DE CALVOS Y RUSOS: NO A LA GUERRA
RICARDO ROMERO 'NEGA'
Podría empezar este artículo diciendo que la guerra no empezó la semana pasada como se nos ha hecho creer, que empieza en 2014. Podría seguir enumerando las inenarrables atrocidades que el ejército ucraniano, en absoluta sinergia con las milicias paramilitares de corte neonazi, hicieron en el este de Ucrania, en la conocida como región del Donbass, desde crucifixiones de seres humanos (sí, como a Jesucristo) a violaciones masivas de mujeres pro-rusas, pasando por cuerpos decapitados y desmembrados. En internet y al alcance de cualquiera, se pueden encontrar las imágenes de una mujer embarazada estrangulada por los nazis con un cable de teléfono mientras el resto de la turba grita enfurecida: ¡muerte a los rusos!
Quizá la más famosa
de todas estas salvajadas fue cuando las milicias nazis, en connivencia y
estrecha colaboración con los servicios secretos ucranianos, quemaron vivas a
cerca de 50 personas en el incendio de La Casa de los Sindicatos de Odessa, la
mayoría adolescentes y jubilados. Mientras todo esto ocurría, nuestros grandes
medios lo silenciaban. En el mejor de los casos lo despachaban con titulares
perversamente equidistantes del tipo “Más de 50 muertos en choques con los
separatistas rusos”. Pedro Vallín no bromeaba haciendo llamamientos al magnicidio
contra el presidente Ucraniano, el diputado de Mas Madrid Hugo Martínez Abarca
no movía el rabito a cuatro patas con el discurso de Borrell —porque ni de
Borrell ni de la UE hubo discurso—, ni Antonio Maestre proponía expropiar a
todos los ucranianos millonarios residentes en España. Y desde luego el
carnicero de Belgrado y ex secretario general de la OTAN, Javier Solana, no
soltaba machadas en Twitter ni hacía llamamientos a las armas alimentando la
psicosis belicista. Era una de esas tantas guerras que se producen en el mundo
que no merecía especial atención: no hubo periodistas de la BBC que se
rompieran en lágrimas al relatar las penurias de los niños del Donbass porque,
sencillamente, no relataron absolutamente nada.
Podría seguir el
artículo preguntándome por qué un manifestante con un cóctel molotov en
Venezuela o la Plaza Maidan es un luchador por la libertad y el mismo
manifestante con el mismo cóctel molotov, pero en Hernani o Vallekas, es un
peligroso terrorista que pagará con años de cárcel su osadía. O por qué una
miss ucraniana —los cuñados pajilleros no descansan ni en las guerras— posando
con un Kalashnikov es una heroína y una luchadora que defiende su país, pero,
en cambio, la palestina Leyla Khaled es una terrorista.
Y no estaría de más
preguntarnos por qué al futbolista Kanouté se le señaló, se le criticó y además
se le sancionó económicamente con 3.000 euros por enseñar una camiseta que
rezaba “Palestina”, mientras hoy todas las competiciones e instituciones
deportivas se vuelcan con Ucrania. O por qué Israel participa en competiciones
europeas deportivas o Eurovisión cuando no pertenece geográficamente a Europa y
sostiene un régimen de apartheid y terror que viola sistemáticamente los
derechos humanos.
La misma UE que
pagó a Turquía para apalear a los refugiados sirios y ha convertido el
Mediterráneo en un matadero, activa por primera vez la norma de acogida
ilimitada de refugiados
En última instancia
deberíamos preguntarnos por qué, en el mismo país de las devoluciones en
caliente, los CIE’s y los “menas”, el mismo país cuyas fuerzas y cuerpos de
seguridad hundieron con balas de goma a 15 personas en la playa de Tarajal
hasta darles muerte y se reprime a los manteros a tiros en Lavapiés, se ha
anunciado la regularización de todos los ucranianos. A su vez, la misma UE que
pagó a Turquía para apalear a los refugiados sirios y ha convertido el
Mediterráneo en un matadero, activa por primera vez la norma de acogida
ilimitada de refugiados, marcándose un “Blonde Refugees Welcome” que ya es
historia. Y vergüenza. Ayer mismo veíamos en las páginas del muy progresista y
paladín de la diversidad New York Times que si un ucraniano huye a la Unión
Europea por ataques de Rusia es un REFUGIADO, pero si huye a Rusia por ataques
de Ucrania al Donbass es un EMIGRANTE. Estremecedor.
El cinismo y la
hipocresía occidentales son legendarias, no estamos descubriendo la pólvora,
pero la histeria colectiva de corte belicista, el ardor guerrero y la rusofobia
están alcanzando cotas ciertamente preocupantes: la Academia de Cine Europeo
llama al boicot de las películas rusas y las excluye de sus premios. Porque
como todo el mundo sabe los cineastas rusos son culpables de las políticas de
su presidente. ¿Se imaginan que hubieran expulsado a Luis Buñuel del Festival
de Cannes en pleno Franquismo? (Truffaut y Godard se hubieran colgado de la
pantalla y no lo hubieran permitido). Pero siempre se puede ir más allá con la
psicosis: descubro estupefacto que la Federación Felina Internacional ha
prohibido participar y registrar a gatos rusos. Parecen juguetones y
entrañables gatitos pero en realidad pueden ser peligrosos agentes encubiertos
a las órdenes del Kremlin. La anécdota —veremos muchas más de este tipo en los
próximos días— puede resultar graciosa, pero cuando la espiral de histeria y
odio se desata y comienza a girar, los resultados pueden ser imprevisibles. Y
dramáticos: ayer vimos cómo en Alemania se atacaban negocios y tiendas
regentadas por personas rusas. Pone los pelos de punta.
Llegados a este
punto toca aclarar —por enésima vez— que no tengo ninguna simpatía por Putin ni
por el Gobierno ruso, un gobierno autoritario, de derechas y al servicio de los
grandes oligarcas rusos (Florentino Pérez, Amancio Ortega o Paco Roig no son
oligarcas, son emprendedores). Un Gobierno que encarcela y reprime a los
antifascistas así como a la comunidad LGTBI y que, aunque los medios españoles
guarden espectral silencio al respecto, financia a organizaciones de extrema
derecha por todo el globo: en nuestro país sus vínculos con Vox y la
organización de extrema derecha Hazte oír están más que probados. Es una
verdadera lástima que Ana Rosa Quintana, Antonio García Ferreras o Susana Griso
no profundicen en esta cuestión.
Ni Putin es
antifascista ni la invasión responde a solidarios y altruistas fines: como la
OTAN, el mandatario ruso defiende sus intereses
Por otro lado,
también conviene matizar que todas las atrocidades cometidas por el gobierno
ucraniano no justifican la guerra y la invasión rusa. Algunos ya peinamos canas
y no nos creemos el cuento de las guerras por altos ideales y no por intereses
económicos y geoestratégicos. Es absolutamente vergonzoso e hipócrita que Putin
hable de “desnazificación” mientras financia a la extrema derecha europea. El
término puede seducir a cuatro niños rata ávidos de épica belicista de corte
antifascista, pero nada más lejos de la realidad. Si Putin quisiera
desnazificar el país, con una serie de operaciones encubiertas vía los
servicios secretos rusos, descabezaría y eliminaría de un plumazo a las
principales organizaciones de corte neofascista ucranianas. Trabajó en la KGB,
puede y sabe cómo hacerlo. Pero ni Putin es antifascista ni la invasión
responde a solidarios y altruistas fines: como la OTAN, el mandatario ruso
defiende sus intereses. Y como la OTAN, lo hace a cualquier precio. Y cuento
todo esto también no fuere a ser que, velando por la libertad de expresión, mi
muy progresista gobierno —el que más de la toda la historia— me eliminara
fulminantemente del espectro mediático como se ha hecho con Rusia Today o
Sputnik.
Llegados a este
punto también, conviene poner sobre la mesa si todos esos columnistas,
políticos a izquierda y derecha, tuiteros y opinadores de toda índole que estos
días claman de manera histérica por el envío de armas a Ucrania y por la
guerra, están dispuestos a asumir las consecuencias de lo que supondría un
conflicto a gran escala con Rusia. ¿Cuál es la meta última de enviar armamento
letal a Ucrania? Cualquier experto —me refiero a expertos de verdad no a Risto
Mejide, Marta Flich o Miguel Ángel Revilla— sabe que el envío de armas a
Ucrania lo único que va a hacer es prolongar la agonía, en ningún caso puede
equiparar las fuerzas entre los dos ejércitos. Cualquier experto sabe también
que, ahora mismo, la única posibilidad de frenar la invasión rusa es con una
intervención abierta y a gran escala de la OTAN con EE UU a la cabeza. Dicho lo
cual, no nos hagamos trampas al solitario: ¿queremos una guerra a gran escala
con Rusia o sería preferible exprimir las opciones diplomáticas y buscar una
salida negociada?
Me ha sorprendido
que, incluso desde la izquierda, se opte por la primera opción, una guerra a
gran escala contra Rusia. Así, nos encontramos ante cientos de voces
—políticos, periodistas, analistas y todo tipo de todólogos y opinadores
profesionales— que claman por la confrontación directa. Esta semana nos
recordaba Pablo Iglesias, con toda la razón del mundo, que esas llamadas a las
armas y ese belicismo de salón se producen desde el confort de una redacción o
desde Twitter a miles de kilómetros de las bombas y las trincheras. Yo lo tengo
claro: ¿por qué narices mi país debería entrar en guerra para defender a
Ucrania? ¿Son mis hermanos? ¿Mis camaradas? ¿Qué tipo de vínculos de clase o
lazos históricos o sentimentales me unen con un ucraniano para jugarme la vida
por él? No hice la mili en España voy a luchar ahora por Ucrania. Pero vayamos
más allá. ¿Por qué debería luchar por un país que ilegaliza y encarcela a los
comunistas, persigue y extermina a sus minorías nacionales, no es precisamente
un paraíso LGTBI y ha regularizado la explotación reproductiva de las mujeres y
disparado la proliferación de macrogranjas humanas? ¿Por qué luchar por un país
que siempre votó en contra —junto a EE UU, casualidad— de la resolución de la
ONU que condena la glorificación del nazismo? Por si fuera poco, Ucrania acaba
de nombrar como gobernador de Odessa a un conocido neonazi denunciado por
Amnistía Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad. ¡Pero cómo
va a ser eso posible si Zelenski es judío! Pues porque la geopolítica produce
monstruos. Y extraños compañeros de alcoba. Yo lucharía por Ucrania lo mismo
que por Rusia o Luxemburgo: NADA.
Los comunistas, los
que son reprimidos e ilegalizados en Ucrania y detenidos en masa en las
manifestaciones contra la guerra en Rusia, abrazamos la máxima que reza “ni
guerra entre pueblos, ni paz entre clases”
Los comunistas, los
que son reprimidos e ilegalizados en Ucrania y detenidos en masa en las
manifestaciones contra la guerra en Rusia, abrazamos la máxima que reza “ni
guerra entre pueblos, ni paz entre clases”, por tanto rechazamos y condenamos
de manera rotunda una guerra de carácter netamente inter-imperialista en la que
los trabajadores y trabajadoras de ambos bandos son víctimas del expansionismo
de la OTAN y la violación de los tratados de Minsk por un lado y el
autoritarismo reaccionario de carácter oligárquico del gobierno ruso, por otro.
Algunos nos llamarán cobardes, pero estoy convencido de que, ahora mismo, no existe
posición más radical y revolucionaria que rechazar abiertamente el conflicto y
gritar no a la guerra con todas nuestras fuerzas. No nos asusta el clima
bélico, el ardor guerrero y la auténtica caza de brujas que se ha desatado
contra aquellos que optamos por insistir en las vías diplomáticas. Como
recordaba ayer el periodista Miquel Ramos —de los pocos en un gremio en horas
muy bajas que no se ha puesto a tocar tambores de guerra de manera psicótica y
orgiástica—: “Después de tantos conflictos armados que hemos visto estos
últimos años, nunca había visto tanto odio contra quienes piden vías
diplomáticas y frenar la escalada bélica en vez de participar en ella”. Y ese
odio tiene culpables y responsables directos: todos esos cretinos que hacen
llamamientos a la guerra, esa banda de castrados emocionales, de analfabetos
políticos y toda suerte de correveidiles de las oligarquías nacionales europeas
y la OTAN que, sin valorar las consecuencias que tendría una guerra abierta
contra Rusia, gritan guerra sin el menor de los pudores, desde el confort sus
hogares, desde la comodidad de una redacción o desde Twitter. No en vano,
Jonathan Martínez, otro de esos periodistas valientes que no se ha puesto a
tocar los tambores de guerra, nos recordaba que: “Equidistancia no es pedir el
fin de la guerra. Equidistancia es pedir armas para que sean otros quienes las
empuñen”.
Y por ello, Yolanda
Díaz apoya el envío de armamento letal por puro cálculo electoral: si a su hijo
lo mandaran a la otra parte del mundo con un petate y el riesgo de que
regresara en una caja de madera con una bandera, su posición no sería tan
servil ni se sumaría de forma acrítica a toda esta histeria colectiva que
apuesta por los cañones. De la misma forma y por el mismo motivo, eunucos
intelectuales de la talla de Sergio de Molino, se suman al carnaval militarista
con jolgorio. ¿Os imagináis al bueno de Sergio dando barrigazos por la estepa
rusa agarrando un Cetme? Gritan guerra desde el privilegio del que no va a
morir en ella. Gritan ruido de fusiles y trincheras porque ellos no van a
pisarla: a la guerra van los pobres. Ni los columnistas de La Vanguardia, ni
los ministros, ni los escritores de tres al cuarto con carguito en Prisa. A la
guerra van los pobres. Para morir por los ricos.
Gritan guerra desde
el privilegio del que no va a morir en ella. Gritan ruido de fusiles y
trincheras porque ellos no van a pisarla: a la guerra van los pobres
No nos dan miedo
vuestras bravatas, ni vuestro odio ni vuestras traiciones, que son ya perversas
tradiciones: la socialdemocracia lleva traicionando a los pueblos desde 1914. Y
no nos da miedo la paz porque nos guían las mejores. Porque somos los herederos
directos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, de Clara Zetkin. De aquellos
espartaquistas que gritaron “No a la guerra” mientras el mundo entero perdía la
chaveta. Y no tenemos miedo porque somos los vástagos, no del calvo ruso que
terminó anunciando Pizza Hut y que de forma un tanto pueril reivindicaba Enric
Juliana esta semana, sino de ese otro calvo —también ruso— que gritó “paz, pan
y tierra”, y sacó a Rusia de la guerra y puso a temblar a todos los oligarcas de
este perro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario