SOBRE EL PORNO Y LA PROSTITUCIÓN
ANA BERNAL TRIVIÑO
Dos
mujeres en la barra de un club.- EFE
Crecí escuchando en los medios de comunicación testimonios a favor de la prostitución y la pornografía. Luego, descubrí, que aquellas declaraciones de prostitutas defendiendo "su libertad" tenían detrás a una asociación bajo el nombre de "empresarios" que, en verdad, eran sus proxenetas y las obligaban a decir lo que ellos deseaban bajo amenazas. Hasta hace muy poco, han sido los testimonios mayoritarios.
En cambio, desde hace unos años, compañeras como Amelia Tiganus o Sindy Takanashi (con otras muchas) están contando, en primera persona y como supervivientes de la explotación sexual, la verdad de todo lo que hay detrás. Quizás, por eso, hay gente nerviosa intentando contrarrestar su discurso, cargado de verdad. Porque su discurso no es complaciente, es molesto, es de tal aberración y brutalidad que no queremos asumir que eso ocurre cada día en nuestra sociedad, a la vuelta de la esquina.
Frente a
reflexiones vagas y relativistas, que edulcoran la prostitución y el porno como
si no tuviera que ver con la violencia que sufrimos las mujeres, el feminismo
teoriza y demuestra todo lo contrario. En el primer caso, quienes sostienen
eso, no han escuchado a las víctimas. En cambio, el feminismo se construye con
las voces de ellas cuando ya pueden narrar todo lo que ha supuesto y sus
consecuencias.
Pero para eso no
solo hay que escucharlas. Hay que ir a los centros de víctimas de explotación
sexual. Hay que ir a los centros de recuperación de mujeres violadas. Y allí,
callar (que no todo el mundo lo hace), escuchar y aprender. Es ahí donde
descubres que la inmensa mayoría no son putas "libres", que no se
viola de la nada, sino que sus agresores lo aprenden, y que tanto la
prostitución como el porno descansa sobre una industria criminal que factura
muchos millones, al nivel del tráfico de armas y las drogas.
Y es entonces
cuando todo encaja, porque es un sistema donde todo está conectado. Los
estudios que confirman que "el 90% de los universitarios varones cree que
la pornografía es fiel a la sexualidad real y la traslada a sus prácticas,
asumiendo conductas violentas" o que "lo toman como una ficción y así
protegen su conciencia", con una desconexión emocional y cognitiva de sus
consecuencias. Los testimonios muy parecidos al de aquella chica en la tele que
confesaba: "Como él está disfrutando pues dices 'tira para adelante'"
aún con miedo, frente al sexo violento y sin consentimiento. Descubres las
mujeres emigrantes y refugiadas reconociendo cómo han sido sometidas a
grabaciones pornográficas, o ves Hot Girls Wanted y conoces las redes
persuasivas de captación entre adolescentes. Que menores de 7 años empiezan a
consumir porno y que, (oh, casualidad) "los menores condenados por delitos
sexuales han aumentado". Los escuchas decir que han aprendido las violaciones
grupales en el porno, porque ahí no ven un delito, sino una forma de diversión,
aunque ellas sufran, lloren y griten de dolor.
Y que todo esto está dañando no solo a ellas, sino creando a una nueva
generación de hombres con problemas sexuales, que se enganchan a la viagra con
quince años.
Lo fácil, ante la
falta de argumentos, es centrarse en el caso de X. Porque siguen sin entender
que el feminismo no juzga las decisiones individuales, sino que analiza qué hay
detrás de las decisiones que impulsan a tomarlas. Lo fácil es escribir que las
víctimas que denuncian todo esto, y quienes detrás las respaldamos, ejercemos
puritanismo y moralismo. Nosotras, las feministas, que estábamos hablando antes
del clítoris, el deseo y la necesidad de una educación afectivo-sexual que el
resto de la humanidad. Que no nos venga nadie con lecciones de lo que llevamos
décadas hablando. Lo fácil es escribir sin haber sufrido nada de esto, sin
mostrar empatía con las víctimas, y sin hablar de la industria que hay detrás,
sostenida a costa de miles de mujeres sometidas. Y si no se hace, quizás, hay
que preguntarse el porqué.
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