LA IMPUNIDAD FRANQUISTA Y SUS ALIADOS
El
rechazo a la ley por parte del PSOE y las derechas representa una oportunidad
perdida para acabar con su impunidad. Sin duda, eso no va a impedir que las
víctimas sigan exigiendo verdad, justicia y reparación
—
El PSOE y las derechas tumban la reforma del Código Penal para juzgar los
crímenes del franquismo
JAUME ASENS
Salvador Puig Antich, ejecutado a garrote vil por el franquismo.
El PSOE, PP, Cs y Vox rechazaron este martes en el Congreso una propuesta legislativa para remover los obstáculos que invocan reiteradamente los jueces para investigar y juzgar los crímenes franquistas. La iniciativa impulsada por CEAQUA contaba con el apoyo de Unidas Podemos, ERC, Bildu, CUP, Más País, PNV, Compromís, BNG y Junts Per Catalunya. Con esa propuesta se pretendía trasponer al Código Penal las obligaciones que España ha contraído en esta materia en diferentes tratados internacionales como el Convenio Europeo de Derechos Humanos o el Pacto de derechos civiles y políticos del 1977.
Pocos días antes
del debate se habían cumplido 48 años del asesinato al garrote vil de Puig
Antich por parte del franquismo. 48 años de impunidad. Paradójicamente, el
momento también coincidió con la decisión de la jueza Servini de acordar nuevas
diligencias para reforzar la imputación en Argentina de uno de los responsables
de esa muerte, Martín Villa.
No es la primera
vez que la justicia argentina nos recuerda que no hay ningún pacto del olvido a
salvo del derecho internacional. Es el mismo mensaje que ella recibió
anteriormente de la justicia española cuando ésta juzgó a criminales de la
dictadura argentina o chilena. De nada sirvieron entonces los argumentos sobre
las leyes de amnistía o punto final para evitarlo. La condena del Tribunal Supremo
a 73 años de cárcel al exmilitar argentino Scilingo fue un acicate para que
luego Argentina aprobara cambios legislativos contra la impunidad.
En España no ha
habido la misma respuesta simétrica. El PSOE y la derecha este martes
decidieron seguir blindando el modelo de impunidad franquista. Tampoco los
jueces han actuado con la misma diligencia. Las normas de impunidad que no
valían para los criminales de otros países sí valieron para los españoles.
Primero, la cúpula judicial sentó al juez Garzón en el banquillo por intentar
investigar los crímenes franquistas en un proceso impulsado por Falange. Eso
fue un mensaje para que ningún otro juez se atreviera a salirse del guion.
Luego, decidió no extraditar a los criminales franquistas reclamados por la jueza
argentina. Eso vulneraba el principio del derecho internacional que dice
“extradita o juzga”. O se investiga o se deja investigar.
Es precisamente el
uso hipócrita del derecho de algunos políticos y jueces españoles lo que pone
en evidencia la reciente decisión de la jueza Servini. Ese tiempo de impunidad,
en vez de marcar distancia con la dictadura, alarga su sombra sobre la
democracia. No es casualidad que eso pase en España. A diferencia del resto de
Europa, el fascismo aquí no fue nunca derrotado militarmente. El poder político
y judicial se construyó, entre ruido de sables, sobre esos cimientos. Por eso,
bajo las togas de quien ostenta la cúspide judicial sigue perdurando el polvo
del franquismo.
Finiquitar esa
anomalía era el principal objetivo de la propuesta legislativa. Con ella, no se
pedía cuentas a la dictadura, sino a la única democracia europea que ha asumido
esas cuentas en vez de liquidarlas. A los republicanos sepultados en las
cunetas, los asesinó la dictadura, pero es esta democracia quien todavía los
mantiene allí. Igualmente, el asesinato de Puig Antich es imputable a los
criminales franquistas, pero es esta democracia quien lo encubre e impide que
sus hermanas puedan obtener verdad y justicia.
En este debate, los
diputados del PP, Vox y Cs recurren a los tópicos habituales para garantizar
esa impunidad. Según ellos, este tipo de iniciativas forman parte de “las
batallitas del abuelo” o del “revanchismo guerracivilista”. “Que manía con
remover el pasado”, repiten. El portavoz de Ciudadanos, Guillermo Díaz, llegó a
descalificar la iniciativa con el argumento de que los implicados habían
fallecido, cuando eran precisamente ellos sus promotores.
En el caso del
PSOE, se arguyeron problemas de legalidad. Estos delitos no pueden perseguirse
– según ellos - porque no lo eran en la dictadura. Hacerlo – advertían – podía
ser un atentado al principio de legalidad.
A la vista de los
argumentos de unos y de otros, cabe plantear varias objeciones. En primer
lugar, hay que recordar que el tiempo transcurrido no debilita la legitimidad
de la lucha contra la impunidad. Tampoco hace menos necesaria la reparación de
la injusticia que conlleva. De hecho, su demora la hace más escandalosa. En
segundo lugar, la búsqueda de verdad y justicia no es ninguna ocurrencia o
capricho de las víctimas. Es un acto de salud democrática. Una exigencia moral
y política, pero también un imperativo legal del derecho internacional para
romper la línea de continuidad entre el franquismo y la democracia.
Es cierto que a la
luz de las leyes franquistas los crímenes no son perseguibles. Tampoco lo eran
los crímenes del nazismo a la luz del III Reich. Eso no convierte esos crímenes
en legales. Esa es precisamente la idea que hay detrás de las condenas de
Núremberg, pero también del tribunal de Estrasburgo: la preeminencia del
derecho internacional sobre el estatal. Buen ejemplo de ellos son las condenas
por crímenes de lesa humanidad como los cometidos en Estonia y Rusia en los
años 40 del siglo pasado. Otro ejemplo es la condena de Estrasburgo a los
soldados de la antigua RDA cuando disparaban a quién traspasaba el muro de
Berlín en la misma época en que en España asesinaron a Puig Antich. En ese
caso, no valieron la ley de fronteras o las órdenes de esos militares alemanes
para evitarla. Hay un núcleo esencial de los DDHH cuya vulneración representa
una injusticia extrema frente a la cual no vale el argumento del principio de
legalidad.
Visto desde esa
perspectiva, quizá haya que recordar lo obvio: hay crímenes abominables que,
por su crueldad, no prescriben ni admiten inmunidad. No solo ofenden a quién
los sufre sino también a la humanidad entera. Y precisamente por eso,
independientemente del cuándo, del dónde o del quien pueden perseguirse siempre
desde cualquier rincón del mundo. Eso es exactamente lo mismo que ha dicho en
este asunto la ONU en reiteradas ocasiones.
Con ese objetivo,
el ayuntamiento de Barcelona ha sido pionero en una serie de medidas aprobadas
en estos últimos años: la creación de una comisión de la verdad para reparar a
los represaliados del tardofranquismo o la presentación de querellas como la de
Puig Antich. También, en el Congreso grupos como Unidas Podemos o ERC han
presentado decenas de enmiendas a la Ley de Memoria Democrática para crear, por
ejemplo, una Oficina de Víctimas de la Dictadura y un Centro de Memoria
Democrática o para revocar las distinciones honoríficas del franquismo.
La propuesta de
CEAQUA nos invitaba a dar un paso más en esa lenta, dura y dilatada lucha
contra crímenes que son un estigma imborrable de la humanidad. Su rechazo por
parte del PSOE y las derechas representa una oportunidad perdida para acabar
con su impunidad. Sin duda, eso no va a impedir que las víctimas sigan
exigiendo verdad, justicia y reparación. Esta lucha se ha saldado con muchas
derrotas. Sin embargo, una y otra vez ha sido replanteado por caminos
inesperados como irrenunciable defensa de los derechos humanos. Buen ejemplo de
ello es la causa en Argentina. Llegados a este punto, quizá habrá que volver a
recordar la advertencia de los familiares de los desaparecidos chilenos en los
70’: “quienes buscan leyes de impunidad van a ser tan responsables en el futuro
como los que apretaron el gatillo en el pasado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario