HUELGUISTAS DE OSCAR
DAVID TORRES
El presidente de la Plataforma Nacional por la Defensa
del Transporte, Manuel Hernández (d).
No he prestado mucha atención a la huelga de transportes y a la manifestación campestre de hace una semana porque no les veo mucha chicha. Me van a disculpar, o a lo mejor no, pero si no están los antidisturbios metiendo hostias a chaparrón, yo una huelga no me la tomo en serio. Una huelga sin las porras de la policía zumbando sobre las cabezas de los currantes es como un jardín sin flores o un western sin tiros: como El poder del perro, la película ésa que dicen que es un western sólo porque unos cuantos montan a caballo y donde el malo es muy malo, pero el bueno es peor.
En la manifestación
del campo en Madrid había de todo, camiones, tractores, chuchos, agricultores,
cazadores, pero el protagonismo se lo llevaron unos cuantos señoritos a caballo
que parecían trasplantados de una película de Berlanga. De hecho, entre las
gorras, los sombreros cordobeses, los adornos en las testuces equinas y las
pintas de caciques que se gastaban los jinetes, por un momento la Castellana se
trasladó a los años del hambre o al rodaje de Los santos inocentes, un
encantamiento en el que sólo faltaban Paco el Bajo husmeando perdices caídas
por las aceras y Azarías chistando a la milana Bonita.
En el epicentro de
la protesta, no lejos de una pancarta que rezaba "No somos ni los de
izquierda ni los de la derecha, somos los de abajo y vamos a por los de
arriba", estaba Santiago Abascal para demostrar que, efectivamente, se
trataba de una manifestación de extremo centro. El verde cinegético que lo
rodeaba, florecido de pana y a juego con los chándales militares, le sentaba de
escándalo, como a Azarías la boina.
La verdad, no es
que ni los agricultores ni los transportistas no tengan motivos para protestar,
incluso para incendiar campos y carreteras, pero hay que tener mucho cuidado
con la gente que ocupa las primeras planas, porque se corre el riesgo de que la
huelga te la acaparen los millonarios. Por ejemplo, cuando vi en televisión a
Manuel Hernández, el líder de los camioneros en paro, con su pelo engominado y
sus patillas kilométricas, tuve una impresión extraña, como si me estuvieran
dando liebre por gato o como si acabara de sintonizar una película con Jimmy
Hoffa interpretado por Bertín Osborne. Es verdad que hay un refrán que dice que
las apariencias engañan, pero yo prefiero hacer caso del novelista chileno José
Donoso, uno de cuyos personajes asegura, en Casa de campo, que la apariencia es
lo único que no engaña.
A poco que rasca
uno bajo la gomina y las patillas se encuentra con fotos de Manuel Hernández
posando al lado de dirigentes de Vox y de un par de Mercedes de lujo. Un
mensaje en la red de Twitter afirma que en 2018 dejó su empresa Transportes
Manolin e Hijos S.L. en concurso de acreedores y a los trabajadores sin cobrar
mientras él transbordaba tranquilamente a la vida sindical. No, las apariencias
aquí no engañan pero no me negarán que este hombre no se ha ganado a pulso un
Oscar.
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