USTED YA VIVE EN OTRO MUNDO
CRISTINA FALLARÁS
Personajes
del videojuego fortnite.- pixabay
Se habla del metaverso y de la disrupción tecnológica y yo recuerdo cuando nos levantábamos por la mañana y sencillamente preparábamos un café con leche. Ese mundo ya no existe. Antes aún de poner un pie en el suelo, encendemos el móvil y recorremos nuestra presencia en algún lugar que, desde luego, no es la cocina de casa. El Whatsapp, los emails, las redes, cada una, cada uno lo que sea que construye al margen del café con leche. Incluso eso es pasado, viejo como los matamoscas de una infancia en la que había moscas. Echo mucho de menos la cafetera italiana como único dispositivo matinal, las moscas, el recuerdo de una infancia que no se parece en nada a las infancias de ahora. No se trata de una melancolía de la edad, sino de la certeza de un tiempo que se ha roto.
Lo del móvil y las
redes anteriores al día que arranca es broma párvula ante lo que está llegando.
Se habla del metaverso y de la disrupción tecnológica y probablemente quien me
lea no tiene mucha idea del asunto, pero debería. Sencillamente es otro mundo.
Yo ya tengo una edad de cafetera y mosca, pero quiero saber de qué me aparto,
qué realidad renunciaré a vivir. Conste ahora y aquí que no dudo un instante
que lo haré.
Antes, no obstante,
me pregunto por qué no se habla del metaverso y de la disrupción tecnológica
(valgan como conceptos fugaces) donde se debería, por ejemplo, aquí. Hay
cientos de artículos al respecto en páginas de economía, de las tecnológicas ni
hablamos, páginas de empresa, de inversiones, etc. La economía es relevante.
Mis hijos (tengo 53 años) vivirán dentro de nada una realidad que no conocemos
aún, y ese aún tarda un solo pestañeo es ser hoy. Esa existencia, paralela,
compleja, económica, ya está pasando, ya genera riqueza y dibuja servidumbres,
consumo, necesidades nuevas. Ahora siéntese en la mesa de navidad y diga
metaverso y disrupción tecnológica, si es que se acuerda de dichos términos.
Yo estudié lo que
entonces se llamaba Ciencias de la Información en la Autónoma de Barcelona.
Finalizaban los años 80 del siglo pasado. No existía internet, por supuesto,
pero es que ni siquiera teníamos ordenadores. Yo estudié periodismo con una
Olivetti y un tipómetro, o sea máquina de escribir y regla. Mandábamos cartas
en sobre con sello y atesorábamos monedas para conversaciones íntimas en
cabinas callejeras con puerta. Puedo explicárselo a mi hija, que hoy 30 de
noviembre de 2021 cumple 13, pero resulta absolutamente imposible que lo
entienda. Absolutamente imposible. Es otro mundo. Dos palabras que parecen
rimbombantes, aparatosas, quincalla vocinglera, pero son las que definen
exactamente lo que quiero decir: otro mundo.
En las columnas de
opinión, las páginas de prensa, los informativos y las frasecitas baratas en
red que llamamos política, huesos chupados de aceituna, en las televisiones, en
los congresos sobre asuntos de la vida que vivimos, nadie habla del metaverso
ni de la disrupción tecnológica porque no tienen ni puñetera idea. Yo tampoco
conozco el asunto más allá del silencio animal que precede al tsunami. Pero
presto atención a este vértigo de extrañeza que provocan los términos nuevos en
las páginas económicas. Y a mis formas narrativas ya obsoletas. Soy madre y sé
que mi comunicación como tal con mi hija va circunscribiéndose al cariño
físico, que no es poco. Yo, mi madre, mi abuela, la suya, pertenecemos a la
misma realidad, una sola que se ha ido transformando muy ligeramente, la faja
como símbolo, la píldora, el aborto. Nuestro gran Gutenberg perdió su trono en
lo que tarda una tecla en ser enciclopedia.
Hace ahora 1000
años, un inventor llamado Bi Sheng creó en China los primeros tipos móviles, o
sea la primera imprenta, detalles aparte. Eran de porcelana. Unos 200 años
después, durante la dinastía Koryo de la actual Corea, se creó un juego
artesano de tipos que ya eran de metal. Aún tuvieron que pasar un par de siglos
más para lo que conocemos como la imprenta moderna. Se trata de la mayor
revolución posterior a la escritura. Somos hijas e hijos de la imprenta. Todo
lo que somos se lo debemos. Sin ella seguiríamos comiendo berzas en el huerto
del cura. La comunicación lo es todo: revolución, cultura, desarrollo,
información, democracia, libertad, pensamiento, paz, placer, afecto, diálogo,
salud, ciencia; en resumen: agua y luz… Aceptemos la idea certera de que la
imprenta sacó los escritos de monasterios y palacios. Así que leemos. Eso sí
que es rotundo, verdaderamente revolucionario. Vale, leemos, pero: ¿qué leemos?
Hasta ahora, aquello que publican los que tienen el poder y la riqueza para
hacerlo y difundirlo, y mientras les esté permitido. La Biblia sobre todo y
para empezar.
Ah, pero en este
momento todo ha cambiado radicalmente. Usted puede publicar y difundir lo que
le dé la gana sin necesidad de que medie capital. No hace falta que monte el
grupo Prisa para ser leído. Ese paso ya supone una revolución al menos
equivalente a la imprenta. Se trata del primer suspiro de lo que se llamaron
nuevas tecnologías y en un parpadeo ya se han quedado viejas. Cada paso en la
comunicación –petroglifo, escritura, imprenta– crea un mundo nuevo. Otro mundo.
Está sucediendo en este momento. Aquí y ahora. Se habla del metaverso y de la
disrupción tecnológica para definirlo, y esos términos son un balbuceo más
efímero que los relojes digitales.
No tenemos ni idea
de qué se trata, pero sospecho que estamos aceptando la ignorancia sobre este
mundo en el que ya vivimos. Los periódicos, la información, los medios de
comunicación en general son fruto de una imprenta que ha sido superada,
cadáveres momificados sin mayor relevancia que un anuncio de moda. ¿Qué joven
lee la prensa diaria? ¿Cuál de ellos, de ellas, recuerda lo que es un
telediario? ¿Quién leerá esta columna si no se le aparece en las redes?
Este que vivimos ya
es otro mundo, una realidad que no manejan esos políticos que en teoría nos
representan, sino un puñado de grandes empresas. Aquí, en los lugares que usted
visita antes del desayuno, no se habla del metaverso y de la disrupción
tecnológica, conceptos que se quedan viejos en el momento mismo en el que los
escribo. Sin embargo, debería hacerse. Yo ya he llegado al día de mañana, que
en mi caso consiste en optar por el café con leche, bajarme de este burro. Creo
que quien se decida permanecer debería saber quién alimenta al asno.
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