MUY FAN DE PEDROCHE
JUAN CARLOS ESCUDIER
A Cristina Pedroche
le han puesto a escurrir por su biquini de flores y por su campanudo sermón
ecofeminista de fin de año. Hubiera sorprendido lo contrario, especialmente a
su cadena. En la lucha por la cuota de pantalla, que es de lo que se trataba,
ganó la 1 con Anne Igartiburu y su manga pastelera pero Atresmedia consiguió
atraer a más de 4 millones de espectadores, pendientes todos de esta mujer y de
sus transparencias, que finalmente no fueron tales sino una especie de centro
de mesa rosa y violeta escondido bajo una capa de Caperucita.
El vestido o no
vestido de Pedroche ya es una tradición, el plato fuerte antes de ese peligroso
postre de uvas que atraganta a niños y a veces les mata. Pero aquí no
respetamos las tradiciones y atacamos a las glorias nacionales, ya sea Pedroche
o su marido, que ya está tardando en probarse el biquini de su santa subido a las
correspondientes sandalias de tacón y montar el pollo en Instagram.
Que hablen de ti
aunque sea mal es una bendición en estos tiempos de audiencias y likes. Con su
alegato contra el calentamiento global esta chica ha hecho en medio minuto más
que una campaña de Greenpeace y tres sermones de López de Uralde juntos. Y con
su denuncia del terrorismo machista, ha concienciado más que cierto feminismo
que no acaba de entender que el hábito nunca hizo al monje y que la
cosificación de la mujer no consiste tanto en desnudar su cuerpo como en
encorsetar su alma.
De ahí que no se
entienda muy bien lo que se critica o se entienda demasiado. En medio de tanta
advertencia sobre riesgos e incertidumbres, hartos de Brexit, de guerras
comerciales, de Bolsonaros y de Trumps, de pederastas con sotana, de
guerracivilistas, de trenes que se paran, de fondos buitres y de corruptos, las
pedrochadas de fin de año sientan bien hasta a los inquisidores del país, que
pueden comenzar el año condenando sumariamente mientras dan sorbos a la copa de
cava y martirizan a quienes les rodean.
A Pedroche no la
perdonan que se aproveche del sistema sin renunciar a sus orígenes, que haga
caja con sus posados, que sea elegantemente vulgar y, por supuesto, que no sea
del PP y que además lo diga. Critican lo que vende cuando es mucho más aquello
con lo que no comercia, a diferencia de quienes tienen todo puesto en almoneda,
fenicios de la fama que prostituyen sus conciencias por la simple expectativa
de un plato de lentejas, algo muy común, por cierto, en la política y en el
periodismo.
A los de San Blas
nos gusta esta chica de Vallecas porque resulta auténtica, aunque su biquini al
final sea un remedo florido de otro de Yves Saint Laurent, y porque desafía a
todos, incluso al frío de diciembre. Será mañana, que diría otra gloria
nacional y del PP, cuando hablemos de Gobierno.
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