TODA GUERRA SIEMBRA FASCISMO
POR RAÚL SÁNCHEZ CEDILLO
El fin de la hegemonía estadounidense ha terminado produciendo una dinámica de caos sistémico que está liberando todas las fuerzas destructivas del planeta, reavivando las narraciones delirantes de la guerra de razas, de conquista y opresión colonial, de violencia contra las mujeres y las minorías de género.
Hace tres días
Vladimir Putin recordaba en su discurso de justificación de la invasión de
Ucrania la historia del idilio de la Rusia post-soviética con el Occidente
capitalista y la OTAN. El amigo Putin hizo el trabajo sucio del exterminio del
islamismo en Chechenia y en suelo ruso, con métodos que las democracias
formales occidentales no podían permitirse aún. Putin estabilizó un inmenso
estado a la deriva con un enorme arsenal nuclear que estaba en manos de
oligarcas que harían palidecer a cualquier malvado de la saga 007. Mientras
tanto, recordaba Putin, las promesas de integración de Rusia en el sistema OTAN
eran despachadas con un “mañana, pasado mañana”, a la par que avanzaba el plan
de extensión fáctica de la OTAN hasta las fronteras rusas. El idilio terminó
definitivamente con la derrota estratégica del terrorismo salafista de Al
Qaeda, y la dinámica de guerra comenzó con la desastrosa intervención conjunta
de la UE y la OTAN en la crisis política ucraniana que dio lugar al Euromaidan
a finales de 2013.
El fin de la
hegemonía estadounidense ha terminado produciendo, como previó Giovanni
Arrighi, una dinámica de caos sistémico en un interregno entre hegemones que
está liberando todas las fuerzas destructivas del planeta, que está reavivando
las narraciones delirantes de la guerra de razas, de conquista y opresión
colonial, de violencia contra las mujeres y las minorías de género, de
introducción del terror de la guerra en el corazón de Europa. La masacre
balcánica se despachó como un triste episodio del salvajismo regional, ajeno a
la nueva civilización europea de los Fischer y los d’Alema. Después llegó el
11-S y el golpe estadounidense que acabó con la construcción del imperio como
modo de dominación capitalista planetaria con la excepción relativa de China.
Desde entonces el capitalismo sobrevive en movimientos circulares entre guerras
imperialistas bajo distintos pretextos, apropiación de recursos naturales,
burbujas financieras de tipo extractivo: inmobiliarias, energéticas, de
materias primas, de minerales raros, shocks económicos que reconcentran la
riqueza y liquidan la escasa sustancia democrática que quedaba en los regímenes
liberales occidentales, mientras asistimos cada vez más una capitalización del
malestar psíquico y social por parte de nuevos dispositivos fascistas que
convierten el malestar en voluntad de muerte.
Toda guerra siembra
fascismo, lo refuerza, lo acelera. Desde el siglo XX, la guerra moderna y
fascismo son dinámicas indisociables. Forma parte de la comedia macabra la
formación de bandos en la izquierda a favor de uno u otro de los contendientes.
La guerra es la continuación de la política capitalista por otros medios. Y
viceversa, cada vez más la política capitalista es la continuación de la guerra
por otros medios. Dan ganas de gritar: dejad de hacer el payaso eligiendo
bandos en la masacre.
Y atended a lo
esencial que nos toca: esta guerra cambia las reglas del juego en la UE
postpandémica, eliminando todo proceso democrático que afecte a las élites
capitalistas. De nuevo el Tío Sam, Boris the Clown y el Oso putinista se han
conjurado para dar al traste con las ambigüedades que los planes de
reconstrucción de la UE estaban determinando con el Green New Deal como terreno
seguramente ficticio, pero eficaz en términos de relegitimación del poder de
mando capitalista ante la catástrofe climática y la devastación producida por
la gestión capitalista de la pandemia. Se acabó el “trato” con las fuerzas del
trabajo en términos de aumentos salariales, de la protección social, de la
lucha contra el envenenamiento de los recursos naturales en las ciudades y en
la agricultura. Y se acabó igualmente el mínimo respeto por los compromisos de
descarbonización de la economía en la COP26 del pasado noviembre.
Hay muchos Sí y No
a la guerra que piensan que este será un episodio corto, que conseguidos sus
objetivos Rusia se retirará de Ucrania y se volverá a las precarias vías
diplomáticas con compromisos dilatorios. Se equivocan. En esta guerra se crean
los cuadros del fascismo y el militarismo europeo y ruso que sustituirán las
ambivalencias de las extrema derechas europeas y rusa con una “decisión”
mortífera rotunda en escenarios que les favorecen cada vez más.
Esta guerra
destruye los cimientos del Green New Deal europeo y los transforma en una
economía de guerra capitalista donde el chantaje del extractivismo energético
lleva las riendas de la situación, tras el probable fin de Nord Stream 2 y la
subida de los precios de la energía, que benefician a las oligarquías
exportadoras rusas y compensan el efecto de las sanciones, mientras eliminan de
golpe el efecto de las subidas salariales que han acompañado la reactivación
postpandémica en muchas partes del mundo. Que asestan un golpe al hermano mayor
y rico alemán en sus tratos exportadores con Rusia y China y vuelven a
subordinarlo a los imperativos OTAN. La UE vive en una montaña de deuda que hoy
se convierte en deuda de guerra, para la guerra, para el pillaje extractivista.
Cualquier tregua es un receso en el proceso de desestabilización del gobierno y
el estado rusos, ahora que se ha roto la baraja y no se hacen prisioneros en el
conflicto entre oligarcas globales.
No nos engañemos,
porque sería fatal: la invasión de Ucrania garantiza una situación de guerra
generalizada, más o menos discontinua, y por lo tanto el final de toda
aspiración emancipadora o incluso de las pequeñas conquistas sociales y civiles
en Europa, mientras el espectro político se desplaza a los aledaños de la
extrema derecha, en un feedback terrorífico.
La respuesta de
quienes somos carne de cañón en esta dinámica no puede hacerse esperar, y es el
sabotaje multiforme y masivo de cualquier esfuerzo de guerra, tanto militar
como informativo. Es la desobediencia civil contra la movilización total para
la guerra de las poblaciones y de los recursos públicos. Una respuesta que
también será prolongada y que, hablando de Hispania, tiene que ser el corazón
de los proyectos políticos que se alumbren en esta fase post-Podemos, pero que
solo puede ser un proyecto europeo que además haga el esfuerzo de entrar en
estrecha conexión con las hermanas y hermanos del mundo eslavo.
Esta guerra tiene
que ser el detonante de la fundación de una nueva Transnacional contra la
guerra y el fascismo en todo el planeta, y por lo tanto contra un capitalismo
planetario que acelera su proceso de destrucción de la vida en múltiples
frentes, desde la guerra directa imperialista a la degradación catastrófica de
la biosfera. Hay que mirar al horror a la cara, prepararse y preparar para que
nadie más sucumba a la fascinación fascista por la guerra y la revancha, y
conjurarse para una guerra prolongada contra la guerra y el fascismo
capitalistas. Esta vez el realismo es revolucionario, porque el cerebro
capitalista está irreversiblemente podrido de fascismo y guerra. Es la única
política realista posible que puede impedir que el siglo XXI nos haga añorar
los horrores y la insoportable inmundicia del siglo pasado.
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