CUANDO TODO HUELE A PODRIDO EN EL PP
JAIME PASTOR
La guerra total entre Casado y Ayuso está sacando a la luz algunas de las peores prácticas de corrupción y guerra sucia
Empleadas a lo largo de su historia por el principal partido de la derecha española, no sólo contra sus enemigos políticos sino también en su propio seno.
Llega además pocos días después del fracaso de su proyecto de obtener la mayoría absoluta en las elecciones anticipadas en Castilla y León; fue primera fuerza, pero con 31 escaños, lo que le obliga a encontrar una fórmula que le permita gobernar esa Comunidad sin tener que ceder a todas las exigencias que ya le está planteando Vox. Unas elecciones en las que este partido de ultraderecha ha visto consolidados los resultados que había ya alcanzado en las pasadas elecciones generales de 2019, pasando de 1 a 13 escaños, aunque con 10% menos de votos, mientras que el PSOE y UP han conocido un retroceso notable (bajaron de 35 a 28 escaños y de 2 a 1, respectivamente), principalmente en beneficio de Unión del Pueblo Leonés (con 3 escaños) y de Soria ¡Ya! (con otros 3), formaciones que han sabido canalizar el malestar popular ante unos desequilibrios territoriales cada vez mayores en el interior de esa Comunidad y a escala estatal.
¿Nuevo ciclo?
Sin duda, ahora se
abre un nuevo ciclo, pero no el que deseaba el todavía principal líder de la
oposición en su aspiración a llegar a la Moncloa, sino el que se está
desencadenando en el interior de su partido y en el que no cabe descartar el
peor de los escenarios: una ruptura orgánica, más pronto o más tarde, entre los
dos sectores enfrentados, si bien son muchos también los intereses comunes que
pueden presionar a favor de una recomposición que, en cualquier caso, no
evitará importantes daños colaterales.
Desde luego, no
faltan antecedentes de esa mezcla de corrupción y guerra sucia que ha ido
caracterizando al PP desde sus orígenes y, sobre todo, en las últimas décadas:
el tamayazo de 2003 (que, comprando a dos diputados del PSOE, dio el gobierno
en la Comunidad de Madrid a la madrina política de Ayuso, Esperanza Aguirre);
los espionajes de la gestapillo del ahora dimitido Angel Carromero a dirigentes
de su propio partido, o los del siniestro Villarejo al extesorero Bárcenas, la
larga historia de macroescándalos de corrupción (con la Gürtel como detonante
de la moción de censura que echó a Rajoy de la Moncloa)[1], o, más
recientemente, su connivencia con dos diputados de UPN para impedir que saliera
adelante el decreto de reforma laboral del gobierno.
Por eso no faltan
razones jurídicas que justifiquen, como ha sostenido Javier Pérez Royo[2],
reclamar la ilegalización de este partido, calificado ya judicialmente como
“organización criminal”.
Porque, no lo
olvidemos, se trata de una formación política que lleva en sus genes sus
orígenes franquistas[3] y que ha ido consolidando unas redes de corrupción y
una “clase público-privada’ (Pastor, 2010: 93) que tienen su anclaje en un
capitalismo inmobiliario y extractivista y en el núcleo duro del aparato estatal.
Así que, no hay nada nuevo bajo el sol, salvo que ahora toda las tensiones
dentro de esta trama de intereses se manifiesta con toda su crueldad, como lo
han tenido que reconocer los propios protagonistas.
Esta guerra llega
además en un momento en el que Pablo Casado ha ido acercándose cada vez más al
discurso que desarrolló Ayuso en su exitosa campaña electoral de mayo del año
pasado, adaptándose a la presión por ofrecer una versión trumpista neoliberal y
neocon a la española que le permita contrarrestar la influencia de Vox en una
parte creciente de su electorado[4].
Una lucha por el
poder
Así pues, no tiene
mucho sentido buscar diferencias entre ambos dirigentes en el plano ideológico.
Se trata, pura y simplemente, de una lucha por el poder cuya evolución
dependerá probablemente de cuál sea la posición que adopten los principales
barones autonómicos en los próximos días, con el presidente gallego, Feijóo, a
la cabeza, quien parece apostar por un Congreso extraordinario en el caso de
que ambos contendientes no lleguen pronto a un armisticio. Un conflicto en cuyo
desenlace influirá sin duda el alineamiento que vayan tomando los principales
poderes mediáticos y, junto a ellos, el peso que tenga la calle, con
iniciativas como la manifestación convocada este domingo 20 de febrero en
Madrid en apoyo de Ayuso delante de la sede del PP.
Porque el papel que
puedan jugar estos actores no tan secundarios es la principal baza que tiene la
presidenta madrileña frente a Casado: su liderazgo carismático innegable le está
permitiendo presentarse como víctima, pese a las evidentes pruebas de la
corrupción en la que se ha visto implicada en el peor momento de la pandemia.
Movilizando a sus seguidores en defensa de su «libertad» de negocio… a costa de
dinero público, y de “lo más importante, mi familia” frente al espionaje
sufrido, vuelve a tirar de argumentario para dejar en segundo plano su
constante recurso al nepotismo y a redes clientelares.
Esa complicidad
conquistada entre su base más militante es la que viene a corroborar cómo a lo
largo de las últimas décadas se ha ido consolidando lo que define el juez
Joaquim Bosch como “electorado corrupto”: esos “ciudadanos que aplauden los
tratos de favor y las prácticas fraudulentas, con conocimiento de que lo son.
Esa carencia de valores éticos favorece notablemente la corrupción”. Una
complicidad que no supone negar el peso de otros factores que pueden explicar
el éxito electoral de Ayuso y que tienen que ver con el arraigo social,
cultural e ideológico de su neoliberalismo trumpista a la madrileña. Pero no
por ello debemos desdeñar la contaminación en su electorado fiel del todo vale
en la defensa común de sus intereses y privilegios de poder o de estatus. Lo
mismo cabría sostener, obviamente, respecto a Casado pese a que quiera
presentarse ahora con voluntad de distanciarse del pasado corrupto de su
partido… recurriendo para ello a los peores métodos de la gestapillo.
Como insisten desde
el PSOE –que también tiene un historial de corrupción y guerra sucia que no
debemos olvidar- y también desde UP, no cabe ninguna esperanza en que de esta
crisis surja una derecha “democrática y moderna, europea”, sobre todo cuando lo
que estamos viendo en muchos países vecinos, como Francia, es una adaptación
creciente a la agenda y a los discursos de las extremas derechas respectivas
por parte de esas viejas derechas..
Esta guerra interna
irrumpe además cuando Vox puede presentarse como la única oposición creíble
frente al gobierno PSOE-UP, tras la descomposición de Ciudadanos y, ahora, la
división interna creciente en las filas del PP respecto a la táctica a adoptar
ante ese partido.
Algunos columnistas
de medios como El Confidencial ya auguran un sorpasso de la ultraderecha al PP
en el caso de que Casado siga a la cabeza de esta formación en las próximas
elecciones generales.
En cambio, desde el
otro lado, el del pueblo de izquierdas, en unos sectores se extiende la
resignación ante la política del mal menor y, en otros, la desilusión respecto
a un gobierno que no ha cumplido las principales promesas que, aun siendo
moderadas, contenía su programa electoral, como las relativas a la derogación
de la reforma laboral de 2012, la reforma fiscal o, mucho nos tememos también,
la de la ley mordaza, cuyo proyecto ha sido ya criticado como mero “maquillaje”
por diferentes organizaciones sociales, entre ellas Amnistía Internacional. Por
tanto, no podemos sorprendernos de que, en medio de una desmovilización casi
general, el vacío que dejan esos partidos haya facilitado la irrupción de
nuevas fuerzas políticas provinciales en las instituciones ni, sobre todo, de
que aumente la desafección ciudadana ante la política y los partidos en
general.
Todo esto se da, en
fin, en un contexto internacional en el que es difícil encontrar diferencias
sustanciales entre los principales partidos del régimen, coincidentes ambos en
su obediencia a los dictados de la Comisión Europea -como ha tenido que
reconocer la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz- y del FMI, que ya pide ajustes
en 2023. O, lo que es todavía más indignante, el servilismo que muestran ante
el imperialismo estadounidense, con el que han cerrado filas desde el primer
momento para promover la escalada militar de la OTAN ante la crisis abierta en
torno a Ucrania. Un conflicto que nos obliga a recuperar la memoria de los
movimientos antiOTAN y antimilitarista de pasadas décadas para emprender
iniciativas capaces de frenar la amenaza real de estallido de una guerra cuyas
consecuencias serían desastrosas más allá de la región directamente afectada.
Será frente al
ascenso de Vox y su creciente control de la agenda política, así como ante la
falta de voluntad del PSOE y su gobierno (UP se está convirtiendo en mero
espectador de su deriva al centro cada vez más patente) para romper con los
límites marcados por la Comisión Europea, la CEOE y las grandes
transnacionales, como habrá que recuperar fuerzas e ilusión que demuestren que
existe otro camino posible: el que han marcado la confluencia entre
organizaciones sindicales, sociales y políticas en la necesidad de ir más allá
de la no derogación de la reforma laboral de 2012; la reafirmación del
movimiento feminista en las calles ante el próximo 8 de marzo; la perseverante
lucha de diferentes colectivos en su defensa del derecho a una vivienda digna,
o campañas como la que se está emprendiendo ahora por una Iniciativa Popular
para una regulación extraordinaria de las personas extranjeras. Desde esos y
otros espacios en reconstrucción habrá que trabajar, con “lenta impaciencia”,
por reconstruir nuevos frentes comunes y polos políticos alternativos.
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