EL EGOÍSTA VOTANTE
DE IZQUIERDAS
GERARDO TECÉ
De nuevo lunes en política y ahí sigue, la gran guerra. Cualquier despistado podría pensar que se trata de la gran batalla entre demócratas y ultraderechistas tan extendida por Europa y el mundo, pero se equivocaría de cabo a rabo si olvidase que España, también su izquierda, es diferente. Es la retirada del saludo entre quienes defienden a muerte la sanidad pública con quienes defienden la sanidad pública a muerte. Es la pullita lanzada en público día sí día también entre quienes entraron al Gobierno juntos y juntos consiguieron muchos de los ambiciosos objetivos marcados. Si es usted guiri apague inmediatamente la pantalla porque este artículo no es para usted. La gran guerra doméstica, la eterna disputa que mantiene entretenida a la izquierda española machacándose a sí misma, arranca una semana más. A dos meses de las elecciones del 28M seguimos sin saber si las izquierdas que comparten gobierno, programas, objetivos, amigos y simpatizantes irán juntas a las elecciones o si, por el contrario, optarán por hacerse el harakiri tirándose los trastos en divorcio televisado propiciando un pasillito de campeón de liga para Abascal. Como este es un país libre –de momento–, todas las opciones, incluida la del puñal en barriga propia, son la mar de respetables y, por lo tanto, plausibles.
Dejemos la cultura japonesa y vayamos a la política
española. Porque a dos meses de las elecciones, el votante de izquierdas anda
tan despistado y perdido en esta trascendental e importantísima guerra de
pequeños matices, tensiones y cuentas pendientes que ajustar entre Sumar y
Podemos como un guiri al que haya que explicarle, a voces, de qué va este
asunto. A dos meses de las elecciones, el muy idiota simpatizante, ajeno a la
alta política de órdagos echados con el tiempo corriendo en contra, anda a sus
cosas. Perdido en banalidades egoístas tales como que no le cierren el ambulatorio
de la esquina o que no caiga el Gobierno en manos de señoritos franquistas
montados a caballo. Es por eso que –simple como una ameba que es el pobre– el
votante de izquierdas está deseando ver la fotografía de Yolanda Díaz y Pablo
Iglesias abrazándose en público. Qué digo abrazándose. Sobándose, piropeándose,
sonriéndose hasta el dolor mandibular, gritándose guapo y guapa a las puertas
de la Semana Santa como si el uno fuera el Cristo y la otra la Virgen del
barrio. A dos meses de las elecciones la cosa ya va más que tarde. Tan tarde
que, cuando se produzca esa imagen, si es que se produce, al votante
obsesionado con las menudeces cotidianas, como la salud, la educación o el
techo, le dará exactamente igual de dónde vengamos en esta guerra. Simplemente
celebrará que haya llegado al final.
No le importará un pimiento –a tres con setenta el
kilo– si la foto y la escena de Podemos y Sumar comiendo perdices es sincera o
si se trata de una farsa del tamaño de una catedral. Le dará exactamente lo
mismo porque en el mundo adulto, que es donde vive el votante, que lo accesorio
no importe demasiado es la mar de importante. Porque, como cualquiera con
responsabilidades sabe –y como explicaría Rajoy–, a veces toca hacer lo que hay
que hacer y no hacerlo es no estar a la altura. O, peor aún, declararte ajeno a
la lucha que dices liderar. Es reconocer que el ambulatorio de la esquina ni te
va ni te viene. Es dejar claro que la sombra de un gobierno de ultraderecha no
te asusta demasiado porque, quieras que no, tu vida, al contrario que la de
muchos de tus votantes, está cubierta en lo básico.
En el mundo adulto, regido por prioridades, lo primero
es el ambulatorio y el resto son complementos
Para llegar a esa foto se necesita que los dos grandes
espacios políticos de la izquierda se devuelvan el saludo. Y para devolverse el
saludo, nada mejor que celebrar juntos una democracia en la que Ortega Smith
aún no es ministro de Interior encontrándose. En unas primarias, por ejemplo.
La fórmula no es partidista, es de primero de obviedad. Como lo es decir que
cuando pasen esas primarias y vuelvan los saludos, el votante de izquierdas
querrá escuchar a Ione Belarra decir que no las hay más listas, ni preparadas,
ni combativas que Yolanda Díaz. Y le dará igual que de verdad lo piense o que
actúe como para ganar un Goya. Porque en el mundo adulto, regido por
prioridades, lo primero es el ambulatorio y el resto son complementos. Por eso
querrá el egoísta votante de izquierdas que se respete el liderazgo de la nueva
cabeza visible. Querrá silencio en la sala cuando Yolanda Díaz vaya a los
programas de la tele que considere oportunos y necesarios. Desde los más
infectos de periodismo corrupto a los más puros. Se llama lealtad y en política
tiene muchísimo peso. Querrá también el votante que la izquierda mantenga sus
señas de memoria y solidaridad. Por eso esperará que, en esos programas
infectos y en los que no lo son, la nueva lideresa recuerde que, con su
antecesor, le caiga bien, mal o peor, se produjo en España una anomalía
democrática que derivó en cacería ilegal contra la izquierda y la democracia. Y
que si esto no se reivindica es cuestión de tiempo que vuelva a suceder. Sabe
bien el votante que las heridas abiertas no se cierran por el método de
dejarlas estar.
Cuando la foto se produzca, y se tiene que producir,
deberían los líderes de la izquierda pedirles a los hooligans tuiteros
que construyen política a base de señalar enemigos en una orilla de enfrente
que en realidad es la misma reflejada, que se abran cuenta en MySpace. Allí,
solos como la una, podrán gritar verdades como puños que retumbarán en una
campana de eco que continuamente les da la razón. Un sueño cumplido. Cuando esa
foto se produzca, y se tiene que producir, puestos a elegir sería deseable que
las grandes sonrisas y abrazos fuesen del todo impostados. Significará que la
izquierda ha entendido que esto no va de tener razón, sino de envainársela para
servir.
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