BALAS DE GOMA
Ya es hora de terminar con un material antidisturbios impropio
de un país que se dice democrático
PABLO IGLESIAS
Unidad de intervención de las UIP, más
conocidas como antidisturbios.
El otro día estaba hablando en clase y vi a los estudiantes con una cara rara, mezcla de sorna y de condescendencia. Inmediatamente adiviné: esto os lo conté ya el otro día, ¿verdad?, les dije. Su sonrisa me hizo darme de bruces con una realidad cruel; hacerse mayor debe de ser esto de repetir historias sin darte cuenta de que las has contado ya. Así que, en atención a mi crisis de la cuarentena, perdónenme que hoy vaya a comenzar con una batallita sobre las balas de goma y a seguir con otras batallitas más de viejo militante que de joven no corrió delante de uniformes grises pero sí delante de uniformes de otros colores.
Fue en un 20N a
mediados de los noventa. La tradicional manifestación antifascista, que había
nacido como una concentración en la plaza de Tirso de Molina para defender los
puestos políticos del Rastro, había transcurrido con tranquilidad desde Atocha
hasta la plaza. Y como tantas otras veces, se lió. No era la primera vez que
escuchaba el sonido de las bocachas de las UIP disparando balas de goma, pero
esta vez las oí muy cerca. Los antifas tampoco eran mancos; cuando vi un
contenedor de vidrio ceder a los empujones y escuché el sonido de las botellas
desparramándose, tuve claro que era conveniente salir de allí.
Corrí, seguramente
olvidando el consejo paterno de hacerlo siempre en dirección prohibida para
evitar que las lecheras usaran su ventaja de velocidad, y me vi atrapado en una
calle. Creo que era la calle que sube a los cines Yelmo o alguna paralela a
esta. UIP por arriba y por abajo de la calle; estábamos jodidos.
Entramos en un
portal y el miedo me llevó escaleras arriba, por lo menos al cuarto piso. Se
escucharon varios disparos de las bocachas justo abajo. Los policías nos
esperaban frente al portal y nos hicieron salir ordenadamente de allí. Ni nos
pegaron ni nos detuvieron, pero al llegar a la calle vi a un muchacho reventado
en el suelo. Una bala de goma le había dado en la cara, que había quedado hecha
un cuadro. No sé qué fue de él; en aquella época no había internet y el fanzine
Molotov que hacían los autónomos no llegaba a todo. Había gente que seguía
tirando objetos a la policía y recuerdo que les gritamos que pararan, porque
iban a dar al compañero que estaba en el suelo, o a nosotros.
La imagen del
compañero sangrando y sin conocimiento me impactó mucho. Supongo que por eso la
recuerdo con nitidez.
Tiempo después,
como militante del MRG (Movimiento de Resistencia Global), vi actuar contra
manifestaciones en las que yo estaba a antidisturbios checos, a los míticos CRS
franceses, a los carabinieri y a la celere, a los británicos, a los mexicanos,
además de a las unidades antidisturbios de las policías vasca y catalana, y
analicé en mi tesis doctoral los diferentes repertorios de control del orden
público. He visto el uso de gases lacrimógenos lanzados también con bocachas
por los italianos; si apuntan al cuerpo pueden ser muy peligrosos (en España,
la estudiante de políticas Mari Luz Nájera cayó muerta en el 77 por un bote de
humo que los grises le dispararon a la cara), pero suelen lanzarlos hacia
arriba. He visto los gases de los CRS que se deshacen para evitar que se puedan
devolver o neutralizar con cubos de agua. He comprobado la utilidad del limón
para minimizar el efecto de los gases y siempre me quedé con ganas (pura
curiosidad de científico social) de ver en directo los cañones de agua de los
pacos chilenos. Pero por muy peligrosos que sean los gases lacrimógenos, no
pueden compararse con las balas de goma.
De los que he
vivido, el modelo de control de multitudes más democrático es el de los
británicos. Presión numérica, mucha paciencia y encapsulamiento de los
manifestantes.
Casi siempre se
evitan los disturbios.
Por contra, el
modelo de nuestras UIP (superado en agresividad por los Beltzas en Euskadi y a
mi juicio no muy distinto al de los Mossos), se fundamenta en la carga. La
carga es lo contrario al modelo de encapsulamiento de los británicos. Pocos
policías y mucha prisa para dispersar a golpe de defensa reglamentaria. Es un
sistema de intervención enormemente peligroso para los manifestantes y para los
propios agentes. Pero lo que marca la diferencia de verdad es el uso de balas
de goma.
Las balas de goma
no facilitan la dispersión de multitudes, sino que generan pánico en la gente.
Hacer entrar en pánico a una multitud de la que se pretende su control y dispersión
es una táctica poco prudente. Y sobre todo, las balas de goma producen
gravísimas e irreversibles lesiones. Un Estado que se dice democrático no puede
cargar a sus espaldas con decenas de personas que han perdido un ojo como
consecuencia de decisiones políticas estatales. Porque una carga y el uso de
balas de goma es básicamente una decisión política.
He hablado con
muchos policías que están de acuerdo conmigo en que las balas de goma deberían
dejar de usarse
He hablado con
muchos policías que están de acuerdo conmigo en que las balas de goma deberían
dejar de usarse. Añaden un argumento a los míos: contribuyen a una pésima
imagen de las unidades antidisturbios. Pero, por desgracia, los policías de
izquierdas, que los hay, no se suelen atrever a hablar en público por las
consecuencias que tendría para ellos hacerlo. Que se lo digan a Luismi Lorente
de la Asociación Reformista de la Policía.
Así que ¡qué
quieren que les diga! Tienen toda la razón ERC, Bildu y Podemos al exigir que
la derogación de la ley mordaza, que el PSOE se niega a hacer, acabe de una vez
con las balas de goma en España.
Entiendo que
Marlaska tiene mucha presión de Jusapol, pero ya es hora de terminar con un
material antidisturbios impropio de un país que se dice democrático.
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