LA CRISIS DE LOS MISILES
GERARDO
CABRERA SANTOS
Acabábamos de llegar a la zona de
práctica, cuando recibimos por radio el código principal de “Alarma de Combate“
de nuestra División. Ese código nos ordenaba a romper el sello de una caja
secreta que manteníamos bajo control en el puesto de mando de nuestro
campamento, extraer de ella el mapa que contenía los datos y ajustarse
estrictamente a las instrucciones enumeradas. Había que trasladar la unidad completa con sus cañones
y polvorín hacia el lugar establecido, donde había que fortificarse y
prepararse para el combate. Como nos encontrábamos fuera de la unidad, esa
orden tenía que haber llegado originalmente al oficial operativo que había
quedado al frente del campamento, quien nos la remitió, pero no podía darnos
detalles por radio por estar estrictamente prohibido.
Partimos a toda velocidad de regreso
al campamento con la certeza que allí no encontraríamos a nadie, sólo a un
enlace encargado de darnos los datos de la nueva posición. Ya por el camino
pudimos constatar la movilización general y el movimiento intensivo de tropas y
armamentos. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando llegamos al campamento y
todavía había algunos camiones que no habían podido cargar los proyectiles para
llevarlos al lugar asignado. Lógicamente les faltaba el personal y los camiones
de la batería que estaba con nosotros y no habían podido cumplimentar la orden
en tiempo y forma.
Eso nos costó más tarde tremenda
reprimenda y amenazas verbales de todo tipo, incluyendo fusilamiento, por
incumplimiento del espíritu de la orden de alarma. Supusimos que todo aquello
era sólo para atemorizarnos, pues en definitiva se desconocía todo sobre la
situación que había provocado la alarma. Al final por suerte todo quedó así y
el tema no se volvió a tocar.
No sé por qué, pero cada vez que me
vi envuelto en una verdadera alarma de combate el tiempo se tornaba borrascoso,
y comenzaba a llover a cántaros, manteniéndose la tormenta así durante muchas
horas e incluso días. Esto lógicamente creaba grandes dificultades e
incumplimientos por tener que movernos con nuestros equipos por caminos
improvisados, muchas veces a campo
traviesa, por terrenos llenos de agua y lodo.
A duras penas llegamos al sitio
designado, que no era más que un bosque relativamente pequeño, percatándome que
ya conocía el lugar pues anteriormente habíamos estado allí, como también en
algunos otros lugares, con la orden de analizarlos para una posible misión
futura, con el emplazamiento de nuestra artillería Nunca se especificó concretamente el objetivo
ya que era secreto absoluto.
Toda esa noche la tormenta nos azotaba y los milicianos buscaban la manera de guarecerse de ella. Amarraban sogas entre dos árboles cruzando sobre ellas grandes pedazos de nylon con el objetivo de crear un techo de dos aguas, donde refugiarse para no empaparse. Así también debajo del nylon entre los dos árboles amarraban largos palos de madera, donde se pudieran sentar a descansar, sobre todo levantar los pies para sacarlos del agua que corría en torrente en todas direcciones.
Junto con la tormenta también caían
andanadas de rayos y centellas. Los truenos azotaban el pequeño bosque donde
estábamos guarecidos, con sus estampidos
aterrorizantes que aturdían. Algunos rayos llegaban inclusive a caer sobre árboles
y rajarlos e incendiarlos. Por desgracia un rayo cayó en uno de los arboles
donde algunos compañeros habían implementado un refugio. En el palo que había
amarrado estaban sentados acurrucados seis. La descarga eléctrica mató al miliciano que estaba sentado pegado
al árbol. El corrientazo se propagó a través de los cuerpos de los demás e
hirió a los otros compañeros que estaban apretujados unos contra otros capeando
el temporal. Les produjo fuertes quemaduras en los lugares de contacto entre un
cuerpo y otro, principalmente en codos y rodillas y uno de ellos perdió el
habla. El compañero muerto era precisamente el mecánico de los cañones. Así fue
que comenzó nuestra participación en la Crisis de los Misiles o Crisis de
Octubre como se llamó en Cuba. Es conocido que los acontecimientos se desataron
cuando los americanos descubrieron la presencia de decenas de misiles rusos en
Cuba, capaces de transportar armas nucleares, detectando, además, los barcos
trayendo las ojivas nucleares para esas armas.
Se habían hecho las denuncias en la
ONU y los rusos las estuvieron negando, hasta que no se mostraron las fotos de
los aviones espía U-2 en las que se veían claramente las instalaciones de
cohetes en diferentes territorios cubanos. Los americanos declararon el bloqueo
naval para evitar el arribo de ese armamento decisivo a Cuba, lo que junto a la
intransigencia de los rusos en aceptar su responsabilidad, originó momentos en
que la humanidad estuvo al borde del cataclismo atómico. Aún Occidente no
conocía que también habían enviado cuatro submarinos equipados con armamento
nuclear hacia aguas cubanas y que estaban ya en ruta. Los submarinos tenían la
orden de no dejarse ver bajo ninguna circunstancia, antes tenían que lanzar sus
proyectiles.
Uno de los submarinos fue detectado
al tener que salir a la superficie, debido a no poder resistir por más tiempo
las condiciones tropicales excesivas del calor en el área. Fue visto pero no
cumplió la orden de disparar sus proyectiles. Este capitán fue juzgado y
condenado posteriormente en la URSS por incumplimiento de la orden. Creo que no
fue ejecutado. Castro instó a Krushov que lanzara el primer golpe atómico
contra USA, por suerte su solicitud no fue atendida.
Lo interesante de esto era que el
pueblo ignoraba toda esta situación de los misiles en Cuba, pues nunca se nos
informó ni mucho menos se nos consultó. Esto era parte de la guerra secreta de
Castro, como dueño absoluto de los designios de la República de Cuba. En
realidad en Cuba además de las unidades coheteriles estaban desplegadas
unidades militares completas del ejército ruso. Había desplegadas divisiones de
tropas moto mecanizadas, además de otras muchas unidades blindadas y aéreas de
todo tipo. Sin duda eran tropas regulares del ejército ruso acantonadas en Cuba.
Recuerdo los viajes que tenía que
realizar casi a diario desde la ciudad de Santiago de las Vegas hasta Managua,
donde estaba la Jefatura de la División, en los que frecuentemente veía
soldados rusos que entraban y salían en una zona boscosa que está a mitad de
camino. Allí estaban en la periferia de la ciudad de La Habana. Un día en una
reunión se oyó hablar de División Moto mecanizada soviética que en caso de que
nuestra División tuviera que entrar en combate con el ejército americano ellos
serían los que marcharían a nuestro flanco. Luego se supo que había un total de
4 de esas Divisiones en territorio nacional.
Esa noche de la alarma de combate se
nos informó de la alta posibilidad de que los americanos nos tiraran al
amanecer la bomba atómica. Yo esto no lo creí, me perecía más bien un
aspaviento pues en realidad al pueblo cubano nunca le habían dado información
ni explicaciones y no conocía las causas de lo que estaba pasando y todo
aquello así de pronto sonaba extraño, fantasioso. Parecía una historia
inventada para meternos miedo. De acuerdo con aquella filosofía el único rol
del pueblo cubano sería el de poner el muerto, pues las decisiones se le
imponían sin consultas previas. ¡Y que te libre Dios de oponerte!
Llegó el amanecer del siguiente día
y no había pasado nada, a no ser las inundaciones que habían dejado las
intensas lluvias y el muerto en nuestra batería. Como única información nos
llegaban algunas noticias por la radio sobre versiones de los periodistas de
las discusiones entre Fidel y los rusos. Realmente no podíamos evaluar la
situación porque desconocíamos los pormenores. Quizás en el alto mando de
nuestra División sabían los detalles que nosotros ignorábamos, aunque dudo que
al 100%.
Por las noticias de la radio es que
se podía deducir que en Cuba habían instalados misiles balísticos rusos capaces
de transportar ojivas nucleares. Es conocido el empecinamiento de Castro y la
oferta que le hizo a Krushov de que los rusos abrieran fuego asestándoles el
primer golpe a los americanos. Así incitaba a Krushov, que ya había enviado
cuatro submarinos equipados con armas
nucleares hacia los mares de Cuba con la misión de no dejarse ver y dar
el golpe atómico si recibían la orden desde Moscow. Es decir la jugada estaba
planteada sobre el tablero.
Posteriormente trascendió
oficialmente que efectivamente habían instalado rampas de lanzamientos misiles
en la zona de Pinar del Río y en Sagua la Grande en Las Villas, pero aún no
habían llegado las ojivas nucleares para ellos. A media mañana nos sobrevolaron
a muy baja altura escuadrillas de aviones cazas de combate americanos, mientras
Fidel vociferaba por la radio que la orden de fuego estaba dada contra todo lo
que volara sobre nuestro territorio y hasta donde fuera el alcance de nuestras
armas. Sin embargo nos había llegado la orden de “alto al fuego”. Así, se decía
una cosa y se mandaba a hacer otra contraria. Más tarde las tropas coheteriles
soviéticas derribaron un avión U-2 dedicado a espiar el movimiento de los rusos
en Cuba y este hecho fue utilizado para desatar una propaganda anti americana
tremenda.
Toda la información sólo la
recibimos por la radio nacional, así supimos del arribo de U Thant que era el
secretario general de la ONU y de Anastas Mikoyan que era el Vice- Primer
Ministro de la URSS y representante del gobierno soviético. Venían a disuadir a
Castro y discutir los acuerdos para poner fin al conflicto de forma pacífica.
Pero en principio Castro no aceptaba las condiciones. A él le hubiera gustado
desatar la guerra atómica sin importarle las consecuencias ni la destrucción
completa de Cuba con tal de agredir a los americanos. Fidel estaba encolerizado
y así lo voceaba a todo tren, pues los acuerdos fueron tomados entre el
presidente Kennedy y Krushov ignorando a Castro sin darle el protagonismo al
que aspiraba.
En Cuba la gente voceaba
públicamente aquello de:
NIKITA MARIQUITA LO QUE SE DA NO SE QUITA,
Seguramente éso había sido elaborado
por el propio gobierno que ahora lo ponía en boca de la gente con el objetivo
de chotear a los rusos. Igualmente hablaba de los cohetes morales que jamás
serian desmantelados, etc. El acuerdo entre las dos potencias fue el de retirar
todos los cohetes y un modelo de avión especifico que también habían traído y
que era considerado de carácter ofensivo, el IL 28.
Castro se negó rotundamente a
permitir la inspección del retiro de los cohetes sobre territorio nacional. El
control tuvo que realizarse por la fuerza aérea americana sobrevolando los
barcos rusos que los transportaban de regreso y así los fueron contando. Eran
42 misiles R-12 y 42 bombarderos Il 28
El acuerdo final fue el retiro de
todo ese armamento a cambio de que USA garantizara que Cuba no sería atacada.
El acuerdo también incluía el retiro de un tipo de misil de una base americana
en Turquía. Como se sabe, esta garantía posteriormente fue muy inteligentemente
manipulada por Castro para extender la influencia comunista cubana a otras
regiones, organizando movimientos guerrilleros, participando activamente en el
desarrollo de sistemas políticos afines, enviando tropas a otros países a tomar
parte activa en sus conflictos. Lógicamente, el apoyo económico de todas estas
intromisiones corría por cuenta de la URSS. Como en realidad en nuestra
posición atrincherada de nuestra batería no pasaba nada, nos dedicamos a
explorar el área. Estábamos instalados en el lugar llamado Paso Seco, donde
tiempo más tarde se construyó el llamado Parque Lenin, con sus múltiples
restaurantes, parque de diversión para niños, un anfiteatro, etc.
Paso Seco era en aquel momento un
terreno donde se veían restos de fincas que ya no se explotaban pues se las
había intervenido a sus dueños. Nuestras andanzas se extendían hasta un
pueblito cercano, Calabazar, donde adquiríamos algo para comer, aunque en el
campamento había un grupo de cocineros encargados de nuestra alimentación. En
esa rutina permanecimos un par de semanas hasta que se nos ordenó reintegrarnos
a nuestro campamento, donde se había mantenido rotativamente a un grupo
haciendo guardia y mantenimiento del lugar.
Ya de nuevo en el campamento recibí
la misión de diseñar y construir, como preparación previa para las nuevas
misiones, un polígono de tiro de 10 x 10 metros en el que se simulaban todas
las irregularidades del terreno que aparecían reflejadas en el mapa militar
oficial en un área de 10 kilómetros cuadrados del lugar elegido para hacer el
levantamiento topográfico. Esa construcción nos llevó unos meses, pues además
de la simulación también había que preparar en forma de trincheras las
ubicaciones para los puestos de observación a diferentes ángulos.
Al final hubo que preparar
ejercicios demostrativos para otras unidades de artillería, así como para el
Alto Mando de artillería del Estado Mayor del Ejército. En el polígono se
podían simular diferentes tareas con muchas situaciones, con las que se podía
calificar la destreza de los artilleros y de los directores del fuego, en la
elaboración de los datos necesarios para ajustar los cañones y abatir
eficientemente los blancos designados. Lógicamente no se hacían disparos, sino
que se señalaba el posible lugar donde el proyectil caía y de ahí se hacían las
correcciones necesarias. Este entrenamiento había que darlo sistemáticamente a
cada una de las dotaciones de los 18 cañones que poseíamos. El curso de
artillería que impartía a alumnos de la universidad me permitía el contacto
directo con el sistema de educación superior y por tanto con la fuente de
información del acontecer en esa rama.
Allí tuve conocimiento que en las
embajadas de los países socialistas ofrecían y financiaban becas de estudio
para sus respectivos países. Esto me abriría la posibilidad de irme a estudiar
al extranjero y liberarme de toda aquella parafernalia militar. Estando aún con
los morteros, vino el proceso de asignarnos un documento de identificación, así
como una documentación donde se iría reflejando nuestra preparación militar.
Esto llevaba implícito un juramento,
por no menos de tres años de servicio. Si no se estaba de acuerdo se procedía a
la desmovilización, pero antes te insinuaban sobre posibles consecuencia
laborales al reincorporarte a tu antiguo centro de trabajo, con los
inconvenientes de posibles represalias. Esto hacia dudar mucho la decisión a
tomar, por aquello de: figúrate, el problema es que te rajaste. La gente
dudaba, no quería buscarse problemas y se dejaba chantajear. Ya no éramos
milicianos, ahora éramos soldados u oficiales del Ejército de Occidente y sobre
nosotros eran aplicables las leyes militares, con su código penal. En aquel
momento no nos percatábamos de la profundidad de esas realidades.
Los comisarios políticos asignados a
nuestra unidad militar, que todos ellos tenían un fuerte complejo de mando e
ínfulas de superioridad, como si hubieran sido los hijos directos de Lenin o
Stalin, se dedicaban además de vigilar a la gente y escuchar sus
conversaciones, también a echar constantes arengas políticas, tendentes a
lograr el juramento masivo de permanencia en las tropas. Sin duda todo aquello
era de carácter represivo. Como también lo era embutirnos con la manipulación, al
estilo soviético, de aquella fraseología. Evidentemente, lo sensato era no
ponerse a orinar en contra del viento, para no mearse los pantalones. Había que
seguir la rima. De seguro, era una traba que había que solucionar si se
aspiraba, en un día no muy lejano, a poderse desmovilizar y pasar a la vida
civil sin mayores consecuencias. Por lo
pronto no había que ponerse en evidencias, había que sufrir calladamente las
consecuencias del apoyo sin restricciones, brindado inicialmente, y tratar
ahora de pasarla lo mejor posible. Dejar pasar el tiempo hasta que todo aquello
se relajara. Ésta fue la política seguida por muchos.
En la tropa se cuchicheaba en
secreto sobre las posibles vías para obtener la desmovilización sin sufrir
posteriores consecuencias. Había dos vías principales. La Enfermedad, con gran
prioridad para las afectaciones nerviosas y la otra eran los Problemas
Familiares, donde se podían enumerar un sin número de razones desde problemas
con la vivienda, con los hijos, las esposas y los padres, etc. Aunque vivía con
mis padres en una casa normal, cuando estaba de pase, elegí el solicitar por
escrito una vivienda a la jefatura de la División, alegando que me quería casar
y en mi vivienda actual no tenía cupo. Ésto, a sabiendas que era un aspecto muy
crítico, por el gran déficit de viviendas que se pregonaba.
Las buenas casas de los miles de
emigrantes desafectos que por motivos políticos y económicos abandonaban el
país, estaban destinadas para la nueva clase social de dirigentes, militares de
alta graduación y sus familiares y no para la gente de a pie. Eran famosas las llamadas zonas “congeladas”
donde cientos de magnificas viviendas estaban vacías, pero reservadas para la
élite. Estas viviendas se asignaban por decisión de ciertos personajes de las
altas esferas, como era el hermano de Celia Sánchez, Carlos Rafael Rodríguez,
Lázaro Peña, entre otros personajes.
Era el principio de una gran
corrupción. Era muy conocida la concesión de permisos de salida del país si se
entregaba una buena casa. En ésto involucraban a Carlos Rafael Rodríguez. Otra
era, también, la asignación de casas a amantes de ciertos personajes. La
Comisaría Política de la División me respondió denegando la solicitud, dándome
explicaciones sobre las grandes dificultades y las necesidades existentes. Bla,
bla,bla….
Les respondo que en mi antiguo
Centro de Trabajo, el Ministerio de Educación, había planes de ubicación de los
trabajadores hacia los lugares de creación de nuevos centros educacionales, a
los que podía acogerme. Esto era a sabiendas que la educación era una prioridad
nacional muy muy pregonada. Añadiendo, que tenía que estar trabajando en la
entidad para poder acogerme al plan. Ese era el gancho. Nada de éso fructificó,
sólo recibía evasivas como toda respuesta.
Un amigo me insinuó que desistiera
del mando político y que probara con el mando militar, ya que estos Jefes
solían resolver pronto, con tal de quitarse los problemas de arriba. Decidí
hablar con la parte militar. Solicité el conducto reglamentario para una reunión
con el Jefe de la División, un Comandante recién nombrado jefe de la división,
que había sido anteriormente chófer de rastras, al que le decían Pedro el malo.
Entré cagao. Me atendió sin oír mucho lo que le explicaba y se quedó mirándome
fijamente y rudamente con el ceño fruncido, me preguntó, ¿te quieres
desmovilizar? Le asentí con la cabeza y finalmente con cierto aire despectivo
me autorizó la desmovilización. ¡¡¡Que Dios te guarde mi comandante!!! El
entonces Jefe de Artillería de la División, ex compañero y amigo de la época de
La Cabaña, me hizo una bella y elogiadora carta con la que me presenté a
guapear en el Ministerio de Educación, mi antiguo centro de trabajo.
Allí se me informó que mi antigua
posición ya estaba ocupada y sólo podían ofrecerme una plaza en Consejería y
Limpieza. Ése era el resultado de los años de sacrificio y riesgos. Éso era con
lo que amenazaban, lo que te pasaría si te querías desmovilizar. Como había
trabajado algunos años en ese Ministerio tenia muchísimas amistades, con los
que indagué sobre las posibilidades y ofrecimientos de estudios. Tenía un amigo
que era abogado, que a su vez era el jefe del Negociado de Educación Superior,
quien me orientó a mantenerme alerta, pues los países socialistas en su
política de acercamiento a Cuba y a través de sus embajadas iban a ofrecer
becas de estudio financiadas por ellos en sus universidades.
Ya de ésto me habían informado
algunos de los estudiantes a los que les daba clases de artillería, lo que me
había movido a desmovilizarme para buscar nuevos horizontes. Tan pronto recibí
el aviso de que el proceso de selección iba ya a comenzar en algunas embajadas,
fue que comencé a presentar la solicitud correspondiente. Entregué mi solicitud
en las Embajadas de Alemania, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria,
Mongolia y la URSS.
El otorgamiento de las becas por
parte de las embajadas estaba priorizado según las relaciones comerciales
establecidas entre Cuba y el país en cuestión. Los gobiernos de estos países se
responsabilizaban con el pago mensual del estipendio, y el albergamiento
mientras durara la carrera elegida. La Embajada de Hungría fue la primera en
comunicarse conmigo. Luego de informarme que una beca para químico era muy
probable de ser aceptada, pues se había firmado un convenio de construcción de
un Combinado del Vidrio en el Municipio de la Lisa, en La Habana.
Como cualquier cosa me venía bien,
pues el objetivo era irme a estudiar, acepté la oferta con gran alegría.
Inmediatamente lo consulté con mis padres para darles la buena noticia y cuál
no sería mi sorpresa cuando mi madre me dice que no le gustaba la idea de
Hungría, ya que recordaba recientemente, en el año 1956, la invasión de los
rusos a ese país, cuando su levantamiento popular y que hubo infinidad de
muertos. Me costó trabajo convencerla, pero mi decisión ya estaba tomada y para
atrás nada.
Un par de días antes de la partida
fuimos invitados a una recepción en la Embajada de Hungría donde nos reunimos
los 21 compañeros a los que se les había otorgado la beca. Para sorpresa allí
estaban dos alumnos míos del curso de artillería en la Universidad de La
Habana. Con ellos aún hoy mantengo relaciones amistosas. Uno de ellos vive
actualmente en Hungría y se suele comunicar con un familiar mío en Tenerife.
Las particularidades de aquel viaje
fueron increíbles. No nos dieron un pasaporte normal, sino una carta, un pedazo
de papel con el cuño seco del Ministerio de Relaciones Exteriores, que sólo
tenía nuestro nombre autorizándonos la salida para cursar estudios en Hungría,
firmado por alguien desconocido y sin ninguna foto. Por mi parte le presillé
una foto mía por iniciativa propia, para que por lo menos vieran mi cara.
Las maletas que pudimos conseguir
eran de cartón de muy mala calidad, para subirlas al barco hubo que colocarlas
sobre una red para carga, extendida sobre el muelle al lado del barco. Allí las
colocábamos a como tocaran. Cuando se acumuló una montaña, todo esto bajo un
fuerte aguacero que las mojaba implacablemente, amarraron las cuatro puntas de
la red y con una grúa izaron el bulto. La presión de unas contra otras en el
momento del izaje y la lluvia que las había mojado hicieron que gran cantidad
de maletas se rompieran, se reventaran, y se salieran las pertenencias, junto
con los libros en español que llevábamos. Se mezclaron los contenidos de unas
con los de otras. Fue realmente un caos. No importa, la cosa era irse echando.
La grúa bajó y descargó todo el equipaje en una de las bodegas, pues el barco
era de carga y pasaje.
Los camarotes no alcanzaban y en el
fondo de otra de las bodegas organizaron provisionalmente unos catres, hasta
tanto se reubicaran los pasajeros. Aquello era mucho peor que en las unidades
militares, me recordaba de las películas de los campos de concentración nazis.
El calor era terrible pues quedábamos bajo la línea de flotación y no había
aire acondicionado. A los dos días fue que tuvimos acceso a nuestro equipaje,
buscando y encontrando las pertenencias propias dentro del gran desorden y
mezcolanza con otros equipajes. En general se recuperaron las cosas. Pero hubo
que reubicar las pertenencias en cajas de cartón y bolsas de papel que nos
suministraron en el barco. Algunas maletas quedaron arruinadas completamente.
Mi padre siempre me dio ánimos, pues
seguramente recordaba los tiempos en que los canarios hacían los viajes a Cuba.
Me decía: “Banderas arriba” para que no cejara en la lucha. El viaje se realizó
en el barco ruso, el Gruzia, que zarpó del puerto de la Habana un 19 de
septiembre de 1963. Cuando el barco salía por la boca de la rada habanera, allí
en el castillo de la Punta, estaban todas las familias concentradas para
decirnos ADIOS. Previamente nos habíamos puesto de acuerdo que mi padre
blandiría y agitaría una bandera cubana, para decirnos adiós y el “viejo”
agitando la bandera que portaba decía ,”banderas arriba”. Que esa era su
clarinada.
El viaje fue un verdadero calvario,
pues coincidió con el famoso ciclón Flora que tras nuestra salida azoto la zona
oriental de Cuba durante tres días antes de hacerse a la mar. Nunca estuvimos a
merced de los vientos, pero sí de la marejada que producía. El barco se
bamboleaba de proa a popa y de babor a estribor. Cuando clavaba la proa en el
mar se oía la propela girar al aire
libremente y el agua levantada invadía completamente la cubierta. Así estuvimos
varios días, no recuerdo ningún día que no la pasáramos mal. Todo el mundo con
mareos y ni hablar de poder comer, pues los platos en el restaurante sobre las
mesas había que cazarlos. Además la comida era terrible, pues la mayoría de los
platos eran desconocidos y los sabores ni hablar. La gente decía que cocinaban
con manteca de oso.
En ese trajín pasé mi cumpleaños y
ese día recibí un cablegrama de felicitación de mi familia en Cuba. Se
comentaba a bordo, que aquel transporte anteriormente había sido un barco
hospital inglés y había estado parcialmente hundido durante la 2da. Guerra
mundial, hasta su reflotación, después de recuperado fue comprado por los
rusos. Decían los jodedores que el barco tenia complejo de submarino, para
meternos miedo.
Fuimos por el Canal de la Mancha
rumbo al puerto polaco de Gdynia donde haríamos escala y nos bajaríamos los que
viajábamos hacia las democracias populares, léase países socialistas de Europa
del Este. El golfo de Vizcaya nos volvió a virar los estómagos e igualmente el
Mar del Norte, en este último creamos una rumba que decía en su estribillo:
¡Ay Mar del Norte das ganas de
vomitar, gua!
Después de 18 días de navegación
llegamos al fin a tierra firme. Al puerto de Gdynia. El bajarnos del barco fue
un show por el rollo de nuestros pasaportes. Los polacos miraban aquel papel
con incredulidad. Las autoridades de inmigración no entendían aquello y
debieron de comunicarse con las autoridades superiores para que autorizaran
nuestro desembarco. Finalmente nos dejaron bajar y entrar al país, pero
necesitábamos Visa de salida y no la teníamos. Finalmente y para despejar el
muelle, pues éramos más de cien personas, optaron por subirnos a todos en
vagones de ferrocarril de pasajeros con camarotes de cuatro personas cada uno y
enviarnos hacia Varsovia, y allá ellos que se entendieran con nosotros. En
Varsovia estuvimos el fin de semana completo, viviendo en los vagones del tren,
esperando por la autorización de salida y poder seguir viaje.
No teníamos ni un centavo en el
bolsillo por lo que debíamos de ser alimentados por las autoridades cubanas de
la embajada. De almuerzo nos pagaban un sopón maravilloso, que nunca antes
habíamos comido, pero era exquisito. Comíamos en un restaurante de medio pelo
en la estación Central de trenes de Varsovia. Para la cena y desayuno nos
traían un cartucho con un pedazo de pan, chorizo, queso y una manzana.
En la estación de trenes las gentes
nos miraban incrédulos. Parecíamos gitanos, con la gritería propia del cubano
al hablar, pero como éramos muy jóvenes y afables no nos tenían miedo, más bien
trataban de comunicarse con nosotros. Durante la travesía en barco apenas
caminábamos, nuestros intestinos no habían tenido gran movilidad, por lo que
casi no habíamos usado los sanitarios del barco. Cuando llegamos a Varsovia
aunque ya anochecía y sentíamos frío, nos tiramos del tren y empezamos a
caminar por las calles para conocer lo más posible. Este ejercicio nos produjo
un movimiento intestinal violento, con la urgente necesidad de ir al toilette.
En aquella época, en Polonia había
que depositar una moneda, un sloty, para que se abriera la puerta del toilette.
La identificación de esos lugares era desconocida, pues tenían dibujado un
triángulo con el vértice hacia abajo para los hombres y con un circulo para las
mujeres. No lo sabíamos. No nos quedó más remedio que regresar a los vagones
del tren donde estábamos viviendo y hacer nuestras necesidades en los
sanitarios del tren. Desconocíamos de la prohibición de uso mientras el tren
estuviera en la estación. Al otro día al amanecer se oía una tremenda gritería,
afuera en el andén, al asomarnos a ver qué pasaba nos encontramos a un
trabajador de los ferrocarriles, muy corpulento que estaba rojo como un tomate
y que lanzaba gritos en polaco mientras señalaba hacia abajo, hacia donde
estaban los rieles.
Y gritaba : Nie Kultura . Nie Kujltura !!!!
Refiriéndose a la enorme pila de
mierda acumulada debajo del vagón por el uso de los sanitarios por más de cien
personas con cargas estomacales de dos semanas. Tomaron la decisión de mover
los vagones para las líneas de la periferia de la estación, cambiándonos
de lugar dos veces al día, ya que no teníamos otra alternativa.
Efectivamente no teníamos cultura, pero a eso íbamos, ávidos por adquirirla
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