«¡PACIFISTAS,
SIEMPRE PACIFISTAS!», DECÍA LA FEMINISTA AMALIA CARVIA
Frente a los crecientes tambores del
belicismo, del racismo y del chovinismo, que retumban en los hegemónicos medios
de comunicación, existen otras voces; deben imponerse otras voces, ahora
minoritarias.
La histórica tradición pacifista del movimiento feminista debería influir de forma rotunda y clara en el panorama internacional para acabar con la agresión rusa en Ucrania, para acabar con el imperialismo y la OTAN, para acabar con el militarismo y el peligro de aniquilación nuclear, para acabar con todas las guerras que asolan varios continentes y que todas obedecen a los mismos intereses económicos y geopolíticos, y fundamentar, como única esperanza para nuestro amenazado planeta, una política de desarme y de paz global, de solidaridad y fraternidad entre los pueblos, de desarrollo sostenible, de apoyo mutuo y respeto ante la diversidad, y en ese empeño, quizá utópico, el feminismo y las ideologías liberadoras e igualitarias, tienen mucho que decir y que actuar con prontitud.
«El
espacio para imaginar y construir una paz sostenible, justa y feminista parece
desaparecer con cada hora que pasa en Ucrania. Con las tecnologías militares,
las armas y los arsenales nucleares de hoy en día, hay poco que esperar a menos
que todas y todos los que podemos perder con la guerra y la violencia nos levantemos
colectivamente y, con una voz unida, denunciemos la guerra y el militarismo
como solución a todo.
Conectemos
nuestros diversos movimientos progresistas, conectando las luchas feministas,
medioambientales, antiausteridad, antimilitaristas, antirracistas y
anticapitalistas en una nueva visión de lo que es la paz.
Queridas
feministas, activistas por la paz, defensores de los derechos humanos,
protectores de la tierra y el agua, activistas antinucleares, todas las
personas que se organizan para la desmilitarización, todas las personas que
entienden que la paz es nuestra única opción, la línea roja se ha cruzado y
tenemos que unirnos en torno a un mensaje común: ¡NO MÁS GUERRAS! ¡NI
AHORA, NI NUNCA MÁS!».
Extractos del Comunicado del 24 de febrero de la «Liga Internacional de
Mujeres por la Paz y la Libertad» (fundada en 1915 en La Haya).
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Cuando
la diputada en las Cortes Constituyentes de 1931, Clara Campoamor,
defendió el 18 de diciembre de 1932 el desarme total del ejército republicano,
no hacía otra cosa sino patentizar la larga trayectoria pacifista de las
feministas españolas. Ella ya sabía que se iba a quedar sola en esa petición,
pero aún así, como hizo meses antes con el voto femenino, defendió con pasión
su propuesta pues no le movía otra cosa que su coherencia ideológica y su
defensa del artículo 6 de la Constitución republicana donde se renunciaba al
empleo de la guerra y la fuerza militar como forma de resolver los conflictos
internacionales. Frente a los 433 millones del presupuesto del ministerio de la
Guerra para 1933, Clara Campoamor proponía tan solo 30 mil pesetas como sueldo
del ministro en ese ejercicio fiscal mientras completaba e hiciera realidad el
desarme total y absoluto del ejército. ¡La de problemas sociales, sanitarios,
laborales, de beneficencia, etc. que se podrían resolver con esos millones
sobrantes! Para ella, república, democracia y pacifismo eran una misma cosa.
Pero solo 18 diputados más pensaron de la misma forma.
Clara
Campoamor dijo sentirse defraudada con los socialistas, como ya ocurrió en
agosto de 1914 cuando la socialdemocracia alemana apoyó los empréstitos de
guerra del gobierno del emperador Guillermo II que dieron paso a la Primera
Guerra Mundial; en aquel momento, decía, los socialistas proporcionaron
un enorme desengaño al mundo, a todos cuantos creíamos que ese partido
constituía la vanguardia del pacifismo. Ahora le reprochaba a los
socialistas que hubieran dejado caer la más bella bandera que pudieran
tremolar vuestras manos: la de la oposición absoluta al aumento de efectivos
militares. Clara Campoamor confesaba que había sentido una gran decepción
personal pues había en el programa del PSOE una parte que ella suscribió
siempre, «aquella que se refiere al pacifismo», y que siempre que tuvo la
oportunidad la defendió públicamente.
No solo
los socialistas rechazaron su propuesta de desarme y abolición del ejército. De
nuevo, Clara Campoamor se enfrentó a su partido, el Partido republicano
radical. Entonces, como ahora, el pacifismo estaba mal visto, y si lo
manifestaban las mujeres, más aún: «¿Qué saben las mujeres de guerras?».
Pero la trayectoria pacifista de las feministas españolas era dilatada.
Durante
la Conferencia de Paz que los líderes del mundo celebraron en La Haya (Holanda)
en mayo de 1899 con el fin de limitar el armamentismo y promover la paz como
forma de resolver los conflictos entre estados, las mujeres -pacifistas por
naturaleza- llamaron a manifestarse a nivel internacional para visibilizar su
adhesión. En Valencia destacó la figura de la gaditana Ana Carvia
Bernal, feminista entusiasta como pocas, que como secretaria de la
«Asociación General Femenina» que dirigía Belén Sárraga, contribuyó poderosamente
a la organización y celebración de una Asamblea multitudinaria de apoyo a la
causa humanitaria de la Paz universal. Estas asambleas pacifistas se celebraron
en años sucesivos en La Haya y en otras muchas ciudades europeas, y en la de
1901, fueron su hermana Amalia Carvia, recién llegada de Cádiz, y
la sindicalista Julia Álvarez, las que animaban a la protesta de mujeres contra
las guerras desde El Pueblo (Diario republicano de Valencia)
con un artículo titulado «Por la Paz Universal. Protesta femenina».
Años más
tarde, cuando Ana Carvia fundó la revista feminista Redención (Valencia,
1915) no dudó en declararla pacifista desde el primer ejemplar, conteniendo en
los siguientes números una sección sobre pacifismo. Tanto Ana como Amalia
Carvia y otras redactoras de la revista se habían inscrito a título personal en
la «Unión Mundial de la Mujer para la Concordia Internacional» que había
fundado en Ginebra la estadounidense Clara Guthrie D’Arcis en febrero de ese
año de 1915. Corroborando esta militancia pacifista, desde el número 8, la
revista publicará por entregas, y durante varios meses, la clásica novela
pacifista «¡Abajo las armas!» (1889) de Bertha Von Suttner, que
recibió el primer Premio Nobel de la Paz de la historia (1905).
En la
pionera «Liga Española para el Progreso de la Mujer» (1918), cuya presidenta
fue Ana Carvia y su secretaria Amalia Carvia, junto a las reivindicaciones
relativas al voto femenino, a la ley del divorcio, a exigir cambios del Código
Civil para equiparar los derechos de mujeres y hombres, etc, siempre estuvo
presente el anhelo de paz universal y de condena de las guerras.
Cuando
Amalia Carvia escribía en 1900: Olvídense de una vez las
«bienaventuranzas»” para olvidar las causas de nuestra miseria. No, no pueden
ser «bienaventurados» los pobres de espíritu, ni los mansos, ni los pacíficos;
«bienaventurados» serán los fuertes, los que tengan energías bastantes para
rebelarse contra todas las injusticias, contra todas las ignominias; solo así
se verán consolados, solo así se verán hartos y solo así poseerán la tierra los
que hoy sufren por haber guardado larga obediencia a tantísimas mentiras;
cuando escribía esta «revisión» del pasaje evangélico de San Mateo, con los
«pacíficos» se refería a los neutrales, a los pasivos, a los que agachan la
cabeza para ser degollados. Para Amalia Carvia, los pacifistas debían ser
rebeldes y combativos contra las injusticias y las desigualdades.
En julio
de 1926 otra importante feminista, la maestra y escritora santanderina Consuelo
Berges, que en diciembre de 1932 será la vicepresidenta primera de la Unión
Republicana Femenina de Clara Campoamor, escribía en La Región (Santander)
con el seudónimo de Iasnaia Poliana su artículo «¡Abajo las
armas!». En él reclamaba un feminismo con mayoría de edad, un feminismo
pacifista, contrario a todas las guerras, no a una en particular -decía ella-.
Consuelo Berges escribía que anhelaba el tiempo en que se dieran cuenta las
mujeres de todo el mundo (las mujeres del mundo capaces de darse cuenta de
algo) de que había una bella bandera plegada, y esperando a ser desplegada
por manos firmes de mujer, la del pacifismo, la del antimilitarismo, la de
«¡Abajo las armas!».
Durante
la Segunda República, durante el ascenso del nazismo y el fascismo italiano,
Amalia Carvia intensificó su mensaje pacifista («¡Abajo la guerra!» en
El Pueblo de 27 de noviembre de 1932), su condena de los juguetes bélicos («Sobre
un diálogo infantil» en El Pueblo de 26 de agosto de 1933), y en «El
voto femenino y la guerra» en El Pueblo del 1 de noviembre de 1933,
declaraba que «la retirada de Alemania de la Sociedad de Naciones ha puesto
pavor en las almas pacifistas; con esto, el fantasma de la guerra adquiere más
grandes proporciones, aun cuando, por otro lado, los simpatizantes con las
actitudes belicosas, afirmen que no hay ningún peligro por ahora: que nos
alarmamos sin motivo». Y añadía, clarividente: «Desde luego, comprendemos que
traten de calmar estos miedos los que pretenden que los pacifistas se duerman
en la confianza y se crucen de manos, mientras ellos aceleran sus trabajos para
sorprendernos, a lo mejor, en el tranquilo sueño».
Y más
adelante seguía escribiendo: «¡Abajo la guerra!, debemos gritar todos los que
nos preciamos de republicanos, y por esto las mujeres de corazón, las que son
verdaderas madres y verdaderas ciudadanas, tienen que ser partidarias de la
República, del régimen que no quiere guerras, que ha hecho presente en un
artículo de su Constitución, que España desea la paz y es enemiga de toda
contienda».
La
faceta pacifista de Amalia Carvia se vio incrementada desde su afiliación a la
Liga de los Derechos del Hombre de Valencia en el verano de 1934, y sobre todo
con su cargo de vicepresidenta del comité provincial de dicho organismo en
enero de 1935. En la primera plana de El Pueblo del 11 de septiembre de 1935
aparecía su artículo «Pacifistas, siempre pacifistas», donde afirmaba:
«Saboreemos con deleite la palabra pacifista, pues en ella está contenida toda
la grandeza de los sentimientos humanos», y a continuación escribía: «Pacifistas,
siempre pacifistas; si acaso surgiera alguna alteración en las amistosas
relaciones con otros países, sabemos que España, con amable gesto, buscará las
vías diplomáticas, recurrirá al arbitraje, pero nunca provocará un conflicto»,
declarando que nada dignificaba más a las mujeres que el ideal pacifista, y por
ello, en aquel momento en que la Italia fascista de Mussolini afianzaba la
invasión de la Abisinia (Etiopía) del emperador Haile Selassie, consideraba que
las mujeres debían poner nuestra inteligencia, nuestros modernos conocimientos,
nuestra libre actuación, al servicio de la causa más alta de la humanidad cual
es ésta de la paz mundial…creando una organización social, noblemente
pacifista, francamente fraternal.
Por
último, el mismo día en que los generales golpistas se sublevaban contra la
República y provocaban una terrible guerra, Amalia Carvia escribía en El Pueblo
del 18 de julio de 1936: «Reforcemos el movimiento pacifista». En
mayo de ese año la Italia fascista empleando ignominiosamente armas químicas a
discreción había derrotado al ejército etíope y la familia de Selassie abandonó
el país marchando al exilio. En la alocución del ex-mandatario en la sede de la
Sociedad de Naciones acusó a los países occidentales de mirar hacia otro lado
mientras masacraban inmisericorde a su pobre, humilde pero orgulloso pueblo, y
la Sociedad de Naciones recibió con ello un duro golpe a su credibilidad. Por
eso Amalia Carvia, dirigente del Comité Pro-Paz en Abisinia, escribía:
Continuemos
los pacifistas nuestra labor, a pesar de la opinión que merezca al mundo la
Sociedad de Naciones ¿Fracaso? No; no lo consideremos fracaso; es que en el
reloj del tiempo aún no ha sonado la hora de la proclamación de la justicia…
Se trata
de intensificar los esfuerzos, para llegar al desarme de los pueblos; sobre las
ansias de paz, falsamente sentidas, están los afanes de millones de seres que
hoy suspiran sinceramente por la concordia. En todos los pueblos palpita el
deseo de confraternidad que, a veces, queda ahogado por la imposición de los
tiranos; pero que, a través de las distancias, se enlazan con las ansias de los
que trabajan en pro de tan alta causa.
¡Feministas,
compañeras de lucha, hermanas en el cordial anhelo! Sea el desengaño que
lloramos con el emperador de Abisinia, un motivo más para activar la campaña
pacifista.
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