía con su aventura
en Afganistán, cuyo mayor éxito fue lograr que el 85 % de la producción mundial
de opio se originara en ese país, bajo la atenta mirada de las fuerzas de
ocupación estadounidenses.
En 2013-2014 Barack
Obama propició y financió, sin el menor tapujo, un “golpe blando” en Ucrania,
destituyendo, apenas un año antes de las ya convocadas elecciones
presidenciales, al gobierno rusófilo, Víktor Yanukóvich. imponiendo en su lugar
al empresario Petró Poroshenko y, posteriormente, al comediante y humorista
Volodímir Zelenski, actualmente en el cargo. Todo, con el protagonismo
excluyente de su Subsecretaria de Estados para Asuntos Euroasiáticos, Victoria
Nuland, la misma que rubricó su activismo diciendo “al carajo la Unión
Europea.”
Durante todo este
tiempo la tensión entre la Alianza Atlántica y Rusia giró sobre la construcción
de un orden legal que garantizara la seguridad de todos los miembros de la
comunidad internacional y no sólo de EEUU. Esto requería el repliegue de las
fuerzas de la OTAN a los países en que se encontraban antes del derrumbe de la
URSS.
Pese a promesas
formales y escritas en el sentido de que “no avanzarían ni siquiera una
pulgada” en dirección a la frontera rusa se precipitaron hasta tener casi por
completo cercado a ese país, desde el Báltico hasta Turquía.
Sólo Bielorrusia y
Ucrania no tenían tropas de la OTAN dentro de su territorio. Pero si la primera
es estrecha aliada de Moscú, la segunda quedó en manos de gobiernos rusofóbicos
y mechados con grupos nacionalistas y neonazis que ansiaban poder operar
contando con la protección de la organización.
Si la OTAN se
estableciera en Ucrania sus misiles tendrían la capacidad de atacar ciudades
como Moscú o San Petersburgo en 5 o 7 minutos, según el misil. Putin consideró
inaceptable esa amenaza a la seguridad nacional rusa y se preguntó cómo
reaccionaría Washington si su país instalara bases militares en la frontera de
EEUU con México o Canadá.
No hubo respuesta,
sólo nuevas sanciones y, por parte de Biden, graves insultos publicados nada
menos que en la revista Foreign Affairs, lo cual sólo puede atribuirse a los
efectos devastadores de la demencia senil y a la ineptitud de sus asesores.
Todo esto pese a
que, en 1997 y bajo el impulso de Bill Clinton, la OTAN y Rusia, entonces
presidida por Boris Yeltsin, firmaron “Acuerdo de Relaciones Mutuas,
Cooperación y Seguridad” y que en 2002 se creara un “Consejo Rusia-OTAN” con el
propósito de estimular la cooperación entre ambas partes.
Con el golpe
ucraniano del 2014 esta laboriosa construcción se derrumbó como un castillo de
naipes. Recordemos que como lo dijera el New York Times tantas veces, el
“nervio y el músculo de la OTAN es el Pentágono”, y éste no conoce el
significado de la palabra “diplomacia”.
Se ensañaron en un
peligroso “bullying” con Putin y los resultados están a la vista. Una tragedia
que podría haberse evitado y ante la cual no hay neutralidad posible: hay un
bando agresor: EEUU y la OTAN, y otro agredido, Rusia. En esto no puede haber
confusión alguna.
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