VOCES SIN FRONTERA
KARIMA ZIALI
Imagen del
documental 'Atrapades entre dos móns' de TV3.
Son las seis, las siete, las ocho de la tarde. Llevo tres días encerrada en esta habitación. La puerta está cerrada con llave. Llevo tres días retenida, en contra de mi voluntad, privada de mi libertad. Hace años de todo esto, hace años de estos tres días que marcaron un antes y un después en mi vida. Tuve que escoger: irme. Regresé al único mundo que conocía, a mi ciudad levantina. No importan los motivos por los que me encerraron. Tenía veinticinco años y fue el único momento en el que pensé lo difícil que era seguir viviendo. Fijé la mirada en una ventana que estaba a unos diez metros del suelo. Todo se desvanece cuando el horizonte es una ventana. Mi nombre es Karima, la que firma este artículo. Mi nombre revela todo un mundo y toda esta experiencia está inscrita en él.
Esto no es una
novela de Najat El Hachmi, es la no ficción de Karima Ziali. En el documental
Atrapades entre dos móns del programa Sense Ficció de TV3 hablan Sukaina,
Khadija, Yussuf, Safi, Hakima, Amira. Todas estas personas han crecido en el
seno de una familia musulmana en Catalunya. Algunas han roto con sus familias,
ya no aceptan vivir con esos valores y bajo unos condicionantes que
imposibilitan el ejercicio de su individualidad; otras, en el anonimato, tratan
de sobrevivir en un camino de inestabilidad mental junto a sus familias. El
programa es un grito que rompe los cristales de una ventana cerrada: no para
saltar, sino para ver. En los cincuenta y cuatro minutos que dura el
documental, se habla de historias invisibilizadas, de racismo, de imposiciones
y, sobre todo, de una doble vida que permite algo de oxígeno y alivio, pero que
termina por menoscabar la integridad fundamental para construirse como ser
humano.
La realidad que
presenta es abrumadora, cortante. Hay mucha rabia, lágrimas. Caras escondidas,
emborronadas, voces distorsionadas que confirman el miedo que corta las
entrañas a ser vista con una compañía inaceptable para la familia, a hacer algo
imperdonable, a comportarse como un ser culpable. El peligro de estas actitudes,
y por consiguiente la vigilancia a la que deben estar sometidos los individuos
–especialmente sus cuerpos– es proporcional al miedo a romper un vínculo
sostenido sobre lo religioso y que se ha erigido como un creador de diferencia
y de identidad. El otro es el occidental y es inaceptable la mezcla, el otro es
el ateo y es inapelable el castigo. Creo que el testimonio de Yussuf lo expone
sin rodeos: no se trata tanto de esconderse y llevar una doble vida por ser
gay, sino por ser ateo. Tal vez esta sea la punta de lanza de toda la
problemática. Ser ateo dentro de una familia musulmana tiene sus complejidades:
es un cruce de frontera.
Ser ateo, ser atea
es una pérdida para el grupo, un duelo para el organismo viviente
Sin embargo, este
paso fronterizo está atravesado por muchas flechas que no podemos obviar, si lo
que pretendemos es analizar todo lo que el programa desentraña. Entiendo que
ser ateo en una familia musulmana que vive en Catalunya no es un fenómeno plano
y está surcado por el género, la edad, la clase social (ser inmigrante no es
ninguna clase social), los orígenes de la familia, el vínculo con el país de
origen, el peso de la autoridad religiosa, el nivel formativo, la lengua
vehicular dentro de la familia, el racismo de la sociedad, los discursos de
odio sobre el islam. Empezar por atender a toda esta red debería de ser un
punto de partida para entrever que ser ateo en un contexto como este es una
realidad desafiante que se escapa al ámbito institucional. Ser ateo, ser atea
es como desmembrar un cuerpo, como amputar un cuerpo vivo dejándolo tocado y
debilitado; es una pérdida para el grupo, un duelo para el organismo viviente.
Cualquier intento
por acercarse a la realidad que narran en primera persona todas las
protagonistas sobrepasa con creces el desgastado discurso multiculturalista.
Obsoleto, totalmente anclado a una realidad para la que ya no opera (tal vez
nunca haya funcionado), el multiculturalismo del que se hace gala en algunos
discursos públicos agoniza. Y creo que las pruebas son fehacientes o, ¿acaso
podemos hablar de modelo multiculturalista cuando en suelo español sigue
pesando la ley que impide a una mujer musulmana (solo por provenir de una
familia que sí lo es) casarse con un hombre no musulmán? Es importante darse
cuenta de que en suelo español operan estas leyes sobre ciudadanos españoles.
La extensión de ciertos contextos normativos en un marco legal como el español
merece un enfoque más exhaustivo, especialmente cuando vulnera ciertos derechos
individuales.
A pesar del bofetón
que supone ver el programa para muchas personas o la ambivalencia con la que
puede ser recibido, hay algo urgente que sí debe ser tomado en cuenta: la falta
de redes capaces de acoger tantos casos como estos y que revierte directamente
sobre el rol de víctima. Sigue operando la ley de la culpabilidad, algo que
inevitablemente acompaña a un (auto)juicio victimista del que desprenderse es
una ardua tarea. Tal vez donde más se significa esta posición es la frase de
una de las protagonistas cuando habla de “nuestra comunidad” (en referencia a
la comunidad musulmana), en la cual es rechazada por ser infiel y lesbiana. Es
importante atender a esto, ya que hablar de “nuestra comunidad” implica
reafirmarse en un grupo donde es rechazada y marginada y, a la vez, es un grupo
del que ya no quiere formar parte por definirse ella misma como atea. Es
posible que esta expresión que subrayo solo sea un pequeño reflejo de la
pérdida de posición en el mundo o, en otras palabras, de estar atrapada en un
mundo que no para de fragmentarse. Diría que la ausencia de una red capaz de
abordar estas problemáticas y de dar una visión más global del asunto
contribuye a que, por el momento, esta lectura entre el rechazo y el apego a
una comunidad sea un discurso interiorizado pero perjudicial para afianzarse
sobre lo que es una misma.
Una visión en
profundidad no solo puede ayudar a superar el tono victimista con el que se
vive de forma contradictoria, sino además a tomar las riendas de una
responsabilidad acerca de nuestra realidad. La máxima de la libertad como
responsabilidad es la que debiera de imperar en este sentido, si buscamos
superar cierta condición de menoscabo a nuestra integridad. Y más cuando esta
libertad parece que nunca se aprehende del todo, y más cuando parece que se
escapa entre las manos y llega a romper en partículas diminutas la coherencia
de un yo. El testimonio de Amira es de una tremenda claridad. Se llega a
cuestionar quién es en todo este juego de llevar una doble vida: buena hija
dentro de casa, que nunca levanta la voz, y fuera de ese entorno, es “otra
persona”.
La libertad total
no puede rehuir todas sus consecuencias. Quizás debamos bucear en las
categorías mismas que usamos para hablar de todo aquello que nos impide
bañarnos en la libertad. Muchas veces aparece con una formación impersonal que
imposibilita de lleno desenmascarar lo que coarta nuestra libertad. Se
multiplican las frases impersonales del tipo “se nos dice que…”, “se nos impone
que…”. He escuchado estos discursos impersonales muchas veces, los he leído en
artículos firmados por personas que conocen muy bien estas realidades, pero
siempre me pregunto quién nos dice y quién nos impone. Me repito que
necesitamos poner cara a esa impersonalidad, ponerle ojos, saber de qué está
hecha porque si no siempre estaremos ciegas ante la responsabilidad de ejercer
nuestra libertad plena. Esta impersonalidad no es un poder abstracto, de hecho,
si permanece escondida en esta categoría desfigurada, solo nos quedará la
denuncia y el grito, pero se nos escapará la decisión y la acción.
Nuestra voz, una
vez lanzada al espacio, debe volver para hablar de las relaciones de poder que
se ejercen dentro de las familias
Nuestra voz, una
vez lanzada al espacio, debe volver para hablar de las relaciones de poder que
se ejercen dentro de las familias, para ahondar en las dinámicas primeras entre
las madres en relación con los hijos y las hijas, la ausencia del padre en el
rol afectivo y del hogar, etc… Es el núcleo primario, el epicentro de todo
cuanto se despliega en las relaciones de socialización secundarias y apenas
hemos dedicado un ápice a bucear en esas aguas. Todas venimos de esas mujeres
sin privilegios para la voz: cuando quisieron hablar, su lengua no pertenecía a
nadie más que a ellas.
Me digo que esos
tres días encerrada hace once años siempre fueron una ilusión, una fantasía:
fue tan fácil irse, solo tuve que abrir la puerta. Creo que quien cerró la
puerta estaba tan muerta de miedo como yo, que su dolor era tan brutal como el
mío y que apenas había diferencia entre ambas: sufríamos el desgaste de la
ruptura, el futuro incierto del mundo que habitábamos. Atrapades entre dos móns
es una herida abierta, pero algunas de ellas tienen el privilegio de poder
hablar, de poder decir, un privilegio abierto con uñas, con dientes, a
mordiscos con la vida y que sin querer, o tal vez sin remedio, deja a oscuras a
las personas que no han sabido sino cruzar su frontera particular, la del mar,
la de los años de plomo, la frontera del hambre, del campo que no da nada, del
majzén que les aplasta. Nosotras ya no venimos de ese miedo: podemos cruzar
fronteras con nuestra voz.
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