viernes, 31 de marzo de 2023

LAS RETÓRICAS DE LA UNIDAD

 

LAS RETÓRICAS DE LA UNIDAD

PABLO BERAMENDI

La democracia es un juego repetido en el que la necesidad de coordinar los bloques en competición es una constante. En sistemas mayoritarios, como el de Estados Unidos, la coordinación es intrapartidista, las famosas primarias; en los sistemas proporcionales puros la cosa se retrasa a las negociaciones entre partidos en el legislativo pues las sensibilidades intrabloques apenas pierden votos por ir separadas. España, con su sistema proporcional con sesgo mayoritario, da para todo: hay que coordinar antes de las elecciones y, a veces, negociar después.

 

La ausencia de escrúpulos o pudor en estos procesos no es nueva. Abundan coacciones, difamaciones y maniobras torticeras de todo tipo, con frecuencia envueltas en principios morales o ideológicos tan incuestionables como adaptables a lo que convenga en cada momento.  Antes, simplemente, se notaba menos. Pero las nuevas formas de comunicación entre políticos y votantes, los cambios en la organización interna de los partidos, y la tiranía de la inmediatez han aumentado el uso estratégico de la proyección pública como parte de la batalla interna.  Como resultado, hemos asistido en directo a espectáculos como la defenestración de Pedro Sánchez en 2016, el linchamiento interno a Casado tras su intento de limitar el poder de Ayuso y, a otros niveles, las incesantes luchas a la izquierda del PSOE con las sabidas consecuencias en Madrid, Galicia o Andalucía, luchas que ahora se repiten mientras unos dicen sumar y otros amenazan con no sumarse. 

 

El privilegio, o la tragedia, según gustos, de nuestra época es que todo se observa en tiempo real. En las revueltas aguas a la izquierda del PSOE domina un elemento común: todos profesan la integración como algo necesario y deseable. La retórica de la unidad es hegemónica. A partir de ahí se distinguen dos discursos.

 

En las revueltas aguas a la izquierda del PSOE domina un elemento común: todos profesan la integración como algo necesario y deseable. La retórica de la unidad es hegemónica

 

El primero es un discurso hacia fuera, centrado en la esperanza de continuar mejorando la “vida de la gente” desde el respeto a la diversidad, la lucha por la igualdad en todas sus dimensiones y la innovación en las políticas públicas. Se trata de “sumar” a quien quiera unirse a estos principios con los que, por sencillos y genéricos, resulta difícil no estar de acuerdo. Es un discurso inteligente, pensado para ampliar la base electoral y que se construye sobre una excelente gestión en Trabajo por Yolanda Díaz y su equipo, una probada capacidad para apreciar los problemas de colectivos muy diversos y a la vez ponerse de perfil ante situaciones engorrosas, y una gran empatía personal. Es un discurso que vuelve al vínculo directo entre la concreción de la esperanza en una candidata y “la gente”. Tiene, por tanto, consecuencias sobre el proceso de coordinación. Se trata de resolverlo por elevación. Todo, y todos, ha de ponerse al servicio del objetivo real: que cale la esperanza, que es lo mismo que decir que cale la candidata, para poder continuar avanzando en lo mucho que queda por hacer. Las internas y las tensiones entre siglas son un ruido molesto. La ventaja de esta estrategia es que, en la medida en que el mensaje funcione, al resto sólo le queda unirse de manera entusiasta; el riesgo es que hay quien puede sentirse menospreciado o, lo que es más importante, forzado a conceder posiciones que ahora ocupa.

 

La reacción de estos últimos conduce al segundo discurso que observamos estos días: un discurso centrado en la necesidad de un pacto de mínimos para asegurar que los únicos con un compromiso real con la igualdad, la inclusión o las diversidades tengan el peso suficiente.  La pasión por el compromiso es ideológica por un lado y estratégica por otro. Solo un acuerdo ex ante garantiza de manera creíble que las partes retengan su posición relativa. De ahí la insistencia en un discurso hacia dentro, poco alegre, de fontanería, que desentona bastante con la música de la esperanza. Venderlo es algo más complicado y por eso se recurre a dos giros: el primero es el contraste entre los que están dispuestos a ceder y transigir y los que no; el segundo, en paralelo, es la advertencia estratégica contra la redefinición de alianzas. La ventaja de este discurso es que garantiza la hegemonía entre los fieles; el riesgo es que, al evidenciar los conflictos internos, puede acabar reduciendo el apoyo al proyecto global.

 

Al hilo de la descomposición pública del mito Tamames pudimos apreciar la tensión entre estos dos polos. Yolanda Diaz aprovechó la ocasión para hacer una detallada presentación de su programa y el gobierno supo defender su gestión. La esperanza se abría camino. Ante tanta euforia, Pablo Iglesias advertía con Virgilio (que nunca falla) contra los halagos y las dádivas interesadas de quienes quieren domesticar el espacio que tanto costó consolidar y reivindicaba un retorno a la democracia interna. Algunas de estas reacciones pueden chocar. Uno nunca termina de saber dónde empieza la estrategia de aprovechar los espacios que te abren, aunque sea con malas intenciones (la Sexta en 2014, por ej.), y dónde empieza la renuncia a los principios. Cabe preguntarse también si lo de la democracia interna es para compensar los efectos no deseados de su propia designación cuando salió del gobierno. Lo importante del episodio, sin embargo, no son los giros de este o aquel actor sino cómo ilustra la tensión dentro del proceso de coordinación a la izquierda del PSOE. En los días siguientes, los discursos sobre la unidad han dado paso a discursos del método en un espectáculo cuyos tiempos y publicidad parecen todo menos razonables.

 

Cabe preguntarse también si lo de la democracia interna es para compensar los efectos no deseados de su propia designación cuando salió del gobierno

 

De cómo se resuelva este proceso depende todo. Sabemos que si se resuelve bien, hay partido frente a las derechas extremas; si fracasa, y Podemos decide ir por su cuenta, el tándem PP-Vox tomará el poder. Esta perspectiva debería producir el estupor suficiente para que todos hagan de la necesidad virtud. Para entender por qué no ha sido así, y por qué el riesgo de que la cosa salga mal es real, conviene prestar atención a la posibilidad de que los partidarios de ambos discursos insistan en la tentación de jugar en exceso su carta más fuerte.

 

En el caso de sumar el riesgo es inflamarse de éxito, creerse que la conexión con la ciudadanía es suficiente e ignorar cualquier demanda de aquellas organizaciones que se piensa que no suman. Es legítimo pensar que Belarra y Montero no suman tanto como otras pero hay que considerar también lo que restarían desde fuera.  La clave está por tanto en la credibilidad que tiene la amenaza de ir en solitario.

 

El principal correlato político de la pureza del compromiso es el minifundismo organizativo. Para un sector no menor a la izquierda del PSOE la idea de ser pequeños y puros en la oposición puede ser preferible a diluirse en un colectivo, hacer concesiones excesivas y perder influencia, aunque ese colectivo permita mantener un gobierno de coalición. Es la vieja idea del fracaso óptimo. Es una postura legítima, que proporciona una opción de salida mínima, pero muy difícil de vender. Paradójicamente, cuanto más cicateros y arrogantes sean desde Sumar más espacio se abre a respuestas del tipo “mejor solas que mal acompañadas” por arribistas y desagradecidas. Al mismo tiempo, cuanto más intransigente se sea en la defensa de las demandas iniciales, y más se crea uno la ventaja que da esta peculiar opción de salida, más fácil es justificar su exclusión.

 

En su clásico estudio sobre las leyes de la estupidez humana, Carlo M. Cipolla distinguía entre los estúpidos, aquellos cuyas acciones perjudican tanto a ellos mismos como a los demás, y los bandidos, aquellos cuyas ganancias se derivan proporcionalmente de las pérdidas colectivas. La arrogancia es una forma de estupidez y la mera consideración del fracaso óptimo como amenaza es una forma de bandidaje. Si los dos mecanismos se refuerzan el resultado podría propiciar el nefasto retorno de los verdaderos bandidos al puesto de mando y las retóricas de la unidad darán paso a un insoportable festival de excusas y reproches. Hay precedentes y demasiado en juego.

 

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