jueves, 7 de mayo de 2020

LA CRISIS DE LOS MISILES


LA CRISIS DE LOS MISILES
GERARDO CABRERA SANTOS
Acabábamos de llegar a la zona de práctica, cuando recibimos por radio el código principal de “Alarma de Combate“ de nuestra División. Ese código nos ordenaba a romper el sello de una caja secreta que manteníamos bajo control en el puesto de mando de nuestro campamento, extraer de ella el mapa que contenía los datos y ajustarse estrictamente a las instrucciones enumeradas. Había que  trasladar la unidad completa con sus cañones y polvorín hacia el lugar establecido, donde había que fortificarse y prepararse para el combate. Como nos encontrábamos fuera de la unidad, esa orden tenía que haber llegado originalmente al oficial operativo que había quedado al frente del campamento, quien nos la remitió, pero no podía darnos detalles por radio por estar estrictamente prohibido.

Partimos a toda velocidad de regreso al campamento con la certeza que allí no encontraríamos a nadie, sólo a un enlace encargado de darnos los datos de la nueva posición. Ya por el camino pudimos constatar la movilización general y el movimiento intensivo de tropas y armamentos. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando llegamos al campamento y todavía había algunos camiones que no habían podido cargar los proyectiles para llevarlos al lugar asignado. Lógicamente les faltaba el personal y los camiones de la batería que estaba con nosotros y no habían podido cumplimentar la orden en tiempo y forma.
Eso nos costó más tarde tremenda reprimenda y amenazas verbales de todo tipo, incluyendo fusilamiento, por incumplimiento del espíritu de la orden de alarma. Supusimos que todo aquello era sólo para atemorizarnos, pues en definitiva se desconocía todo sobre la situación que había provocado la alarma. Al final por suerte todo quedó así y el tema no se volvió a tocar.
No sé por qué, pero cada vez que me vi envuelto en una verdadera alarma de combate el tiempo se tornaba borrascoso, y comenzaba a llover a cántaros, manteniéndose la tormenta así durante muchas horas e incluso días. Esto lógicamente creaba grandes dificultades e incumplimientos por tener que movernos con nuestros equipos por caminos improvisados, muchas veces  a campo traviesa, por terrenos llenos de agua y lodo.
A duras penas llegamos al sitio designado, que no era más que un bosque relativamente pequeño, percatándome que ya conocía el lugar pues anteriormente habíamos estado allí, como también en algunos otros lugares, con la orden de analizarlos para una posible misión futura, con el emplazamiento de nuestra artillería  Nunca se especificó concretamente el objetivo ya que era secreto absoluto.

Toda esa noche la tormenta nos azotaba y los milicianos buscaban la manera de guarecerse de ella. Amarraban sogas entre dos árboles cruzando sobre ellas grandes pedazos de nylon con el objetivo de crear un techo de dos aguas, donde refugiarse para no empaparse. Así también debajo del nylon entre los dos árboles amarraban largos palos de madera, donde se pudieran sentar a descansar, sobre todo levantar los pies para sacarlos del agua que corría en torrente en todas direcciones.
Junto con la tormenta también caían andanadas de rayos y centellas. Los truenos azotaban el pequeño bosque donde estábamos guarecidos, con sus  estampidos aterrorizantes que aturdían. Algunos rayos llegaban inclusive a caer sobre árboles y rajarlos e incendiarlos. Por desgracia un rayo cayó en uno de los arboles donde algunos compañeros habían implementado un refugio. En el palo que había amarrado estaban sentados acurrucados seis. La descarga eléctrica  mató al miliciano que estaba sentado pegado al árbol. El corrientazo se propagó a través de los cuerpos de los demás e hirió a los otros compañeros que estaban apretujados unos contra otros capeando el temporal. Les produjo fuertes quemaduras en los lugares de contacto entre un cuerpo y otro, principalmente en codos y rodillas y uno de ellos perdió el habla. El compañero muerto era precisamente el mecánico de los cañones. Así fue que comenzó nuestra participación en la Crisis de los Misiles o Crisis de Octubre como se llamó en Cuba. Es conocido que los acontecimientos se desataron cuando los americanos descubrieron la presencia de decenas de misiles rusos en Cuba, capaces de transportar armas nucleares, detectando, además, los barcos trayendo las ojivas nucleares para esas armas.
Se habían hecho las denuncias en la ONU y los rusos las estuvieron negando, hasta que no se mostraron las fotos de los aviones espía U-2 en las que se veían claramente las instalaciones de cohetes en diferentes territorios cubanos. Los americanos declararon el bloqueo naval para evitar el arribo de ese armamento decisivo a Cuba, lo que junto a la intransigencia de los rusos en aceptar su responsabilidad, originó momentos en que la humanidad estuvo al borde del cataclismo atómico. Aún Occidente no conocía que también habían enviado cuatro submarinos equipados con armamento nuclear hacia aguas cubanas y que estaban ya en ruta. Los submarinos tenían la orden de no dejarse ver bajo ninguna circunstancia, antes tenían que lanzar sus proyectiles.
Uno de los submarinos fue detectado al tener que salir a la superficie, debido a no poder resistir por más tiempo las condiciones tropicales excesivas del calor en el área. Fue visto pero no cumplió la orden de disparar sus proyectiles. Este capitán fue juzgado y condenado posteriormente en la URSS por incumplimiento de la orden. Creo que no fue ejecutado. Castro instó a Krushov que lanzara el primer golpe atómico contra USA, por suerte su solicitud no fue atendida.
Lo interesante de esto era que el pueblo ignoraba toda esta situación de los misiles en Cuba, pues nunca se nos informó ni mucho menos se nos consultó. Esto era parte de la guerra secreta de Castro, como dueño absoluto de los designios de la República de Cuba. En realidad en Cuba además de las unidades coheteriles estaban desplegadas unidades militares completas del ejército ruso. Había desplegadas divisiones de tropas moto mecanizadas, además de otras muchas unidades blindadas y aéreas de todo tipo. Sin duda eran tropas regulares del ejército ruso acantonadas en Cuba.
Recuerdo los viajes que tenía que realizar casi a diario desde la ciudad de Santiago de las Vegas hasta Managua, donde estaba la Jefatura de la División, en los que frecuentemente veía soldados rusos que entraban y salían en una zona boscosa que está a mitad de camino. Allí estaban en la periferia de la ciudad de La Habana. Un día en una reunión se oyó hablar de División Moto mecanizada soviética que en caso de que nuestra División tuviera que entrar en combate con el ejército americano ellos serían los que marcharían a nuestro flanco. Luego se supo que había un total de 4 de esas Divisiones en territorio nacional.
Esa noche de la alarma de combate se nos informó de la alta posibilidad de que los americanos nos tiraran al amanecer la bomba atómica. Yo esto no lo creí, me perecía más bien un aspaviento pues en realidad al pueblo cubano nunca le habían dado información ni explicaciones y no conocía las causas de lo que estaba pasando y todo aquello así de pronto sonaba extraño, fantasioso. Parecía una historia inventada para meternos miedo. De acuerdo con aquella filosofía el único rol del pueblo cubano sería el de poner el muerto, pues las decisiones se le imponían sin consultas previas. ¡Y que te libre Dios de oponerte!
Llegó el amanecer del siguiente día y no había pasado nada, a no ser las inundaciones que habían dejado las intensas lluvias y el muerto en nuestra batería. Como única información nos llegaban algunas noticias por la radio sobre versiones de los periodistas de las discusiones entre Fidel y los rusos. Realmente no podíamos evaluar la situación porque desconocíamos los pormenores. Quizás en el alto mando de nuestra División sabían los detalles que nosotros ignorábamos, aunque dudo que al 100%.
Por las noticias de la radio es que se podía deducir que en Cuba habían instalados misiles balísticos rusos capaces de transportar ojivas nucleares. Es conocido el empecinamiento de Castro y la oferta que le hizo a Krushov de que los rusos abrieran fuego asestándoles el primer golpe a los americanos. Así incitaba a Krushov, que ya había enviado cuatro submarinos equipados con armas  nucleares hacia los mares de Cuba con la misión de no dejarse ver y dar el golpe atómico si recibían la orden desde Moscow. Es decir la jugada estaba planteada sobre el tablero.
Posteriormente trascendió oficialmente que efectivamente habían instalado rampas de lanzamientos misiles en la zona de Pinar del Río y en Sagua la Grande en Las Villas, pero aún no habían llegado las ojivas nucleares para ellos. A media mañana nos sobrevolaron a muy baja altura escuadrillas de aviones cazas de combate americanos, mientras Fidel vociferaba por la radio que la orden de fuego estaba dada contra todo lo que volara sobre nuestro territorio y hasta donde fuera el alcance de nuestras armas. Sin embargo nos había llegado la orden de “alto al fuego”. Así, se decía una cosa y se mandaba a hacer otra contraria. Más tarde las tropas coheteriles soviéticas derribaron un avión U-2 dedicado a espiar el movimiento de los rusos en Cuba y este hecho fue utilizado para desatar una propaganda anti americana tremenda.
Toda la información sólo la recibimos por la radio nacional, así supimos del arribo de U Thant que era el secretario general de la ONU y de Anastas Mikoyan que era el Vice- Primer Ministro de la URSS y representante del gobierno soviético. Venían a disuadir a Castro y discutir los acuerdos para poner fin al conflicto de forma pacífica. Pero en principio Castro no aceptaba las condiciones. A él le hubiera gustado desatar la guerra atómica sin importarle las consecuencias ni la destrucción completa de Cuba con tal de agredir a los americanos. Fidel estaba encolerizado y así lo voceaba a todo tren, pues los acuerdos fueron tomados entre el presidente Kennedy y Krushov ignorando a Castro sin darle el protagonismo al que aspiraba.
En Cuba la gente voceaba públicamente aquello de:
NIKITA MARIQUITA LO QUE SE DA NO SE QUITA,
Seguramente éso había sido elaborado por el propio gobierno que ahora lo ponía en boca de la gente con el objetivo de chotear a los rusos. Igualmente hablaba de los cohetes morales que jamás serian desmantelados, etc. El acuerdo entre las dos potencias fue el de retirar todos los cohetes y un modelo de avión especifico que también habían traído y que era considerado de carácter ofensivo, el IL 28.
Castro se negó rotundamente a permitir la inspección del retiro de los cohetes sobre territorio nacional. El control tuvo que realizarse por la fuerza aérea americana sobrevolando los barcos rusos que los transportaban de regreso y así los fueron contando. Eran 42 misiles R-12 y 42 bombarderos Il 28
El acuerdo final fue el retiro de todo ese armamento a cambio de que USA garantizara que Cuba no sería atacada. El acuerdo también incluía el retiro de un tipo de misil de una base americana en Turquía. Como se sabe, esta garantía posteriormente fue muy inteligentemente manipulada por Castro para extender la influencia comunista cubana a otras regiones, organizando movimientos guerrilleros, participando activamente en el desarrollo de sistemas políticos afines, enviando tropas a otros países a tomar parte activa en sus conflictos. Lógicamente, el apoyo económico de todas estas intromisiones corría por cuenta de la URSS. Como en realidad en nuestra posición atrincherada de nuestra batería no pasaba nada, nos dedicamos a explorar el área. Estábamos instalados en el lugar llamado Paso Seco, donde tiempo más tarde se construyó el llamado Parque Lenin, con sus múltiples restaurantes, parque de diversión para niños, un anfiteatro, etc.
Paso Seco era en aquel momento un terreno donde se veían restos de fincas que ya no se explotaban pues se las había intervenido a sus dueños. Nuestras andanzas se extendían hasta un pueblito cercano, Calabazar, donde adquiríamos algo para comer, aunque en el campamento había un grupo de cocineros encargados de nuestra alimentación. En esa rutina permanecimos un par de semanas hasta que se nos ordenó reintegrarnos a nuestro campamento, donde se había mantenido rotativamente a un grupo haciendo guardia y mantenimiento del lugar.
Ya de nuevo en el campamento recibí la misión de diseñar y construir, como preparación previa para las nuevas misiones, un polígono de tiro de 10 x 10 metros en el que se simulaban todas las irregularidades del terreno que aparecían reflejadas en el mapa militar oficial en un área de 10 kilómetros cuadrados del lugar elegido para hacer el levantamiento topográfico. Esa construcción nos llevó unos meses, pues además de la simulación también había que preparar en forma de trincheras las ubicaciones para los puestos de observación a diferentes ángulos.
Al final hubo que preparar ejercicios demostrativos para otras unidades de artillería, así como para el Alto Mando de artillería del Estado Mayor del Ejército. En el polígono se podían simular diferentes tareas con muchas situaciones, con las que se podía calificar la destreza de los artilleros y de los directores del fuego, en la elaboración de los datos necesarios para ajustar los cañones y abatir eficientemente los blancos designados. Lógicamente no se hacían disparos, sino que se señalaba el posible lugar donde el proyectil caía y de ahí se hacían las correcciones necesarias. Este entrenamiento había que darlo sistemáticamente a cada una de las dotaciones de los 18 cañones que poseíamos. El curso de artillería que impartía a alumnos de la universidad me permitía el contacto directo con el sistema de educación superior y por tanto con la fuente de información del acontecer en esa rama.
Allí tuve conocimiento que en las embajadas de los países socialistas ofrecían y financiaban becas de estudio para sus respectivos países. Esto me abriría la posibilidad de irme a estudiar al extranjero y liberarme de toda aquella parafernalia militar. Estando aún con los morteros, vino el proceso de asignarnos un documento de identificación, así como una documentación donde se iría reflejando nuestra preparación militar.
Esto llevaba implícito un juramento, por no menos de tres años de servicio. Si no se estaba de acuerdo se procedía a la desmovilización, pero antes te insinuaban sobre posibles consecuencia laborales al reincorporarte a tu antiguo centro de trabajo, con los inconvenientes de posibles represalias. Esto hacia dudar mucho la decisión a tomar, por aquello de: figúrate, el problema es que te rajaste. La gente dudaba, no quería buscarse problemas y se dejaba chantajear. Ya no éramos milicianos, ahora éramos soldados u oficiales del Ejército de Occidente y sobre nosotros eran aplicables las leyes militares, con su código penal. En aquel momento no nos percatábamos de la profundidad de esas realidades.
Los comisarios políticos asignados a nuestra unidad militar, que todos ellos tenían un fuerte complejo de mando e ínfulas de superioridad, como si hubieran sido los hijos directos de Lenin o Stalin, se dedicaban además de vigilar a la gente y escuchar sus conversaciones, también a echar constantes arengas políticas, tendentes a lograr el juramento masivo de permanencia en las tropas. Sin duda todo aquello era de carácter represivo. Como también lo era embutirnos con la manipulación, al estilo soviético, de aquella fraseología. Evidentemente, lo sensato era no ponerse a orinar en contra del viento, para no mearse los pantalones. Había que seguir la rima. De seguro, era una traba que había que solucionar si se aspiraba, en un día no muy lejano, a poderse desmovilizar y pasar a la vida civil sin mayores consecuencias.  Por lo pronto no había que ponerse en evidencias, había que sufrir calladamente las consecuencias del apoyo sin restricciones, brindado inicialmente, y tratar ahora de pasarla lo mejor posible. Dejar pasar el tiempo hasta que todo aquello se relajara. Ésta fue la política seguida por muchos.
En la tropa se cuchicheaba en secreto sobre las posibles vías para obtener la desmovilización sin sufrir posteriores consecuencias. Había dos vías principales. La Enfermedad, con gran prioridad para las afectaciones nerviosas y la otra eran los Problemas Familiares, donde se podían enumerar un sin número de razones desde problemas con la vivienda, con los hijos, las esposas y los padres, etc. Aunque vivía con mis padres en una casa normal, cuando estaba de pase, elegí el solicitar por escrito una vivienda a la jefatura de la División, alegando que me quería casar y en mi vivienda actual no tenía cupo. Ésto, a sabiendas que era un aspecto muy crítico, por el gran déficit de viviendas que se pregonaba.
Las buenas casas de los miles de emigrantes desafectos que por motivos políticos y económicos abandonaban el país, estaban destinadas para la nueva clase social de dirigentes, militares de alta graduación y sus familiares y no para la gente de a pie.  Eran famosas las llamadas zonas “congeladas” donde cientos de magnificas viviendas estaban vacías, pero reservadas para la élite. Estas viviendas se asignaban por decisión de ciertos personajes de las altas esferas, como era el hermano de Celia Sánchez, Carlos Rafael Rodríguez, Lázaro Peña, entre otros personajes.
Era el principio de una gran corrupción. Era muy conocida la concesión de permisos de salida del país si se entregaba una buena casa. En ésto involucraban a Carlos Rafael Rodríguez. Otra era, también, la asignación de casas a amantes de ciertos personajes. La Comisaría Política de la División me respondió denegando la solicitud, dándome explicaciones sobre las grandes dificultades y las necesidades existentes. Bla, bla,bla….
Les respondo que en mi antiguo Centro de Trabajo, el Ministerio de Educación, había planes de ubicación de los trabajadores hacia los lugares de creación de nuevos centros educacionales, a los que podía acogerme. Esto era a sabiendas que la educación era una prioridad nacional muy muy pregonada. Añadiendo, que tenía que estar trabajando en la entidad para poder acogerme al plan. Ese era el gancho. Nada de éso fructificó, sólo recibía evasivas como toda respuesta.
Un amigo me insinuó que desistiera del mando político y que probara con el mando militar, ya que estos Jefes solían resolver pronto, con tal de quitarse los problemas de arriba. Decidí hablar con la parte militar. Solicité el conducto reglamentario para una reunión con el Jefe de la División, un Comandante recién nombrado jefe de la división, que había sido anteriormente chófer de rastras, al que le decían Pedro el malo. Entré cagao. Me atendió sin oír mucho lo que le explicaba y se quedó mirándome fijamente y rudamente con el ceño fruncido, me preguntó, ¿te quieres desmovilizar? Le asentí con la cabeza y finalmente con cierto aire despectivo me autorizó la desmovilización. ¡¡¡Que Dios te guarde mi comandante!!! El entonces Jefe de Artillería de la División, ex compañero y amigo de la época de La Cabaña, me hizo una bella y elogiadora carta con la que me presenté a guapear en el Ministerio de Educación, mi antiguo centro de trabajo.
Allí se me informó que mi antigua posición ya estaba ocupada y sólo podían ofrecerme una plaza en Consejería y Limpieza. Ése era el resultado de los años de sacrificio y riesgos. Éso era con lo que amenazaban, lo que te pasaría si te querías desmovilizar. Como había trabajado algunos años en ese Ministerio tenia muchísimas amistades, con los que indagué sobre las posibilidades y ofrecimientos de estudios. Tenía un amigo que era abogado, que a su vez era el jefe del Negociado de Educación Superior, quien me orientó a mantenerme alerta, pues los países socialistas en su política de acercamiento a Cuba y a través de sus embajadas iban a ofrecer becas de estudio financiadas por ellos en sus universidades.
Ya de ésto me habían informado algunos de los estudiantes a los que les daba clases de artillería, lo que me había movido a desmovilizarme para buscar nuevos horizontes. Tan pronto recibí el aviso de que el proceso de selección iba ya a comenzar en algunas embajadas, fue que comencé a presentar la solicitud correspondiente. Entregué mi solicitud en las Embajadas de Alemania, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Mongolia y la URSS.
El otorgamiento de las becas por parte de las embajadas estaba priorizado según las relaciones comerciales establecidas entre Cuba y el país en cuestión. Los gobiernos de estos países se responsabilizaban con el pago mensual del estipendio, y el albergamiento mientras durara la carrera elegida. La Embajada de Hungría fue la primera en comunicarse conmigo. Luego de informarme que una beca para químico era muy probable de ser aceptada, pues se había firmado un convenio de construcción de un Combinado del Vidrio en el Municipio de la Lisa, en La Habana.
Como cualquier cosa me venía bien, pues el objetivo era irme a estudiar, acepté la oferta con gran alegría. Inmediatamente lo consulté con mis padres para darles la buena noticia y cuál no sería mi sorpresa cuando mi madre me dice que no le gustaba la idea de Hungría, ya que recordaba recientemente, en el año 1956, la invasión de los rusos a ese país, cuando su levantamiento popular y que hubo infinidad de muertos. Me costó trabajo convencerla, pero mi decisión ya estaba tomada y para atrás nada.
Un par de días antes de la partida fuimos invitados a una recepción en la Embajada de Hungría donde nos reunimos los 21 compañeros a los que se les había otorgado la beca. Para sorpresa allí estaban dos alumnos míos del curso de artillería en la Universidad de La Habana. Con ellos aún hoy mantengo relaciones amistosas. Uno de ellos vive actualmente en Hungría y se suele comunicar con un familiar mío en Tenerife.
Las particularidades de aquel viaje fueron increíbles. No nos dieron un pasaporte normal, sino una carta, un pedazo de papel con el cuño seco del Ministerio de Relaciones Exteriores, que sólo tenía nuestro nombre autorizándonos la salida para cursar estudios en Hungría, firmado por alguien desconocido y sin ninguna foto. Por mi parte le presillé una foto mía por iniciativa propia, para que por lo menos vieran mi cara.
Las maletas que pudimos conseguir eran de cartón de muy mala calidad, para subirlas al barco hubo que colocarlas sobre una red para carga, extendida sobre el muelle al lado del barco. Allí las colocábamos a como tocaran. Cuando se acumuló una montaña, todo esto bajo un fuerte aguacero que las mojaba implacablemente, amarraron las cuatro puntas de la red y con una grúa izaron el bulto. La presión de unas contra otras en el momento del izaje y la lluvia que las había mojado hicieron que gran cantidad de maletas se rompieran, se reventaran, y se salieran las pertenencias, junto con los libros en español que llevábamos. Se mezclaron los contenidos de unas con los de otras. Fue realmente un caos. No importa, la cosa era irse echando. La grúa bajó y descargó todo el equipaje en una de las bodegas, pues el barco era de carga y pasaje.
Los camarotes no alcanzaban y en el fondo de otra de las bodegas organizaron provisionalmente unos catres, hasta tanto se reubicaran los pasajeros. Aquello era mucho peor que en las unidades militares, me recordaba de las películas de los campos de concentración nazis. El calor era terrible pues quedábamos bajo la línea de flotación y no había aire acondicionado. A los dos días fue que tuvimos acceso a nuestro equipaje, buscando y encontrando las pertenencias propias dentro del gran desorden y mezcolanza con otros equipajes. En general se recuperaron las cosas. Pero hubo que reubicar las pertenencias en cajas de cartón y bolsas de papel que nos suministraron en el barco. Algunas maletas quedaron arruinadas completamente.
Mi padre siempre me dio ánimos, pues seguramente recordaba los tiempos en que los canarios hacían los viajes a Cuba. Me decía: “Banderas arriba” para que no cejara en la lucha. El viaje se realizó en el barco ruso, el Gruzia, que zarpó del puerto de la Habana un 19 de septiembre de 1963. Cuando el barco salía por la boca de la rada habanera, allí en el castillo de la Punta, estaban todas las familias concentradas para decirnos ADIOS. Previamente nos habíamos puesto de acuerdo que mi padre blandiría y agitaría una bandera cubana, para decirnos adiós y el “viejo” agitando la bandera que portaba decía ,”banderas arriba”. Que esa era su clarinada.
El viaje fue un verdadero calvario, pues coincidió con el famoso ciclón Flora que tras nuestra salida azoto la zona oriental de Cuba durante tres días antes de hacerse a la mar. Nunca estuvimos a merced de los vientos, pero sí de la marejada que producía. El barco se bamboleaba de proa a popa y de babor a estribor. Cuando clavaba la proa en el mar se oía  la propela girar al aire libremente y el agua levantada invadía completamente la cubierta. Así estuvimos varios días, no recuerdo ningún día que no la pasáramos mal. Todo el mundo con mareos y ni hablar de poder comer, pues los platos en el restaurante sobre las mesas había que cazarlos. Además la comida era terrible, pues la mayoría de los platos eran desconocidos y los sabores ni hablar. La gente decía que cocinaban con manteca de oso.
En ese trajín pasé mi cumpleaños y ese día recibí un cablegrama de felicitación de mi familia en Cuba. Se comentaba a bordo, que aquel transporte anteriormente había sido un barco hospital inglés y había estado parcialmente hundido durante la 2da. Guerra mundial, hasta su reflotación, después de recuperado fue comprado por los rusos. Decían los jodedores que el barco tenia complejo de submarino, para meternos miedo.
Fuimos por el Canal de la Mancha rumbo al puerto polaco de Gdynia donde haríamos escala y nos bajaríamos los que viajábamos hacia las democracias populares, léase países socialistas de Europa del Este. El golfo de Vizcaya nos volvió a virar los estómagos e igualmente el Mar del Norte, en este último creamos una rumba que decía en su estribillo:
            ¡Ay Mar del Norte das ganas de vomitar, gua!
Después de 18 días de navegación llegamos al fin a tierra firme. Al puerto de Gdynia. El bajarnos del barco fue un show por el rollo de nuestros pasaportes. Los polacos miraban aquel papel con incredulidad. Las autoridades de inmigración no entendían aquello y debieron de comunicarse con las autoridades superiores para que autorizaran nuestro desembarco. Finalmente nos dejaron bajar y entrar al país, pero necesitábamos Visa de salida y no la teníamos. Finalmente y para despejar el muelle, pues éramos más de cien personas, optaron por subirnos a todos en vagones de ferrocarril de pasajeros con camarotes de cuatro personas cada uno y enviarnos hacia Varsovia, y allá ellos que se entendieran con nosotros. En Varsovia estuvimos el fin de semana completo, viviendo en los vagones del tren, esperando por la autorización de salida y poder seguir viaje.
No teníamos ni un centavo en el bolsillo por lo que debíamos de ser alimentados por las autoridades cubanas de la embajada. De almuerzo nos pagaban un sopón maravilloso, que nunca antes habíamos comido, pero era exquisito. Comíamos en un restaurante de medio pelo en la estación Central de trenes de Varsovia. Para la cena y desayuno nos traían un cartucho con un pedazo de pan, chorizo, queso y una manzana.
En la estación de trenes las gentes nos miraban incrédulos. Parecíamos gitanos, con la gritería propia del cubano al hablar, pero como éramos muy jóvenes y afables no nos tenían miedo, más bien trataban de comunicarse con nosotros. Durante la travesía en barco apenas caminábamos, nuestros intestinos no habían tenido gran movilidad, por lo que casi no habíamos usado los sanitarios del barco. Cuando llegamos a Varsovia aunque ya anochecía y sentíamos frío, nos tiramos del tren y empezamos a caminar por las calles para conocer lo más posible. Este ejercicio nos produjo un movimiento intestinal violento, con la urgente necesidad de ir al toilette.
En aquella época, en Polonia había que depositar una moneda, un sloty, para que se abriera la puerta del toilette. La identificación de esos lugares era desconocida, pues tenían dibujado un triángulo con el vértice hacia abajo para los hombres y con un circulo para las mujeres. No lo sabíamos. No nos quedó más remedio que regresar a los vagones del tren donde estábamos viviendo y hacer nuestras necesidades en los sanitarios del tren. Desconocíamos de la prohibición de uso mientras el tren estuviera en la estación. Al otro día al amanecer se oía una tremenda gritería, afuera en el andén, al asomarnos a ver qué pasaba nos encontramos a un trabajador de los ferrocarriles, muy corpulento que estaba rojo como un tomate y que lanzaba gritos en polaco mientras señalaba hacia abajo, hacia donde estaban los rieles.
Y gritaba : Nie Kultura . Nie Kujltura !!!!
Refiriéndose a la enorme pila de mierda acumulada debajo del vagón por el uso de los sanitarios por más de cien personas con cargas estomacales de dos semanas. Tomaron la decisión de mover los vagones para las líneas de la periferia de la estación,  cambiándonos  de lugar dos veces al día, ya que no teníamos otra alternativa. Efectivamente no teníamos cultura, pero a eso íbamos,  ávidos por adquirirla

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