OKUPAR EN NOMBRE DE UCRANIA
DAVID TORRES
Agentes de policía (L)
usan un vehículo equipado con un selector de cerezas para acercarse a un grupo
de ocupantes ilegales en el borde de un balcón después de que ocuparon una
mansión en Belgrave Square, en Londres, Gran Bretaña, el 14 de marzo de 2022.
Se sospecha que la mansión pertenece al multimillonario ruso Oleg Deripaska,
uno de los siete oligarcas rusos incluidos en la lista de sanciones de Gran
Bretaña la semana pasada como parte de la respuesta del Reino Unido a la
invasión rusa de Ucrania. (Rusia, Ucrania, Reino Unido, Londres) EFE/EPA/JOSHUA
BRATT
El
doble rasero que
los medios están imponiendo en la cobertura de la guerra de Ucrania no conoce
límites. Para empezar, la propia cobertura, que supera ampliamente la de todos
los conflictos bélicos de las últimas décadas juntos, no sólo los de Yemen,
Palestina, Siria o Libia, sino también los de ahí al lado de Ucrania, en
Georgia o sobre todo en Chechenia, donde el grado de devastación del ejército
ruso alcanzó extremos apocalípticos: la capital, Grozni, fue reducida a
escombros y se estima que hubo alrededor de un cuarto de millón de víctimas
civiles, cuarenta mil de ellas niños. Sin embargo, a diferencia de los
ucranianos, los chechenos apenas ocuparon un rinconcito en los telediarios y
los periódicos, a lo mejor porque muchos eran musulmanes.
Aun así, tanto en
dimensiones como en desinterés informativo, Chechenia palidece en comparación
con la segunda guerra del Congo o guerra del Coltán, una contienda que se
alargó cinco años, implicó a una docena de países, provocó hambrunas, epidemias
y migraciones masivas de refugiados, contabilizando en total más de cinco
millones de muertos. El mayor enfrentamiento armado del que se tiene noticia en
el continente africano. Salvo muy pocas excepciones, tampoco aparecieron
reportajes, imágenes ni entrevistas con las víctimas, a lo mejor porque entre
los diamantes y el coltán era más conveniente no estorbar las masacres, a lo
mejor porque la inmensa mayoría eran negros. Total, a quién le importa.
En cambio, Ucrania,
como se ve, importa mucho, hasta el punto de que dos grupos de activistas
ocuparon el pasado martes dos villas de lujo en Londres y en Biarritz
-propiedades ambas de sendos oligarcas rusos- y en algunas tertulias
televisivas se celebró la okupación como una forma alternativa de joder a Putin
y de ayudar al pueblo ucraniano. La idea era protestar contra la invasión rusa
al tiempo que se ofrecían ambas mansiones a los refugiados ucranianos, pero al
día siguiente los activistas fueron desalojados y detenidos por la Policía. Por
un momento, en las mesas de debate dio la impresión de que los tertulianos
estaban a favor de la expropiación siempre y cuando los propietarios sean
multimillonarios rusos sancionados por la comunidad internacional ante sus
simpatías con el gobierno invasor. Uno de ellos, Kirill Shamalov, dueño de la
villa de Biarritz, cuenta con el agravante de ser yerno de Putin, lo que ya
parece suficiente castigo.
La iniciativa de
Londres y Biarritz no es muy distinta a las acciones de "La
Ingobernable", un colectivo que okupó y montó un centro social y una
biblioteca para mujeres en el número 30 de la calle del Prado en Madrid, en un
edificio público que la alcaldesa Ana Botella había regalado a sus amiguetes
especuladores, y que finalmente fue desalojado al poco de hacerse Almeida con
la vara de alcalde. O al Patio Maravillas, otro inmueble okupado en protesta
contra la especulación inmobiliaria desde el que se organizaron toda clase de
actividades culturales, conciertos, lecturas, un taller de reparación de
bicicletas, una academia de baile y un gabinete de asesoría legal.
Si los okupas
hubiesen ido ahora con una bandera de Ucrania, seguramente los mismos que los
llamaban holgazanes, perroflautas y vagabundos aplaudirían la expropiación en
nombre de la solidaridad con los refugiados. O tal vez no, porque correrían el
peligro de ser tomados por peligrosos anarquistas o por absurdos defensores de
ese artículo constitucional que habla del derecho a una vivienda digna. Con la
cantidad de inmuebles vacíos propiedad de los gerifaltes de la hidroeléctricas,
de los prebostes de la iglesia y de los corruptos y mangantes de las cajas que
aún nos deben más de cien mil millones de euros en concepto de rescate bancario,
habría para montar en España una sucursal de Kiev. Afortunadamente para ellos,
no son rusos: sólo oligarcas.
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