MATAR A SÁNCHEZ, ¿QUÉ SÁNCHEZ?
DAVID TORRES
El acusado Manuel Murillo Sánchez comparece ante la Audiencia
Nacional.- EFE
Entre los mensajes que Manuel Murillo Sánchez, acusado de planear el asesinato del presidente del Gobierno, lanzaba en su grupo de guasap y sus declaraciones en el juicio, va la misma distancia de esos memes etiquetados con "cuando lo pides por Ali Express"/"cuando te llega". En privado, Murillo se sentía una especie de Rambo hispánico; en público dice que tira más a Torrente. En privado confesaba que su sueño era volver al Far West con un revólver al cinto o una ametralladora MG42, porque "así se limpia la mierda más rápido"; en público que estaba angustiado y muy solo, y que en su vida jamás ha llegado a las manos; en público vociferaba que había que ir a cazar a Sánchez como a un ciervo "y poner la cabeza en la chimenea"; en privado que no sabía lo que decía ni lo que estaba haciendo y que sólo ha disparado alguna vez en una galería de tiro.
Ahora confiesa que
ni siquiera tiene buena puntería, aunque entre sus amigos aseguraba que
cualquier día iba a "coger el rifle de francotirador y empezar a volar
cabezas de hijos de puta y traidores". Un poco como esa gente que presume
por Tinder de echar polvos a lo Nacho Vidal y luego explica que lo que él
quería decir realmente era que limpia el polvo con una Vileda.
Como ve que la
sentencia oscila entre 6 meses y 18 años de prisión, la estrategia de Murillo
consiste en atrincherarse en que todo se trataba de una broma, chiquilladas de
un vigilante de seguridad de sesenta y pico años, bravuconadas de a ver quién
la dice más gorda y, sobre todo, pifias de borracho. Entre el trankimazin, el
vino y el orujo, al hombre se le fue un poco la mano y no sólo iba reclutando
voluntarios para llevar a cabo el asesinato sino que intentó contactar con
Santiago Abascal, un patriota en el que depositaba su confianza y con el que
comparte el honor de no haber hecho la mili. Cuando el fiscal quiso desmontar
la coartada del alcoholismo con la puntualización de que los mensajes están
escritos a cualquier hora del día y sin una sola falta ortográfica, Murillo
respondió que también suele conducir borracho perdido, otra línea de defensa
que suena más bien a ofensiva motorizada, mitad ultraderecha rancia, mitad
yihadista suicida.
Aparte de los
mensajes, a Murillo le trincaron encima 16 armas entre pistolas y escopetas,
incluido un fusil de asalto CETME, un subfusil checo Skorpion y cuatro rifles
de largo alcance, más un montón de municiones y explosivos: un arsenal con el
que podría haber apañado una versión en miniatura de la División Azul e irse a
Ucrania a echar una mano a los neonazis del Batallón Azov. En cuanto a la
inspiración intelectual del magnicidio, Murillo cita, además de Rambo, del vino
y del orujo, a Jiménez Losantos, el insigne cacófono de la COPE que ya advertía
hace unos años que menos mal que no llevaba una lupara encima porque veía a
cualquier líder de Podemos por la calle y le pegaba un tiro. Afortunadamente la
Fiscalía no vio en estos regüeldos radiofónicos incitación al crimen ni delito
de odio ni de ninguna otra clase, ya que se entendía que, en el caso de
Losantos, la lupara sería de juguete. Como mucho, un tirachinas o una cerbatana
cargada con majuelos.
Hay un problema muy
serio a la hora de juzgar a Murillo y es que todavía no está muy claro si
cuando quería matar a Sánchez se refería en realidad al presidente del
gobierno. ¿Sánchez? ¿Qué Sánchez? Se trata de un apellido corriente y moliente,
tanto que podía referirse al propio Murillo Sánchez, que a lo mejor, con tanto
alcohol y tanto trankimazin, también padecía desdoblamiento de personalidad y
lo que pretendía era quitarse de en medio por las bravas. Una eutanasia a
plomo. En cuanto a Sánchez, se trata de un apellido casi tan común como Rajoy,
que a estas alturas la Fiscalía todavía anda buscando quién cojones será el
puñetero M. Rajoy de los papeles de Bárcenas.
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