EL PRIMER CHANTAJE DE MOHAMED VI, ¿EL ÚLTIMO?
ANA PARDO DE VERA
El rey de Marruecos, Mohamed VI. - REUTERS
Hay un mensaje demoledor en el giro de ciento ochenta grados que han dado Pedro Sánchez y el PSOE -no todo; la presidenta balear, Francina Armengol, se ha desmacardo de la línea oficial por un "Sáhara Libre"-. Poco a poco, comienza a aflorar en la prensa la segunda derivada de una decisión radical en política Exterior -política de Estado por excelencia junto a la de Defensa- cuyas incógnitas endurecen aun más el rechazo generalizado de todos los partidos con representación parlamentaria, incluidos los socios de investidura y el de coalición, Unidas Podemos.
Nadie está apoyando
al presidente del Gobierno en este lanzamiento de nueva etapa en las relaciones
de España con Marruecos. Francia, sí; Alemania, sí; EE.UU. (el primero que
bendijo la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara vía Donald Trump a cambio del
apoyo de Mohamed VI a Israel), por supuesto. Ninguno de estos países, ninguno,
tiene la responsabilidad culpable de España, con razón, sobre el Sáhara. Todo
esto lo detallé en mi artículo del lunes, aunque no está de más recordarlo.
Tanto Sánchez, como
el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, como la portavoz del
Ejecutivo, Isabel Rodríguez, han insistido en las últimas 48 horas en la
necesidad de este acuerdo para proteger los intereses de los españoles: control
de la migración africana, cooperación en la lucha contra el terrorismo
islamista y protección "de la integridad territorial de España"
(sic). Es decir, que así de tapadillo, como quien no quiere la cosa, con una
guerra en Europa donde la OTAN y la UE defienden indirectamente, pero con mucho
entusiasmo épico, la soberanía de Ucrania frente a Rusia, nos enteramos de que
es la España la que estaba en peligro porque Marruecos se cree que, además del
Sáhara, le pertenecen Ceuta, Melilla y las Islas Canarias. Y la solución para
este peligro, según el presidente, es ceder el Sáhara a las aspiraciones
invasoras del rey sátrapa o, al menos, reconocer que esos delirios del Gran
Marruecos son razonables por lo que respecta a la antigua colonia española,
pero solo a ella.
Sánchez viaja este
miércoles a Ceuta y Melilla para confirmar que ambas ciudades autónomas -con
más competencias que un ayuntamiento pero menos que una comunidad- siguen
siendo españolas, o algo así, porque cuando viajaron los reyes Juan Carlos y
Sofía en noviembre de 2007 (entonces reyes ejecutivos) y en olor de multitudes
con banderas españolas, Mohamed VI se agarró tal globo que llamó a consultas a
su embajador y lo tuvo en Rabat hasta enero, cuando regresó y nos regaló
inquietantes sensaciones en una entrevista de la periodista Pilar Santos para
El Periódico. A Felipe VI, ya coronado rey de España, ni se le ocurrió pisar
Ceuta y Melilla en ocho años. Marruecos manda (y humilla).
El riesgo parece
que inminente de una invasión marroquí, según los mensajes del Gobierno estos
días, más alla del intento en el Islote
de Perejil, sumado al desprecio al pueblo hermano saharaui, maltratado y
denigrado hasta la náusea por Mohamed VI, convierte el asunto del giro sobre el
Sáhara en algo turbio e inexplicable, salvo que Pedro Sánchez se guarde un as
en la manga y el miércoles 30 de marzo pueda convencernos en el Congreso de que
los manuales de diplomática -y el sentidiño-han cambiado y a un dictador con
cuatro objetivos se le doma entregándole uno de ellos. Entonces, según el
Ejecutivo, la bestia queda satisfecha para siempre y no va a exigir, con el
tiempo e idéntico aborrecible chantaje, los otros tres. "¡No puedes
razonar con un tigre cuando tienes la cabeza en su boca!", citábamos hace
nada a Churchill a propósito del Kremlin para mandar armas a Ucrania. Qué
tiempos.
Y ya vemos también
cómo nos ha ido el asunto con Vladímir Putin y Crimea, por ejemplo, el Distrito
Federal de Crimea para la legalidad rusa, aunque salvo Bielorrusia ningún país
apoyó la anexión. Lo rechazaron los socios europeos sin grandes alharacas
tampoco, porque en realidad, nos importó bastante poco el asunto; como el de
Chechenia, que no son blancos precisamente, y al final, mejor dar la razón a
Putin sobre eso de liquidar el "nido de terroristas" y dedicarnos a
lo importante. Y de aquellos polvos, esta masacre en Ucrania. La voracidad de los
dictadores es insaciable.
Es la suma de
circuntancias -y no he mencionado el enfado de Argelia-, el cerco de
interrogantes e incoherencias y la opaca política presidencial, que gestionó
todo esto en solitario con sus instancias monclovitas y diplomáticas -que son las
nuestras- lo que provoca una reacción de incredulidad, primero, e indignación
después, al sumarse componentes tan delicados para un Gobierno que dista mucho
de la mayoría absoluta. Esas circunstancias son internas (sensación de
deslealtad, soberbia o desprecio de los socios gubernamentales y
parlamentarios) y externas (falta de empatía con el sentimiento mayoritario
español de culpa y responsabilidad sobre los saharauis o con los lazos de
tantos ciudadanos y ciudadanas de uno y otro lado). Tener que confiar en
Mohamed VI, tras la cesión al chantaje y la humillación inherente, no hace de
España un socio más fiable de cara al exterior. Si acaso, nos convierte en unos
pelagatos.
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