UNA LEY MORDAZA A CADA LADO DE LOS PIRINEOS
Cabe
preguntarse cuánta diferencia hay entre un Gobierno, el francés, que se
manifiesta con los policías y otro que deja que circulen libremente tanquetas
para reprimir a manifestantes gaditanos
ELIZABETH DUVAL
Hoy vamos a contar una historia. Es una historia que se parece a otra: habla sobre una ley de nombre un poquito socarrón. En España tuvimos, y hay que tomar aliento para pronunciarla, la Ley Orgánica de protección de la seguridad ciudadana; en Francia, en 2021, salió adelante la ley “para una seguridad global que preserve las libertades”. Es interesante analizar a quién asegura cada una de las leyes. O la cuestión de las libertades, que el primer ministro Jean Castex pareció querer colar casi con sorna. Hubo un artículo particularmente polémico: el 24, luego reconvertido en 52. Hablaba de la difusión de vídeos e imágenes en los que apareciera un policía. A quien haya estado atento al debate de estas semanas la cosa le sonará, y mucho: han sido policías españoles los que, al hablar de la reforma (no digamos derogación en vano) de la Ley Mordaza, han considerado que permitir que se les grabe era ponerles en riesgo.
Vamos con el
artículo 52 de la ley “para una seguridad global que preserve las libertades”. Intentaremos
repetir el nombre lo menos posible, pero tenemos la mala suerte de que en
Francia no se encontró un apodo tan pegadizo como el de Ley Mordaza. A la
nuestra la llamaban loi bâillon. La suya: “Cinco años de prisión y setenta y
cinco mil euros de multa para quien incitara, con el objetivo manifiesto de
poner en riesgo la integridad física o psíquica, a la identificación de un
agente de la policía nacional, un militar de los gendarmes nacionales o un
agente de la policía municipal cuando estos actúan dentro del marco de una
operación”. El debate sobre la intención es un debate legal complicado. Esa era
la versión que salió del Senado francés… censurada por el Consejo
constitucional, que la consideró dañina para las libertades individuales,
también en sus artículos sobre el uso de drones para la vigilancia, así como la
identificación facial, demasiado laxos y permisivos con las prácticas que podía
realizar la policía.
La ley, meses
antes, en su primera versión, provocó un escándalo tremendo. Lo que buscaba
restringir en su primera versión, la que votaron diputados franceses y no
senadores, no era la “incitación a la identificación”, sea ese extraño concepto
jurídico lo que sea, sino la difusión de la imagen de un policía “que pudiera
identificarlo” más allá de su número oficial de identificación. Dejaremos para
otro momento el tema de que cualquiera que haya estado en una manifestación,
francesa o en otra parte, conoce bien lo camuflados que pueden estar esos
números. Lo importante, para que nos entendamos, son dos factores: uno, la
redacción de este artículo buscaba complacer a los sindicatos de la policía,
tan escorados a la derecha como en España; dos, el ministro del Interior
responsable de la reforma es Gérald Darmanin, venido de la derecha tradicional.
Es decir: el mismo que le dijo en un debate a Marine Le Pen que su discurso era
demasiado blando, porque él consideraba el islam “como un problema” y ella
parecía reducir el conflicto “al islamismo”.
El 19 de mayo la
policía organizó una enorme manifestación delante de la Asamblea Nacional. ¿Lo
más obsceno? Se manifestó con ellos el ministro de Interior
Una versión nueva
de la ley se ha logrado imponer, a pesar de todas las resistencias, que
contaban entre sus filas de peligrosos izquierdistas contra todo tipo de orden
público a varios tribunales y organizaciones de prensa. No dejará de estar a la
orden del día: el debate francés está tan derechizado que la cuestión de la
seguridad se supera a sí misma cada día un poco más. En el debate para las primarias
de los Republicanos se preguntó a los candidatos si había que desplegar al
ejército para imponer la paz en los “barrios difíciles” de la República.
Entiéndase: en los barrios con inmigrantes. En ese contexto, que es peor que el
español, y que si España piensa en replicar en un futuro se anuncia desolador,
un evento desde fuera bastante vergonzoso marcó la agenda pública durante
semanas.
El 19 de mayo la
policía organizó una enorme manifestación delante de la Asamblea Nacional,
encabezada por el sindicato Alianza. ¿Lo más obsceno? Se manifestó con ellos
Gérald Darmanin. El ministro de Interior apoyó una manifestación que pedía
penas más duras contra quienes “agredieran”, “atacaran” o violentaran de algún
modo a la policía. El ministro de Interior apoyó a los jefes de unos sindicatos
que declaraban, con una clara retórica guerracivilista, que el problema de la
policía francesa era “la justicia”, aparentemente politizada en su contra, y
que por culpa de la justicia la paz era imposible.
Hubo un pequeño chantajito
emocional que catapultó la concentración de policías al éxito más rotundo.
Fueron las muertes de Stéphanie Montfermé y Eric Masson, dos agentes, lo que
propició que durante unas cuantas semanas el discurso público estuviera
centrado en lo difícil, duro y violento que es ser policía, y en el miedo que
sienten ellos “al no saber nunca si regresarán a casa cuando van al trabajo”.
Desapareció todo el rechazo a las violencias policiales vividas durante las
movilizaciones de Chalecos Amarillos, donde personas fueron mutiladas, gaseadas
o acabaron perdiendo un ojo, como retrata el cineasta David Dufresne en su
documental Un pays qui se tient sage. Lo importante era dar una palmadita en la
espalda a los policías conmocionados por un suceso violento y perturbador, pero
estadísticamente excepcional: jamás la policía ha estado más protegida y jamás
han muerto menos agentes que hoy. Pero parecía, por unos instantes, que la
verdad era la mentira y la mentira la verdad: la situación, que para ellos
nunca había sido mejor, aparentaba ser insostenible. Y en ese terreno cada uno
jugó su papel.
Acudió casi todo el
mundo a la manifestación. No es mi intención aburrirles con los nombres, así
que hablemos de referencias ideológicas más fáciles de asimilar. Estaba allí la
derecha tradicional francesa, particularmente la presidenta de la región de
Isla de Francia (en la que se encuentra París: su Ayuso) y candidata en las
primarias Valérie Pécresse. Pero también el actual candidato de los Verdes. O
el secretario general del Partido Socialista. O el portavoz de la extrema
derecha. O incluso el actual candidato del Partido Comunista Francés. Los que
no fueron, los representantes de la Francia Insumisa, eran considerados como
traidores al orden republicano, peligrosos islamoizquierdistas. Lo típico, lo
de siempre.
Es difícil
imaginarse a representantes del PSOE, de Más País o del PCE en la manifestación
contra la reforma de la Ley Mordaza, codo con codo con los agentes de Jusapol
Esto nos demostrará
que, al menos por ahora, sí que hay algunas diferencias entre Francia y España.
Es difícil imaginarse a representantes del PSOE, de Más País o del PCE en la
manifestación contra la reforma de la Ley Mordaza, codo con codo con los
agentes de Jusapol. Pero cabe la posibilidad de preguntarse cuánta diferencia
hay entre un Gobierno que se manifiesta con los policías y otro que deja que
circulen libremente tanquetas para reprimir a manifestantes gaditanos. Fernando
Grande-Marlaska nunca le diría a Santiago Abascal que su discurso sobre la
inmigración es demasiado blando, pero las actuaciones de Interior en España
desde la izquierda destilan a veces tanto miedo a los policías como amor
aparece en las francesas. Si se deja que tiren de la cuerda, declarando
siempre, como hizo la portavoz del Gobierno, que se está de lado de la policía
y del orden público, sin admitir sus excesos y sin combatir su derechización,
el futuro que nos espera será un futuro muy francés: o con la policía
omnipotente o fuera del Estado. Y esa mentalidad, que en Francia se encarna
también en un dominio total de la derecha, es casi más aterradora que cualquier
Ley Mordaza: es la imposición de una mordaza mental e ideológica.
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