LA COVID-19 Y EL FIN DEL PERIODISMO
La psicosis mediática con la
nueva variante del virus ha vuelto a copar nuestras pantallas con titulares
cuya vigencia dura horas, minutos, segundos
MANUEL GARE
El 27 de febrero de 2020, en pleno auge mediático de la covid-19, Europa Press difundía una nota titulada así: “La mortalidad por la gripe desde el comienzo de la temporada es del 13%”. El titular, que venía a decir que uno de cada diez pacientes con gripe se muere, se mantiene a día de hoy en diversos medios. Solo en el cuerpo de la noticia se aclara que, obviamente, la cifra corresponde a los casos graves hospitalizados por gripe, echando por tierra el sentido inicial de la información. Era la crónica anunciada del papel que tendrían los medios en la crisis del coronavirus, un apasionante sube y baja de emociones en el que la calidad de la información ha quedado definitivamente reducida a la nada: todo vale y todo nos da igual.
Habrá quien
recuerde el baile de cifras de aquellas fechas, con prensa y televisiones
estableciendo comparaciones entre los casos de gripe y los de coronavirus
–carece de rigor comparar la notificación y seguimiento exhaustivo que se ha
hecho de covid-19 con respecto a la gripe estacional–, lanzando porcentajes al
aire y titulando de aquella manera. Uno de mis titulares favoritos es este de
El Independiente, del 24 de febrero: “La OMS concluye que la mortalidad del
coronavirus es del 0,7% fuera de Wuhan, siete veces más que la gripe común”. El
estudio de la OMS se enmarcaba en China y, sin embargo, todos los medios
escribían “fuera de Wuhan” sin clarificar de qué carajo hablaban: por entonces
no había datos de covid-19 en Occidente. Y, con todo, ahí sigue la comparación
con respecto al porcentaje –según la prensa, un 0,1% que tampoco está muy claro
de dónde sale– de mortalidad de la gripe en los llamados países desarrollados.
En fin, podríamos
tirarnos horas así, rebuscando entre toneladas de mierda. El rol de los medios
durante la pandemia quedó claro desde el principio: el interés de unos por
hacer dinero a golpe de clic y el de otros por aprovechar la situación para
hacer todo tipo de apologías más próximas al terrorismo mediático que a lo
ideológico. En estos días, la derecha mediática vuelve a sacar su artillería a
razón de unas palabras de Yolanda Díaz sobre la guía de prevención contra la
covid-19 que su equipo presentó en febrero de 2020. El PP, que tildó a Díaz de
alarmista en su momento, ha aprovechado la memoria a corto plazo de medios y
audiencia para sugerir que la vicepresidenta “ocultó” información a ese ente
llamado los españoles.
La precarización
del sector periodístico es evidente: con el modelo publicitario en horas bajas,
la mayoría de medios van virando poco a poco hacia las suscripciones y el
cierre de contenidos. Y aunque continúa habiendo propuestas que dignifican la
profesión, la realidad es que muchas de las cabeceras que ahora piden dinero a
cambio de información “veraz” y de “calidad” no han dejado de responder en
ningún momento a intereses que están por encima de toda veracidad y relevancia.
Se trata, en resumen, de un cambio de dinámica en la forma de alcanzar la
supervivencia económica, pero ni mucho menos nos encontramos ante una
transformación del paradigma mediático.
Escribía Raymond
Williams el siglo pasado sobre la comunicación de masas: “Pregunten a cualquier
periodista o redactor publicitario si acepta hoy esa famosa definición:
‘escrito por imbéciles para imbéciles’. ¿No contestará acaso que, en realidad,
está escrito por personas calificadas e inteligentes para un público que no
tiene el tiempo, la educación o –admitámoslo– la inteligencia para leer algo
más completo, más cuidadoso (...)? ¿No sería mejor que dijéramos, en bien de la
simplicidad, algo bueno?”. A pesar del paso del tiempo y de la revolución que
supuso internet para el periodismo y la información, las palabras de Williams
rebosan actualidad. No solo el papel del periodista se acerca cada vez más al
de un redactor publicitario –si acaso no ha decidido, con razón, cambiar
definitivamente de sector–, sino que se ha perdido toda consideración por la
inteligencia del lector.
Entre sus efectos
secundarios, la covid-19 ha acrecentado los múltiples problemas del sector,
sentenciándolo y terminando por arrebatar todo valor a la información que da el
periodista. Para muestra, la variante Ómicron: después de todo lo vivido con la
covid-19 parece que no haya pasado el tiempo. La prensa/opinión de última hora
–o sea, casi toda– ha vuelto a encontrar en Ómicron un filón, lanzando
informaciones sobre la variante en tiempo y forma muy similares a las que vimos
en los inicios de la pandemia, allá por febrero de 2020. ¿No hemos aprendido
absolutamente nada? Pues no. La psicosis mediática ha vuelto a copar nuestras
pantallas con titulares cuya vigencia dura horas, minutos, segundos.
¡Alerta, nueva
variante! Afirmamos, con severidad, que Ómicron viene de Sudáfrica. Es mucho
más contagiosa y peligrosa. La nueva variante inquieta a los expertos: ¡Escapa
a las vacunas! Primer caso de ómicron en Estados Unidos. Estos son los síntomas
del Ómicron, la nueva variante de Sudáfrica. No, espera, que ya lo teníamos en
Europa. ¡Ultimísima hora! Dos posibles casos en Dinamarca. ¡Cierren las
fronteras, escondan a sus abuelas! Bueno, parece que es muy contagiosa, pero no
tan peligrosa. Redoble de tambores en la redacción del ABC, titularazo: Si doy
positivo, ¿cómo sé si es por la variante Ómicron? Se acabó el circo: Los
científicos sudafricanos concluyen que las vacunas actúan contra la variante
Ómicron. ¡Buuu!
La cuestión, de
difícil solución, va más allá de que el periodismo trate a sus lectores como
imbéciles. Mientras el sesgo de confirmación sea el principal atractivo para el
consumidor de información, los grandes medios seguirán sirviéndose de él. ¿Qué
clase de tarado no aprovecharía la oportunidad de ganar dinero e influir
políticamente dándole a la gente exactamente lo que quiere leer? Y, con todo,
la triste actuación de los medios –ideología aparte– durante la crisis de la
covid-19 debería servir para advertir que el valor de la prensa está en otra
parte, lejos de las últimas horas, los exabruptos y la politización
sistemática: aprender a exigirla y cultivarla es algo que debería formar parte
de cualquier sociedad que se considere a sí misma democrática.
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