COMO ROEDORES DE ALCANTARILLA
ILKA
OLIVA CORADO
No importa el día
del año y si llueve un torrencial, ellos siempre están ahí desde la madrugada
hasta que anochece. Poniendo el lomo. Su cuerpo como herramienta de trabajo y
modo de sobrevivencia. No importa si piensan o sienten, si se preguntarán la
hora (porque para el explotado no hay
reloj que se detenga) o si les duele una muela o tienen ampollas. Si se les
acaba de morir un familiar o les nació
un hijo. Ellos siempre están ahí.
Poniendo el lomo.
Nunca son vistos
como personas, al contrario; muchas veces estorban entre los corredores de los
mercados populares y nunca falta quien les pegue un grito o haga un gesto
despectivo al sentir el olor de sus cuerpos sudorosos por el trabajo. Y quien
con estereotipos los vea como ladrones. Raras veces tienen zapatos y si los
tienen están rotos y, en tiempo de invierno sus pies cansados son la cuna de
tiñas de la temporada. Como rotas están también sus camisas raídas, porque será
probablemente la única que tienen para trabajar. Pero, qué más da, son cosas sin
importancia en personas sin importancia.
Uno, dos, tres,
cuatro quintales al lomo y a caminar corriendo entre los corredores atiborrados
de compradores en los mercados populares, y atrás va el dueño de la mercancía
que solo falta que tenga un azote para pegarle sobre las piernas para que
avance más rápido: como animal de carga.
Se han vuelto
imprescindibles sosteniendo sobre sus hombros el clasismo y la explotación de
las sociedades que ven al paria como roedor de alcantarilla. Hombres jóvenes de
cuerpos acabados por el cansancio físico. Hombres añejos que caminan corriendo
por el puro movimiento automático de la
rutina. Están acabados, sus sueños rotos y, sus dientes sin lugar a duda se fueron quedando
desperdigados por los corredores de los mercados donde cualquiera a cambio de
una moneda (o una patada en el culo) los ha explotado. Se les ha ido la vida
entre quintales y canastos sobre el
lomo. ¿Quién por ellos?
Sin lugar a duda
habrán tenido ilusiones, ¿o las tienen, tal vez? Ir a la escuela, ¿graduarse de
la universidad?, ¿tener un negocio? ¿escribir un libro?, ¿ser doctores?,
¿maestros? O simplemente tener un techo donde descansar, un par de zapatos,
cultivar la tierra, tomar una taza de café caliente y dormir sobre un colchón.
¿Qué sueñan los parias
en la alcantarilla?
Muchas veces van
caminando corriendo, con las camisas empapadas de líquidos que salen de los
bultos que cargan: muchas veces es
sangre de res, mariscos, tomates descompuestos, frutas maduras, flores
putrefactas, tufos que se revuelven con el sudor y con la ira y que terminan en
lágrimas que nadie quiere ver, porque el dolor del paria es invisible para las
sociedades que explotan al que menos tiene.
¿Cómo son las
noches de los cargadores de bultos? Las pocas horas que duermen, ¿cómo serán?
¿Alquilan un cuarto en cualquier pensión barata? ¿Duermen en los corredores de
esos mercados populares a la intemperie? ¿Huelen pegamento o tíner? ¿Se
emborrachan con botes de alcohol? ¿Pintarán obras de arte? ¿Cómo son las noches
de los cargadores de bultos? ¿Escribirán poesía en hojas sueltas? ¿Dónde se
bañan? ¿Tendrán un equipaje?
La mayoría de
cargadores de bultos llegan a las urbes desde sus pueblos, por lo general no
tienen familia ahí, ¿tendrán equipaje, qué habrá en sus mochilas? Llegan
pensando que la capital es el lugar donde encontrarán la oportunidad de
desarrollo, la capital es ese lugar lejano donde les han dicho que los sueños
se hacen realidad. La mayoría de cargadores de bultos son indígenas que solo
hablan sus idiomas maternos y que se han sido obligados a migrar. Eso ayuda a
que los exploten más.
Llegan de niños
y se pudren de ancianos entre caminando
y corriendo, con bultos pesados sobre
sus lomos cansados, en los corredores de los mercados populares en una urbe que
solo tiene para ofrecerles: desprecio, explotación y discriminación. Y así como llegaron, poniendo el lomo mueren,
invisibles como roedores de alcantarilla.
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