EL “CAPITALISMO DE
AMAZON” Y LOS CAMBIOS EN LA
COMPOSICIÓN DE LA
CLASE TRABAJADORA
POR GASTÓN GUTIÉRREZ
Un
comentario a The cost of free shipping: Amazon in the global economy (“El costo
del envío gratis: Amazon en la economía global”) editado por Jake Alimahomed-Wilson
y Ellen Reese (Pluto Press, 2020).
¿Cómo
puede un cliente de Amazon (o de una empresa similar) comprender los efectos
sociales, económicos, políticos o ecológicos que implica la mediación digital?
La compilación dirigida por Jake Alimahomed-Wilson y Ellen Resse -sociólogues laborales
especialistas en logística, explotación laboral y racismo-, es una muy
interesante respuesta a esta pregunta que logra una descripción
interdisciplinaria de qué hay detrás del click.
El libro compila ensayos críticos, trabajos etnográficos, reportes de investigación y relatos periodísticos, escritos por académicos y activistas sociales, sindicales y organizadores comunitarios que explica cómo esta nave insignia del “capitalismo digital” está moldeando el futuro (y el presente) del trabajo. Compuesto por cuatro secciones (con 17 capítulos), un prefacio de la socióloga Ruth Milkman,
una introducción y una conclusión de les editores, su objetivo más general es “revisar Amazon como una influencia mundial, desigual, tanto del ´consumismo del click´ como del ´capitalismo de vigilancia´” que obliga a otras empresas (Alibaba y Jd.com en China, Rakuten en Japón, Mercado Libre en América Latina, Flipkart en India- propiedad de Wall Mart, etc.) a replicar sus características para no perder competitividad: centralidad de las tecnologías de la información (que tienen múltiples usos hacia adentro y hacia afuera de la corporación) y nuevas formas de gestión de la fuerza de trabajo.En la
parte I, “El ascenso del poder mundial de Amazon”, Kim Moody abre el libro explicando
el contexto de la “revolución logística” aplicado al caso Amazon; Dana M.
Williams inscribe el rol de la empresa como actor dominante de internet; y
cierra la sección el análisis de Jeb Sprague y Sreerekha Sathi sobre su
inserción en el sur de Asia -particularmente en India.
En la
parte II, “Explotación y resistencia en el imperio global de Amazon”, Jake
Alimahomed-Wilson analiza la “amazonización de la logística” a través de un
estudio etnográfico con trabajadores de la “última milla” en California; Jason
Struna y Ellen Reese abordan el caso de los grandes almacenes en el este de Los
Ángeles; Reese desarrolla también un análisis “interseccional” de género, raza
y clase en los grandes almacenes; Nantina Vgontzas aborda metódicamente la
experiencia de lucha en Alemania y proporciona un marco analítico para pensar
el poder de les trabajadores de Amazon; mientras Francesco Massimo analiza el
régimen fabril con los casos de Francia e Italia.
En la
parte III, “Comunidades que se enfrentan al gigante del comercio electrónico”,
Katie Wilson aborda cómo Amazon copó Seattle y dañó su medio ambiente; Steve
Lang y Filip Stabrowski analizan como Long Island la rechazó; Juliann Emmons
Allison escribe sobre el impacto en las comunidades migrantes de California; y
Sheheryar Kaoosji denuncia el “capitalismo de vigilancia” que la empresa lleva
a cabo de la mano de la CIA y el ICE (el servicio de inmigración y control de
aduanas).
La
cuarta y última parte, “Luchando para ganar contra Amazon”, ofrece un recorrido
de Jörn Boewe y Johannes Schulten por los 7 años de huelgas europeas (en
Alemania, Polonia, Gran Bretaña, Francia, Italia y España); Spencer Cox aborda
el proceso de les trabajadores tecnológicos; Dania Rajendra da cuenta de las
luchas durante el pico de pandemia; Peter Olney y Rand Wilson ofrecen una
mirada sobre los intentos de organización sindical; y cierra la sección una
entrevista a les activistas sindicales de Amazonians United de Chicago: una
muestra del conglomerado de sindicatos, ONG´s, organizaciones comunitarias,
ecologistas y parlamentaries que, durante el último Black Friday, llevaron
adelante una jornada de lucha global (con protestas, huelgas y acciones
simbólicas en más de 20 países) bajo el nombre Make
Amazon Pay.
Aquí
tomamos algunos aportes del libro en función de estas preguntas: ¿Cómo operan
las más recientes mutaciones informacionales y logísticas del capitalismo en
este caso?; ¿qué tipo de gestión suponen para los procesos de trabajo? y ¿qué
modificaciones para las nuevas composiciones de la clase trabajadora y sus
nuevas experiencias militantes?
Para
entender la formación de la “clase trabajadora amazónica”
Amazon
es una corporación “dinámica y multiescalar”: a la vez una empresa tecnológica
-controla la mitad de la infraestructura global de la “nube”-; una empresa
líder del comercio electrónico; un importante imperio logístico -con un rol
clave en las denominadas “cadenas globales del valor”-;
y, por último, el próximo mayor empleador de fuerza de trabajo global (se
calcula que empleará 1.3 millones en 2023, superando a Wall Mart).
Sus
almacenes se parecen a las fábricas del pasado: los trabajadores están sujetos
a humillaciones diarias, presiones de productividad y riesgos para su salud y
seguridad. Pero tienen configuraciones más recientes de la clase trabajadora:
nueva “concentración” de la fuerza de trabajo “bajo el mismo techo” de los
centros logísticos; incorporación de tecnología para automatizar tareas y
controlar el trabajo (gestión algorítmica); uso de trabajadores tecnológicos
bajo modalidades de “microwork” (con Amazon Mechanical Turk); y mayor precarización
de su red logística a tono con el “capitalismo de plataformas” y
la “gig economy”. Como
denunciaban les trabajadores en la Make Amazon Pay: “No es solo una huelga
contra Amazon, lo es también contra una nueva forma de explotación laboral”.
En el
primer capítulo Moody [1]nos ofrece un marco para entender esta
“nueva forma de explotación”. Aunque Amazon se presenta a sí misma como el
minorista en línea más grande del mundo, y que Jeff Bezos sostiene que en
realidad es una empresa de tecnología, para Moody la empresa “está construyendo
la infraestructura logística más sólida de la historia”. El e-commerce y las
capacidades tecnológicas son impulsadas hacia el liderazgo económico por la
capacidad logística. Bezos se valió de viejas armas como evadir impuestos,
estafar proveedores y especialmente evitar sindicatos alejándose de la
mitología del “garaje” tecnológico. Con el gran boom de las puntocom en los ´90
recaudó 2.100 millones de dólares en 2001 (otras empresas tecnológicas
normalmente recaudaban apenas 50 millones) y destinó esta “acumulación
originaria” a construir el corazón de su infraestructura. Por un lado,
desarrolló el “almacén moderno” (tomando la experiencia de Wall Mart en la que
que mercancías entran y salen sin ser almacenadas) y le aplicó métodos del
“justo a tiempo” medido en “tiempo real” por algoritmos, computadoras de mano y
etiquetas de identificación por radiofrecuencia (RFID), robots Kiva y cintas
transportadoras, bajo una estricta supervisión humana. Por otro lado,
fortaleció la operación de big data que se convertiría en Amazon Web Services
(AWS) conquistando nuevos niveles de predicción, seguimiento, coordinación y
velocidad. Según el gurú de la “revolución logística” Yossi Sheffi: “la
infraestructura física domina la inversión logística”, y (a la vez) “una cadena
de suministro de información es paralela a cada cadena de suministro física”.
Moody
piensa Amazon como una operación de transporte que es parte del proceso de
producción total. El movimiento de mercancías desde las fábricas hasta el
mercado es parte de la producción (como había escrito Marx en los Grundrisse:
“considerada económicamente, la condición espacial, llevar el producto al
mercado, pertenece al proceso de producción”).
El
capital productivo que se invierte en la industria del transporte, entonces,
agrega valor a los productos, a través del trabajo que realizan sus
trabajadores. Tan solo en EE.UU. su fuerza laboral es de 350.000 efectivos,
100.000 contratados y 10.000 trabajadores de software, y como dijimos 1,3
millones de personas a nivel mundial. Como la gran mayoría trabaja en su
sistema logístico global y son productores de valor para Moody: son elles (y no
sus consumidores) la fuente de la increíble riqueza de este gigante [2].
El
“tiempo de entrega” es el factor principal para ganarle a sus competidores
mejorando permanentemente los métodos, la tecnología y la infraestructura para
reducir el tiempo al mínimo. Por lo tanto, esta fuerza de trabajo está sometida
a enormes presiones y la tasa en que produce ese valor agregado (su tasa de
explotación) es lo que está en el centro.
Pero,
señala Moody, cuanto más ajustada es su cadena de suministro más vulnerable es
su sistema logístico a las interrupciones. El “just in time” elimina la
distancia entre las operaciones y hace toda la cadena vulnerable al más mínimo
contratiempo.
Además,
la red global de logística requiere una fuerte inversión en capital fijo y una
localización de cercanía entre sus almacenes de entrega y las residencias de
sus consumidores principales. Es otra vulnerabilidad porque, citando a Anwar
Shaikh: “Las industrias intensivas en capital también tenderán a tener altos
niveles de costos fijos que los hace más susceptibles a los efectos de las
ralentizaciones y las huelgas”.
En su
capítulo Alimahomed-Wilson explora en detalle la “amazonización de la
logística”. En ésta hay un nuevo “punto final” ya que el comercio electrónico
ha impulsado la extensión de las cadenas de suministro minoristas, lejos de las
grandes tiendas minoristas y hacia el hogar del consumidor. Eso modifica toda
la estrategia de gestión de la cadena extendiendo la red a la “logística de la
última milla” con fuerza de trabajo subcontratada y contingente. A través del
programa Amazon Flex (una plataforma similar a Uber en la que los autónomos
pueden registrarse como repartidores de paquetes con su automóvil privado) y de
Amazon Delivery Service Provider (DSP es el modo de subcontratar las entregas
alquilando las furgonetas de reparto de Amazon) no solo se ha atemperado la
dependencia de otras empresas como UPS y FedEx sino que le ha permitido
utilizar mano de obra no sindicalizada. Aunque estos trabajadores vistan
uniformes de Amazon, conduzcan furgonetas de reparto de Amazon o utilicen el
software de reparto de Amazon, no tienen relación legal con la empresa. Así
mantiene un alto grado de control sobre estos conductores, al tiempo que evita
los costos y responsabilidades formales. Esto ha introducido nuevos niveles de
precarización, contingencia y racialización para miles de conductores. Una
situación similar a la de los camioneros del puerto de Los Ángeles que luchan
por ser reconocidos como empleados en lugar de contratistas.
El autor
acompañó a los conductores de la zona del Gran Los Ángeles en sus tareas,
realizó entrevistas y etnografías en este otro componente central de la clase
trabajadora “amazónica”. Situados por fuera del “gran almacén” les trabajadores
están atados también al comercio electrónico minorista y la “aceleración” del
trabajo que supone mediante la integración de tecnologías de vigilancia y
control de sus movimientos. En el trabajo de la “última milla” los repartidores
están bajo un constante estrés ya que son controlados simultáneamente por sus
empleadores subcontratados, la casa matriz de Amazon (que no reconoce la
relación laboral) y los clientes de Amazon Prime que tienen el servicio del
“seguimiento” del paquete. Por último, entre les repartidores priman relaciones
“contingentes” de trabajo ya que en las contratistas hay mucha rotación y
tienen una flota límite de 40 camionetas para evitar grandes concentraciones,
procesos de sindicalización y que surjan bloqueos de las entregas.
Una
“gestión tecnológica” contra el trabajo
Volvamos
al trabajo en los almacenes, allí decenas de miles de trabajadores sufren un
modo de organización del trabajo “algocrático”: al algoritmo gobierna todo el
proceso -usando automatización, robótica e inteligencia artificial (IA)-,
permitiendo que la compañía regule numéricamente la fuerza de trabajo (hacia
arriba o hacia abajo) en sincronía con las fluctuaciones de la demanda online.
En un artículo reciente
se graficaba así:
“Todos
los días, cuando comenzaba mi turno, me ponía nuestra armadura robótica.
Cogíamos lo que se llama un dispositivo TCI, que parece un teléfono inteligente
gigante, y lo amarramos a un brazo, y con la otra mano cogemos un escáner.
Iniciaríamos sesión en nuestro dispositivo y, a partir de ese momento, ya no tendríamos
el control de nuestras acciones. En cambio, este dispositivo determinaría a
dónde iríamos, qué tareas estaríamos haciendo y qué tan buenos empleados
éramos. El dispositivo no solo guía, se convierte en supervisor. No solo
supervisa durante las tareas de trabajo, sino que los períodos ocupados el
tiempo libre también es una métrica que afecta el paso. En Amazon, el poder
casi omnisciente de la tecnología siempre está en segundo plano. Al principio,
nadie habla de eso y nadie te dice cómo funciona el sistema existente y cómo se
te vigila”.
Comparando
casos de EE.UU., Francia e Italia les autores señalan, en la senda de los
estudios de Michael Burawoy, que
el tipo de régimen fabril puede ser definido como una “burocracia algorítmica”
dominada por un autoritarismo invisible en el cual la satisfacción del cliente
está “siempre presente”. En realidad, a diferencia de otras compañías como
Uber, Wall Mart o plataformas de reparto, el cliente nunca está presente
realmente para les trabajadores de almacén.
Bajo la
consigna de “No Somos Robots” les trabajadores denuncian este régimen. Además,
trabajadores tecnológicos de Amazon vienen llevando adelante campañas por la
“Justicia Climática” y para que no proporcione tecnologías (como el
reconocimiento facial) a la CIA, el ICE, el ejército y la policía. La
vinculación del sector tecnológico con los centros logísticos y la red de
entregas parece clave, ya que poseen el poder estructural para generar huelgas
en puntos de estrangulamiento clave (cierre de sitios web, de acceso a la nube
o de los sistemas logísticos.
Vulnerabilidad
y redundancia en la red
En “¿Una
nueva clase obrera industrial? Desafíos para interrumpir a Amazon en Alemania”
Nantina Vgontzas expone los resultados de dos años de trabajo de campo en
almacenes alemanes -donde trabajó de manera estacional- y lo compara con los
procesos ocurridos en EE.UU., Polonia y otros países. Su enfoque es pensar cómo
operan las dos principales formas de poder [3] que
tuvieron les trabajadores industriales durante el siglo XX: el “poder
posicional”, es decir aquel que deriva de su posición en la economía y que
permite interrumpir la producción de bienes para el mercado mundial; y el
“poder asociativo” que es la capacidad de crear lazos colectivos y
organizaciones (sindicatos, partidos, etc.) a través de las cuales activaron
históricamente su poder posicional [4].
Reflexionando
sobre las nuevas fuentes de renovación de la clase trabajadora, la autora
encuentra que la clave está en los grandes almacenes ya que su poder posicional
-basado en las crecientes vulnerabilidades de la red logística- y sus
posibilidades para lograr poder asociativo -a partir de la concentración y el
peso social de los almacenes en las comunidades- es superior al que tienen
actualmente les trabajadores de las fábricas situadas en áreas rurales (como
las del sur de EE.UU.). Siguiendo a Moody, esto podría dar lugar a que cumplan
un rol similar al de una “nueva clase obrera industrial” (con capacidades tanto
posicionales como asociativas). Aunque la autora identifica en este punto
algunos límites específicos.
Según Vgontzas Amazon utiliza dos mecanismos (controlados por su Sistema
Operativo de Cumplimiento) para limitar las interrupciones en sus centros logísticos
y restringir el poder posicional.
Por un
lado, al interior del almacén, la empresa busca un desacoplamiento del proceso
de trabajo -o un aflojamiento de los vínculos a lo largo de la línea de
ensamblaje- a través del seguimiento por “unidades”. En una producción
estrechamente acoplada cada paso a lo largo de la línea de montaje afecta los
pasos posteriores. Al contrario, el desacoplamiento y la automatización parcial
de tareas, como el “picking” donde los trabajadores están quietos mientras los
robots KIVA les traen los estantes, busca dispersar a les trabajadores. Para
poder realizar acciones efectivas en el lugar de trabajo el activismo está
obligado a conquistar a la mayoría de les trabajadores.
Por otro
lado, hay una tendencia hacia la redundancia de la red, o sea, a expandir su
capacidad para redirigir los pedidos en caso de bloqueos. Esto, combinado con
la ausencia de organizaciones sindicales obliga a les activistes a extender su
influencia sobre la mayor parte de la red -o por lo menos a algunos lugares
claves-, para evitar que la empresa recurra a esta redundancia.
¿Cómo
funciona la red? Durante sus primeras dos décadas Amazon delegaba la
clasificación y entrega en “terceros”, ahora ha empezado a construir su propia
“infraestructura de la última milla” con centros logísticos más complejos donde
se almacena, recoge y empaqueta, pero también se “clasifica y entrega”. Los
centros de entrega son puntos de estrangulamiento evidentes, dado que los
pedidos ya están empaquetados y corren el riesgo de no ser entregados y el
nivel de “poder asociativo” ahí es alto, pero la expansión de la red reduce el
volumen que pasa por cada centro y la automatización de tareas y el control
algorítmico buscan erosionar la autonomía del trabajador. Dispersando la mano de
obra al interior y entre los almacenes mediante la expansión de nodos de la
red, se minimizan los bloqueos. La administración puede simplemente bloquear
ese almacén presionando un “pequeño botón rojo” diciéndole al sistema que no
envíe ningún pedido nuevo allí.
Comparada
con la clásica industria automotriz y sus cuellos de botella la redundancia de
la red logística (y la restricción posicional que genera) no es para nada un
fenómeno nuevo: en la posguerra las automotrices trasladaron su producción a
instalaciones alejadas de las cuidades industriales como Detroit o Turín.
Lo
nuevo, para la autora, es el elemento adicional que introdujeron las
tecnologías de la información y que la inteligencia artificial ha profundizado:
las empresas pueden optimizar cada vez más los sistemas generales que gestionan
el flujo de un proceso a otro dentro de sus redes. Automatizando sus flujos de
red Amazon está construyendo cada vez más redundancia, lo que hace que sus
almacenes estén cada vez más dispersos y los puntos de estrangulamiento
individuales se debiliten.
Si tenemos en cuenta lo anterior podemos concluir en que el poder asociativo y
posicional de les trabajadores de Amazon pueden compararse con las fábricas de
ayer pero el alcance de su red lo hace más difuso. La interrupción de la red no
dependerá solamente de la acción de los trabajadores ubicados estratégicamente
en plantas claves, como fue en las huelgas de entreguerras de la industria de
masas, sino que requerirá un nivel mucho más amplio de coordinación. Para ejercer
su poder posicional y asociativo habrá que construir suficientes mayorías
dentro de los almacenes – para desencadenar cierres en toda la tienda-, y en
suficientes almacenes de las redes de entrega -coordinados entre sí y si es
posible con les trabajadores tecnológicos-, para garantizar que la empresa no
evite esos bloqueos.
Esto
requiere superar las restricciones antisindicales en países donde los
sindicatos con presencia en la base no abundan. El caso de Ver.di (el sindicato
emblema de las luchas alemanas en Amazon) presenta todavía una articulación por
arriba que no logra evitar una fragmentación en la base por divisiones
sectoriales, raciales, migrantes y de contratación.
Conclusión
Estas
particularidades hacen al terreno de las luchas de clase contra Amazon: un
objetivo “tangible” que concentra las miserias de las corporaciones del
capitalismo global. El crecimiento actual del movimiento transnacional de sus
trabajadores, con huelgas en el lugar de trabajo y procesos de base ya han
logrado asestarle derrotas en Europa y otras campañas desde afuera del lugar de
trabajo, en EE.UU. y otros países, lograron modificar pautas salariales,
condiciones laborales y denunciar sus políticas ambientales y tecnológicas. Son
un buen indicio de cómo una nueva generación lidiará con estos nuevos problemas
como parte de una lucha más amplia para reapropiarnos de estas
infraestructuras.
[1] Kim Moody,
fundador de Labor Notes y especialista en estudios del trabajo, cuyos últimos
trabajos On new terrain y Tramps and Trade Unions Travelers.
[2] En este
punto Amazon se diferencia entre las GAFA por tener una gran fuerza de trabajo
manual e intelectual, pero eso no significa que esa sea la única fuente de sus
ganancias ya que participa de la competencia entre gigantes digitales por la
deducción de la masa global de plusvalía a través de mecanismos rentísticos.
[3] La autora
nomina habla de “apalancamiento” pero traducimos como “poder”.
[4] Esta
distinción la desarrolló originalmente Erik Olin Wright a partir de un trabajo
pionero del sociólogo italiano Luca Perrone.
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